El poder de “Mi historia”
En un contexto social en el que se está escuchando el clamor por el respeto a las diferencias y a la libertad de expresión, Mi historia, la autobiografía de Michelle Obama, es un testimonio que invita a alzar la voz propia para lograr cambios colectivos.
María José Noriega Ramírez
Michelle Obama se ha consolidado, en los últimos años, como una de las mujeres más influyentes del mundo. El año pasado, según YouGov, una firma de análisis de mercados, ella fue la mujer más admirada. Su autobiografía, Mi historia, a tan solo cuatro meses de su lanzamiento en 2018, alcanzó 10 millones de ventas y se ha mantenido, a lo largo de estos dos años, en la lista de best sellers de The New York Times. Quizás, el éxito de su libro se debe a la autenticidad de su prosa y a la empatía que despiertan sus anécdotas más íntimas.
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Michelle Obama se ha consolidado, en los últimos años, como una de las mujeres más influyentes del mundo. El año pasado, según YouGov, una firma de análisis de mercados, ella fue la mujer más admirada. Su autobiografía, Mi historia, a tan solo cuatro meses de su lanzamiento en 2018, alcanzó 10 millones de ventas y se ha mantenido, a lo largo de estos dos años, en la lista de best sellers de The New York Times. Quizás, el éxito de su libro se debe a la autenticidad de su prosa y a la empatía que despiertan sus anécdotas más íntimas.
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“Aún hay mucho que desconozco de América y de la vida, pero si de algo estoy segura es que sí me conozco a mí misma. Mi papá, Fraser, me enseñó el valor del trabajo duro, así como el de la palabra, y me enseñó a reír frecuentemente. Mi mamá, Marian, me mostró cómo pensar por mí misma y cómo usar mi propia voz. Ellos me ayudaron a ver el valor de nuestra historia, de mi historia”. Así se lee en el prefacio de la autobiografía, un libro que narra las múltiples luchas que Obama, siendo mujer y afroamericana, tuvo que afrontar a lo largo de su vida.
De niña, ella recuerda que el salón de clases de su colegio, en el barrio South Side de Chicago, recién entró a kinder, era diverso. También, que cuando salía a la calle a jugar con sus vecinos, la diferencia del color de piel no era un problema. Lo importante era encontrar un compañero con quien jugar. “Nosotras éramos una mezcla de apellidos: Kansopant, Abuasef, Yacker, Robinson. Estábamos muy jóvenes para darnos cuenta que las cosas alrededor estaban cambiando rápidamente”. Con el movimiento migratorio ‘white flag’, en el que las familias de clase media alta abandonaron los barrios racialmente mixtos para situarse en los suburbios, la situación cambió. Si para finales de la década de los 60 su salón y barrio eran racialmente heterogéneos, para la década de los 80 el 96% de la comunidad era de raza negra. Es decir, se dio un cambio demográfico fuerte y con ello la diversidad disminuyó.
Desde entonces, la raza ha sido un tema transversal en la vida de Michelle Obama, entre otras cosas, porque ella ha sido una de las primeras afroamericanas en hacer presencia en varios escenarios: en Princeton, por ejemplo, fue parte del 9% de estudiantes de raza negra admitidos en una institución en la que la mayoría de los estudiantes, en esa época, eran hombres blancos. Además, pisó la Casa Blanca, y vivió ocho años en ella, como la primera (y hasta ahora única) afroamericana en ser Primera Dama en la historia de Estados Unidos. Claro, siendo foco de varios comentarios: la consideraron como la mujer más poderosa del país, pero también la juzgaron y tergiversaron sus palabras.
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“Lo que hemos aprendido a lo largo de este año es que la esperanza está de regreso. Déjenme decirles una cosa, por primera vez en mi vida adulta me siento realmente orgullosa de mi país. No solo porque Barack lo ha hecho bien, sino porque pienso que las personas quieren un cambio. He querido ver la transición de nuestro país hacia esta dirección para no sentirme sola en mi frustración y desencanto. He visto a personas que se han unido en torno a problemáticas comunes y eso me enorgullece. Me siento privilegiada de ser testigo de ello”. Un video con esta frase circuló por canales radiales y televisivos, del ala conservadora, a tal punto que en las noticias se escuchaba: “Ella no es patriota. Ella siempre ha odiado a América. Esto demuestra quién es realmente, el resto es puro show”. A esto se sumaron comentarios como: “Es una mujer negra enojada” y “no permitas que esta gente negra tome el control. Ellos no son como tú”.
Michelle Obama fue educada para debatir y expresar sus opiniones frente a cualquier tema. Ella recuerda que sus papás siempre le hablaron como una persona adulta, incluso cuando era una niña. Al principio, las conversaciones eran sobre temas que no entendía: por qué la gente va al baño, o por qué los adultos trabajan. A medida que fue creciendo, las discusiones empezaron a ser sobre drogas, sexo, elecciones de vida, raza, inequidad y política. Quizás, por eso los momentos de la campaña presidencial en la que la sociedad la empezó a definir como la esposa de Obama, o como la mujer de raza negra graduada de Harvard, o como la princesa del sur de Chicago, fueron los más duros. Su voz estaba siendo invisibilizada y silenciada.
Mi historia cuenta varios estereotipos utilizados para callar su voz. Incluso, ella comenta que en una ocasión le mostraron un video de un discurso en el que habló sobre la inequidad en el sistema educativo y de salud. “Mi cara reflejaba la seriedad de lo que yo creía estaba en riesgo, pero al parecer fui muy seria, muy severa. Por lo menos, según la reacción que el público esperaba por parte de una mujer”. Y es que la autora admite que hay muchas formas de callar las voces femeninas, pero una de ellas, y la más fácil, es decir que las mujeres somos unas regañonas.
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A través de su autobiografía, Michelle Obama ha logrado acercarse a los jóvenes: a esa población que considera la precursora del cambio social. Las visitas y actividades organizadas en diferentes colegios de Estados Unidos, en las que los estudiantes han compartido su propia historia, se han convertido en sinónimo de empoderamiento.
-¿Por qué yo? Hay niñas que son presidentas de un club, que se preparan para exámenes de admisión. Yo literalmente vengo a la escuela, hago lo que tengo que hacer, me quedo para un club llamado Latinos Unidos, y luego me voy a trabajar. Mi papá tuvo un accidente y poder ayudarlo, de alguna manera, lo hace sentir mejor. También tengo tres hermanos pequeños. Todo lo que hago es por ellos. Trabajo y les llevo comida, dice Elizabeth Cervantes en Becoming, documental de Netflix.
-Y te preguntas por qué estás aquí. Esta historia, con todo lo bueno y lo malo, lo que parece tan común e insignificante, es tu poder”, responde Obama.
Hoy, en medio de un llamado por la defensa de la libertad de expresión, la diversidad, la inclusión y la justicia social, como se lee en Una carta de justicia y debate abierto, publicada en Harper´s Magazine, se hace necesario que este tipo de espacios de conversación e intercambio de ideas se mantenga. Así como la carta, firmada por escritores, profesores y periodistas, hace un llamado a generar cambios culturales y de relaciones sociales, para que prime el respeto por la diferencia y el debate, Michelle Obama deja un mensaje similar con su libro y documental: “No podemos esperar a que el mundo sea equitativo para sentirnos visibles”.