El problema de las redes sociales en el Paro nacional y La marcha del silencio
Pensar con el ideal es tiernamente peligroso porque se pierde la crudeza del realismo. Protestantes y antiprotestantes son víctimas de sí mismos. Esto es, de su ideal, de su interpretación y de sus sesgos. Ambos creen que lo que ven en sus redes sociales es la versión y no una versión de un simpatizante.
Jaír Villano/ @VillanoJair
Las redes sociales son condescendientes con los anhelos (de)formativos de sus usuarios. El usuario confunde su realidad con lo real. Su versión con las versiones. Lo que quiere y desea ver con lo que es. Lo real no existe en el mundo digital. Le falta complejidad, amplitud, desagrados, oposiciones, matices.
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En las redes, el algoritmo inunda de información al usuario, lo ahoga: no le da tiempo para pensar. Así, lo deforma, en lugar de formarlo. El exceso de información desinforma. El usuario está convencido de su versión porque reproduce muchas versiones similares. Pierde el sentido crítico de su propio relato. Su relato se impone, porque las redes alimentan su versión con las versiones de otros usuarios que piensan lo mismo.
No hay espacio para otros relatos. Los otros relatos están, pero el usuario convencido de su posición las ignora. O no las conoce, no le aparecen, no las valora. Lo otro no existe para los usuarios aferrados a sus trincheras. En las redes, lo otro ha desaparecido. El usuario atrincherado lo hace desaparecer, pero no lo sabe. Ignora que alimenta su deseo, porque desconoce que lo que desea ver es un deseo. La realidad no es un deseo, el mundo no es un deseo, lo que pasa en las protestas no es un deseo. Todo eso es.
Pensar con el ideal es tiernamente peligroso porque se pierde la crudeza del realismo. Protestantes y anti protestantes son víctimas de sí mismos, esto es, de su ideal, de su interpretación, de sus sesgos. Ambos creen que lo que ven en sus redes es la versión, y no una versión de un simpatizante.
Se pierde entonces el lugar del otro. Sin deparar el lugar del otro, no hay diálogo. Se habla de él, se exige, pero no se buscan las condiciones para efectuarlo. Sin conocer una versión amplia del otro es imposible conocerlo. La condescendencia informativa de las redes hace que sea quimérico conocer la contraparte.
En Cali un grupo de gente sale a las calles con un lema obtuso, carente de ingenio y ajeno al dolor nacional: “La marcha del silencio”. Esta es promovida por empresarios, microempresarios, personas que se autodenominan “gente de bien”. En realidad, hay ciudadanos de todo tipo —quiero decir: gente de bien que no goza de los privilegios de la “gente de bien”—: trabajadores que se han visto afectados por los bloqueos al interior y en las fronteras de la ciudad, obreros, amas de casa, conductores. Pero dados los antecedentes de las personas de camisas de blanco, la expresión es estigmatizada, desdeñada, anulada por esa torpeza con que la “gente de bien” ha obrado antes.
Aquí viene uno de los tantos problemas de las redes. El usuario que ignora por completo las dinámicas históricas de Cali se limita a seguir lo que otros simpatizantes dicen. Se priva de analizar los matices: de escuchar la voz de esos que se están viendo golpeados por los efectos de las causales del Paro, que quizá no saben que comparten, o que apoyan pero están acostumbrados a soportar. El problema de este usuario es que no entiende que se está privando de algo porque no conoce aquello que está por fuera de su algo.
Estas proyecciones (fotos, videos, memes) son legitimadas por una ironía ajena a la percepción de los hoy militantes: el neoliberalismo. El me gusta y el retuit, y en general las reacciones en las redes sociales, son exitosas en la medida en que se hacen virales. O sea: mediáticas, grandes, celebradas. Uno de los pilares del neoliberalismo es la cuantificación de todo.
Un video con muchas reacciones es asumido como una verdad. Pero ese video no es la verdad. Es un fragmento subjetivado de la verdad. La verdad es también lo que nos incomoda, lo que no nos gusta, lo que nos interpela, con lo que no estamos de acuerdo. La verdad no es lo que queremos que sea, es lo que es, así lo ignoremos.
Uno puede apoyar el Paro nacional, uno puede denostar el desgobierno, pero eso no quiere decir que se aplauda cada una de las ocurrencias de quienes lideran un movimiento social con cuyas causas se coincide, pero con el cual se puede diferir en muchas de sus formas de operar. ¿De verdad piensan que bloqueando calles se van a ganar el respaldo del pueblo?
Es cierto que para ser escuchado en Colombia son necesarias medidas drásticas. ¿Sería igual la atención del gobierno -que no es mucha- sin los videos reproducidos por la prensa internacional y sin los bloqueos? Lo dudo. En Colombia es necesario el extremo.
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Pero por hacer lo uno se pierde lo otro. El ciudadano de a pie no entiende esto. El paro, que en un principio parecía ser de muchos, ha pasado a ser el de unos cuantos. Los medios tradicionales contribuyen en la difamación. Los bloqueos desesperan al trabajador corriente. Algunos piensan que si antes estábamos mal, ahora estamos pésimos. Colombia se supera a sí misma en eso. Schopenhauer, sin saberlo, lo auguraba: el día de hoy es malo y cada día será más malo “hasta que llegue el peor”.
Hace falta una voz autocrítica entre los líderes acéfalos del Paro nacional. Hace falta despojarse de la condescendencia alimentada por las redes. Hace falta escuchar, observar, mirar versiones ajenas a las comunes. Si no nos miramos en un espejo que no es el nuestro, uno con otras luces, otros ángulos y otras incomodidades, va a ser imposible encontrar salidas a este embrollo.
Las redes sociales son condescendientes con los anhelos (de)formativos de sus usuarios. El usuario confunde su realidad con lo real. Su versión con las versiones. Lo que quiere y desea ver con lo que es. Lo real no existe en el mundo digital. Le falta complejidad, amplitud, desagrados, oposiciones, matices.
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En las redes, el algoritmo inunda de información al usuario, lo ahoga: no le da tiempo para pensar. Así, lo deforma, en lugar de formarlo. El exceso de información desinforma. El usuario está convencido de su versión porque reproduce muchas versiones similares. Pierde el sentido crítico de su propio relato. Su relato se impone, porque las redes alimentan su versión con las versiones de otros usuarios que piensan lo mismo.
No hay espacio para otros relatos. Los otros relatos están, pero el usuario convencido de su posición las ignora. O no las conoce, no le aparecen, no las valora. Lo otro no existe para los usuarios aferrados a sus trincheras. En las redes, lo otro ha desaparecido. El usuario atrincherado lo hace desaparecer, pero no lo sabe. Ignora que alimenta su deseo, porque desconoce que lo que desea ver es un deseo. La realidad no es un deseo, el mundo no es un deseo, lo que pasa en las protestas no es un deseo. Todo eso es.
Pensar con el ideal es tiernamente peligroso porque se pierde la crudeza del realismo. Protestantes y anti protestantes son víctimas de sí mismos, esto es, de su ideal, de su interpretación, de sus sesgos. Ambos creen que lo que ven en sus redes es la versión, y no una versión de un simpatizante.
Se pierde entonces el lugar del otro. Sin deparar el lugar del otro, no hay diálogo. Se habla de él, se exige, pero no se buscan las condiciones para efectuarlo. Sin conocer una versión amplia del otro es imposible conocerlo. La condescendencia informativa de las redes hace que sea quimérico conocer la contraparte.
En Cali un grupo de gente sale a las calles con un lema obtuso, carente de ingenio y ajeno al dolor nacional: “La marcha del silencio”. Esta es promovida por empresarios, microempresarios, personas que se autodenominan “gente de bien”. En realidad, hay ciudadanos de todo tipo —quiero decir: gente de bien que no goza de los privilegios de la “gente de bien”—: trabajadores que se han visto afectados por los bloqueos al interior y en las fronteras de la ciudad, obreros, amas de casa, conductores. Pero dados los antecedentes de las personas de camisas de blanco, la expresión es estigmatizada, desdeñada, anulada por esa torpeza con que la “gente de bien” ha obrado antes.
Aquí viene uno de los tantos problemas de las redes. El usuario que ignora por completo las dinámicas históricas de Cali se limita a seguir lo que otros simpatizantes dicen. Se priva de analizar los matices: de escuchar la voz de esos que se están viendo golpeados por los efectos de las causales del Paro, que quizá no saben que comparten, o que apoyan pero están acostumbrados a soportar. El problema de este usuario es que no entiende que se está privando de algo porque no conoce aquello que está por fuera de su algo.
Estas proyecciones (fotos, videos, memes) son legitimadas por una ironía ajena a la percepción de los hoy militantes: el neoliberalismo. El me gusta y el retuit, y en general las reacciones en las redes sociales, son exitosas en la medida en que se hacen virales. O sea: mediáticas, grandes, celebradas. Uno de los pilares del neoliberalismo es la cuantificación de todo.
Un video con muchas reacciones es asumido como una verdad. Pero ese video no es la verdad. Es un fragmento subjetivado de la verdad. La verdad es también lo que nos incomoda, lo que no nos gusta, lo que nos interpela, con lo que no estamos de acuerdo. La verdad no es lo que queremos que sea, es lo que es, así lo ignoremos.
Uno puede apoyar el Paro nacional, uno puede denostar el desgobierno, pero eso no quiere decir que se aplauda cada una de las ocurrencias de quienes lideran un movimiento social con cuyas causas se coincide, pero con el cual se puede diferir en muchas de sus formas de operar. ¿De verdad piensan que bloqueando calles se van a ganar el respaldo del pueblo?
Es cierto que para ser escuchado en Colombia son necesarias medidas drásticas. ¿Sería igual la atención del gobierno -que no es mucha- sin los videos reproducidos por la prensa internacional y sin los bloqueos? Lo dudo. En Colombia es necesario el extremo.
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Pero por hacer lo uno se pierde lo otro. El ciudadano de a pie no entiende esto. El paro, que en un principio parecía ser de muchos, ha pasado a ser el de unos cuantos. Los medios tradicionales contribuyen en la difamación. Los bloqueos desesperan al trabajador corriente. Algunos piensan que si antes estábamos mal, ahora estamos pésimos. Colombia se supera a sí misma en eso. Schopenhauer, sin saberlo, lo auguraba: el día de hoy es malo y cada día será más malo “hasta que llegue el peor”.
Hace falta una voz autocrítica entre los líderes acéfalos del Paro nacional. Hace falta despojarse de la condescendencia alimentada por las redes. Hace falta escuchar, observar, mirar versiones ajenas a las comunes. Si no nos miramos en un espejo que no es el nuestro, uno con otras luces, otros ángulos y otras incomodidades, va a ser imposible encontrar salidas a este embrollo.