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Cuando la FIFA organiza un Mundial la nación escogida cede en su soberanía: un estado totalitario dentro de otro estado. Pero a veces, el anfitrión se parece tanto a lo que ellos son, que reciben cucharadas de su propia medicina. En Catar la cerveza se quedó haciendo pases cortos en cancha propia sin la posibilidad de embriagar rivales con su gambeta milenaria en el área chica. El negocio negocia. En la víspera, capoteando acusaciones de aprobar un mundial en un país con problemas de violación a los derechos humanos, la FIFA puso al jefe de comunicaciones a declararse gay en público. Reconocimiento forzado de la diversidad. En la cancha, jugadores se tragan el grito de gol propio imaginando otras naciones.
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