El rayo de luz en mi ventana (Cuentos de cuentos)
¿Qué es el éxito? Papá solía decirme que para ser exitoso debía cumplir con aquello que veíamos en la televisión, gente famosa que aparentaba una vida de lujos y felicidad.
María Alejandra Caballero Mc Leod.
Por años crecí con la mentalidad de que para ser alguien en la vida debía conseguir cantidades exorbitantes de dinero. Dediqué horas y horas a estudiar, a intentar sobresalir en un cúmulo de personas sin sueños y con pensamiento banal.
Intentaba convencerme a mí mismo de lo que era imposible, ser el prototipo perfecto que deseaba papá. Por más que lo intentara, jamás logré tener una conexión diferente a la del arte, pues mi sueño más profundo siempre había sido pintar.
Por años tuve que esconder mis pinceles y las témperas que, con mucho esfuerzo, me compraba mamá. Me engañaba a mí mismo diciéndome que llegaría un momento en el que al fin alcanzaría mi libertad, cuando en realidad cada semestre en la universidad era una obligación y nada más.
Estuve al borde del colapso durante varios meses, me cuestionaba a mí mismo la necesidad de conseguir dinero para ser feliz. Mis noches estaban cubiertas por un aguacero de llanto y enredos en mi sentir; hasta que un día, finalmente desperté.
Desperté de aquello en lo que me había visto sumido por tanto tiempo. Aquella mañana, en la que por un rayo de sol entrando por mi ventana mi cara se vio iluminada, comprendí que mi felicidad no era la misma que la de mi padre y que aquel éxito del que todos me hablaban nunca existió.
Decidí levantarme, me coloqué un par de pantuflas y caminé hasta el frondoso jardín que rodeaba mi casa. Tomé asiento en el pasto humedecido por el rocío del amanecer y analicé cada cosa de mi entorno.
En ese momento, con el sonido de la brisa y el canto de los pájaros, me empecé a sentir diminuto. Yo, un simple adolescente confundido, no era el motivo por el que aquellos pajarillos cantaban, ni por el que el viento transcurría llevándose las hojas secas por su paso.
De ahí surgió la teoría que le cambió el rumbo a mi vida. Los seres humanos no somos más que otra especie, la cual, por algún motivo del destino, se vio obligada a permanecer en la tierra.
Al ser tan pequeños e insignificantes en un mundo que no detiene su paso por nuestro existir tuvimos que inventar, con el pasar de los años, una estrategia que nos hiciera sentir importantes, aunque esta fuese irreal.
De tal manera entendí que mi éxito no se debía ver comprometido por un factor económico, porque nunca necesité ser partícipe de la tediosa carrera por sobresalir. Desde ese entonces me sentí libré y exitoso a mi manera, dediqué mis días a lo que me hacía feliz.
Tracé lienzos en honor a la vida y mi existir. Después de tantos días, lágrimas y dolor, finalmente dejé de seguir el ejemplo que por tanto tiempo me había ilustrado papá.
*En esta edición del Magazín presentamos los tres primeros cuentos surgidos de “Con Textos”, un espacio de conversaciones y debates organizado por el Nuevo Gimnasio de Bogotá y El Espectador, liderado por Francisco Javier Burbano y dirigido a estudiantes de los grados 9° 10° y 11° de varios colegios de Bogotá (Colegio Nuevo Gimnasio, Colegio Bilingüe José Max León y Liceo Chico Campestre). Son una pequeña muestra de la manera de percibir el mundo y la vida de las nuevas generaciones del país.*
Por años crecí con la mentalidad de que para ser alguien en la vida debía conseguir cantidades exorbitantes de dinero. Dediqué horas y horas a estudiar, a intentar sobresalir en un cúmulo de personas sin sueños y con pensamiento banal.
Intentaba convencerme a mí mismo de lo que era imposible, ser el prototipo perfecto que deseaba papá. Por más que lo intentara, jamás logré tener una conexión diferente a la del arte, pues mi sueño más profundo siempre había sido pintar.
Por años tuve que esconder mis pinceles y las témperas que, con mucho esfuerzo, me compraba mamá. Me engañaba a mí mismo diciéndome que llegaría un momento en el que al fin alcanzaría mi libertad, cuando en realidad cada semestre en la universidad era una obligación y nada más.
Estuve al borde del colapso durante varios meses, me cuestionaba a mí mismo la necesidad de conseguir dinero para ser feliz. Mis noches estaban cubiertas por un aguacero de llanto y enredos en mi sentir; hasta que un día, finalmente desperté.
Desperté de aquello en lo que me había visto sumido por tanto tiempo. Aquella mañana, en la que por un rayo de sol entrando por mi ventana mi cara se vio iluminada, comprendí que mi felicidad no era la misma que la de mi padre y que aquel éxito del que todos me hablaban nunca existió.
Decidí levantarme, me coloqué un par de pantuflas y caminé hasta el frondoso jardín que rodeaba mi casa. Tomé asiento en el pasto humedecido por el rocío del amanecer y analicé cada cosa de mi entorno.
En ese momento, con el sonido de la brisa y el canto de los pájaros, me empecé a sentir diminuto. Yo, un simple adolescente confundido, no era el motivo por el que aquellos pajarillos cantaban, ni por el que el viento transcurría llevándose las hojas secas por su paso.
De ahí surgió la teoría que le cambió el rumbo a mi vida. Los seres humanos no somos más que otra especie, la cual, por algún motivo del destino, se vio obligada a permanecer en la tierra.
Al ser tan pequeños e insignificantes en un mundo que no detiene su paso por nuestro existir tuvimos que inventar, con el pasar de los años, una estrategia que nos hiciera sentir importantes, aunque esta fuese irreal.
De tal manera entendí que mi éxito no se debía ver comprometido por un factor económico, porque nunca necesité ser partícipe de la tediosa carrera por sobresalir. Desde ese entonces me sentí libré y exitoso a mi manera, dediqué mis días a lo que me hacía feliz.
Tracé lienzos en honor a la vida y mi existir. Después de tantos días, lágrimas y dolor, finalmente dejé de seguir el ejemplo que por tanto tiempo me había ilustrado papá.
*En esta edición del Magazín presentamos los tres primeros cuentos surgidos de “Con Textos”, un espacio de conversaciones y debates organizado por el Nuevo Gimnasio de Bogotá y El Espectador, liderado por Francisco Javier Burbano y dirigido a estudiantes de los grados 9° 10° y 11° de varios colegios de Bogotá (Colegio Nuevo Gimnasio, Colegio Bilingüe José Max León y Liceo Chico Campestre). Son una pequeña muestra de la manera de percibir el mundo y la vida de las nuevas generaciones del país.*