Jesucristo, según los evangelios
Presentamos la quinta entrega de nuestro especial sobre el origen de los dioses, que sale publicado todos los lunes. Hoy, el significado del nombre Jesucristo, la escritura de los evangelios y algunas de sus inconsistencias.
Fernando Araújo Vélez
Pocos años antes de que apareciera Jesús, los judíos se habían ido convenciendo de que llegaría un mesías. Vivían tiempos desesperados, y las tomas de los babilonios de Jerusalén, 600 años atrás, y el poder del Imperio romano, que los había subyugado política y religiosamente desde el año 64 a. C., los habían llevado a considerar que solo un mesías podría salvarlos. De una u otra manera, la idea del mesías (que en griego era Christos) se remontaba a cientos de años antes, igual que la creencia en la resurrección. Zaratustra, el dios profeta iranio, ya había hablado de vida eterna cuando sentenció que la humanidad tendría que cruzar un puente al final de todo y que pasarían a la vida eterna solo los justos, que cantarían, y los injustos se quedarían en el inframundo. Luego anunció que, pasado un tiempo, los muertos que en vida hubieran sido dignos del bien resucitarían.
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Pocos años antes de que apareciera Jesús, los judíos se habían ido convenciendo de que llegaría un mesías. Vivían tiempos desesperados, y las tomas de los babilonios de Jerusalén, 600 años atrás, y el poder del Imperio romano, que los había subyugado política y religiosamente desde el año 64 a. C., los habían llevado a considerar que solo un mesías podría salvarlos. De una u otra manera, la idea del mesías (que en griego era Christos) se remontaba a cientos de años antes, igual que la creencia en la resurrección. Zaratustra, el dios profeta iranio, ya había hablado de vida eterna cuando sentenció que la humanidad tendría que cruzar un puente al final de todo y que pasarían a la vida eterna solo los justos, que cantarían, y los injustos se quedarían en el inframundo. Luego anunció que, pasado un tiempo, los muertos que en vida hubieran sido dignos del bien resucitarían.
Sin embargo, para algunos investigadores el concepto del mesías estuvo muy fuertemente adherido a las creencias y convicciones del judaísmo casi desde siempre. Estaba asociado a una renovada era de paz, bondad, justicia, dignidad, solidaridad y bien, que llegaría luego de diversos cataclismos, o de uno solo pero de dimensiones prácticamente infinitas. El mesías era el ungido. Los profetas Zacarías y Sofonías habían hablado de él, y en muchas ocasiones el pueblo creyó que era Moisés o uno de los tantos profetas que determinaron su destino. En últimas, un descendiente de David. Los escribas lo habían anunciado en las sagradas escrituras más de treinta veces, y la gente del común y aquellos que no eran tan del común, como los aristócratas, sacerdotes, guerreros y gobernantes, se habían preparado para su llegada, tanto en cuerpo como en espíritu.
Según palabras de Peter Watson en Ideas, historia intelectual de la humanidad, “Este mesías no era en principio una figura sobrenatural; en los Salmos de Salomón (uno de los libros apócrifos), por ejemplo, es un hombre como los demás hombres, y no existen dudas sobre su humanidad”. Sus dimensiones sobrenaturales comenzaron a surgir y crecer en la medida en que Israel se sentía desprotegido, avasallado. En los tiempos en los que nació y vivió Jesús, los romanos mandaban tanto en Israel como en el resto de Occidente o, por lo menos, en la mayoría de tierras circundantes a las de los hebreos, que poco a poco se habían ido convenciendo de que no eran tan poderosos y, también, de que no eran tan inmunes a los ataques de sus vecinos como en otras épocas. Necesitaban a alguien que los protegiera, los guiara y cumpliera con las profecías escritas en el Antiguo Testamento.
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Para ellos era urgente resucitar, para resucitar requerían a un mesías, y para tener a un mesías era imprescindible contar una historia alrededor de alguien. Por diversas razones, entre ellas que era descendiente de David, ese alguien fue Jesús, que fue el mesías y el salvador, y acabó por ser conocido y escrito, venerado o no, como Jesús Cristo, que en términos absolutamente etimológicos, quería decir “salvación” (Jeshouah) y “rey redentor” (Christos). Como lo comentaron, reseñaron y debatieron decenas de miles de investigadores y teólogos a lo largo de los últimos dos mil años, Jesucristo era un estado, un título, dos definiciones unidas, e incluso un deseo, jamás un nombre, y también, como lo dejaron claro numerosos rastreadores de documentos, de textos apócrifos y de otros aceptados por la Iglesia, gran parte de su vida y muchos detalles de su infancia y adolescencia fueron omitidos una y otra vez.
Ni siquiera Pablo en sus cartas fundamentales, escritas después de algunos de los evangelios, como dijo Watson, relataron algunos de los episodios más “sorprendentes y llamativos de la vida de Jesús”. En ninguna de ellas habló de que fuera “hijo del hombre” ni de que hubiese nacido de una virgen, por ejemplo, y tampoco dejó en claro que su crucifixión hubiese sido en Jerusalén. Los evangelios incluidos en el canon de la Iglesia, los canónicos, y los textos evangélicos que hacían referencia a la vida de Jesús, fueron escritos bastante tiempo después de su muerte. Unos, los de Mateo, Marcos, Juan y Lucas, debieron haber sido redactados 100 años después de Cristo. Otros, como el evangelio de Tomás, el de los Hebreos, el de Pedro y el de La Verdad, datan de distintas épocas. Unos, por lo menos de 40 años después de su muerte, y el más distante del tiempo de Cristo, el de Tomás, de aproximadamente 200 años más tarde.
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En palabras de Peter Watson, “el prefacio al tercer evangelio (Lucas) se refiere a ‘muchos’ que han intentado previamente escribir un relato sobre la vida de Jesús. Sin embargo, aparte de los evangelios de Marcos y Mateo ninguno de esos textos ha sobrevivido. Lo mismo puede decirse de algunas de las cartas de Pablo. Pablo escribió la primera de sus cartas (La epístola a los Gálatas c. 48-50 d. C.) muy poco después de la muerte de Jesús, por tanto, si Pablo no menciona los episodios más destacados de su vida, es legítimo preguntarse si estos ocurrieron realmente”. Los cuatro evangelios admitidos por la Iglesia se escribieron en griego. Unos, en un griego atildado, culto, y el de Marcos, en un lenguaje y estilo del vulgo. Según Watson, y antes de él, de acuerdo con varios historiadores, los textos de Marcos debieron ser obra de un campesino muy crédulo y, por lo mismo, poco fiable, que no debió hacer parte de los discípulos de Jesús.
De esos cuatro evangelistas, el único que se refirió a quien los escribió fue el de Juan, cuando puso “el discípulo a quien Jesús amaba”. Por esas y varias razones más, los primeros cristianos tenían ideas muy contradictorias sobre la vida de Jesús, y más aún, sobre lo que se había escrito al respecto. Algunos ni siquiera sabían que existían algunos textos sobre Jesús. Simplemente seguían a sus superiores o a sus preceptores, y por ellos se habían convencido de que Jesús era Dios, de que había vivido años atrás, de que había sido crucificado y de que había resucitado, no siempre “según las escrituras”. Más de 170 años después de aquellos sucesos, un discípulo del escritor Justino, llamado Taciano, fue, al parecer, el primero que unió los relatos de Juan, Marcos, Mateo y Lucas, o el primero que los “armonizó”, para citar a Watson una vez más. Doscientos y tantos años después, otro cristiano, Jerónimo, estudió las traducciones que se habían hecho de los evangelios al latín.
Los cotejó con los originales, en griego, y con algunas versiones que se habían hecho al egipcio y al sirio. Los depuró, los corrigió e hizo la primera Biblia, que se conoció como la Biblia de Jerónimo y fue la base de la Vulgata, “la edición latina estándar que reemplazó las traducciones parciales anteriores, la llamada Itala. Con todo, el canon del Nuevo Testamento no quedó establecido hasta el siglo IV, cuando los obispos cristianos aprobaron la selección que hoy conocemos”. Pese a la unión de los evangelios, a Jerónimo y a la Vulgata y a cientos y miles de textos que se escribieron desde entonces, los relatos de los evangelistas estaban repletos de inconsistencias y así permanecieron por los siglos de los siglos. En unos, por ejemplo, jamás se hablaba de que Jesús fuera “hijo de Dios” ni de que tuviera una misión, pero Juan, en lugar de haber relatado minuciosamente su vida, la interpretó y afirmó en varias ocasiones que era “hijo de Dios”. En otros, nacía luego de la muerte de Herodes.
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En alguno, su “divinidad” la anunciaron unos pastores, y en otros, una estrella de Oriente, y con respecto a la “concepción virginal” de María, solo Mateo y Lucas tocaron el tema casi como de pasada. En palabras del investigador bíblico Geza Vermes, fue “como un prefacio a la historia principal, y en ninguno de estos dos evangelios, ni en el resto del Nuevo Testamento, se vuelve a aludir a ello, por lo que podemos asumir con cierta seguridad que es una adición posterior”. En los años de Jesús, e incluso antes, la palabra “virgen” tenía distintos significados, hasta el punto de que para algunos solo significaba “la primera vez”. Decían que tal o cual hombre era virgen, por citar un caso, para significar que se había casado por primera vez, y hablaban de vírgenes, también, para señalar a las mujeres estériles. Con el tiempo, las versiones, las conversaciones, los valores y propósitos y el poder, entre decenas de factores, la historia de Jesús se fue transformando desde los evangelios y algunos otros textos.
Las dudas, las faltas de certezas, las inconsistencias, permanecieron, mucho más allá de los trabajos de la Iglesia y de algunos estudiosos creyentes para borrarlas. Sobre la muerte de Jesús, el juicio que lo condenó y su crucifixión y en torno a las razones de esa decisión quedaron múltiples vacíos. Peter Watson escribió : “Todos los evangelios canónicos sostienen que Jesús fue interrogado primero por los líderes religiosos judíos antes de ser entregado a Pilatos, el gobernador de Judea. La primera vista tiene lugar en casa del sumo sacerdote, Caifás, en la noche. Frente a todos los escribas y ancianos, Caifás pregunta a Jesús si es verdad que afirma ser el mesías, y ‘Jesús responde con palabras que el sumo sacerdote considera blasfemas’. ¿Cuál puede haber sido su respuesta?”. Para los judíos, de acuerdo con sus leyes y en aquellos tiempos, aunque la blasfemia era un crimen capital, el hecho de que alguien afirmara que era el mesías no era delito. Algunos años más tarde, como escribió Watson, Simón bar Cochba “aseguró ser el mesías y fue aceptado como tal por algunos judíos eminentes”.
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Jesús fue crucificado, pese a que el crimen del que se le acusaba no era religioso. Para los delitos de fe, o los delitos contra Dios, los judíos solían lapidar a los condenados. Su crimen, según las constancias, tampoco era político, pues no era violento como los zelotes, ni parecía ser una amenaza para el Imperio romano, de ahí que Pilatos dijera: “Ningún delito encuentro en este hombre”. Sin embargo, según algunos textos, los judíos acusaron a Jesús de fomentar una revolución: “Hemos encontrado a este alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributo al César y diciendo que él es Cristo Rey”. Pilatos lo liberó, se “lavó las manos”. Lo devolvió a los judíos, pero en los evangelios no quedó establecido que hubiese habido un juicio y, menos, una sentencia formal. De cualquier manera, Jesús fue crucificado, y ese día “el sol se oscureció y la tierra tembló”.