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Cuando era un reportero principiante en el New York Times, en 1956, uno de los viejos reporteros me aconsejó: “Nunca use el teléfono, joven. Nunca entreviste por teléfono. Es fácil y rápido, pero se está perdiendo todo. Busque a la gente. Saque su trasero de allí, tome un taxi, el metro, un tren, y mire a la gente”. Es lo que siempre he hecho.
Los grandes periodistas tienen que ver a la gente ordinaria. Por ejemplo, Silvia (Martínez, directora del Premio Simón Bolívar) es bella, típica de las mujeres bellas bogotanas. Pero si estuviera en una verdadera misión periodística en Bogotá, o en Colombia, yo me alejaría de las mujeres bellas como Silvia. Preferiría hablar con las mujeres que limpian el hotel, porque ellas tienen una historia, aquellas que tienden las camas, que barren los cuartos, que limpian duchas.
Pero hoy los periodistas tienen mucha premura. Los periódicos, la televisión, lo quieren todo inmediatamente. Es como ir a la cama con una mujer una vez y luego desayunar con ella: usted no la conoce. Fui un periodista cuando tenía 21 años, sigo siéndolo a los 83 y todavía opero como operaba a los 21, no fui afectado por la tecnología. Uno de los problemas de la tecnología, hoy más que nunca, es que no vemos el gran retrato, sino uno pequeño, el del laptop, y vemos el mundo a través de él. No dejamos nuestra habitación, ni la oficina. Nos quedamos tras el laptop porque queremos una historia rápida, queremos encontrar rápidamente la información. Tenemos a nuestras fuentes a través de Skype, en Afganistán, en Pekín, y se consigue información. Es terrible.
En realidad hay que dedicarle tiempo a la gente y no sólo con una clase de personas, porque la gente que controla la tecnología es la clase educada. Mire lo que Silvia hace: presiona botones, sabe algo sobre mí de hace diez, veinte años, sabe todo sobre mí. Es muy conveniente, pero eso no es buen periodismo. Quiero el lado humano. Todas las historias tienen un cariz humano. Pero la tecnología acelera más y más al periodismo, de inmediato, sea alguien más, es la hora del cierre, llegue primero, y llega allí primero pero sin nada. El periodismo está decayendo, en el modo como yo veo el periodismo.
En marzo de este año escribí una historia para el Times acerca de la marcha de Selma, en Alabama, sobre la que había escrito ya en 1965 y volví a escribir en 1990. Por entonces, cuando se cumplían 25 años, entrevisté gente para saber qué sucedía. ¿Estaban los negros mejor que antes? Y ahora, de nuevo con mis tarjetas, volví a Selma y hablé con la gente: gente blanca, gente negra, gente vieja, gente gorda, gente joven, gente que atendía restaurantes, gente que dormía en la calle, y escribí sobre Selma cincuenta años después de las marchas que crearon el Acta de Derecho al Voto para los negros. Ellos están allí porque se estableció ese acto en 1965.
Pero, ¿qué sucedía en 2015? Lo que le cuento, como periodista, es que la historia nunca termina. Sólo porque escriba la historia y la publique, porque esté en el periódico o en la televisión, no significa que la historia haya terminado. Si vuelve veinticinco, cincuenta años después, y ve qué pasa, eso es periodismo literario. Es tener la oportunidad de explorar la historia en un espectro de décadas. La gente cambia, su ánimo cambia, las situaciones cambian. Lo que hace valiosa la ficción es que muestra la mutación de los personajes. Y si se toma el tiempo, el periodismo puede hacer lo mismo. Por eso, la tecnología es la enemiga de la paciencia.
Soy un hombre viejo ahora, pero trabajo como trabajaba en mi juventud, con las mismas herramientas. Pero claro: tiempo, tiempo, tiempo. Un periodista no puede dejar que el tiempo dicte su talento. Tiene que ser arrogante, como lo soy, enérgico, siempre cortés, razonable, pero nunca dejarse presionar por el cierre. Cumpliré con el cierre, aunque no muy temprano: lo haré un minuto antes. Pero durante ese tiempo, haré lo mejor que pueda de una manera metódica.
Cuando entrevisto —la gente no me conoce, no sabe si voy a malinterpretarla—, tomo notas enfrente de esa persona y le digo: “Mire. Tengo esto. ¿Qué piensa?”. Me acerco a esa persona y la hago parte de esa sociedad. No soy un entrevistador frente a un entrevistado. Vamos a trabajar juntos para conseguir la historia. Estoy allí más como un embajador de su mentalidad, trato de representarlo como un embajador lo haría para encontrar la verdad de su historia o de su opinión. Es periodismo personal. Así es todo mi periodismo.
¿Qué se busca con una entrevista? Tratar de aprender lo que la gente piensa, siente y experimenta. Tratar de poner su punto de vista en el papel. Eso hay que hacerlo con cuidado.
Entonces, antes de escribir, me pregunto por qué estoy interesado en ese personaje sobre quien quiero escribir, por qué lo hago, por qué lo entrevisto, qué quiero conseguir. Soy muy curioso acerca de la gente, muchos de ellos distintos a mí, pero quiero hacerlos parte de mi conocimiento. No conozco mucho sobre ellos, quiero que entren en mi alma. ¿Quiénes son? Es como leer un gran libro o escuchar una gran sinfonía. Como escuchar a Beethoven o a los Rolling Stones, ¿cuál es la diferencia?, entonces se introduce la música de otras personas en el alma. Al entrevistar gente, trato de aprender su canción, cuál es su ritmo, cuál es su sueño. Podría ser una persona humilde de la calle, cuyo sueño es no dormir a la intemperie, tener un refugio, o un trabajo, o salir de las drogas. Lo que sea: quiero escribir sobre sus aspiraciones.
Lo primero que debe tener un periodista, y si no lo tiene no está en el lugar correcto, es curiosidad. Sincera curiosidad. Significa que tiene ganas de conocer la vida de otras personas, no sólo la suya. Y tener una sensibilidad sobre los sentimientos de esas personas. Lo segundo que necesita es paciencia. Debe tomarse el tiempo y permitir a los demás tomarse su tiempo, porque sólo hay una oportunidad para escribir sobre esa persona, a pesar de que quizá después vuelva sobre ese sujeto: la historia nunca termina. En la historia que está escribiendo, sólo hay una oportunidad y luego se publica. Su nombre está sobre ese artículo. Hay que estar seguro de que no es apresurado, de que no existe información inexacta o irrelevante, y volver una y otra vez sobre el material.
Tercero: hay que organizar el material. Tomo toda esta información, puesta en tarjetas, y la transcribo. Entonces, ¿cómo comienza? ¿Cuál es la primera escena? Escena: soy un escritor, escribo escenas, soy un contador de historias. La escena es exacta, no está maquillada, no uso la imaginación, no: lo he visto, yo salgo y lo veo. Pero si no están organizadas, las escenas carecen de inicio, medio y final. ¿Cómo termina? ¿Cuál es la historia? Es como una novela, como las películas: hay una escena de apertura. Hay un hombre sobre un caballo, cabalgando a través del campo, y de pronto ve a una mujer que yace frente a su casa, golpeada por un marido furioso. Y la historia se mueve a partir de allí, encuentra una solución.
Cuarto: después de la organización, escribe la primera frase. Escribe y reescribe y reescribe. Hay que hacerlo parecer fácil, pero en el fondo resulta muy difícil. Hay que crear una voz. Sin esa voz, no existe escritura. Se convierte en un dictado, en taquigrafía. Y esa voz no es editorial, sino que está llena de actitud. Por ejemplo, el estadounidense que tiene más clara la carencia de justicia en la sociedad democrática de Estados Unidos es un documentalista: Michael Moore. Hace dos días vi su más reciente documental. Su título es ¿A dónde vamos a invadir ahora? (Where are we going to invade next?), y es muy crítico de Estados Unidos. Es un documentalista, pero es más periodista que muchos periodistas.
Es posible hacer periodismo independiente si se es muy fuerte. Hasta el punto de estar dispuesto a ser encarcelado. Dos de las personas que deben ser celebradas, y que no lo son, son Julian Assange, que está en la Embajada de Ecuador, y Edward Snowden, que está en Rusia y develó todos los secretos de las políticas exteriores de Estados Unidos. Snowden es un exiliado. Ellos dos han hecho periodismo valiente. ¿Qué es el periodismo? Buscar la verdad. No la verdad de Hillary Clinton. No la verdad de Barack Obama. No la verdad de Netanyahu. Netanyahu es un mentiroso mayor y la prensa nunca lo criticó por miedo a ofender a los judíos que viven en Estados Unidos, porque tienen mucho dinero y publicidad.
Y los estadounidenses profesamos el humanitarismo y señalamos a Putin o al gobierno de Pekín de tener políticas antihumanas y censura, a pesar de que nosotros cometemos peores errores. Snowden y Assange están siendo censurados. También tenemos censura en los Estados Unidos. Es curioso que los Estados Unidos señalen a todo el mundo, como si fueran un ejemplo de virtud. Son poderosos, y por lo tanto escriben la historia. Los periodistas están llamados a escribir una historia diferente. Pero la mayoría son empleados del Gobierno.
Soy muy crítico del gobierno americano porque son muy hipócritas y controlan los medios. Los medios en Estados Unidos no hacen nada, sobre todo en Washington. Son taquígrafos.
Cuando era más joven y estábamos en la guerra de Vietnam, teníamos algunos periodistas que reportaban para el Times, estaban en oposición a la guerra e iban en contra de la voluntad del presidente Lyndon Johnson. Los estadounidenses se oponían a su entrada en la guerra. Cuando invadimos Irak, en cambio, no hubo ninguna protesta sobre esta guerra basada en una mentira: los periodistas oían una y otra vez que Irak tenía armas de destrucción masiva. Nadie se preguntó más. Desde entonces, el periodismo estadounidense ha decaído.
Tener orgullo de la verdad: de eso se trata.
(jtorres@elespectador.com).