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Quizá de joven se haya adentrado en la poesía con la sola intención de “expresar sentimientos”. Quizá entonces le haya llegado con frecuencia lo que llaman “inspiración”, la misma que, tras los años, se le hace cada vez más esquiva, de tal manera que el poema le llega cada vez menos de la manera redonda como le aconteció alguna vez; ahora tiene que salir a buscarlo verso por verso, palabra por palabra, sonido por sonido. Claro, hablo del poeta auténtico (y me perdonan el adjetivo), aquél que sabe que, como dijo el poeta brasileño Carlos Drummond en su poema Búsqueda de la poesía: “lo que piensas y sientes, eso todavía no es poesía”. Falta mucho más. Aquí trataremos de reflexionar sobre ese “más” que algunos no hallan jamás porque creen que el poema no es más que el lugar de los sentimientos, de las palabras bonitas y dulces. Resulta lamentable como en algunos grupos de supuestos poetas, cuando se le hace una observación a alguien que comparte su texto, se responde que hay que respetar lo escrito, puesto que “se trata de la expresión de sus sentimientos” y “cada quien lo hace a su manera”. Por supuesto, cada quien pude expresar sus angustias y alegrías como le plazca, siempre que no maltrate físicamente a nadie, sin embargo, no se puede tolerar que se le llame poesía a lo que no lo es.
Como en Colombia la formación literaria en las instituciones educativas resulta en la mayor parte de los casos nula, le toca al aspirante a poeta recorrer su propio camino, a veces lo hace solo (aunque realmente nadie puede convertirse en poeta “solo”) y en otras, con algunos tan despistados como él, o aún más. Claro, afortunadamente existen algunos talleres literarios que si bien no le garantizan el talento a nadie (¡ni más faltaba!), al menos dan pistas.
Lo primero que debería comprender el aspirante a poeta es que la poesía es, ante todo, un asunto de “lenguaje”. Dice Guillermo Linero [I] que ella se caracteriza por su expresión multívoca: a la vez que pieza musical, también es objeto plástico, reflexión y emoción. Todo lo anterior ha de hacerse con lenguaje. No hay nada más; aspectos como la musicalidad realmente están al servicio del poema. La musicalidad o el ritmo no definen la poesía. ¿No les ha pasado alguna vez que han escuchado recitar o declamar un poema y les ha parecido fantástico y al leerlo a solas ya no parece tan bueno? También pasa lo contrario: alguien recita unos versos que nos parecen aburridos y al reencontrarnos en la intimidad con ellos, nos estremecen. Al final, el, poema se defiende solo, sin artilugios, sólo con lenguaje.
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El poeta se caracteriza ante todo por su carácter observador. Ve la realidad que vive o que viven otros, o que ha leído o le han contado y la transforma, la recrea. Crea otro mundo a partir del mundo que alguien, que podría ser él u otro, ha vivido o le ha contado. El poeta para describir la realidad a través del lenguaje pude incluso fingir, exagerar, porque él crea otro mundo para hablar del mundo vivido o contado. Los dos mundos, el real y el del poema, no son el mismo mundo, pero el mundo del poema sirve para comprender mucho mejor al otro. La circunstancia concreta en que el poema ha sido creado termina con el tiempo siendo algo anecdótico. El poema trasciende sus circunstancias, por lo que puede ser leído una y otra vez sin perder riqueza literaria y más bien ganándola. Hablo aquí, por supuesto, de los buenos poemas. Triste poeta (?) aquél que necesita ir explicando cómo y por qué escribió lo que escribió para que el lector pueda comprender y disfrutar su texto.
La poesía no sólo es emoción, también es razón, una forma de conocer el mundo, de significarlo, resignificarlo, interpretarlo, reinterpretarlo. Cada poema constituye un mundo, por ello son irrepetibles y cada uno de ellos tiene su propia sonoridad, su propio lenguaje, sus propias leyes y normas. Claro que al leer otros poemas de un mismo poeta uno podría quizá comprender mejor el poema, pero sin duda podría leer este sin conocer ningún otro texto del autor y aun así captar lo central y disfrutarlo estéticamente.
El poeta toma el lenguaje común, lo que hace creer a algunos que escribir poesía no representa mayor dificultad, y construye un lenguaje propio; como afirma Kupareo: “la poesía forma su propio medio de expresión” [II]. El poema a la vez que expresa emociones, permite conocer el mundo, no de manera objetiva ni científica, sino conocer desde otras formas. Dice Omar Álvarez que “la poesía es tanto conocimiento sensible como racional” [III]. No voy a oponer aquí poesía a ciencia porque sé que ambas son formas de conocimiento valiosísimas para la humanidad. Sé también que la realidad resulta mucho más compleja que cualquier teoría (por más compleja que sea dicha teoría). La poesía nos muestra un mundo en su complejidad, sus contradicciones, sus carencias y excesos.
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Por muy buen observador que se sea sirve de mucho la mirada de otros. Decíamos que no existen dos poemas iguales, así se refieran al mismo tema, a una historia similar; al fin y al cabo, los temas de la literatura no son tantos como uno esperaría. Al igual que el investigador, el poeta debe conocer la historia de su arte. Como nos recuerda Piedad Bonett: “El acto de escribir… Obliga al poeta a tomar una serie de determinaciones que están enmarcadas, necesariamente, en un conocimiento muy preciso: el de la historia misma de la poesía” [IV]. Por lo anterior, decía arriba que en realidad nadie puede convertirse en poeta “solo”. Aunque no lo parezca, más que individual, el poema, si bien se concreta de manera personal, se construye de manera colectiva, resulta de la experiencia no sólo del escritor, sino también de los otros y de la tradición poética heredada, tradición que, por supuesto, puede subvertirse; para ir más allá de ella o de pretender renegarla, hay que conocerla.
El poeta sabe que ningún otro lenguaje podrá describir mejor la realidad o la idea que pretende sino a través de la poesía. Empieza entonces el poema como el lugar en el que se funda un mundo nuevo que le permitirá a él y a los otros resignificar el mundo en el que viven. El poema trasciende al poeta y sus circunstancias, de allí que pueda renacer una y otra vez al ser leído por otros más allá del tiempo, de la geografía y la cosmovisión del poeta (el único obstáculo, superable hasta cierta medida, lo constituyen los idiomas).
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Un poeta que piense totalmente diferente a nosotros puede conmovernos. Podríamos no ser religiosos y, sin embargo, estremecernos con los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz. La poesía apela a lo más humano de cada uno, y para ello crea el poema, ese mundo nacido una sola vez y para siempre, único, completo e irrepetible. Por ello el poeta debe subvertir desde el poema el mundo en el que vive, las formas de pensar, sentir y conocer y, de considerarlo necesario, la misma tradición poética heredada. El poema es un campo para la subversión. A un poeta podría tolerársele que fuera conservador ideológica, políticamente, pero le sería imperdonable que lo fuera en el campo de la poesía. Todo poema, en cuanto actividad creadora, se define como un acto subversivo, revolucionario, porque nos muestra a partir del mundo que conocemos, uno que no vislumbrábamos; nos hace caer en cuenta que la tempestad nos azota o que la espina nos desgarra.
Notas:
[I] Linero Montes, Guillermo (2020). De la poesía. En: Revista Viacuerenta No. 410. P 55 y 56.
[II] Kupareo, Raimundo. La poesía desde su esencia. En: revista Aisthesis No. 5. P.34. 4
[III] Álvarez, Omar. La poesía, el poeta y el poema. En: revista Escritos. Volumen 21, no. 46. Enero junio 2013. P. 226
[IV] Bonett, Piedad. Apuntes sobre el proceso de creación poética. Desde el jardín de Freud. No. 9..