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La casa del conocimiento que une arte, ciencia y comunidad en el Amazonas

Lina Castañeda, directora artística de BARCÚ habló sobre los diez años de esta plataforma cultural y el lanzamiento de “Ananeco” en el Amazonas, un proyecto colaborativo e inmersivo que une arte, ciencia y el conocimiento ancestral de la comunidad uitoto de Casilla Naira. Este espacio busca preservar el medio ambiente y la cultura amazónica, facilitando investigaciones artísticas y científicas en la selva, con la orientación de sabedores indígenas y expertos.

Diana Camila Eslava
12 de noviembre de 2024 - 12:00 p. m.
Lina Castañeda ha actuado como gestora cultural en la Bienal de La Habana.
Lina Castañeda ha actuado como gestora cultural en la Bienal de La Habana.
Foto: Cortesía
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Cuéntenos sobre el proyecto “Ananeco” que están llevando a cabo en el Amazonas.

Es la nueva iniciativa que Barcú lanzó en la COP16 para celebrar sus 10 años. Ananeco quiere decir “casa grande del conocimiento” en uitoto, y consiste en unas inmersiones que hemos desarrollado durante dos años. Toda la estructura fue realizada de la mano de la comunidad de Casilla Naira, que significa “despertar de nueva gente” en el kilómetro 11 de Leticia. Ellos tienen el mismo propósito que nosotros: compartir el conocimiento con los hijos y los nietos. Lo que generamos junto con ellos es un espacio donde invitamos a artistas a desarrollar investigaciones en la selva, guiados por los sabedores tradicionales de la comunidad, además de expertos en el campo de cada artista. También participan científicos que se encuentran en la selva en un proceso previo, y todo esto con el fin de preservar el medio ambiente y la cultura amazónica.

¿Cómo llegaron al Amazonas y cómo decidieron que ahí era donde querían empezar a explorar este proyecto?

En 2022 nos reunimos todos los directivos de Barcú y empezamos a pensar en este cambio de rumbo. Luego tuve la oportunidad de viajar a Medellín, donde me presentaron al abuelo de Gilberto Bartenes, líder de la comunidad, en noviembre de 2022, y desde ahí quedamos encantados con ellos. El ADN de su comunidad y su forma de pensar coincidían mucho con lo que queríamos lograr: crear una plataforma y un ecosistema dedicado a los artistas, sus procesos y sus investigaciones en proyectos específicos. Así nació todo. Comenzamos a realizar inmersiones en la selva, yendo nosotros allá, invitándolos acá, en un proceso de dos años. La selva es un espacio donde se abren muchas posibilidades, donde empiezas a ver diferente, te das cuenta de que las hojas brillan por la noche y el camino se ilumina con bioluminiscencia, y esto despierta todos los sentidos.

¿Y cómo ha sido el trabajo? ¿Nos puede hablar de un ejemplo en específico?

En la primera inmersión, después de dos años de trabajo en la estructura y cocreación con la comunidad, invitamos al primer artista, Solimán López, un español especializado en arte de nuevos medios y biotecnología. Él estaba investigando el agua en entornos naturales, y nosotros llevábamos un año de conversaciones con la comunidad y con don Gilberto. En esas sesiones de diálogo su investigación se fue perfilando hacia el ADN ambiental. Este tipo de ADN se obtiene al tomar muestras del ambiente. Escogimos cuatro árboles emblemáticos para la comunidad, y el artista estudió sus partes: la tierra, la raíz, el tronco y el agua alrededor. Llevamos estas muestras a un laboratorio, donde se secuenciaron para identificar trazas de ADN de microorganismos, vertebrados, mamíferos y otros seres, generando una imagen del ecosistema de cada árbol en ese momento. Obtuvimos datos de más de 6,700 especies. La investigación fue guiada por Brigitte Baptiste y se realizó en el laboratorio BIOS de Manizales, el más importante del país en biotecnología. Así realizamos un estudio de la biodiversidad en estos árboles emblemáticos.

¿Y qué hicieron con esos datos?

Con la información obtenida, el artista creó unas esferas de resina, caucho y copal, materiales con gran significado para la comunidad. La resina, que el árbol exuda al raspar la corteza, se usó junto al caucho, con su carga histórica, y el copal, un material sagrado para ellos. Estas esferas contienen el ADN y se sellaron en bolsitas hechas de cortezas de los árboles, que los habitantes de la región tradicionalmente usaban para hacer sus trajes. Colocamos las esferas en la selva, creando en total 16, con cuatro muestras por árbol. Este proyecto artístico se llama “Capside”. Capside es la membrana que protege el núcleo del virus, y cuando tomas un antibiótico, este rompe esa membrana para eliminar el virus. El artista hace un paralelo con la selva, protegiéndola del “virus” que representamos los humanos. Esta serie de obras generan un discurso sobre la protección de la selva.

Crearon además el Museo Pineal. ¿Cuál fue la respuesta que tuvo la comunidad?

El Museo Pineal es un activo cultural para la comunidad que promueve un turismo crítico, cultural y científico, con el que los visitantes puedan conocer la comunidad. Los locales se convierten en guías naturales y cuentan las historias de la selva. El museo fue fundado por Solimán López y nosotros, pero fue una cocreación con la comunidad. Don Gilberto también es fundador del museo, y ellos son artesanos y artistas naturales con un conocimiento increíble. Ellos han guiado el camino y son los maestros de las inmersiones, enseñándonos sobre el uso de las resinas y otros materiales autóctonos.

¿Y cómo vivieron la COP16?

Fue gratificante poder lanzar el proyecto en la COP16. Nuestro museo, dedicado a la biodiversidad, preserva, salvaguarda y promueve la biodiversidad y el arte. La obra en la COP se inició con una conversación sobre los derechos del ADN ambiental. Presentamos el documental sobre el proyecto “Ananeco” y una obra de Solimán en la Plaza de Cali, e hicimos un acto simbólico en el Instituto Humboldt con Brigitte Baptiste, don Gilberto y el artista. Este último propuso un decálogo de derechos para el ADN ambiental, buscando su protección legal. Cada derecho fue leído en voz alta por Brigitte, y don Gilberto selló cada uno con su huella, en un documento que simboliza la protección de la selva.

¿Cuáles son sus últimas reflexiones después de vivir todas estas experiencias?

Es una pregunta muy bonita, porque ha sido muy satisfactoria toda esta nueva aventura en la que Barcú ha incursionado. Trabajar de la mano de don Gilberto ha sido algo muy especial, porque nos ha enseñado y nos ha permitido entender el poder del arte y de hacer algo interdisciplinario. Poder promover el arte como un vehículo de transformación social y territorial, de divulgación, y usarlo para generar nuevo conocimiento y concientización sobre el medio ambiente y la importancia de cuidarlo. Llegar a estos puntos donde varias disciplinas se mezclan y a través del arte se comunican ha sido para mí algo muy especial y poderoso.

Devolvámonos un poco: ¿cómo empezó todo? ¿Qué hizo “clic” en usted para dedicarse a la gestión cultural?

Ha sido como una evolución natural. Estudié arte en los Andes, y desde antes de terminar empecé a explorar el mundo del arte y a conocer su poder de movilizar a la gente. Sin embargo, las galerías están muy enfocadas en el aspecto comercial, y con Barcú tuve la oportunidad de trabajar en proyectos que usan el arte como un vehículo de transformación. Para mí esa fue la panacea: usar algo que permite a todos entender mensajes y nos invita como sociedad a dar un paso adelante, a encontrar un espacio de entendimiento, manejando un lenguaje universal. En Barcú comenzamos con la transformación territorial de La Candelaria, aportando nuestro granito de arena para que la gente visitara el centro, lo conociera y pudiera caminar tranquila, superando el miedo a ese espacio. Ver cómo el arte y la cultura llevaban a las personas allí fue impactante. Luego empezamos a trabajar en proyectos más sociales, y ver ese poder nos llevó a este camino tan interesante.

¿Cómo han hecho para contrarrestar la resistencia al arte en aquellas personas que aún no entienden para qué sirve?

Nosotros siempre hemos hablado de la democratización del arte y de mantener desde el inicio una relación directa con las personas. En Barcú, cuando teníamos eventos, buscábamos que el artista estuviera ahí y que la gente no se sintiera incómoda preguntando lo que fuera. Queríamos que tanto los artistas y los galeristas como el público general pudieran entablar diálogos y crear espacios sin la rigidez de un “cubo blanco” que intimide a la gente para entrar y preguntar. Buscábamos un ambiente relajado para que se generaran diálogos y entendimientos. Eso lo hemos potenciado para generar cohesión social, donde puedes ponerte en los zapatos del otro desde el arte. Creo que eso ha sido algo muy importante en nuestra relación con el público general.

Finalmente, ¿cuáles son las expectativas? ¿Hacia dónde quieren dirigirse?

Las expectativas son inmensas, los retos son gigantes y la responsabilidad aún mayor. Queremos seguir con nuestro proyecto, seguir trayendo a artistas increíbles a la selva. Queremos que los proyectos, tanto individuales como colectivos, viajen por el mundo y expandan el mensaje desde la selva, desde el conocimiento científico y el arte. Nuestro logro, llamado Expans, se centra en el arte y la tecnología, reuniendo a expertos de universidades como el MIT. Queremos seguir presentando esto en espacios no tradicionales para tener un alcance muy amplio, seguir inmersos en el mundo del arte y compartir todo este conocimiento con el público.

Diana Camila Eslava

Por Diana Camila Eslava

Periodista del Magazín Cultural de El Espectador. Con experiencia en comunicación y gestión cultural, así como en consultoría empresarial en transformación digital. Maestra en Creación Literaria.@CamilaEslava_deslava@elespectador.com

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