Jerónimo García: el refugio de la nostalgia
Jerónimo García Riaño construyó una historia de amor y justicia atravesada por una de sus mayores pasiones: la salsa.
Andrés Osorio Guillott
Jerónimo García tenía diez u once años cuando una tarde escuchó el sonido de los timbales, el piano y el bajo, escuchó las voces de Richie Ray y Bobby Cruz cantando: “Gan Gan y Gan Gon siempre están contentos / Gan Gan y Gan Gon siempre están contentos / nacieron gemelos allá en monte adentro / nacieron gemelos allá en monte adentro”. “Ahí me conecté y me fui enamorando de la salsa, de los ritmos que tiene. Esos ritmos conectan. Es una música que escuché durante mucho tiempo, sobre todo en la adolescencia. En los últimos años del colegio me acerqué a unos amigos que eran unos conocedores brutales de la salsa y ahí fui aprendiendo. Mi papá me daba $1.000 o $2.000 para comer en el colegio, lo del diario, y yo gastaba $800. Lo otro lo guardaba para comprar casetes; los compraba los viernes porque el domingo en la mañana había un programa radial que se llamaba Salsa y sabor, de la emisora Los Robles Estéreo, y ponían salsa desde las 7:00 a.m. hasta las 12:00 del mediodía. Yo nunca filtraba, sino que guardaba lo que sonara. Así me empapé de autores, orquestas y compositores. Mi relación con la salsa fue así, la fui coleccionando y llegué a tener unos 300 casetes. Y los domingos en la tarde había una salsoteca que se llamaba Borincua. Era desde las 3:00 hasta las 10:00 de la noche. No iba todos los domingos, pero procuraba ir siempre. Mi relación es muy profunda. Me considero melómano, escucho todo tipo de música, pero la que significa mucho para mí es la salsa. Incluso me he recuperado de desamores gracias a ella, como que me recoge y me recupera”.
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La salsa; el rock de los años 60 y 70; los boleros y los tangos. Pensar en que las obras que leemos, las pinturas que observamos y las canciones que escuchamos ya nos conducen al pasado. Indirecta e inconscientemente nos apegamos al pasado, nos volvemos nostálgicos. “El ser humano se refugia en la nostalgia”, dice, y él reconoce que ese refugio ha sido la salsa, esa misma que atraviesa la historia de La noche de los forasteros.Y así como con la novela, en la vida podría decirse que hay una lectura que se hace a lo lejos o la primera vez, y que hay otra que se hace de cerca, y en repetidas ocasiones. Siempre hay mensajes ocultos, mensajes entre líneas. Y más allá de la salsa, es evidente también una historia de amor con distintos amores, y también una muerte que nos lleva al pasado y que revive un vínculo oculto y prohibido.
Surge entonces la pregunta sobre el amor y la moral, de si es posible o no desligar ambos elementos. Parecería imposible, pero lo cierto es que la pregunta no pretende establecer principios ni normas, sino esclarecer lo que hay detrás de declarar lo que “está bien o mal” cuando se ama: “Culturalmente estamos castrados. Nos han dicho que debes tener una relación uno a uno toda la vida. Cuando aparecen los deslices y aparece nuestra condición humana en juego, eso nos enriquece, pero nosotros mismos nos castramos y a eso le llamamos engaño. Si entendemos que a mí me puede gustar otra persona, y que a mi pareja le puede pasar lo mismo, estas cosas no pasan. Cada relación tiene su propio lenguaje y sus propios códigos. Es difícil dar pautas. Hay muchos amores, uno de ellos es el de la familia, que es un amor obligado. No creo que se puedan establecer principios. El amor puede desligarse de la moral, pero no de la ética”.
“Y la muerte, la pregunta por ella y el sentido que nos da cuando pensamos en el misterio que jamás podremos resolver: mi conexión con la muerte es muy fuerte. Primero porque mi madre muere siendo yo muy niño, casi no me escuchan hablando de ella porque no tengo muchos recuerdos. Yo me crié con mi papá. Con él tuve una relación muy especial. Y bueno, aparecen muchas muertes en el camino: de dos compañeras del colegio, el terremoto de Armenia dejó muchos muertos también. Es un tema que nos acompaña, pero ha sido latente en mi vida”.
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“La muerte es severa, Andrés, también castiga a los que estamos vivos”, dice uno de los personajes de la novela, recordándonos que su aparición, por más ineludible que sea, nos golpeará siempre en ese lado donde constantemente nos mentimos para no estar recordando que hay un fin para todos nosotros, pero que ese fin es el que nos obliga, así como a Jerónimo García, a buscarle un propósito a nuestro devenir y a nuestro testimonio en el mundo.
Jerónimo García tenía diez u once años cuando una tarde escuchó el sonido de los timbales, el piano y el bajo, escuchó las voces de Richie Ray y Bobby Cruz cantando: “Gan Gan y Gan Gon siempre están contentos / Gan Gan y Gan Gon siempre están contentos / nacieron gemelos allá en monte adentro / nacieron gemelos allá en monte adentro”. “Ahí me conecté y me fui enamorando de la salsa, de los ritmos que tiene. Esos ritmos conectan. Es una música que escuché durante mucho tiempo, sobre todo en la adolescencia. En los últimos años del colegio me acerqué a unos amigos que eran unos conocedores brutales de la salsa y ahí fui aprendiendo. Mi papá me daba $1.000 o $2.000 para comer en el colegio, lo del diario, y yo gastaba $800. Lo otro lo guardaba para comprar casetes; los compraba los viernes porque el domingo en la mañana había un programa radial que se llamaba Salsa y sabor, de la emisora Los Robles Estéreo, y ponían salsa desde las 7:00 a.m. hasta las 12:00 del mediodía. Yo nunca filtraba, sino que guardaba lo que sonara. Así me empapé de autores, orquestas y compositores. Mi relación con la salsa fue así, la fui coleccionando y llegué a tener unos 300 casetes. Y los domingos en la tarde había una salsoteca que se llamaba Borincua. Era desde las 3:00 hasta las 10:00 de la noche. No iba todos los domingos, pero procuraba ir siempre. Mi relación es muy profunda. Me considero melómano, escucho todo tipo de música, pero la que significa mucho para mí es la salsa. Incluso me he recuperado de desamores gracias a ella, como que me recoge y me recupera”.
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Surge entonces la pregunta sobre el amor y la moral, de si es posible o no desligar ambos elementos. Parecería imposible, pero lo cierto es que la pregunta no pretende establecer principios ni normas, sino esclarecer lo que hay detrás de declarar lo que “está bien o mal” cuando se ama: “Culturalmente estamos castrados. Nos han dicho que debes tener una relación uno a uno toda la vida. Cuando aparecen los deslices y aparece nuestra condición humana en juego, eso nos enriquece, pero nosotros mismos nos castramos y a eso le llamamos engaño. Si entendemos que a mí me puede gustar otra persona, y que a mi pareja le puede pasar lo mismo, estas cosas no pasan. Cada relación tiene su propio lenguaje y sus propios códigos. Es difícil dar pautas. Hay muchos amores, uno de ellos es el de la familia, que es un amor obligado. No creo que se puedan establecer principios. El amor puede desligarse de la moral, pero no de la ética”.
“Y la muerte, la pregunta por ella y el sentido que nos da cuando pensamos en el misterio que jamás podremos resolver: mi conexión con la muerte es muy fuerte. Primero porque mi madre muere siendo yo muy niño, casi no me escuchan hablando de ella porque no tengo muchos recuerdos. Yo me crié con mi papá. Con él tuve una relación muy especial. Y bueno, aparecen muchas muertes en el camino: de dos compañeras del colegio, el terremoto de Armenia dejó muchos muertos también. Es un tema que nos acompaña, pero ha sido latente en mi vida”.
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