El mundo de cristal de Georg Bendemann
En este 2022 se cumplen 110 años desde que Franz Kafka escribió “La condena”, su primer relato. La historia ha sido interpretada centenares de veces, llegando incluso a atribuirle componentes biográficos del autor.
Danelys Vega Cardozo
Georg Bendemann parece ser el único medio de comunicación de un joven que se encuentra atrapado en San Petersburgo (Rusia). Su amigo camina en soledad en aguas extranjeras, aquella tierra a la que partió en busca de bonanza, pero en la que tiempo después terminó corriendo la misma suerte que en su país natal: una vida guiada por la incertidumbre. Su historia es quizás un reflejo de los padecimientos de muchos de los migrantes, sobre todo de aquellos que toman la determinación de trasladarse de lugar en busca de la “tierra prometida”, en donde a veces la cosecha no da frutos, la duda parece ser el pan de cada día y su único equipaje es la esperanza de un mejor porvenir.
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Georg Bendemann parece ser el único medio de comunicación de un joven que se encuentra atrapado en San Petersburgo (Rusia). Su amigo camina en soledad en aguas extranjeras, aquella tierra a la que partió en busca de bonanza, pero en la que tiempo después terminó corriendo la misma suerte que en su país natal: una vida guiada por la incertidumbre. Su historia es quizás un reflejo de los padecimientos de muchos de los migrantes, sobre todo de aquellos que toman la determinación de trasladarse de lugar en busca de la “tierra prometida”, en donde a veces la cosecha no da frutos, la duda parece ser el pan de cada día y su único equipaje es la esperanza de un mejor porvenir.
Bendemann no sabe qué escribirle a su amigo, ese mismo que no ve desde hace tres años. No quiere animarlo a que retorne a su país, porque teme que a su llegada se encuentre con un mundo distinto al que dejó, uno en donde tal vez carezca tanto de amigos como de patria. “¿No sería mejor después de todo quedarse en el extranjero, como ahora? Considerando todas estas circunstancias, ¿se podía realmente dar por sentado que le convenía volver al país?”. Y es que en ese tiempo también la vida de Bendemann se ha transformado a causa de la muerte de su madre, pues a raíz de aquel suceso quedó solo con su padre y ahora tiene un rol protagónico en los negocios familiares, en donde al parecer la suerte le sonríe. “Era evidente que durante esos dos años los negocios habían mejorado inesperadamente; se habían visto obligados a duplicar el personal, las entradas se habían quintuplicado e, indudablemente, el futuro le reservaba nuevos éxitos”.
Pero aquellos sucesos eran omitidos en las cartas que intercambiaba con su amigo, ese que tan solo sabía del fallecimiento de su madre. Al parecer ahora la distancia había creado una barrera entre los dos, como si la confianza dependiera de la cercanía física, como si las fronteras fueran capaces de derrumbar la intimidad. “Por lo tanto, Georg se limitaba en todos los casos a poner a su amigo al corriente de sucesos sin importancia, los que uno puede recordar una tranquila mañana de domingo y que el azar trae a la mente”. Sucesos que a su vez representaban una construcción de una falsa realidad, pues Bendemann se dedicaba a enfatizar en los acontecimientos que pudieran sostener la imagen que tenía su amigo de su tierra natal al momento de partir.
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Incluso había omitido en el intercambio de correspondencias que ahora se encontraba comprometido con una joven que provenía de una “familia acomodada”: Frieda Brandenfeld. Sin embargo, aquella determinación al parecer la había tomado para no incomodar a su amigo con su bienaventuranza, pensando en que quizá aquella noticia podría ocasionar algún tipo de malestar o dolor en una persona que se hallaba sola y apartada de su patria (…)”Entiéndeme bien, él probablemente vendría, por lo menos así creo; pero se sentiría obligado e incómodo, tal vez me tendría envidia, y ciertamente se sentiría descontento e incapaz de hacer nada para mitigar su descontento, y luego debería retornar solo a Rusia. Solo; ¿comprendes lo que eso significa?”, le dijo a su novia, quien insistía que le contará a su amigo sobre su boda.
Hasta que un día se decidió por escribirle una carta para ponerlo al tanto, en donde hasta animó a su amigo a que lo acompañara el día de las nupcias. Pero, aunque por fin había tomado ese impulso, le costó enviar de inmediato aquel papel. Entonces, prefirió pasarse primero por la habitación de su padre, aquella a la que llevaba meses sin visitar. La oscuridad reinaba aquel lugar por preferencia de su progenitor, quien parecía estar sumido en su propio mundo interior con actitudes y gestos que lo transformaban en otra persona, como si en realidad no se tratara del padre de Georg Bendemann. Quizá aquello se debía a que la habitación se encontraba repleta de recuerdos de su madre, tal vez aquel lugar estaba gobernado por el duelo. De todas formas, su propio padre reconocía que la partida de su esposa había cambiado cosas en él, admitía que hasta su memoria se había visto afectada.
Aquella visita tenía un solo objetivo: Bendemann pretendía contarle a su padre sobre la carta que le enviaría a su amigo de Rusia. “¿Existe realmente ese amigo tuyo en San Petersburgo?”, lo cuestionó su padre. Aunque aquellas palabras lo tomaron por sorpresa, su preocupación se centró en el estado de salud de su progenitor y su vida supendida. “Debemos introducir un cambio radical en tus hábitos. Te quedas aquí sentado, en la oscuridad, cuando en la sala hay tanta luz. Apenas pruebas el desayuno, en vez de alimentarte como corresponde. Te quedas junto a la ventana cerrada cuando el aire te haría tanto bien”. Entonces, se afanó por hacerle recordar a su padre que hasta él había conocido a su amigo hacía tres años, lo que ignoraba es que su padre si lo recordaba y que tal vez la pregunta inicial ahondaba en el presente, como una invitación a cuestionarse sobre la transformación de aquella relación de amistad que quizá por el recuerdo de los viejos tiempos seguía sosteniendo.
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Su padre aprovechó para reprocharle su compromiso, como si aquello hubiera supuesto una traición, como si conocer a Frieda Brandenfeld hubiera transformado sus otras relaciones: “para gozar en paz con ella mancillaste la memoria de nuestra madre, traicionaste al amigo y tendiste en el lecho a tu padre para que no pueda moverse”. El descontento de su padre, expresado a través de todas las palabras que pronunciaba, no descansó. Entonces, Bendemann se dio cuenta que había estado viviendo en una bola de cristal. “Y mi hijo se paseaba jubilosamente por el mundo, concluía operaciones que yo había previamente preparado, no cabía en sí de satisfacción y se presentaba ante su padre con una expresión impenetrable de hombre importante. ¿Crees que yo no te habría querido, yo, de quien tú quisiste alejarte?”.
Pero la peor parte quizás vino después, cuando su padre le confesó que desde hace unos años intercambiaba cartas con su amigo de San Petersburgo, a quien ya le había notificado del compromiso de Bendemann. “Con la mano izquierda rompe tus cartas, sin leerlas, mientras con la derecha abre las mías”. Entonces, Georg Bendemann también se enteró del grave estado de salud de su amigo. “Y ahora sabes que hay otras cosas en el mundo, porque hasta ahora sólo supiste las que se referían a ti. Es cierto que eras un niño inocente, pero mucho más cierto es que también fuiste un ser diabólico. Y por lo tanto escúchame: ahora te condeno a morir ahogado”, le gritó su padre.
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No tuvo reparo en hacer cumplir su sentencia, como si aquellas palabras hubieran determinado su destino, como si quisiera simplemente corresponder a la orden que le daba un ser querido. “Queridos padres, a pesar de todo, siempre os he amado”, fueron las últimas palabras de un joven antes de saltar de un puente. Ese mismo que murió ahogado por todo aquello que no pudo pronunciar.