El orgullo de existir y escribir
Las letras han servido a muchos autores LGBTIQ+ para narrar sus realidades, denunciar y reclamar e invitar a los lectores a adentrarse en esos mundos que se tejen desde el reconocimiento de su identidad y orientación sexual. Aquí el relato de algunos autores.
Samuel Sosa Velandia
La palabra escrita permite repasar el mundo interior y exterior, pero ese ejercicio consciente de la escritura no solo nos brinda una posibilidad palpable de lo que sentimos y pensamos, sino que también resulta en una contemplación del valor del lenguaje como una herramienta para reconocer lo que somos y lo que nos pertenece.
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La palabra escrita permite repasar el mundo interior y exterior, pero ese ejercicio consciente de la escritura no solo nos brinda una posibilidad palpable de lo que sentimos y pensamos, sino que también resulta en una contemplación del valor del lenguaje como una herramienta para reconocer lo que somos y lo que nos pertenece.
El iconoclasta Pedro Lemebel decía que él no era “un marica disfrazado de poeta”. Que no necesitaba ese disfraz porque le bastaba con ser él y hablar desde su diferencia, la que defendió siempre con la palabra, que luego resultaría siendo su lugar de enunciación ante un mundo que le negaba su reconocimiento. Así como a Giussepe Caputo, un hombre homosexual, barranquillero de 42 años, a quien las letras también le han servido para examinarse y reconocerse.
Los libros le despertaron un deseo de crear que se materializó en la escritura, y aunque comenzó copiando al pie de la letra lo que leía, luego se interesó por narrar sus propias historias e ideas. En ese ejercicio se permitió preguntarse por el cuerpo, la identidad, lo masculino y lo femenino.
“Yo siempre he querido abordar la experiencia política y social de ser marica, en la que confluyen aspectos negativos como la injuria o la vergüenza. Para mí ha sido importante escribir los horizontes de futuro que yo presencié y viví en medio de un contexto de interiorización patriarcal y machista en el que crecí siendo un hombre amanerado, lo cual representa la desintegración de un cuerpo masculino, que pasa por su feminización. Y en ese sentido, me he recordado que absolutamente todos los hombres son penetrables”, señaló Caputo, autor de Un mundo huérfano, una novela que habla sobre el afecto y la relación de un padre y un hijo que se adentra en un laberinto de descubrimiento y apropiación de su homosexualidad.
Caputo dijo que hay cosas de él en esa historia. Los personajes están inspirados en la relación tardía que tuvo con su papá, quién atravesó una “transformación política total. Con él pude entender que la gente sí puede cambiar y por eso la novela es una celebración. Ahora, en la historia el hijo representa literalmente lo que es ser una mariposa, que es como se referían a él. Su padre lo ayuda a vestirse como una y vemos cómo su relación es profundamente afectiva y de aceptación, en la que además se construye una comunidad que trasciende de la casa original”.
La obra reconoce la diversidad y la identidad sexual, que tiene que ver con el lenguaje empleado en su intimidad y su sentir, sin estigmas ni victimizaciones. Caputo se ha interesado por ampliar su visión política sobre asuntos del género y las orientaciones sexuales, de las que no solo ha decidido reflexionar desde la militancia, sino también desde lo académico; por eso decidió formarse en estudios queer y de género. “Quise siempre aprender para conversar, para refutar lo equivocado y para profundizar e interiorizar en mis experiencias”, aseguró.
Dijo abiertamente que milita y le interesa el activismo, pero expresó que no con ello está interesado en que la literatura se convierta en algo panfletario. “No quiero que los libros sean ejemplificaciones exactas de ideas o que sirvan perfectamente para un activismo”. La autora barranquillera Claudia Lama coincidió con el escritor al asegurar que ella no se reconoce como una autora activista, pero que sí es consciente de que hacer que sus narraciones sean protagonizadas por mujeres lesbianas, como ella, es dotar sus letras de un valor de representación.
“Que yo pueda poner personajes en mis historias que son de sexualidad o de identidad diversa es una forma de decirle a la gente que existimos, así no quieran darse cuenta. Pero también si mi personaje es una mujer lesbiana, la historia no tiene que girar alrededor de eso, porque de su vida se pueden desprender un montón de conflictos de la vida diaria, porque somos humanos”, manifestó Lama, quien comenzó a escribir en su adolescencia.
Hacerse escritora se presentó como una idea para aliviar la ansiedad y el miedo, pero luego se convertiría en su manera de escapar de ellos. “Yo viví mucho tiempo sin que nadie supiera que era lesbiana, pero sentía una rabia que derivaba de la necesidad de decir lo que me daba miedo poner en palabras. Que me sintiera diferente me hizo ver todo con otros ojos, que creo que es lo que necesita un escritor para salir”. Así lo hizo y fue una de las primeras autoras del Caribe en hablar de su orientación sexual. La literatura fue su manera de “salir del clóset”.
En Bailarás sin tacones, su libro de cuentos, habló abiertamente de ello. Las mujeres son protagonistas y se muestran vulnerables, pero también se exalta su coraje, algo que para Lama ha sido poco reconocido en el mundo del libro y que merece representación. “No me he sentido representada. Nos narran de una forma estereotipada; se les olvida que somos un universo de gente. Por eso en mi novela exploro esa intimidad y esa verdad”.
Hoy, cuando se desarrollan las marchas del orgullo LGBTIQ+ en Colombia, Caputo y Lama coincidieron en que estos espacios son una contraposición al miedo y la vergüenza, y que estos gestos los motivan a encontrarse y habitar el mundo en colectivo. “Hay que entender que las heridas son comunes, que no debemos individualizarlas, sino que son luchas similares, que debemos politizar y desactivar la mercantilización de nuestro orgullo”, reflexionó Caputo.
La primera marcha del Orgullo en Colombia se realizó en 1982, dos años después de la derogación de la norma del código penal que consideraba a la homosexualidad como un delito. Desde entonces, se escuchan arengas y se leen carteles que, entre los reclamos y la consignas, reivindican su derecho a ser.