El regreso del arte a los Olímpicos
Desde la Grecia antigua las muestras artísticas han tenido un papel protagónico en los Juegos Olímpicos. El arte y el deporte evidenciaban de la capacidad corporal y mental de los hombres. A pesar de los intentos por separar estas dos expresiones, la unión de ellas sigue dando de qué hablar.
Daniela Cristancho Serrano
Empezó con figuras como Platón y Pitágoras compartiendo sus ideas filosóficas en Olimpia, aquel lugar donde los griegos se daban cita para celebrar a Zeus con los Juegos Olímpicos. En la Grecia antigua, pensadores y artistas participaban en competencias culturales, homólogas a aquellas que tenían los deportistas. En aquella península del Peloponeso, el arte y el deporte juntos constituían la más completa manifestación humana. “En los tiempos del esplendor de Olimpia, las letras y las artes armoniosamente combinadas con el deporte aseguraban la grandeza de los Juegos Olímpicos”, afirmó Pierre de Coubertin, el francés que fundaría los Juegos modernos en 1894.
Coubertin se dispuso a rescatar la dimensión cultural, intelectual y artística en las Olimpiadas modernas y por eso, desde los Juegos de Verano en Estocolmo en 1912, se desarrollaron competencias culturales a la par de las físicas. A los artistas se les juzgaba en cinco categorías: pintura, escultura, literatura, arquitectura y música. El mismo Coubertin concursó en la primera edición, en Suecia, bajo los seudónimos Georges Honhrod y Martín Eschbach, y ganó la medalla de oro en literatura por su poema Oda al deporte.
Sin embargo, los concursos artísticos en los Juegos Olímpicos llegaron a su fin en Londres, en el verano de 1948. Después de ese año se desarrolló una exhibición de arte que tenía lugar en los Juegos de Invierno y Verano, pero por la cual no eran premiados los artistas. Así, la idea de la excelencia física empezó a disociarse del talento artístico, incluso para los mismos atletas. “A mí siempre me dijeron que el arte y el deporte eran muy diferentes, y eso siempre fue una lucha”, afirma Roald Bradstock, atleta y artista olímpico. “Esa fue la visión que tuve hasta 1999, cuando comencé a investigar sobre la historia de los Juegos y entendí la profunda conexión entre ambos”.
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Bradstock representó a Gran Bretaña en los Olímpicos de Verano de 1984 y 1988 en tiro de jabalina, pero solo fue hasta después de su participación en los Juegos que él comprendió la sincronía entre los dos mundos que le apasionan. “Los atletas se expresan a sí mismos físicamente. Su personalidad, tenacidad y competitividad. Los artistas hacen lo mismo en términos creativos, pero se suele creer que los deportistas solo tienen una cara”, dice Bradstock, quien ha adquirido el apodo Picasso Olímpico.
Era 2008, y en Oregón tenían lugar las pruebas de clasificación para los Olímpicos. Bradstock salió a la pista a lanzar sus tres tiros. Pero algo era distinto. Su uniforme se asemejaba a la piel de una cebra. Las gruesas líneas blancas y negras, que hacían juego con su jabalina, habían sido pintadas por él. Antes de su segundo tiro se cambió a otro traje pintado a mano, esta vez con los colores olímpicos: negro, amarillo, verde, azul y rojo, y finalizó su prueba utilizando uno con los colores de Inglaterra, su tierra natal.
El desde entonces llamado Picasso Olímpico cuenta que pintó los trajes con un año de anterioridad. Se probaba los trajes y hacía el diseño con cinta adhesiva para luego llenar los espacios en blanco con sus pinturas de colores. “Para mí eso tuvo que ver con mi carrera como atleta y artista, pero también con expresarme y ser fiel a mí mismo y contar una historia. Una historia que aún no está terminada”, cuenta Bradstock, quien asume el deporte como un medio y una plataforma para el arte.
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Hoy, este lanzador de jabalina es parte de la Comisión de Cultura y Patrimonio Olímpico, que en los últimos años ha tratado de regresarles un papel protagónico a las artes en los Juegos, y es el director ejecutivo de Art of the Olympians, un programa de la Fundación Al Oerter, dedicada a encontrar y dar a conocer atletas olímpicos y paralímpicos que se desempeñan, a su vez, en alguna forma artística. “El punto es mostrar que los atletas tienen otro lado, que son creativos, que quieren expresarse a sí mismos de diferentes maneras”, comenta.
En 2018, Bradstock llegó a los Juegos de Invierno de Pyongchang como parte del primer programa Artistas Olímpicos en Residencia, que “celebra los vínculos entre el deporte y la cultura ofreciendo a los atletas olímpicos, con intereses artísticos, oportunidades para producir y presentar nuevas obras de arte durante las ediciones de los Juegos Olímpicos”, según afirma la Comisión de Cultura y Patrimonio Olímpico. Allí conoció a Alexi Pappas, corredora olímpica, escritora, cineasta y actriz, quien realizó un video de los Juegos. Una película hecha por deportistas para otros deportistas.
Pappas corrió los 10.000 metros en los Olímpicos de Verano en Río de Janeiro, donde rompió el récord griego en los Juegos. Dos años después retornó a la Villa Olímpica, pero esta vez en invierno y en condición de artista. Allí filmó Sueños olímpicos, una comedia romántica que se desenvuelve en medio de la adrenalina de las Olimpiadas y en la que Pappas es la actriz principal. La corredora también se dedica a las letras y publicó su primer libro, Bravey: Chasing Dreams, Befriending Pain, and Other Big Ideas, en 2021. En este compendio de ensayos, Pappas explora su proceso con la salud mental, el dolor y la persecución de los sueños.
Después de los Juegos en Río, Pappas, al igual que experimentan muchos atletas, fue diagnosticada con depresión posolímpica. “Mi primer recuerdo de haber corrido fue en primer grado, cuando un chico de mi clase se burló de mi mejor amigo, y no solo lo perseguí, sino que lo atrapé y lo apuñalé con un lápiz (…). En la secundaria canalicé mi habilidad atlética de una manera más productiva: el equipo de atletismo, la persecución organizada. Los encuentros eran mixtos y los gané todos. Me gustaba la sensación de ganar. Me hizo sentir que yo importaba. Todo lo que siempre he querido en mi vida es importar”, afirma Pappas en Bravey.
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Bradstock, quien habló con Pappas sobre estos temas de salud mental en Pyongchang y quien también tuvo una lucha interna tras los Juegos, afirma que este es un problema que enfrentan muchos atletas. “Los Olímpicos son un momento muy alto. Todo el trabajo que implica, el compromiso, todo es tan emocionante. Después hay un gran bajón. ¿Cómo vas a superar lo que acabas de hacer? Quizá ya no logres ir a otros Olímpicos en otros cuatro años”. Sin embargo, considera que las artes, como lo son el cine y la escritura para Pappas y la pintura para él, puede ayudar en estos momentos. “El arte puede ayudar a los atletas a transitar hacia otra etapa de la vida y a que entiendan que somos personas complejas, no solo somos deportistas”, afirma Bradstock.
Ya lo había afirmado Pierre de Coubertin: “El deporte debe de ser concebido como productor de arte y como ocasión de arte”. Para él el deporte es productor de belleza, ya que crea a los atletas, que son esculturas vivas. Pero, además, el deporte es ocasión de belleza, por los espectáculos que genera y las edificaciones que se construyen para vivirlo. El Olimpismo, como la filosofía de los Juegos que pensó Coubertin hace 128 años, resalta la unión del deporte y la cultura. Y ambos, como lenguajes universales, pueden utilizarse, en el marco de los Juegos Olímpicos, para promover el respeto por los principios éticos universales que se discutían en la Grecia antigua.
Desde estas premisas y el entendimiento de que las Olimpiadas unen al mundo, la Comisión de Cultura y Patrimonio Olímpico presentó el Ágora Olímpica, “un espacio para la expresión de las artes, la cultura, la creatividad y los valores vinculados a los Juegos Olímpicos”. La edición de las justas de Invierno de Beijing 2022 fue también la ocasión para el tercer encuentro de “Artistas Olímpicos en Residencia”, que reunió a atletas y artistas olímpicos de China, Estados Unidos, Francia, Canadá e Inglaterra. Y así, con estos Juegos, se continúa marcando el lento regreso de las artes al esplendor de Olimpia.
Empezó con figuras como Platón y Pitágoras compartiendo sus ideas filosóficas en Olimpia, aquel lugar donde los griegos se daban cita para celebrar a Zeus con los Juegos Olímpicos. En la Grecia antigua, pensadores y artistas participaban en competencias culturales, homólogas a aquellas que tenían los deportistas. En aquella península del Peloponeso, el arte y el deporte juntos constituían la más completa manifestación humana. “En los tiempos del esplendor de Olimpia, las letras y las artes armoniosamente combinadas con el deporte aseguraban la grandeza de los Juegos Olímpicos”, afirmó Pierre de Coubertin, el francés que fundaría los Juegos modernos en 1894.
Coubertin se dispuso a rescatar la dimensión cultural, intelectual y artística en las Olimpiadas modernas y por eso, desde los Juegos de Verano en Estocolmo en 1912, se desarrollaron competencias culturales a la par de las físicas. A los artistas se les juzgaba en cinco categorías: pintura, escultura, literatura, arquitectura y música. El mismo Coubertin concursó en la primera edición, en Suecia, bajo los seudónimos Georges Honhrod y Martín Eschbach, y ganó la medalla de oro en literatura por su poema Oda al deporte.
Sin embargo, los concursos artísticos en los Juegos Olímpicos llegaron a su fin en Londres, en el verano de 1948. Después de ese año se desarrolló una exhibición de arte que tenía lugar en los Juegos de Invierno y Verano, pero por la cual no eran premiados los artistas. Así, la idea de la excelencia física empezó a disociarse del talento artístico, incluso para los mismos atletas. “A mí siempre me dijeron que el arte y el deporte eran muy diferentes, y eso siempre fue una lucha”, afirma Roald Bradstock, atleta y artista olímpico. “Esa fue la visión que tuve hasta 1999, cuando comencé a investigar sobre la historia de los Juegos y entendí la profunda conexión entre ambos”.
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Bradstock representó a Gran Bretaña en los Olímpicos de Verano de 1984 y 1988 en tiro de jabalina, pero solo fue hasta después de su participación en los Juegos que él comprendió la sincronía entre los dos mundos que le apasionan. “Los atletas se expresan a sí mismos físicamente. Su personalidad, tenacidad y competitividad. Los artistas hacen lo mismo en términos creativos, pero se suele creer que los deportistas solo tienen una cara”, dice Bradstock, quien ha adquirido el apodo Picasso Olímpico.
Era 2008, y en Oregón tenían lugar las pruebas de clasificación para los Olímpicos. Bradstock salió a la pista a lanzar sus tres tiros. Pero algo era distinto. Su uniforme se asemejaba a la piel de una cebra. Las gruesas líneas blancas y negras, que hacían juego con su jabalina, habían sido pintadas por él. Antes de su segundo tiro se cambió a otro traje pintado a mano, esta vez con los colores olímpicos: negro, amarillo, verde, azul y rojo, y finalizó su prueba utilizando uno con los colores de Inglaterra, su tierra natal.
El desde entonces llamado Picasso Olímpico cuenta que pintó los trajes con un año de anterioridad. Se probaba los trajes y hacía el diseño con cinta adhesiva para luego llenar los espacios en blanco con sus pinturas de colores. “Para mí eso tuvo que ver con mi carrera como atleta y artista, pero también con expresarme y ser fiel a mí mismo y contar una historia. Una historia que aún no está terminada”, cuenta Bradstock, quien asume el deporte como un medio y una plataforma para el arte.
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Hoy, este lanzador de jabalina es parte de la Comisión de Cultura y Patrimonio Olímpico, que en los últimos años ha tratado de regresarles un papel protagónico a las artes en los Juegos, y es el director ejecutivo de Art of the Olympians, un programa de la Fundación Al Oerter, dedicada a encontrar y dar a conocer atletas olímpicos y paralímpicos que se desempeñan, a su vez, en alguna forma artística. “El punto es mostrar que los atletas tienen otro lado, que son creativos, que quieren expresarse a sí mismos de diferentes maneras”, comenta.
En 2018, Bradstock llegó a los Juegos de Invierno de Pyongchang como parte del primer programa Artistas Olímpicos en Residencia, que “celebra los vínculos entre el deporte y la cultura ofreciendo a los atletas olímpicos, con intereses artísticos, oportunidades para producir y presentar nuevas obras de arte durante las ediciones de los Juegos Olímpicos”, según afirma la Comisión de Cultura y Patrimonio Olímpico. Allí conoció a Alexi Pappas, corredora olímpica, escritora, cineasta y actriz, quien realizó un video de los Juegos. Una película hecha por deportistas para otros deportistas.
Pappas corrió los 10.000 metros en los Olímpicos de Verano en Río de Janeiro, donde rompió el récord griego en los Juegos. Dos años después retornó a la Villa Olímpica, pero esta vez en invierno y en condición de artista. Allí filmó Sueños olímpicos, una comedia romántica que se desenvuelve en medio de la adrenalina de las Olimpiadas y en la que Pappas es la actriz principal. La corredora también se dedica a las letras y publicó su primer libro, Bravey: Chasing Dreams, Befriending Pain, and Other Big Ideas, en 2021. En este compendio de ensayos, Pappas explora su proceso con la salud mental, el dolor y la persecución de los sueños.
Después de los Juegos en Río, Pappas, al igual que experimentan muchos atletas, fue diagnosticada con depresión posolímpica. “Mi primer recuerdo de haber corrido fue en primer grado, cuando un chico de mi clase se burló de mi mejor amigo, y no solo lo perseguí, sino que lo atrapé y lo apuñalé con un lápiz (…). En la secundaria canalicé mi habilidad atlética de una manera más productiva: el equipo de atletismo, la persecución organizada. Los encuentros eran mixtos y los gané todos. Me gustaba la sensación de ganar. Me hizo sentir que yo importaba. Todo lo que siempre he querido en mi vida es importar”, afirma Pappas en Bravey.
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Bradstock, quien habló con Pappas sobre estos temas de salud mental en Pyongchang y quien también tuvo una lucha interna tras los Juegos, afirma que este es un problema que enfrentan muchos atletas. “Los Olímpicos son un momento muy alto. Todo el trabajo que implica, el compromiso, todo es tan emocionante. Después hay un gran bajón. ¿Cómo vas a superar lo que acabas de hacer? Quizá ya no logres ir a otros Olímpicos en otros cuatro años”. Sin embargo, considera que las artes, como lo son el cine y la escritura para Pappas y la pintura para él, puede ayudar en estos momentos. “El arte puede ayudar a los atletas a transitar hacia otra etapa de la vida y a que entiendan que somos personas complejas, no solo somos deportistas”, afirma Bradstock.
Ya lo había afirmado Pierre de Coubertin: “El deporte debe de ser concebido como productor de arte y como ocasión de arte”. Para él el deporte es productor de belleza, ya que crea a los atletas, que son esculturas vivas. Pero, además, el deporte es ocasión de belleza, por los espectáculos que genera y las edificaciones que se construyen para vivirlo. El Olimpismo, como la filosofía de los Juegos que pensó Coubertin hace 128 años, resalta la unión del deporte y la cultura. Y ambos, como lenguajes universales, pueden utilizarse, en el marco de los Juegos Olímpicos, para promover el respeto por los principios éticos universales que se discutían en la Grecia antigua.
Desde estas premisas y el entendimiento de que las Olimpiadas unen al mundo, la Comisión de Cultura y Patrimonio Olímpico presentó el Ágora Olímpica, “un espacio para la expresión de las artes, la cultura, la creatividad y los valores vinculados a los Juegos Olímpicos”. La edición de las justas de Invierno de Beijing 2022 fue también la ocasión para el tercer encuentro de “Artistas Olímpicos en Residencia”, que reunió a atletas y artistas olímpicos de China, Estados Unidos, Francia, Canadá e Inglaterra. Y así, con estos Juegos, se continúa marcando el lento regreso de las artes al esplendor de Olimpia.