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Afuera de las salas de exposición, en una pared en blanco, hay pequeños objetos colgados que corresponden a palabras escritas en pedacitos de papel rasgado. Un nudo de hilo rojo acompaña la palabra cicatriz; un alfiler: la duda; un arete: la confesión; un labial: la explicación. Luis Camnitzer comenta que mientras montaba la pieza pasó la señora de la limpieza, se paró enfrente, leyó con cuidado cada papelito y dijo: “Todas estas son cosas alusivas”, y el artista replicó: “Sí, pero la alusión no es mía, es tuya”.
Entrar así, de manera no sofisticada, de manera directa a su obra es un gran logro y se agradece en tiempos en que el arte necesita de páginas de explicación. Seguramente ésta será la forma como muchos espectadores se acercarán al arte conceptual de este artista que nació en Alemania, se crió en Uruguay, pero desarrolló la mayoría de su trayectoria artística en Nueva York.
Fue en 1979 cuando ese gesto de juntar aleatoriamente pequeños objetos sacados de la basura y atribuirles una palabra cualquiera resultó una obra fundamental en su carrera artística. Cada quien le da un orden narrativo a este caos. No es el artista el que genera la narración; es a partir de la lectura del espectador que se activa la obra. Es ahí, en esa relación, donde se da la libertad del observador y donde se pasa de consumidor a autor. “Me interesa activar al público y liberarlo del consumo”, confiesa.
Esta muestra, que se inauguró ayer en el Museo de Arte de la Universidad Nacional, hace parte de Daros Latinoamérica, una colección suiza privada, curada y dirigida por el consagrado crítico de arte Hans-Michael Herzog, quien ha conformado desde el 2000 una de las colecciones más grandes y significativas de arte contemporáneo latinoamericano en Europa.
En esta exposición el énfasis está puesto sobre las obras de Camnitzer de los años 60 y 70, muy centradas en el arte conceptual, más algunas obras actuales que reflejan la misma corriente. La parte política, que también influye en gran parte de su obra, no está tan presente en esta muestra.
La relación obra y espectador sintetiza en buena medida la dirección de su trabajo. “En general, el público va a ver una muestra para consumirla. Presume que son íconos más o menos sagrados donde hay una autoridad atrás que determina: esto hay que verlo y esto no. El público queda prisionero del canon, del especialista, pero no termina activado para ser libre y creativo en sí mismo”. Camnitzer alude al paralelo entre el maestro y el artista. “El buen maestro logra que el alumno se independice y no dependa del maestro. En ese sentido, el buen educador busca su autodestrucción. El éxito del artista se define por la posibilidad de que desaparezca. El día que yo no sea necesario es el día que triunfo como artista”.
Sus obras desafían las convenciones, utilizan el humor y la ironía para transmitir mejor el mensaje y son capaces de crear imágenes en la mente de cada espectador. Eso, sobre todo, se da en las obras que incluyen la palabra. Es el caso de Living Room (Sala comedor), 1969-2012. En un espacio distribuye palabras fotocopiadas que reemplazan a los objetos reales: puerta, cerrojo, alfombra, ventana, silla, mesa, entre otros. En esta pieza, el artista logra que cada quien evoque su idea de sala comedor mientras que crea nuevas relaciones espaciales. “El problema que me planteé era ver cómo el lenguaje, al describir una situación visual, podía recrear la imagen en el lector”.
Luis Camnitzer empezó con la escultura y el grabado. Compartió un apartamento con el reconocido artista argentino Luis Felipe Noé, y en medio de discusiones sobre la escena artística y el oficio, Camnitzer llegó a una conclusión que marcaría su vida y sus proyectos: “De golpe me di cuenta de que estaba definiéndome a través de una técnica y no a través de un concepto. En ese momento le di vuelta a la cosa: soy un artista que hace grabado, no un grabador que hace arte”. Pasó entonces a centrarse en el mundo de las ideas, de lo que pasaba por su cabeza, y no en la manufactura.
Camnitzer siempre ha estado guiado por una duda metódica, un escepticismo y una posición crítica frente a las cosas, sobre todo frente al arte y su mercado. Desde que empezó, se prometió que no viviría de su producción artística y por eso siempre se mantuvo ligado a la academia como profesor. En sus obras hay una posición irónica y analítica frente a los valores que marca el mercado del arte. En una de sus piezas expuestas un pintor de pared pinta un cuadrado gigante, mientras, al lado, Camnitzer pinta el mismo cuadrado. Sobre el primero, el pintor deja su cuenta de cobro ($384.000), y sobre el segundo, el artista también deja su precio desglosado en una lista que incluye el concepto, la firma, la comisión de la galería, mano de obra, materiales, superficie, para un total de US$22.000. De esa manera señala su creencia de que el arte se ha convertido en un puñado de objetos comerciables, de valores cambiantes como la bolsa, y no en un proceso de educación, que es el problema que le interesa.
En otra de las paredes externas del museo, casi a manera de manifiesto, inscribe: “Si dibujo un punto en una hoja de papel, hago un garabato. Si dibujo un punto en cien hojas de papel, soy un filósofo. Si dibujo un punto en mil hojas, soy un místico. Si dibujo un punto en diez mil hojas de papel, soy un artista conceptual y me puedo hacer rico y famoso. Los valores sociales dependen de la acumulación”.
A este artista, el arte por el arte no le interesa. Lo importante es que se lo tenga en cuenta como herramienta que expande el conocimiento.
Abierta hasta el 30 de junio. Museo de Arte de la UN, cra. 45 N.º 26-85. Tel.:316 5000, ext. 17605