El ocaso de los ‘9’ (II)
Los jugadores de la Holanda del 74 y del Ajax, que cambiaron el rumbo y la forma de jugar al fútbol, estaban convencidos de una idea, y aquella idea, en esencia, era que el fútbol debía ser movimiento constante, y en el movimiento no había cabida para las posiciones fijas.
Fernando Araújo Vélez
Los llamaban arietes, punta de lanza, comienzo y final de la estructura del fútbol, y los creyeron indispensables. Ellos mismos se fueron transformando en vedettes, y se convencieron de que eran inamovibles. Así jugaban, como vedettes inamovibles, y así se fueron acostumbrando a ser y a estar en la cancha. Eran tipos a la espera, merodeando por el área rival, en busca de que alguien les llevara la pelota para meterla y sentenciar los partidos, o de que un contrincante se equivocara y dejara un rebote a su disposición. La ecuación era casi la misma. El fútbol, con todas y cada una de sus características, debía servirles a ellos, en lugar de ellos servirle al fútbol.
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Los llamaban arietes, punta de lanza, comienzo y final de la estructura del fútbol, y los creyeron indispensables. Ellos mismos se fueron transformando en vedettes, y se convencieron de que eran inamovibles. Así jugaban, como vedettes inamovibles, y así se fueron acostumbrando a ser y a estar en la cancha. Eran tipos a la espera, merodeando por el área rival, en busca de que alguien les llevara la pelota para meterla y sentenciar los partidos, o de que un contrincante se equivocara y dejara un rebote a su disposición. La ecuación era casi la misma. El fútbol, con todas y cada una de sus características, debía servirles a ellos, en lugar de ellos servirle al fútbol.
Por muchos años, decenas de años, fueron amados, y más que amados, idolatrados. Alrededor de ellos se fue creando la idea de que lo único que importaba en el fútbol era el gol, y ellos eran el gol. Como decía hace algunos años Jorge Bermúdez, ‘Por eso el centro delantero tiene una forma de ser muy especial. En sus gestos, con sus ademanes, sus cuidados, su manera de peinarse y de caminar’. A comienzos de los 70, con la Holanda de Cruyff, la vieja idea del ‘9′ enclavado en el medio del área y aquella de que el fútbol era gol y solo gol, empezaron a cambiar. Rinus Michels, el creador de aquel equipo que cambió al fútbol para siempre, solía decir que el mejor resultado era una idea.
Para los amantes de las etiquetas, aquella idea pasó a llamarse ‘fútbol total’. Michel la había empezado a confeccionar en el Ajax, muy a comienzos de los 70, poco después de haberse retirado del ejército. Con el tiempo, decenas de cronistas escribieron que iba a los entrenamientos con una pistola en el cinto, pero era simplemente por costumbre, pues Michels no era un hombre de pistolas ni de látigos. Sus códigos tenían que ver mucho más con las convicciones, los para qués, los procesos y el libre albedrío, hasta el punto de que los diarios y los noticieros de radio y televisión que cubrieron la Copa del Mundo del 74 se dieron un festín con el comportamiento de los holandeses.
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Michel confiaba en sus jugadores y en que hubieran asimilado su idea. Los dejaba deambular por las calles de Munich y Gelsenkirchen, donde jugaba su equipo, tomarse una o dos cervezas, fumar, y compartir sus habitaciones de hotel con quienes decidieran. Su lema era la libertad. Para él, las ideas solo podrían llevarse a la práctica con eficiencia si sus jugadores estaban convencidos de ellas. De nada, o de muy poco, le servían las órdenes y los manuales y aquel repetido slogan de “la letra con sangre entra”. En el fútbol y en la vida, dentro y fuera de las concentraciones del Ajax y de la selección holandesa, su capitán y líder fue Johan Cruyff.
En un principio, cuando se probó en las inferiores del Ajax y fue rechazado por esmirriado y por débil, y luego, cuando por fin lo aceptaron y empezó a jugar en el campo que él mismo arreglaba en sus ratos libres, Cruyff jugaba de ‘9′, al mejor estilo del fútbol de los 60, aunque no era ni grandote y “acaba ropa”, como decían los periodistas y algunos hinchas, ni le pegaba al balón con los tobillos. Era claro, desde que empezó su recorrido por el fútbol profesional, que para él la pelota era sagrada, tanto como los espacios. Era, fue imposible determinar si por su manera de jugar Cruyff motivó a Rinus Michels, o si fue al contrario. Lo cierto era que cada día más, uno y otro se alimentaban y necesitaban.
Cuando el Ajax obtuvo las copas de Europa de los años 71, 72 y 73, las revistas de fútbol hablaban de un milagro, y por supuesto, de un nuevo fútbol. Los analistas desmenuzaban el estilo de juego de los holandeses, y hacían énfasis en aquel flacuchento narizón que se movía por todo el campo de juego. Era poco menos que imposible marcarlo, y cuando tenía el balón, sus compañeros le ofrecían un infinito abanico de posibilidades, bien porque también corrían y se llevaban las marcas y abrían espacio, bien porque se le acercaban para que no perdiera la pelota y pudiera crear juego. Sin el balón, el Ajax también jugaba a otra cosa.
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Y esa otra cosa, esencialmente, era presionar y generar espacios. Ni al Ajax ni a Holanda le servía un ‘9′ metido en el área rival, aquella especie de postes inamovibles como los que estaban de moda en el resto de los equipos del mundo, comenzando por Alemania, que en aquel Mundial en el que Holanda deslumbró, le ganó la final y obtuvo el trofeo. Gerard Müller era el atacante centro del cuadro de Helmuth Schöen, y fue el goleador de Alemania durante muchos años, con récords que aún perduran en la selección y en la liga, aunque por aquellos tiempos la gran figura era Franz Beckembauer, un fino defensa central que salía jugando casi siempre con el balón pegado a los pies y la cabeza levantada.
Sin ‘9′, sin la finura de Beckembauer, sin la potencia histórica de los alemanes, Holanda marcó un mayúsculo antes y después en 1974, y eso fue mucho más valioso y trascendente que ganar la copa del mundo. Desde Michels y Cruyff, el fútbol comenzó a ser otro, hasta el punto de que 20 o más años después de aquella demostración, los mismos alemanes decidieron refundar su fútbol y seguir el ejemplo de la Holanda del 74, para no hablar de Inglaterra, Italia, España, Brasil, Uruguay y Argentina, e incluso de la Colombia de los 90 que dirigió Francisco Matarana, y de equipos de los que se hablará por años y años, como el Barcelona de Guardiola o el Liverpool y el Borussia Dormund de Jürgen Klopp.
“Cuando se construyen muros defensivos, hay que tener un poco de imaginación. Lo difícil no es cómo hacer que los defensores y los mediocampistas participen en el ataque, sino encontrar alguien que siempre esté cubriéndolos. Luego, se da el contagio. Cuando se ve esa clase de movilidad, el que no se mueve dice: ‘Yo también puedo participar, es fácil’. Y entonces has alcanzado el tope, el punto máximo de desarrollo”, explicaba Rinus Michels en los 90, Su idea, aquella idea que era el mejor resultado, como lo había dicho en infinidad de ocasiones, era sencilla de explicar, pero compleja de llevar a una cancha. Requería de ‘contagio’, como lo había aclarado, pero también de estado físico, y más allá del físico, de resultados. Era un asunto de compromiso.
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Y ese compromiso trascendía los contratos, los títulos, e incluso la historia. Holanda 74 jugaba sin ‘9′. Fue el primer gran equipo que se arriesgó a cambiar la vieja tradición. Pero también jugaba con un arquero adelantado, Jongbloed, presto siempre a cubrir a sus compañeros, y quien en las tardes trabajaba en una tabaquería, pues el salario del fútbol no le alcanzaba para mucho. Igual, era uno más del equipo, tan importante como Cruyff, Johnny Rep o Bobby Rensenbrink, y estaba convencido de que la gloria era mucho más determinante que los florines. Si tenía que ayudar a cortar el césped de una cancha, lo hacía, hombro a hombro con sus compañeros. Y si tenía que tapar un mano a mano en un partido definitivo, también lo hacía.
Él, como todos los jugadores de la Holanda del 74 y del Ajax, estaba convencido de una idea, y aquella idea, en esencia, era que el fútbol debía ser movimiento constante, y en el movimiento no había cabida para las posiciones fijas.