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                                                                                                                                El ocaso de los ‘9’ (I)

                                                                                                                                Eran tipos que se metían entre los centrales rivales, recibían una pelota por partido, le pegaban con la punta o con los tobillos y se iban a una esquina con la boca llena de gol, sabiendo que ese gol iba a marcar la diferencia.

                                                                                                                                Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                Editor de Cultura
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                                                                                                                                Foto: Archivo particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                Foto: Archivo particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Más que jugar, y mucho más que la estética o que la solidaridad, buscaban el gol. Como decían los periodistas, tenían el arco rival dibujado entre ceja y ceja, y en más de una ocasión le negaron un pase a un compañero que podría haber decidido un partido, o un campeonato, por la obsesión de que ellos tenían que meterla. Si no hacían el gol, era como si no valiera nada. Eran duros, porque además, no les importaba la plasticidad. Eran fuertes para soportar los codazos de los defensas, y todavía más fuertes, para aguantar los silbidos de la gradería cuando estaban de mala racha y desperdiciaban opciones debajo del arco, sin arquero y con el balón corriendo manso a sus pies.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La mayoría se dejaba llevar por los resultados, o por lo que decían los periodistas, que uno sí y casi que el otro también, estaban comprados, para no hablar de su desconocimiento del fútbol y de los pormenores. Si el ‘9′ hacía dos goles, era la figura del partido. Si no, más allá de que hubiera quitado mil pelotas y de que hubiese generado por sí mismo cien oportunidades de gol, era un tronco. Es que lo trajeron para que hiciera goles, decían y repetían los fanáticos y los periodistas, como si su máxima fuera uno de los diez mandamientos y la hubieran escrito sobre piedra. Ninguno consideraba, por ejemplo, que los ‘9′ eran una parte de un equipo, y que si el equipo no funcionaba en su totalidad, ni él ni nadie iba a poder hacer goles, a menos de que fueran por suerte.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Sin embargo, los flashes iban hacia los ‘9′, y por eso, en parte, esos ‘9′ le pagaban una platica en ocasiones a sus compañeros por cada pase gol que les daban. Alguno tenía que llevarse la atención, y lo más sencillo era que fueran ellos, pues ellos eran los que remataban las jugadas, los que la concluían, y a partir de su último toque, o de su remate postrero para que el balón se metiera en el arco contrario, empezaban a dispararse las emociones, los gritos, la locura. Cada vez que la pelota acababa en el fondo de la red, como decían los locutores, se iniciaba una historia memorable, tanto dentro de los estadios como en las casas de la gente y en las calles de los pueblos y las ciudades, e inmersos en ese frenesí, eran pocos, muy pocos los que recordaban las jugadas que habían originado los goles.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Muchos de los otros cayeron y siguieron cayendo, cuesta abajo en su rodada, como rezaba un tango. No pudieron soportar que los diarios dejaran de hablar de ellos, y menos, que en sus portadas aparecieran otros, incluso, algunos que habían comenzado a jugar a su lado y a quienes por cosas del día a día ni siquiera habían volteado a mirar. Cegados por su condición de estrellas, se quedaron en el tiempo, repitiendo una y mil veces los movimientos que los habían hecho figuras, clavados en 20 metros cuadrados, sin percatarse de que el fútbol, como todo en la vida, iba evolucionando, y si los ‘9′ eran inamovibles en los años 20 o 30, en los 50 o 60, en los setenta, con la irrupción de la Holanda de Johan Cruyff, habían empezado a dejar de serlo.

                                                                                                                                Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

                                                                                                                                Temas recomendados:

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