El museo que celebra la historia de los asentamientos judíos en Gaza
El Museo de Gush Katif, fundado en 2008 en Jerusalén, presenta una visión que justifica la reocupación de Gaza por parte de Israel como una medida necesaria para garantizar su seguridad.
En una estrecha callejuela del centro de Jerusalén, a pocos metros del atestado mercado Mahane Yehuda, un pequeño museo de dos plantas celebra la historia de los asentamientos israelíes en la Franja de Gaza, mientras sus guías tratan de convencer al visitante de que la mejor forma de garantizar la seguridad de Israel es arrebatar todo el territorio posible a los palestinos.
El Museo de Gush Katif (nombre que recibía el bloque de 17 asentamientos judíos en la Franja) nació en 2008 con la idea de preservar la memoria de las comunidades israelíes en Gaza que fueron desalojadas y destruidas en 2005, tras la decisión de las autoridades israelíes de desocupar el pequeño enclave palestino.
En medio de una expansión sin precedentes de los asentamientos en Cisjordania ocupada, y cuando la guerra en la Franja de Gaza parece entrar en su recta final, algunos israelíes consideran que la única forma de evitar que se repita el 7 de octubre es reocupar Gaza.
“Esto es lo que al museo le gustaría pensar”, explicó Avner Franklin, uno de sus guías. Su compañero Oded va más allá: “Cuanto más les das (a los palestinos), más te golpean”.
Justificar la ocupación
Las paredes del pequeño edificio están atestadas de fotografías, la mayoría documentando el desalojo de las comunidades israelíes en Gaza y la destrucción que sufrieron sus sinagogas.
También hay dioramas que ilustran la historia bíblica del territorio, como la destrucción de las murallas de Gaza por Sansón, y algunas obras de arte celebrando los asentamientos y criticando al ex primer ministro israelí Ariel Sharon, que propuso el plan de retirada del enclave en 2003 y se implementó en 2005.
“Esta parte del país sigue en nuestros corazones, es parte de Israel. Esperamos que vuelva a ser nuestra algún día”, se lee en la descripción de una de las obras.
Entre las piezas, destaca una menorá (candelabro judío de siete brazos) que solía estar en la sinagoga del antiguo asentamiento de Netzarim, dentro de la Franja, y que fue trasladada brevemente a Gaza por soldados israelíes en diciembre, por la festividad judía de Jánuca, un episodio criticado por el propio Ejército israelí.
Cada grupo que acude a visitar el museo acaba en la sala de entrada sentado frente a Franklin, formando un corro de sillas de plástico y repasando su particular versión de la historia de Israel para justificar la ocupación del territorio palestino.
El guía suele sacar a colación los documentos fundacionales de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que en 1964 defendían la lucha armada contra Israel y negaban la legitimidad de un Estado israelí en suelo palestino. Estos artículos fueron eliminados en 1996, tras la firma de los Acuerdos de Oslo.
Pero Franklin lo tiene claro: “Hemos intentado una y otra vez hacer la paz con los palestinos, pero ellos no quieren”.
La vida en Gush Katif
Al entrar, lo primero que hace el visitante al museo de Gush Katif es ver dos vídeos sobre la vida en las comunidades judías desalojadas.
Uno, con subtítulos en inglés, se centra en la agricultura, en las innovaciones y los avances de la producción israelí en el pequeño enclave, que antes de su disolución producía un 10 % del género agrícola del país.
Sus exportaciones llegaban a los 25 millones de dólares (unos 23 millones de euros), y más de cuatro millones de litros de leche salían de sus granjas cada año.
El vídeo hace énfasis en la rapidez con la que los colonos convirtieron un territorio baldío, poco más que dunas frente al Mediterráneo, en una eficiente empresa agrícola, pero en ningún momento menciona a los miles de trabajadores palestinos que iban cada día a cultivar sus granjas e invernaderos.
El segundo vídeo, más emotivo, solo está en hebreo. Su protagonista es un niño de 10 años que colecciona trozos de cohetes que recoge en los alrededores de su casa de Gush Katif. Cuando Israel decide disolver los asentamientos, llora junto a su familia.
En la pequeña sala habilitada para las proyecciones, al menos uno de los espectadores israelíes llora al ver las imágenes. Franklin admite que no es una estampa poco habitual. “Te afecta psicológicamente toda tu vida, que te echen de tu casa”, explica.
Resulta difícil, al escuchar sus palabras, no pensar en las miles de familias palestinas que han perdido sus hogares, no solo en la Franja de Gaza, donde la gran mayoría de la población vive desplazada por la ofensiva israelí, sino en aldeas de Cisjordania borradas o asediadas por los nuevos asentamientos o en antiguas ciudades palestinas ocupadas tras la fundación del Estado israelí.
Franklin admite que no es una imagen agradable. “¿Pero qué otra opción tenemos?, pregunta.
En una estrecha callejuela del centro de Jerusalén, a pocos metros del atestado mercado Mahane Yehuda, un pequeño museo de dos plantas celebra la historia de los asentamientos israelíes en la Franja de Gaza, mientras sus guías tratan de convencer al visitante de que la mejor forma de garantizar la seguridad de Israel es arrebatar todo el territorio posible a los palestinos.
El Museo de Gush Katif (nombre que recibía el bloque de 17 asentamientos judíos en la Franja) nació en 2008 con la idea de preservar la memoria de las comunidades israelíes en Gaza que fueron desalojadas y destruidas en 2005, tras la decisión de las autoridades israelíes de desocupar el pequeño enclave palestino.
En medio de una expansión sin precedentes de los asentamientos en Cisjordania ocupada, y cuando la guerra en la Franja de Gaza parece entrar en su recta final, algunos israelíes consideran que la única forma de evitar que se repita el 7 de octubre es reocupar Gaza.
“Esto es lo que al museo le gustaría pensar”, explicó Avner Franklin, uno de sus guías. Su compañero Oded va más allá: “Cuanto más les das (a los palestinos), más te golpean”.
Justificar la ocupación
Las paredes del pequeño edificio están atestadas de fotografías, la mayoría documentando el desalojo de las comunidades israelíes en Gaza y la destrucción que sufrieron sus sinagogas.
También hay dioramas que ilustran la historia bíblica del territorio, como la destrucción de las murallas de Gaza por Sansón, y algunas obras de arte celebrando los asentamientos y criticando al ex primer ministro israelí Ariel Sharon, que propuso el plan de retirada del enclave en 2003 y se implementó en 2005.
“Esta parte del país sigue en nuestros corazones, es parte de Israel. Esperamos que vuelva a ser nuestra algún día”, se lee en la descripción de una de las obras.
Entre las piezas, destaca una menorá (candelabro judío de siete brazos) que solía estar en la sinagoga del antiguo asentamiento de Netzarim, dentro de la Franja, y que fue trasladada brevemente a Gaza por soldados israelíes en diciembre, por la festividad judía de Jánuca, un episodio criticado por el propio Ejército israelí.
Cada grupo que acude a visitar el museo acaba en la sala de entrada sentado frente a Franklin, formando un corro de sillas de plástico y repasando su particular versión de la historia de Israel para justificar la ocupación del territorio palestino.
El guía suele sacar a colación los documentos fundacionales de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que en 1964 defendían la lucha armada contra Israel y negaban la legitimidad de un Estado israelí en suelo palestino. Estos artículos fueron eliminados en 1996, tras la firma de los Acuerdos de Oslo.
Pero Franklin lo tiene claro: “Hemos intentado una y otra vez hacer la paz con los palestinos, pero ellos no quieren”.
La vida en Gush Katif
Al entrar, lo primero que hace el visitante al museo de Gush Katif es ver dos vídeos sobre la vida en las comunidades judías desalojadas.
Uno, con subtítulos en inglés, se centra en la agricultura, en las innovaciones y los avances de la producción israelí en el pequeño enclave, que antes de su disolución producía un 10 % del género agrícola del país.
Sus exportaciones llegaban a los 25 millones de dólares (unos 23 millones de euros), y más de cuatro millones de litros de leche salían de sus granjas cada año.
El vídeo hace énfasis en la rapidez con la que los colonos convirtieron un territorio baldío, poco más que dunas frente al Mediterráneo, en una eficiente empresa agrícola, pero en ningún momento menciona a los miles de trabajadores palestinos que iban cada día a cultivar sus granjas e invernaderos.
El segundo vídeo, más emotivo, solo está en hebreo. Su protagonista es un niño de 10 años que colecciona trozos de cohetes que recoge en los alrededores de su casa de Gush Katif. Cuando Israel decide disolver los asentamientos, llora junto a su familia.
En la pequeña sala habilitada para las proyecciones, al menos uno de los espectadores israelíes llora al ver las imágenes. Franklin admite que no es una estampa poco habitual. “Te afecta psicológicamente toda tu vida, que te echen de tu casa”, explica.
Resulta difícil, al escuchar sus palabras, no pensar en las miles de familias palestinas que han perdido sus hogares, no solo en la Franja de Gaza, donde la gran mayoría de la población vive desplazada por la ofensiva israelí, sino en aldeas de Cisjordania borradas o asediadas por los nuevos asentamientos o en antiguas ciudades palestinas ocupadas tras la fundación del Estado israelí.
Franklin admite que no es una imagen agradable. “¿Pero qué otra opción tenemos?, pregunta.