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El mundo está en las manos de una élite “María Antonieta”. A lo largo y ancho del planeta un exiguo grupo que ha acumulado riquezas y privilegios nunca antes vistos en la historia, detenta el poder sobre miles de millones. Tiene a su servicio a los políticos de los más distintos orígenes partidistas, a los cerebros de las finanzas; son suyos los medios de entretenimiento y propaganda –mal llamados medios de comunicación– que irradian, en un ciclo ininterrumpido y omnipresente, contenidos en todos los formatos posibles sobre las bondades del régimen planetario que controlan sus dueños. En definitiva, dicha élite “María Antonieta” es propietaria del pan y circo contemporáneo en todas sus expresiones, lo que les permite mantener en un estado de permanente adicción y aletargamiento a miles de millones con espectáculos que van desde los deportes hasta las series globales, sin olvidar un envolvente proceso de propaganda que es presentado como información, pero que es una catarata tal de ruido e imágenes que al final no logras comprender qué es lo que realmente pasa en el mundo. Están bajo sus órdenes y prestos a cumplir sus deseos ejércitos de moldeadores-tergiversadores de opinión, expertos de toda calaña, dispuestos a crear normas y leyes y a hacer uso de estas, en cualquier lugar del planeta, para garantizar el flujo libre y permanente de las riquezas de sus contratantes, no importa en qué parte del mundo ello se requiera. (Recomendamos un pódcast sobre el tema: Generaciones que sobran: el estallido social en Colombia).
Para servirle a la élite billonaria han surgido nuevas profesiones, como los wealth managers, quienes están dispuestos a cumplir sus deseos en los más diversos campos, como bien lo relata Brooke Harrington, estudiosa de los paraísos fiscales en Darmouth College, en su libro Capital sin fronteras, Los gestores de riqueza y el uno por ciento [Capital Without Borders: Wealth Managers and the One Percent, Harvard University Press, 2016]. Un ejemplo de esos clientes es una de las diez familias más acaudaladas de EE.UU., los Pritzker. Como lo señala la estudiosa Harrington, “Sus activos, que ascienden a 15 billones de dólares, los tienen en 60 compañías y en 2.500 fideicomisos, empleando para ello estructuras y estrategias que la revista Forbes –normalmente hincha de las adineradas élites–describe con una inusual insinuación de reproche moral como “oscuras … diseñadas para desalentar la investigación externa y que explotan brillantemente las fisuras del código tributario””. Refiriéndose al rol que estos “wealth manager” juegan al lado de megarricos como los Pritzker, uno de ellos, quien trabaja en el paraíso fiscal de las islas Vírgenes británicas le dijo a Harrington: “Somos un poco como el consigliere en El Padrino”. Por supuesto, todo eso queda oculto hábilmente por el camuflaje de filántropos y mecenas con el que muchos billonarios se presentan ante la opinión global. En el caso de los Pritzker, estos son más conocidos por financiar el llamado nobel de arquitectura Pritzker, que por los tejemanejes con los que evitan que su inmensa fortuna pague los impuestos que les corresponden. (Más: Consejos de Juventud, ¿la oportunidad de hacer política para los jóvenes en Colombia?).
Para los amos del mundo las fronteras son una institución obsoleta. Las religiones, el arte, el conocimiento de las universidades más prestigiosas, las instituciones culturales de élite, los partidos políticos, los institutos de pensamiento de los centros globales son puestos a su servicio en instantes. Nada hay sacro para sus intereses, ni fortaleza que se resista a los designios de los nuevos midas, pero a diferencia del rey frigio a quien Dionisio le concedió convertir en oro todo lo que rozaba, estos destruyen todo lo que tocan, como hoy le ocurre a nuestra tierra, centro de catástrofes que surgen por la falta de contestación desde la sociedad al desbocado poder de las fortunas de tamaño planetario. Los expertos, muchos premios nobel de economía, decenas de universidades, empezando por las Ivy League de EE.UU., están prestas a producir propaganda que presentan de manera hábil como estudios ‘académicos’, y que los billonarios les retribuyen con copiosas donaciones, a través de las cuales legitiman sus intereses estos midas productores de apocalipsis. ¿No fue el profesor emérito de derecho de Harvard Alan Dershowitz, quien era titular de la prestigiosa cátedra Felix Frankfurter desde 1993, uno de los abogados que le permitió salir casi indemne al depredador sexual y multimillonario Jeffrey Epstein, la primera vez que los fiscales de la Florida le presentaron cargos? Epstein, cabeza de una red de prostitución de menores, que involucraba a megarricos y poderosos políticos y celebridades del mundo anglosajón fue durante años un donante de Harvard y logró presentarse a sí mismo como un hombre de dicha universidad –sin haber estudiado allí– como bien lo describió el Boston Globe en un artículo del 2019 titulado “How Jeffrey Epstein made himself into a ‘Harvard man’”, [Cómo Jeffrey Epstein se hizo a sí mismo un ‘hombre de Harvard’]. El escritor Anand Giridharadas, autor del libro La farsa de élite que está cambiando el mundo, le dijo al periódico bostoniano: “Si usted hace algo atroz y no necesita hacer las cosas correctamente, mas quiere hacer que su reputación cambie, Harvard es una suerte de servicio al carro (drive-through) que se ocupa de ello.”. Muchas de las instituciones de pretendido prestigio en los centros globales de poder, como museos y universidades, son estupendas lavadoras de imagen para billonarios de tenebrosas prácticas. Así, asociando su nombre a Harvard, pudo desarrollar su carrera criminal Epstein, rodeado de un halo de triunfador y codeándose con políticos, premios Nobel, reputados académicos y celebridades de las dos orillas del Atlántico Norte.
El 1 de mayo de 2020 Diane E. Lopez, vicepresidenta y directora jurídica de Harvard le entregó a Larry Bacow, presidente de esa universidad, el informe relativo a las conexiones de Harvard con Jeffrey Epstein. (Report Concerning Jeffrey E. Epstein’s Connections to Harvard University, Mayo 1, 2020. Como bien tituló el 5 de mayo The Harvard Crimson, el periódico estudiantil, el asunto de fondo era, ¿Qué le vendió Harvard a Jeffrey Epstein? Y es claro que le vendió una reputación de “Harvard philanthropist”. ¿Y eso cuánto costó?
El informe reconocía, en el primer punto de sus hallazgos, que: “Entre 1998 y 2007, antes de su condena en 2008 por cargos relacionados con inducir la prostitución de menores, Epstein hizo donaciones por $9′179.000 dólares para apoyar a miembros de facultades de Harvard y sus programas. Las donaciones de Epstein a Harvard incluyen $736.000 dólares entregados después de su arresto en 2006, pero antes de su condena en 2008. El más grande de sus regalos fue hecho en 2003, para establecer el programa de Harvard para las dinámicas evolutivas (”PED”), dirigido por el profesor Martín Nowak. Ese regalo de 6,5 millones de dólares le permitió a Harvard y al profesor Nowak –aliado decisivo de Epstein en la mencionada universidad– crear y pagar unas oficinas independientes de investigación para el PED”. Llama la atención que Epstein se atribuía, en el año 2012, una donación a este programa de 30 millones de dólares, así lo decía su página. Allí también se anotaba que él era parte del comité de Harvard para la mente, el cerebro y el comportamiento. Todo eso consta en una nota de https://www.prnewswire.com/ del 12 de junio de 2013, cinco años después de su primera condena.
Según el reporte, entre 2005 y 2006, Epstein fue admitido como visiting fellow [investigador visitante] en la escuela de artes y ciencias, aunque no tenía ni siquiera un pregrado. Llama la atención que quien lo recomendó, el profesor Stephen Kosslyn, del departamento de psicología de Harvard, recibió dos regalos de Epstein, en 1998 y en 2002, que sumaban 200 mil dólares. Si examinamos lo que Harvard considera un visiting fellow, veremos que Epstein no cumplía con ninguno de los requisitos: “Pueden solicitar la condición de visiting fellow en la Escuela de postgrado de Artes y Ciencias académicos que tratan de llevar a cabo una investigación independiente para obtener un doctorado, quienes tengan una experiencia profesional equivalente o candidatos que han adelantado su doctorado y que han terminado los trabajos de curso. Los visiting fellows son considerados estudiantes de investigación de tiempo completo, con acceso a las bibliotecas de Harvard y a sus servicios, y pueden solicitar la membresía al Harvard Faculty Club”. Lo inaudito es que después de ser condenado por prostitución de menores, Epstein mantuvo una oficina en el programa PED. Solo entre 2010 y 2018, después de haber sido condenado, según el reporte de la vicepresidenta López, Epstein visitó su oficina en Harvard más de 40 veces. Allí organizaba reuniones y cenas con académicos y con políticos. Es decir, se presentaba como un hombre de Harvard, lo que le abría innumerables puertas y, después de ser condenado, le ayudaba a lavar su criminal reputación. Como lo describía un artículo del New York Times, “Después de que Jeffrey Epstein salió de prisión del Condado de Palm Beach, en la que pagó 13 de los 18 meses de su sentencia, resultado de un acuerdo judicial que fue ampliamente criticado, él desplegó una campaña mediática para recomponer su imagen pública”. El tener una oficina en Harvard después de haber sido declarado convicto era parte de esa estrategia orientada a ocultar su prontuario delincuencial. Es bien diciente que en la foto con la que fue ilustrada esta nota del 21 de julio de 2019, Epstein luce un suéter vinotinto de capucha con un gran logotipo de Harvard. Pero aún más sorprendente es la nota 13 que aparece en la página 18 del documento de la directora jurídica de Harvard: “Varios integrantes de facultad de Harvard que fueron entrevistados también reconocieron que ellos visitaron a Epstein en sus casas de Nueva York, Florida, Nuevo México o en las Islas Vírgenes, igualmente se reunieron con él en prisión o en días de asueto o viajaron en uno de sus aviones”.
Según el New York Magazine, en 2002 Epstein acompañó al expresidente Bill Clinton en un viaje de una semana a Sudáfrica, Nigeria, Ghana, Ruanda y Mozambique. London Thomas Jr. autor de la crónica, sugiere que lo que atrajo a Clinton hacia Epstein fue algo bastante simple: que tenía aviones: “Un Boeing 727 en el que llevó a Clinton a África y para vuelos más cortos un Gulfstream negro, un Cessna 421 y un helicóptero para llevarlo de su isla a St. Thomas”. Después de ese viaje Clinton, a través de un portavoz, le dijo a London Thomas que “Jeffrey era tanto un muy exitoso financista como un filántropo entregado a su trabajo”. Ya veremos qué camuflaje resulta la pseudo-filantropía para muchos de los grandes depredadores de nuestro planeta. Pero no todo el mundo estaba en aquel entonces tan fascinado por este personaje. Otro de los entrevistados por London Thomas, un veterano de Wall Street, advertía que algo no estaba bien: “Él es una figura misteriosa, Gatsbysiana [como del Gran Gatsby]. A él le gusta que la gente crea que es muy rico y cultiva una actitud distante. Todo el asunto es raro”.
Al lado de la aquiescencia de los brahmanes de Harvard con Epstein, quien más que ser un billonario exhibía una vida de lujo con los dineros de auténticos megarricos a quienes engatusaba con sus publicitadas relaciones al más alto nivel, como lo sugería el artículo “Jeffrey Epstein: International Moneyman of Mystery” –que acabo de mencionar, publicado en New York Magazine, de octubre de 2002– hubo algunos ‘harvardianos’ que intentaron cerrarle el paso a tan extraño personaje. Uno de ellos fue un funcionario administrativo, cuyo nombre por desgracia no fue incluido en el informe sobre los nexos entre Harvard y Epstein. Este funcionario recibió la solicitud de Epstein para ser visiting fellow y, al revisarla, “mencionó que dicha solicitud estaba fuera de lo común porque Epstein no tenía las calificaciones académicas que los solicitantes habitualmente poseían. El funcionario administrativo y su asistente imprimieron el perfil del New York Magazine” ya mencionado arriba. En este mismo artículo era entrevistado el empresario Donald Trump, quien describía así a Epstein: “Soy conocido de Jeff desde hace quince años. Es un tipo tremendo. Es muy divertido pasarla con él. Incluso se dice que le gustan las mujeres hermosas tanto como a mí y muchas de ellas están en el lado más joven. Sin duda Jeffrey disfruta de la vida social”. Infortunadamente pudieron más las conexiones harvardianas de Epstein, entre ellas, el profesor de psicología Stephen M. Kosslyn, quien le había firmado una entusiasta carta de recomendación. El NY Magazine, había entrevistado en 2002 a Kosslyn sobre Epstein y allí el profesor describió su relación con este: “Exactamente hace dos meses conversé con él sobre una nueva alternativa a la psicología evolucionista. Él se emocionó y me envió un cheque”.
Es de sobremanera revelador que cuando en 2006 Epstein fue acusado, Harvard se negase a devolver los $6,5 millones que él le había regalado al programa del profesor Nowak sobre dinámicas evolutivas, mientras que muchos políticos devolvieron las donaciones del financista. Tal es el caso de Eliot L. Spitzer, fiscal general de Nueva York, quien aspiraba al cargo de gobernador, Mark A. Green, un candidato demócrata a la fiscalía de Nueva York y del gobernador de Nuevo México, Bill Richardson.
La negativa de Harvard a devolver los millones de Epstein fue asumida por quien era en aquel momento presidente interino de la universidad, Derek C. Bok, quien, en un e-mail que publicó The Harvard Crimson, el 13 de septiembre de 2006, había escrito que no estaba familiarizado con los detalles específicos de la donación de Epstein, pero que él se mantenía en lo que había sostenido en su carta abierta de 1979 a la comunidad de Harvard, en la que había expuesto sus puntos de vista sobre la ética de aceptar regalos controvertidos. ¿Y qué decía aquella carta que Bok le envió a la comunidad universitaria cuando fue presidente en propiedad entre 1971 y 1991?: “que en casos extremos Harvard podría rechazar contribuciones de donantes que hubiesen hecho su dinero de manera inmoral, pero que, en general, yo me inclinaría a aceptar tales donaciones sobre la base que los beneficios tangibles de emplear ese dinero deberían superar las consideraciones más abstractas y simbólicas que podrían llevarnos a rechazar tales beneficios”. Más adelante reforzaba sus argumentos de esta manera: “Aún no estoy convencido de que Harvard deba tener la obligación de investigar a cada donante e imponer estándares morales detallados”. La ética era para Bok –la única persona en la historia contemporánea de Harvard en ser dos veces presidente de esa universidad– una antigualla abstracta e inútil. Y como veremos a lo largo de este ensayo, para muchas de las instituciones de renombre global, no tiene relevancia la procedencia del dinero, lo que importa es que este non olet, “no huela”. Y si algún olor se filtra hasta tan recatadas narices, ellos son expertos en perfumar excrementos.
Bien resumía esta vergonzosa página en la historia de Harvard, convertida en una lavandería de [des]prestigios, el periódico estudiantil The Harvard Crimson en mayo de 2020: […] “nuestra institución fue cómplice activa del patrón de abuso de Epstein, lo cual traiciona la influencia del poder, la reputación y la riqueza, incluso dentro de instituciones académicas que dicen estar comprometidas con la verdad y la educación de los jóvenes […] Harvard sirvió como poderosa plataforma para que un delincuente sexual pagara por un retoque a su reputación”.
Así es el inmenso poder de los megarricos que logran poner a su servicio, repartiendo millones de dólares de manera astuta, a aquellas instituciones que se presentan como las líderes del mundo, pero que, con un portafolio de donaciones sagazmente manejado, están dispuestas a proporcionar una pátina de respetabilidad y confianza a quien ni la tiene ni la merece.
* Se publica con autorización del Grupo Editorial Planeta. El lanzamiento de la obra es este jueves 16 de septiembre a las 8 de la noche a través de un facebook live de @planetadelibrosco. Juan Carlos Flórez charlará con la escritora Piedad Bonnett y el escritor y editor Juan David Correa.