El parto humanizado, la medicina en Colombia, la escritura y el dolor
Valentina Serna escribió un libro sobre maternidad y medicina. Sobre ser mujer, madre y esposa antes de parir. Renacer fue la forma que encontró para su obsesión más grande: humanizar la medicina.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Ni leer libros ni apreciar pinturas ni escribir esos libros ni pintar esos cuadros son garantías. Nadie lee y queda convertido en un intelectual o en una buena persona. Y así con todas las profesiones, pero me centro en las mencionadas por lo que se presume de ellas: siendo periodista cultural he escuchado sobre los saldos de estas disciplinas en las personas. Estoy convencida de que las transformaciones positivas ocurren. De que hay quienes, por ejemplo, comprenden un poco más a la condición humana, y entonces se comprenden ellos. La magia ocurre. Pero también he conocido casos en los que el contacto con el arte parece no servir mucho. O no servir para nada. O no servir para lo que uno esperaría que sirviera: practicar la solidaridad, preguntarse por el sentido de la vida, entender la importancia de los valores, ser coherente con eso de que la vida es sagrada y entonces honrarla. A veces, el arte no garantiza que seamos dignos de ser seres humanos. La medicina tampoco.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Ni leer libros ni apreciar pinturas ni escribir esos libros ni pintar esos cuadros son garantías. Nadie lee y queda convertido en un intelectual o en una buena persona. Y así con todas las profesiones, pero me centro en las mencionadas por lo que se presume de ellas: siendo periodista cultural he escuchado sobre los saldos de estas disciplinas en las personas. Estoy convencida de que las transformaciones positivas ocurren. De que hay quienes, por ejemplo, comprenden un poco más a la condición humana, y entonces se comprenden ellos. La magia ocurre. Pero también he conocido casos en los que el contacto con el arte parece no servir mucho. O no servir para nada. O no servir para lo que uno esperaría que sirviera: practicar la solidaridad, preguntarse por el sentido de la vida, entender la importancia de los valores, ser coherente con eso de que la vida es sagrada y entonces honrarla. A veces, el arte no garantiza que seamos dignos de ser seres humanos. La medicina tampoco.
Le sugerimos leer: José Luis Perales está vivo y no solo canta, sino que escribe novelas como esta
“La historia de mi parto fue el pretexto perfecto para hablar de lo que realmente me obsesiona: la humanización de la medicina”, escribió Valentina Serna sobre la razón por la que decidió escribir Renacer, retorno al parto humanizado. Su obsesión no tuvo tanto que ver con su experiencia como madre y las particularidades de sus dos partos, sino con su afán por hablar del mandato de la medicina, de lo que se esperaba de un médico y de lo que, sobre todo en Colombia, no estaba resultando con respecto al servicio y el cuidado de la vida.
Hay un dibujo de Serna en su casa. No recuerda cuando lo hizo, pero en el papel había un paciente en una camilla. También se pintó a sí misma atendiendo a esa persona recostada. Alguien escribió: ¿Qué quiero ser cuando sea grande?”. Siendo una niña de tres años, pintó su sueño más temprano y nunca lo cambió. Y a pesar de que no dudó sobre su profesión, durante su época universitaria se encontró con desafíos que bajaron del pedestal esa bata blanca que, para ella, otorgaba una responsabilidad tan grande que nadie nunca podría ignorar. “Tenía idealizada a la medicina”, contó. Reconoció el lugar “frío”, la jerarquía de los médicos con respecto a los pacientes y entendió que eso, justamente, era lo que no quería: un servicio de urgencias donde no hubiese escucha ni atención plena. Una consulta automática. Quedó embarazada y, durante su primer parto, confirmó que, ni de paciente ni de médica, se sumaría a esta forma generalizada de ejercer la medicina.
“Actúan desde lo que aprendieron. Desde sus condicionamientos y sus miedos. En el pregrado, pasé por un hospital público y fue de las experiencias más traumáticas de mi vida: a pesar de lo sensible que era, tenía que evitar romperme. Si lloraba, no paraba. Ante el dolor que viven los demás, los médicos se distancian para protegerse. No saben cómo canalizar lo que viven a diario y, como medida de protección, deshumanizan su práctica”, agregó Serna para aclarar que, después de haber juzgado mucho a sus colegas y al sistema en el que debía trabajar, terminó por entender. Cuando comprendió, pudo alejarse de lo que no la hacía sentir cómoda como profesional, pero sin distanciarse de las personas que, como ella, soñaron con pertenecer al personal de la salud. Al personal que procura la vida y que también se enfrenta a la muerte.
Podría interesarle leer: “Las cartas del Boom”: cuando García Márquez y Vargas Llosa se tuteaban
En la portada del libro hay una mujer embarazada. Lo obvio es pensar que Renacer es sobre maternidad, pero no. O no del todo. Es un texto sobre parir y ser parido, sobre dedicarse a ayudar a otras a parir, sobre la medicina occidental y la fragilidad humana. Sobre la frustración y las relaciones de pareja. Es un libro escrito para quien, en algún momento, haya sentido que respirar se le complicó porque fue sobrepasado por las emociones.
Descubrió el parto humanizado. Recordó una experiencia pasada (embarazo gemelar) que no quería repetir. Se decidió por hacerlo en casa. Idealizó la experiencia. Se encontró con una realidad totalmente distinta a la que había imaginado. Rugió de dolor. Tuvo a su hija.
Después de sentirse ahogada durante mucho tiempo, comenzó a escribir sobre este parto en casa que le desató un mar de preguntas y emociones. Libretas y libretas. La sugerencia fue de su esposo: ¿por qué no haces un libro con eso que ya tienes escrito? Y después de dudarlo por inexperta, se decidió. Fue detallada. Al principio, no se guardó el llanto ni la sangre de aquel día en el que su tercera hija salió de su vientre. Escribió sobre la rabia y la soledad que muy pocas personas se atreven a describir. Ahí puso la frustración de querer y no poder hacer tantísimas cosas que no se le permitían por convertirse en madre. Después de que la leyeran otras personas más (su hermana, su mejor amigo, una tía), aceptó recomendaciones y, sin modificar la esencia, plasmó lo que contribuía a su obsesión: hablar de la medicina y dejarles un regalo a sus hijas.
Le sugerimos leer: El día que conocí a Rubén Blades
“Yo sentía, a decir verdad, un fuego encendido junto a la sensación de desgarro. Volví a tocar la cabeza del bebé, no con amor, sino con miedo. Me dolían las piernas, tenía calambres en los glúteos y sentía que en cualquier momento, por el dolor y el cansancio, me iba a desmayar. Pero no fue así”, escribió Serna hablando de uno de los momentos más dolorosos que atravesó viviendo un parto así, en su casa, y con la atención de un grupo de profesionales que ella eligió cuidadosamente para el día: un médico ginecobstetra, una médica de familiar, su profesora de yoga prenatal y una fisioterapeuta.
Serna insiste mucho en el parto humanizado. Le dije que sería ideal que cada mujer pudiese decidir cómo dar a luz, pero tuvimos que hablar de aquellas que tienen a sus hijos en condiciones precarias. Hablamos de las mujeres que, a pesar de no contar con los recursos que pudiesen pagar un equipo de profesionales, deberían contar con las garantías suficientes para cuidar su vida y experiencia. “Humanizas un parto escuchando a la mujer. La escuchas una vez, la vuelves a escuchar y, por si acaso, la escuchas una vez más. La miras, tienes en cuenta su contexto y sus posibilidades físicas. Le respetas sus derechos. Eso es un parto humanizado”, me contestó, consciente de que no todo el mundo tiene alternativas, pero insistente en que todos los médicos, sin importar su lugar de trabajo, podían hacerse más conscientes de la importancia de su presencia, de su humanidad y atención plena.
Podría interesarle leer: Juan David Correa y su llegada al Ministerio de Cultura: entrevista
“Parte de la identidad de uno se pierde. Hay que hacer un duelo. Me desbordé y me perdí a mí misma. No soy solo mamá: hay otras identidades en mí que también me llaman”, agregó la médica, que en su libro escribió en términos médicos (sin complicarse mucho), los explicó y dio una serie de recomendaciones como profesional y como madre, sobre lo que a ella le funcionó. Serna contó que, además de lo técnico y lo físico, estuvo lo emocional: la mente fue, tal vez, el órgano que más la retó. Cuando estuvo a punto de desmayarse, dejó de razonar. “No hubo teoría que me sirviera, pero nuestros cuerpos son más sabios que la mente. Yo rugía como un animal. Me dejé invadir por la intuición del cuerpo y me entregué a ese ser superior que también soy yo”, concluyó.
En su libro, que le recomendó a todo aquel que simplemente haya pasado por un momento difícil, habló de la convicción que más le ayudó: hay que atravesar el dolor. Su tránsito desde el primer día en el que supo que sería madre, hasta hoy, la condujeron a pensar y pensar y escribir y escribir para concluir que, sin dolor, no hay calma. Y que, además de su padecimiento físico, lo que debió desenredar con más ahínco, insistencia, pero sobre todo paciencia, fue su mente.