El neochavimo y la filosofía del lenguaje
El neochavismo y el prechavismo, que en principio pueden parecer embelecos para atrapar incautos, pertenecen, más bien, a una estrategia discursiva encaminada a movilizar ciertos contenidos ideológicos con fines electorales.
Damián Pachón Soto
Empiezan a moverse en las redes sociales los términos prechavismo y neochavismo. Quienes movilizan el término no lo hacen de manera ingenua. Saben del poder del lenguaje, ese instrumento peligroso como lo llamó Heidegger. Las palabras no son inocuas, tienen poder y en un mundo dominado por la posverdad, que no es más que la legitimación de la mentira serializada y producida con fines políticos, las palabras son dardos a la conciencia, al sentido común. Así que el neochavismo y el prechavismo, que en principio pueden parecer embelecos para atrapar incautos, pertenecen, más bien, a una estrategia discursiva encaminada a movilizar ciertos contenidos ideológicos con fines electorales.
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La operación es muy sencilla. Debemos a Saussure la distinción entre significante y significado. La primera, entendida como la imagen acústica, la palabra y su grafía, la forma; el segundo, como contenido mismo de la palabra. Por ejemplo, si escribo “libertad” ese es el significante, y si digo posibilidad de moverse sin obstáculos, de manifestar lo que pensamos, de elegir culto o religión, estoy hablando de libertad de movimiento, de pensamiento y religiosa, respectivamente. Estos tres ejemplos son el contenido, el significado del significante “libertad”. Entender esta distinción es sencillo si suponemos que la palabra libertad es un molde, una caja, que podemos rellenar con muchas cosas, con muchos contenidos.
Las palabras así entendidas se convierten en significantes vacíos. Esto es singularmente importante en la política, donde a diario se disputan términos como seguridad, bienestar, progreso, desarrollo. La política es también disputa por el lenguaje. En ella, las palabras son cajas vacías para ser rellenadas por la ideología o los programas políticos, son campos de batalla para ser colonizados. El lenguaje mismo es objeto de disputa política e ideológica.
Esta perspectiva de análisis fue resaltada por el filósofo argentino Ernesto Laclau, recientemente fallecido. Uno de los pensadores latinoamericanos más importantes de las últimas décadas que hizo una carrera brillante en Inglaterra, y que, como muy pocos latinoamericanos, entre ellos Enrique Dussel, Santiago Castro-Gómez, Elías Palti, forma parte de los debates actuales en el campo de la filosofía política contemporánea al lado de Zizeck, Judith Butler, Rancière o Badiou. Si solemos estar de acuerdo en que la especialización paulatina de la filosofía dio origen a muchas ciencias, entre ellas, la astronomía, la psicología, la sociología, también es cierto que esas disciplinas pueden aportar teorías, términos o conceptos, de los cuales pasa a ocuparse la filosofía. Fue lo que hizo Laclau con el concepto “significante vacío”: lo trajo de la lingüística a la filosofía del lenguaje y a la filosofía política.
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Laclau y Chantal Mouffe, esposos, se hicieron famosos en los años ochenta cuando publicaron su libro Hegemonía y estrategia socialista, donde de la mano de Antonio Gramsci y la filosofía del lenguaje, pensaron la manera como se producía la universalidad. Al fin y al cabo, la hegemonía consiste en eso: generalizar un punto de vista particular, lograr el consenso en torno a un contenido específico, de un sector, un grupo político, un partido, que es asumido por un amplio número de personas en la sociedad. Hegemonía es un consenso generalizado, si bien no cerrado del todo, ni totalmente clausurado. Pues bien, ellos pensaron la manera como el significante vacío se convierte en una herramienta fundamental en la política y la disputa ideológica.
Desde este punto de vista, términos como neochavismo o prechavismo son significantes vacíos que la derecha colombiana empieza a movilizar en el escenario social y que dotará cada vez más de un contenido específico. Son significantes que irán llenando de significados. Son dos cajas para rellenar con miras a la contienda electoral del 2022. ¿Qué pueden significar estas dos palabras? Inicialmente parecen remitir a una doctrina ideológica, que, según la derecha, mueva la izquierda colombiana para instaurar en este país, tan reacio al comunismo y los gobiernos progresistas, para convertirnos en la Venezuela de Maduro. El prechavismo parece un escalón hacia el chavismo, los gérmenes de una ideología similar a la que tuvo el vecino país. El neochavismo parece ser una estrategia más sofisticada. Aquí el prefijo neo indica que se trata de algo nuevo, en otra versión, donde se recodifica el chavismo como ideología de izquierda. Puede indicar que es una ideología que, partiendo de un sustrato previo, se actualiza, se pone a la altura de los tiempos, para que la izquierda se tome el poder.
Estos significantes vacíos se pueden llenar con muchas otras cosas: se puede decir, por ejemplo, que la ideología de género forma parte del neochavismo, que la demanda por la renta básica universal es parte de la ideología neochavista, que el llamado a quebrar la economía para salvar la salud en tiempos de pandemia es una estrategia de la izquierda neochavista para desestabilizar la democracia en Colombia. En fin, en esas dos cajas caben muchos disparates. Es más, se pueden incluir otros significantes vacíos dentro de esos dos significantes vacíos. El resultado, una estrategia encaminada a colonizar el sentido común de la gente, por medio de la propaganda, los medios, las redes sociales: el lenguaje usado como misil para capturar incautos. Aquí la consabida estrategia de la repetición, de la que hizo uso el nazismo, y que recomendaba el propio Gramsci, será pan de cada día.
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Ya es hora de que en Colombia dejen descansar a Hugo Chávez. Murió hace 7 años, y los politiqueros le siguen sacando jugo a su figura. Ganaron contra la paz, en el referendo convocado por Juan Manuel Santos con el embeleco del castrochavismo; ganaron las elecciones del 2018 con el miedo al chavismo; ahora, ya faltos de creatividad, quieren seguir con el mismo cuento, y ganar las elecciones del 2022. No hay neochavismo que funcione en Colombia: Chávez está muerto y Maduro llevó ese movimiento a su lamentable estado actual. Pero como todo es posible en este país del sagrado corazón, no ha de extrañar que los vocablos se conviertan en el nuevo caballito de batalla de la derecha y las masas irreflexivas (¿oxímoron?) los adopten para así evitar pensar. Clara muestra de su falta de ideas. Ya decía Rafael Gutiérrez Girardot contra los posmodernos que, la mayoría de las veces, el inflacionismo terminológico sólo enmascara la falta de contenido o la mediocridad. Amanecerá y veremos. Pero como el lenguaje es, ya se dijo, un campo de batalla, tal vez ya sea hora de construir en Colombia una nación y un país posuribista y poscorrupto.
Empiezan a moverse en las redes sociales los términos prechavismo y neochavismo. Quienes movilizan el término no lo hacen de manera ingenua. Saben del poder del lenguaje, ese instrumento peligroso como lo llamó Heidegger. Las palabras no son inocuas, tienen poder y en un mundo dominado por la posverdad, que no es más que la legitimación de la mentira serializada y producida con fines políticos, las palabras son dardos a la conciencia, al sentido común. Así que el neochavismo y el prechavismo, que en principio pueden parecer embelecos para atrapar incautos, pertenecen, más bien, a una estrategia discursiva encaminada a movilizar ciertos contenidos ideológicos con fines electorales.
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La operación es muy sencilla. Debemos a Saussure la distinción entre significante y significado. La primera, entendida como la imagen acústica, la palabra y su grafía, la forma; el segundo, como contenido mismo de la palabra. Por ejemplo, si escribo “libertad” ese es el significante, y si digo posibilidad de moverse sin obstáculos, de manifestar lo que pensamos, de elegir culto o religión, estoy hablando de libertad de movimiento, de pensamiento y religiosa, respectivamente. Estos tres ejemplos son el contenido, el significado del significante “libertad”. Entender esta distinción es sencillo si suponemos que la palabra libertad es un molde, una caja, que podemos rellenar con muchas cosas, con muchos contenidos.
Las palabras así entendidas se convierten en significantes vacíos. Esto es singularmente importante en la política, donde a diario se disputan términos como seguridad, bienestar, progreso, desarrollo. La política es también disputa por el lenguaje. En ella, las palabras son cajas vacías para ser rellenadas por la ideología o los programas políticos, son campos de batalla para ser colonizados. El lenguaje mismo es objeto de disputa política e ideológica.
Esta perspectiva de análisis fue resaltada por el filósofo argentino Ernesto Laclau, recientemente fallecido. Uno de los pensadores latinoamericanos más importantes de las últimas décadas que hizo una carrera brillante en Inglaterra, y que, como muy pocos latinoamericanos, entre ellos Enrique Dussel, Santiago Castro-Gómez, Elías Palti, forma parte de los debates actuales en el campo de la filosofía política contemporánea al lado de Zizeck, Judith Butler, Rancière o Badiou. Si solemos estar de acuerdo en que la especialización paulatina de la filosofía dio origen a muchas ciencias, entre ellas, la astronomía, la psicología, la sociología, también es cierto que esas disciplinas pueden aportar teorías, términos o conceptos, de los cuales pasa a ocuparse la filosofía. Fue lo que hizo Laclau con el concepto “significante vacío”: lo trajo de la lingüística a la filosofía del lenguaje y a la filosofía política.
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Laclau y Chantal Mouffe, esposos, se hicieron famosos en los años ochenta cuando publicaron su libro Hegemonía y estrategia socialista, donde de la mano de Antonio Gramsci y la filosofía del lenguaje, pensaron la manera como se producía la universalidad. Al fin y al cabo, la hegemonía consiste en eso: generalizar un punto de vista particular, lograr el consenso en torno a un contenido específico, de un sector, un grupo político, un partido, que es asumido por un amplio número de personas en la sociedad. Hegemonía es un consenso generalizado, si bien no cerrado del todo, ni totalmente clausurado. Pues bien, ellos pensaron la manera como el significante vacío se convierte en una herramienta fundamental en la política y la disputa ideológica.
Desde este punto de vista, términos como neochavismo o prechavismo son significantes vacíos que la derecha colombiana empieza a movilizar en el escenario social y que dotará cada vez más de un contenido específico. Son significantes que irán llenando de significados. Son dos cajas para rellenar con miras a la contienda electoral del 2022. ¿Qué pueden significar estas dos palabras? Inicialmente parecen remitir a una doctrina ideológica, que, según la derecha, mueva la izquierda colombiana para instaurar en este país, tan reacio al comunismo y los gobiernos progresistas, para convertirnos en la Venezuela de Maduro. El prechavismo parece un escalón hacia el chavismo, los gérmenes de una ideología similar a la que tuvo el vecino país. El neochavismo parece ser una estrategia más sofisticada. Aquí el prefijo neo indica que se trata de algo nuevo, en otra versión, donde se recodifica el chavismo como ideología de izquierda. Puede indicar que es una ideología que, partiendo de un sustrato previo, se actualiza, se pone a la altura de los tiempos, para que la izquierda se tome el poder.
Estos significantes vacíos se pueden llenar con muchas otras cosas: se puede decir, por ejemplo, que la ideología de género forma parte del neochavismo, que la demanda por la renta básica universal es parte de la ideología neochavista, que el llamado a quebrar la economía para salvar la salud en tiempos de pandemia es una estrategia de la izquierda neochavista para desestabilizar la democracia en Colombia. En fin, en esas dos cajas caben muchos disparates. Es más, se pueden incluir otros significantes vacíos dentro de esos dos significantes vacíos. El resultado, una estrategia encaminada a colonizar el sentido común de la gente, por medio de la propaganda, los medios, las redes sociales: el lenguaje usado como misil para capturar incautos. Aquí la consabida estrategia de la repetición, de la que hizo uso el nazismo, y que recomendaba el propio Gramsci, será pan de cada día.
Le sugerimos leer La Convocatoria Nacional “Poética del aislamiento” ya tiene ganadores
Ya es hora de que en Colombia dejen descansar a Hugo Chávez. Murió hace 7 años, y los politiqueros le siguen sacando jugo a su figura. Ganaron contra la paz, en el referendo convocado por Juan Manuel Santos con el embeleco del castrochavismo; ganaron las elecciones del 2018 con el miedo al chavismo; ahora, ya faltos de creatividad, quieren seguir con el mismo cuento, y ganar las elecciones del 2022. No hay neochavismo que funcione en Colombia: Chávez está muerto y Maduro llevó ese movimiento a su lamentable estado actual. Pero como todo es posible en este país del sagrado corazón, no ha de extrañar que los vocablos se conviertan en el nuevo caballito de batalla de la derecha y las masas irreflexivas (¿oxímoron?) los adopten para así evitar pensar. Clara muestra de su falta de ideas. Ya decía Rafael Gutiérrez Girardot contra los posmodernos que, la mayoría de las veces, el inflacionismo terminológico sólo enmascara la falta de contenido o la mediocridad. Amanecerá y veremos. Pero como el lenguaje es, ya se dijo, un campo de batalla, tal vez ya sea hora de construir en Colombia una nación y un país posuribista y poscorrupto.