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“Uno no tiene que estar montado sobre un avión arrojando bombas para sentir que su mundo está ardiendo”, asegura Renato Cisneros, periodista y escritor del libro “El mundo que vimos arder”. El autor considera las consecuencias de la migración “una de las grandes tragedias del individuo contemporáneo”, así como la búsqueda de la propia identidad y la “fragmentación de los vínculos”.
“El mundo que vimos arder” es una novela que conecta las vivencias de un periodista peruano que vive en la Madrid, España, del siglo XXI y se acaba de separar, con la historia de Matías Giurato, un joven también peruano que, en los años 30 del siglo pasado, huye de su país para conocer a su familia materna, de origen alemán.
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Para Cisneros, fue una decisión deliberada que todos los personajes tuvieran una experiencia migratoria. ”Quería que fuese un tema que atravesara toda la novela, que fuese una pregunta que se convirtiera en una obsesión de los lectores”, confiesa.
De hecho, el periodista -que no tiene nombre- encarna vivencias que Cisneros sintió al llegar a España a mediados de la década pasada, aunque subraya que, a través de conversaciones con taxistas también peruanos, con presencia en el libro, denotó las distintas formas de emigrar.
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“Hay una migración privilegiada, que es la que yo he tenido, pero que no es la mayoritaria. (...) La gran mayoría migra informalmente, (...) con la expectativa de que su decisión le reporte un mejor destino”, desgrana.
Pero matiza que no toda búsqueda de un cambio supone “encontrar tus sueños”: tanto Matías como el periodista viven momentos difíciles fuera del Perú, aunque desde perspectivas históricas diferentes. Si bien Matías vive una guerra de manera literal, el ‘alter ego’ de Cisneros “también ve su mundo arder”.
Aun así, los conflictos armados son una constante en la narración. “Participan activamente de la discusión entre los personajes, tanto la Guerra Civil (española), la Segunda Guerra Mundial, como la polarización política”, señala. Para Matías, el conflicto entre las potencias del Eje y los Aliados representó un punto de quiebre, como lo fue la conflictividad social en Perú para el periodista.
De hecho, Cisneros relata a través de él la persecución hacia la profesión y, en la voz del taxista que lo recoge del aeropuerto, explica la cacería que se aplicó a la izquierda a mediados del siglo XX. Para el propio autor las contiendas bélicas también tienen una importancia capital porque, cuando llegó a Madrid, descubrió que buena parte de la ciudadanía “ni siquiera sabe que vive en edificios que mantienen huellas” de la Guerra Civil.
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Cisneros destaca la importancia de la memoria histórica, tanto a nivel social como personal, para “superar los traumas” que los conflictos dejan en las personas. “En España, me llama mucho la atención que no haya conciencia de la memoria histórica”, revela, aunque reconoce que se está impulsando un cambio en este sentido.
Por el contrario, explica que, en el Perú, se hace el “esfuerzo por construir una memoria”, aunque es “difícil y complicado” porque “la memoria no puede ser neutral, es necesariamente incómoda”. Esta dificultad para mirar hacia atrás también la identifica en las cicatrices emocionales de las personas.
“Está mucho más arraigada la idea del futuro, porque el pasado tiene mala prensa. Por algo son más seductores los chamanes que los historiadores”, opina. Finalmente, el autor lamenta la terrible actualidad de la guerra, por lo que recomienda a sus lectores que reflexionen antes de ser agresivos en su día a día.
“La violencia también se perpetra en las redes sociales: puede ser tan nocivo un botón rojo apretado por un mandatario como un tuit insultante que fomente el ‘bullying’. (...) Uno de los desafíos del individuo moderno es callarse la boca”, dice.