El prólogo de Eduardo Santos a la biografía de Rafael Núñez
Bajo el sello editorial Taurus se publica la clásica biografía de Indalecio Liévano Aguirre sobre el presidente colombiano que instauró la regeneración conservadora y que también era poeta. En este texto el expresidente liberal analiza su vida y obra.
Eduardo Santos * / Especial para El Espectador
Cuando hace dos meses conocí en sus originales la vida de Rafael Núñez, escrita por Indalecio Liévano Aguirre, y gentilmente me pidió él que prologara su primera obra, no vacilé en acceder a su solicitud porque me inspiraba viva simpatía y no poca admiración ese magistral esfuerzo.
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Cuando hace dos meses conocí en sus originales la vida de Rafael Núñez, escrita por Indalecio Liévano Aguirre, y gentilmente me pidió él que prologara su primera obra, no vacilé en acceder a su solicitud porque me inspiraba viva simpatía y no poca admiración ese magistral esfuerzo.
Vinieron luego viajes imprevistos, hondas crisis políticas todavía más imprevistas, y en todo eso ha fracasado casi mi deseo de complacer a Indalecio Liévano. No me era ya posible escribir, como lo hubiera querido, un estudio reposado sobre su obra pero como él insistiera en su amable deseo de que mi nombre figurase al lado del suyo en esta su primera salida a los campos de la crítica histórica, ahí van estas líneas apresuradas, cuyo principal valor quizás estará en que no demoren demasiado al lector ansioso de conocer una nueva interpretación de la vida y obra del doctor Núñez.
La obra de Liévano Aguirre tiene ante todo, para mí, un valor extraordinario como ejemplo para la nueva generación. Sin ánimo de molestarla, debo confesar que una de las cosas que más preocupan en ella es su poca voluntad para el arduo empeño, su afición a las cosas superficiales y transitorias. Su agitación parece más que todo epidérmica y revela una inquietante tendencia a traducirse en el esfuerzo de corto alcance y de muy ligera penetración; en el breve artículo improvisado, cuando no en el discurso más improvisado todavía; en su desvío por la tarea reflexiva y paciente que impone una larga labor.
Liévano Aguirre ha desechado esos caminos fáciles. Con noble y audaz ambición se ha lanzado al libro y a la presentación de vigorosas ideas nuevas, sin amedrentarse por la tempestad de críticas que ello pueda suscitar. Desde su punto de vista liberal ha querido revisar todo un criterio liberal de medio siglo para juzgar al hombre más discutido y más aborrecido en las filas del liberalismo. Y ha hecho todo esto con un espléndido sentido literario, con cualidades auténticas de escritor nato, que se revelan de modo sorprendente en páginas que tienen brillo excepcional. Ha evitado el escollo de la erudición excesiva y el de la retórica aparatosa y nos presenta un libro de recia arquitectura en que los defectos inevitables a un primer ensayo están más que compensados por méritos incontestables.
Por esta razón esencial la obra de Liévano Aguirre merece ser acogida con entusiasta simpatía y lo coloca de una vez en la primera fila de nuestros historiadores. A ese puesto lleva él un nuevo criterio que no puede pasar inadvertido. Es un libro de historia en que al lado de la pasión inevitable y fecunda que no puede estar ausente de un espíritu juvenil, al lado de un espíritu polémico revelador de un robusto temperamento, se encuentra el empeño por descubrir las raíces íntimas de los actos humanos.
No se limita solamente a los documentos oficiales y a los hechos públicos que van marcando la evolución del estadista cuya vida quiere ofrecernos sino que se detiene, con la más inteligente perspicacia, en las características psicológicas del hombre cuya vida examina, en sus pasiones, en los vendavales de su vida privada, en la manera como iba desarrollándose un alma tormentosa que se orientaba tanto por las ideas políticas como por los sentimientos íntimos.
Considero magistral la interpretación que Liévano Aguirre hace de la vida de Núñez a través de sus poesías. Seguramente se ha descuidado demasiado este aspecto de la personalidad del doctor Núñez. Muchas veces se ha querido juzgar al poeta con criterio meramente retórico, cuando la verdad es que en Núñez el poeta, el hombre privado y el hombre público están indisolublemente ligados.
En Núñez no era la poesía una abstracta pasión literaria sino la expresión apasionada y hondísima no sólo de sus sentimientos sino de las situaciones en que se encontraba aun en lo más árido de la vida pública. Hay no pocos poetas colombianos cuya obra podría estudiarse con prescindencia total del medio en que actuaron y hasta de las peripecias de su propia vida personal; poetas de índole parnasiana, que tendían a la belleza pura, que manejaban el idioma con delicadeza de orfebres y se inspiraban en las vastas ideas generales que en todo tiempo y lugar animan los actos humanos.
El doctor Núñez era todo lo contrario. Descuidado como escritor, ajeno a los primores del estilo, tenía la poesía únicamente como medio de expresión de su alma volcánica. El verso era para él el grito de su temperamento, en el amor, en la ambición, en la amargura, en la torturante vida pública. No escribió sus memorias, pero sus poesías son el mejor comentario de su vida y de su acción.
Así lo comprendió Liévano Aguirre y ese, para mí, es el mejor acierto literario y psicológico de su obra. Con certero instinto vio dónde estaba la mejor clave de interpretación de la personalidad del doctor Núñez y nos presenta en su biografía una figura profundamente humana, alimentada siempre por fuertes e implacables pasiones, por un cálido sentido de la vida, por rencores, venganzas, ambiciones y sensualidades que ejercían influjo decisivo sobre lo que pudiera considerarse como mera orientación política.
La fría enumeración de las actividades públicas de Núñez y de la manera como ellas modificaron la vida colombiana, no podría jamás explicarnos por sí sola la personalidad del padre de la Regeneración. Se equivocan, a mi modo de ver, quienes quisieran ver en él tan sólo a un doctrinario, a un pensador político, a un organizador de las instituciones. Podría ser todo eso pero era además una pasión en marcha, una pasión humana, influida decisivamente por todas las cosas grandes y pequeñas que afectan la vida de los hombres.
El no haberlo comprendido así fue el más grande de los errores cometidos por los círculos radicales que implacablemente quisieron combatirlo. Con equivocación fundamental concentraron sus tiros en la persona misma de Núñez y despertaron así todos sus ímpetus de combate y todos sus sentimientos de venganza; descuidaron demasiado las ideas del político y cuanto en ellas había de fecundo y realista y se empeñaron en combatir a un hombre que resultó más peligroso cuanto más acosado. Estará por demás decir que no compartimos muchos de los juicios de Liévano Aguirre sobre la vida y la obra del doctor Núñez.
* Fragmento del texto original de la primera edición de la biografía, del 12 de agosto de 1944. Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Eduardo Santos Montejo (1888-1974) fue un abogado, político, humanista y periodista colombiano. Fue presidente de Colombia entre 1938 y 1942.