“El principio de Arquímedes”: todos estamos asustados
En esta obra se está buscando un responsable. Cada vez es más difícil creer en alguien que, aparentemente, tiene todos los indicios de haber abusado de un menor. Reseña y entrevista con Alejandra Borrero.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Hay una denuncia de abuso a un menor. Presuntamente, fue un profesor. Los padres están asustados. La directora de la institución y sus maestros, también. Nadie sabe qué hacer ni a quién creerle. Tienen afán de una verdad que no saben cómo descubrir.
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Hay una denuncia de abuso a un menor. Presuntamente, fue un profesor. Los padres están asustados. La directora de la institución y sus maestros, también. Nadie sabe qué hacer ni a quién creerle. Tienen afán de una verdad que no saben cómo descubrir.
En las artes se dicen cosas, se entienden otras. Se juntan todas. Sobresalen preguntas y, a veces, alguna respuesta se ilumina. Entre el público de El principio de Arquímedes, algunas impresiones se expusieron en voz alta.
Algunos pensaron en nuestra sed de condena. Como si quisiéramos sangre. Como si ver el mundo arder nos redimiera de alguna forma, nos compensara. Dijeron que era probable que no estuviésemos buscando la verdad. Que, posiblemente, lo que buscábamos era venganza, pero ¿de qué? De cualquier cosa. Al parecer, cada persona que lográramos condenar se convertiría en la explicación de nuestra insatisfacción. Si hubiese culpables, seguiríamos siendo unas víctimas más del sistema, de los gobiernos, del capitalismo o de los que quisieron que nos frustráramos. Las víctimas de todos aquellos que se juntaron para que no lo lográramos.
Los mismos que pensaron en nuestra sed de condena se preguntaron por la rapidez con la que, actualmente, denunciamos. Por si entendemos la dimensión de la denuncia, sobre todo de la pública. Por si decir “presuntamente” alcanza. Por la justicia del sistema judicial. Por las quejas fundamentadas en su “ineficiencia” y su corrupción. Se preguntaron si, a pesar de sus fallas, nosotros quedábamos capacitados para administrar justicia. Finalmente, se cuestionaron por lo que capacita a alguien para hacerlo.
“Nunca había tenido un libreto que me tocara tan profundamente, que estuviera tan bien escrito. Esta manera de empezar a darte una información, pero nunca entregarte la respuesta, me pareció maravillosa”, contó Alejandra Borrero, directora de Casa E, para El Espectador.
Ella es una de las actrices. De hecho, es la única “ella”. Su personaje es mujer, madre y cabeza de una institución, condiciones que la conducen a algo que podría llamarse el “infierno de los líderes” que quieren ser justos, pero no saben cómo. De aquellos que quieren saber la verdad, pero, poco a poco, se dan cuenta de que llegar a ella será una tarea casi imposible. Y que esa imposibilidad es tan tortuosa, justamente, por las consecuencias de no encontrarla: pasar por alto un abuso o castigar a un inocente. ¿Qué hacer? ¿Cómo decidir “bien” contando con la palabra de los demás? ¿Es suficiente creer en la versión de alguien para condenar al otro? ¿Cómo se ignora un presunto abuso a un menor? O simplemente la idea de un abuso. No hay pruebas, solo versiones.
A medida que se va desarrollando esta pieza, las escenas pareciera que se repitieran, así que tuvieron que aprenderse los textos en bucle: salir. Entrar. Volver a salir a decir lo mismo, pero desde otro ángulo. Repetir los mismos gestos. Si se equivocan, deben repetir la equivocación a la próxima salida.
“Fue una obra difícil. Las diferentes perspectivas de una misma cosa en teatro la convierten en todo un reto. Al principio, no teníamos la escenografía, así que todo el tiempo nos preguntábamos: por dónde entramos, cómo lo hacemos, esto por qué es así, para dónde vamos”, agregó Borrero. La actriz terminó de contar detalles sobre la obra en esta entrevista:
Pareciera que las escenas se repitieran, pero resulta que el ángulo en el que se cuenta cada parte de la historia termina dando más información…
Tal cual. Esa era la idea y, por supuesto, al cambiar la perspectiva ves otras cosas y tienes otra información. Esta obra habla de nuestros juicios como seres humanos.
Por qué cree que estamos tan ávidos de condenas, que somos tan proclives a juzgar… Ese mundo binario del bien y del mal, de los malos y los buenos, del paraíso y el infierno, excluye la complejidad de la condición humana...
Porque somos una sociedad enferma. El malestar de la cultura es una cosa complejísima. La verdad siempre pasa por uno mismo, por la educación que he tenido, por las propias experiencias. Cuando estábamos haciendo Victus, otra obra que se presentó en Casa E, tuvimos un momento de un gran conflicto. Yo llevé un plato, empecé a jugar con él y lo quebré. Grité ¡quietos!, y pregunté ¿qué pasó? Cada persona tuvo una visión diferente de lo que sucedió. Unos dijeron: “Usted lo quebró”, otros pensaron que se me había caído, etc. El ejercicio me sirvió para demostrar que, a pesar de que todos estuvieron en el mismo lugar, cada uno tuvo una percepción distinta. Hay que escuchar al otro.
Hablemos del concepto de la verdad. Después de esta obra, ¿qué piensa?
Que la verdad nunca está tallada en piedra. Tiene un montón de bemoles. Yo leía mi personaje y pensaba con algo de preocupación en qué diría la gente de mí, si justamente me reconocían como a una defensora de la justicia, de las niñas, de las mujeres… A quien le llegue un tema tan complejo como la denuncia de un abuso a un menor no tiene herramientas para solucionarlo. Mi personaje comete errores sin darse ni cuenta, tratando de solucionar el tema.
¿Qué diría de la justicia?, ¿de la forma en la que la estamos buscando ahora?
Pienso en la justicia de las redes sociales, que es tan facilista, donde sencillamente, si haces un comentario, te caen encima. Es realmente increíble como el estar detrás de una pantalla te permite decir cosas que no serías capaz de decir frente a una persona. Sin problema, sales y acabas con cualquiera. El arte tiene la capacidad de ponerte a pensar cuál es tu moral, por dónde miras cada cosa que pasa. El escritor es mágico al elegir una piscina para hacer esta obra: ser testigo de este problema con estos hombres en pantaloneta… La genialidad de la obra está en no dar soluciones, sino en mostrar perspectivas de una misma historia.
La escenografía, la música, los diálogos… Hablemos de algún componente de la obra y su función dentro de la narración.
Hubo muchos aciertos en la obra. El paisaje sonoro, por ejemplo, está hecho con agua: el principio de Arquímedes te dice que el cuerpo desplaza la misma cantidad de agua del peso que tiene, así que esta obra se pregunta: ¿cómo desplazo mi justicia? Y ese es uno de los tantos interrogantes…
Al salir de la función, alguien dijo: “La sentí como una pausa para este ritmo frenético en el que vivimos ahora”...
Veo a los chicos pasar lo que ven en el teléfono a toda velocidad. Hace poco, escuché un consejo que alguien le dio a otra persona: “Dele un minuto a la foto, mírela. Realmente mírela. Todo lo que uno puede ver en una foto es increíble”. También veo a mi sobrina, que es apneísta y anda con un morral en el hombro viajando por el mundo y haciendo unas cosas absolutamente deliciosas, y pienso: ¿yo para qué trabajé tanto? ¿Qué sentido tuvo todo este corre, corre? También recuerdo a Santiago García, con quien tuve la posibilidad de estar en una película: todas las noches nos sentábamos a charlar y, en uno de esos momentos, un hombre se sentó al nuestro lado. Santiago le preguntó “¿usted qué hace?”, y él le dijo que nada. Pues Santiago hizo toda una disertación de la maravilla que era no hacer nada, dijo que para él eso era imposible, pero que lo envidiaba profundamente.