Una lectura sobre el libro “El paréntesis de Gutenberg”
Fernanda Porras escribió este texto que, desde una perspectiva personal, resalta algunos de sus hallazgos sobre la escritura del autor del libro, Jeff Jarvis, y el inventor alemán Johannes Gutenberg.
Fernanda Porras
“La imprenta trata sobre el poder, sobre quién puede hablar y quién puede escuchar”. El paréntesis de Gutenberg -Jeff Jarvis-
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“La imprenta trata sobre el poder, sobre quién puede hablar y quién puede escuchar”. El paréntesis de Gutenberg -Jeff Jarvis-
Soy una lectora empedernida; desde que tengo memoria he tenido un libro entre las manos. Tal vez así escapo, así vivo, así existo. Los libros han sido compañeros, terapeutas, guías y amores; son parte de lo que soy, pero siempre los di por sentado. Nunca me pregunté cómo era que podía siempre permitirme tener la nariz metida entre libros, qué tanto había tenido que pasar en el mundo para que en los noventa una niña como yo -de las raras- pudiese siempre estar acompañada de una pieza literaria. Es por eso por lo que cuando El paréntesis de Gutenberg cayó en mis manos la mente se ensanchó y cambió en mí la forma de ver y apreciar los libros, como pienso que pasará con todos aquellos que se atrevan a sumergirse en esta lectura. Me sedujo el papel color amarillo -ese que no cansa los ojos-, las ilustraciones y grabados, pero sobre todo el olor, ese olor delicioso a libro nuevo. Una edición preciosa de la traducción de la obra de Jarvis, que vio la luz del sol apenas hace un año gracias a Rey Naranjo Editores para los que decimos se habla español.
Estoy acostumbrada a que el título de una obra se resuelva en algún punto de la lectura, pero Jeff Jarvis no cae en ese juego. Desde la primera página nos dice el porqué del título de su libro, lo cual es mucho más sugerente que mantener a sus lectores intrigados; de hecho, surge con ello un: bueno, ¿y ahora qué? Y es esa la magia de esta pieza; aunque ya sabemos a qué se refiere Jarvis con El paréntesis de Gutenberg con apenas haber leído una página, no se puede soltar la lectura. Y ¡qué gran acierto es no soltarla! Es un viaje a través de la historia del mundo en el que aparecen personajes ilustres -y otros no tanto- como Martín Lutero, Miguel de Cervantes, Erasmo de Rotterdam, William Shakespeare, Michel de Montaigne, Benjamin Franklin, Adolf Hitler, Elizabeth Einstein, Tomás Moro, Karl Marx, Hannah Arendt, Mark Twain, entre muchos otros.
Jarvis deja la piel en esta investigación en la que hace conjeturas, cuenta historias, aclara dudas y derrumba teorías a propósito de lo que la imprenta significó para el mundo. Yo fui criada en una doctrina sectaria protestante muy radical; allí me enseñaron que las intenciones de Gutenberg eran nobles y puras, ya que su primera impresión fue la Biblia, el libro sagrado, y luego su apoyo a Lutero con sus 95 tesis. Según aquellos por quienes fui pastoreada, Gutenberg era de “los nuestros”, un hombre de un corazón recto e interesado en la proliferación de la fe. ¡Falso! Jarvis nos cuenta cómo Gutenberg solo estaba interesado en hacer dinero con su invento -lo más natural del mundo-, tanto así que dentro de sus trabajos estuvo sí, la Biblia, pero también el Talmud, y las indulgencias.
Gutenberg era un hombre simple, brillante, pero simple como cualquier otro: el dinero era su motivación. ¿No es esta una intención suficiente? ¡Por supuesto que no! -dirán algunos-. Es que la invención de Gutenberg fue majestuosa y cambió el rumbo de la humanidad para siempre, y eso no puede hacerlo más que la religión, que ante la sociedad está llena de bondad y es la única que posee las cualidades de altruismo que se necesitan para llegar al cielo. En mi opinión, Gutenberg es un hombre mucho más inteligente que cualquier otro: usó su invento para su propio beneficio, sin permitir que le vincularan con una segunda intención; él quería hacer dinero, vivir de su invento, sin importarle quién o quiénes eran sus clientes. Nunca se imaginó que con ello iba a cambiar el mundo como era conocido; que su cara iba a estar en los libros de historia; que su invento iba a traer consigo movimientos sociales, económicos y políticos; que siglos después los ilustrados iban a discutir por las nimiedades de su ejercicio económico; que los lectores íbamos a tener entre nuestras manos la dicha de ser libres.
Pocas veces nos detenemos a pensar en por qué el mundo de hoy es como es; nos limitamos a existir en el hoy -golpe bajo para la ansiedad-, pero ya saben lo que dicen: quien no conoce su historia está condenado a repetirla. ¿Será cierto? Creo que nos volvemos más ignorantes y tercos a medida que nos olvidamos de dónde venimos, cuáles son nuestros orígenes, y qué sufrimientos tuvieron que vivir nuestros antepasados. La vida carece de sentido cuando no hay nada por lo que luchar. Lo dijo H.G. Wells en La máquina del tiempo, donde sugiere que la humanidad llegó a un punto tan estable que ya no tuvo por qué luchar, ni tuvo motivos por los cuales avanzar en ciencia y tecnología, así que involucionaron, olvidando sus códigos lingüísticos e incluso perdiendo la necesidad de sentidos como el de la vista, por llegar a vivir como topos bajo tierra. ¿Seremos nosotros? ¿Podría suceder? De hecho, Jarvis compara estos dos inventos, la imprenta y la máquina del tiempo, sugiriendo que ambos inventos capturan, someten y transforman el tiempo, y alteran la conciencia de la humanidad.
No es una sorpresa que el escritor llegue a tal conclusión: la imprenta transformó el transporte, que se vio obligado a buscar maneras más eficientes de transportar insumos; transformó el acceso a la información, que se hizo fácil para el pueblo gracias a los periódicos, panfletos, cartas y folletines; transformó la tecnología, pues este invento impulsó la innovación y la experimentación; transformó la sociedad, que al tener acceso a la información, se dio cuenta de los vejámenes y crueldades cometidas desde hacía siglos, y que debían cambiar para siempre; transformó la forma en la que se concebía la autoridad, pues lo escrito, eso que no cambia porque está impreso y es difícil ponerlo en papel, cobra un valor mucho mayor frente al testimonio oral, que muta al antojo del interlocutor.
Pero no todo era color de rosa; no todo lo que hizo el invento de Gutenberg fue bueno: también trajo consigo la cultura de masas. Como influencer literaria me he negado cientos de veces a seguir trends, me parecen absurdas, irrelevantes, tontas. Pero las pocas veces que he caído en ellas buscando más público, me destroza ver cómo la masa se deja llevar por lo que está de moda. Puedo hacer contenido valioso sobre literatura, cultura o arte, y eso tiene poco enganche. A pocos les importa que hable sobre una biblioteca bellísima en la ciudad, o un movimiento social que cambió para siempre la historia de la literatura latinoamericana. Prefieren que haga chistes o memes, que no les obligan a pensar, sino que les divierten fácil y barato, que les ayudan a olvidar sus difíciles vidas, aunque sea solo por un rato. La imprenta también hizo eso.
Con el acceso a la información, el pueblo dio un paso al frente y se obligó a pensar por sí mismo, alejándose de las ideas implantadas por la religión y los grandes poderes. Sin embargo, aquel movimiento duró solo un tiempo, pues los medios de comunicación se dieron cuenta de que al tener autoridad para decir algo, permearían la forma de pensar del pueblo; las famosas fake news no son un invento del siglo XXI, sino que existen hace mucho. Los grandes poderes, al hacerse de un nombre, se permiten vender sus servicios al mejor postor, contando los hechos como mejor convenga a su comprador, convenciendo a la masa de lo que mejor les parezca; y aquí abajo, unos cuantos nos manejan como fichas de ajedrez.
Pero no todo es tan trascendental en la obra de Jarvis; también se permite presentar su propia visión del mundo, burlarse de sí mismo y darle un tinte no tan académico al asunto. Por ejemplo, se pregunta por qué su libro Y Google, ¿cómo lo haría? fue publicado en físico y no en digital, y comenta que aquello le parece un sacrilegio de lo más bajo. ¡Un libro que habla de la digitalidad en un formato análogo! Me causó gracia, a decir verdad. Tiene razón. Yo hablo y defiendo por todos los medios el libro en papel, en contenido que cuelgo a la nube. ¡Pobre hipócrita de mí! Supongo es una forma de traer a las personas que han construido una vida en la digitalidad al mundo real, donde no hay mayor placer que sentarse en un cafecito de la ciudad a leer un buen libro sin tener que mirar el teléfono.
Aquel, por cierto, no es un placer mío, ni de los lectores, ni mucho menos del siglo XXI. Jarvis nos cuenta que los cafés se volvieron muy importantes por allá en 1600, ya que eran lugares a los que acudían las personas para enterarse de noticias y chismes de la élite; tanto así, que en 1675 se emitió una proclama para la supresión de los cafés, lo que trajo algarabía y protesta pública, haciendo que diez días después se retirara la dichosa proclama y hoy podamos sentarnos con toda tranquilidad a tomar capuccino, escuchar jazz y leer libros donde nos venga en gana. Así funciona el mundo, pero seguro ninguno de nosotros se había detenido a agradecer al dios de la cafeína por crear tan maravillosos centros de acopio como lo son los cafés-librería. Es una buena oportunidad para hacerlo, digan conmigo: amén.
Volviendo a la historia de las masas, el autor nos enseña en su obra que el secreto de la masa es sencillo: se le provee entretenimiento y luego se le repudia por consumirlo. Nos dan novelas que nos ocupan la mente y nos entretienen con infidelidades, drogas, muerte, pero cuando alguno comenta en voz alta haber visto aquello, le cae todo el peso de la crítica con un potente esta sociedad por eso está como está. Nos enseñaron que los noticieros informan, pero los gurús recomiendan cada día no ver las noticias, pues nos quitan la paz y nos llenan de ansiedad. Y nace allí el efecto de tercera persona: todo eso afecta a los demás, pero a mí no; debo consumirlo porque soy más fuerte y debo protegerlos a todos. ¿No hacemos eso a diario? Yo soy literata, así que voy a salvar el mundo un libro a la vez. Yo soy doctor, así que voy a salvar el mundo un paciente a la vez. Yo soy maestro, voy a salvar el mundo un estudiante a la vez. Tendemos a creernos superiores por la cantidad de conocimiento que acumulamos, que se traduce luego a los cargos de alta confianza, a los títulos que tenemos, a nuestro poder adquisitivo. Hemos caído, somos parte de la masa.
Lo bueno de ser de la masa es poder pasar desapercibidos entre una multitud en una ciudad de casi ocho millones de habitantes. Ser uno más nos da la libertad de ir donde queramos, con quien queramos, cuando queramos, y simplemente ser alguien más. Yo soy, por ejemplo, la chica del fondo con el libro en las manos. Me toman como punto de referencia geográfica para llegar a las mesas de sus citas, o a los estantes de libros que buscan. De vez en cuando alguien que ha visto mis videos me llama por mi nombre, pero luego de un par de chistes y risas, se dan cuenta de que solo soy un ratón de biblioteca desesperado por acumular lecturas en el alma y que de tantas se me escapan algunas de las que debo hablar con alguien. Soy producto de lo que la imprenta hizo, de la gran maravilla que creó: el libro.
Este paréntesis se abre con el invento de Gutenberg y se cierra con la era del internet, que ha expropiado a muchos de los derechos de autor, que ha hecho más débil la investigación, pero mucho más fácil el acceso a la información. Dice con firmeza que el libro en papel no morirá, pero que fuera del paréntesis, donde internet es el dueño y señor, la historia es completamente distinta. Hablando con alguien hace algunos días cuando le conté que iba a escribir esta reseña, me dijo que incluso el paréntesis podría abarcar internet, y que se cerraría en realidad con la inteligencia artificial. Me hizo pensar; es una posibilidad: esta nueva tecnología está despojándonos de nuestras propias capacidades de escritura, de lectura, de comprensión, de sensibilidad artística. ¿O lo está haciendo más fácil y mejor? Una discusión para otra ocasión. Cierro paréntesis.