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La década de 1950 fue una era de verdadero apogeo de las historias bíblicas llevadas al cine. En 1951 se estrenó Quo Vadis, dirigida por Mervyn LeRoy, sobre una historia de amor en la época del emperador Nerón. Dos años después, el director Henry Coster realizó El manto sagrado, que, como su nombre lo indica, gira en torno a los milagros generados por el sudario que cubrió el cuerpo de Jesús. Pero la máxima expresión de este subgénero se dio gracias a dos películas: Los diez mandamientos (1956) y Ben-Hur (1959), dirigidas por Cecil B. DeMille y William Wyler, respectivamente. Ambas ocurren en tiempos bíblicos, ambas fueron superproducciones, ambas fueron fenómenos de taquilla y ambas (aunque muchos estudiosos digan lo contrario) son verdaderas joyas del cine estadounidense.
Desde esa época dorada, las historias bíblicas aparecieron de vez en cuando en las pantallas de cine y televisión: en 1977 salió Jesús de Nazaret, convirtiéndose en la serie típica de Semana Santa, y en 2004 Mel Gibson nos trajo su versión efectista y morbosa de La pasión de Cristo. Pero no es sino hasta hoy que se puede hablar de otro gran momento del cine bíblico. Entre 2013 y 2015 serán estrenadas, solamente por Hollywood, siete películas y una miniserie de este género. El director Ridley Scott estará a cargo de Exodo, una película sobre la liberación del pueblo judío liderado por Moisés; también habrá una película sobre la virgen María, una sobre Poncio Pilato (se rumora que será protagonizada por Brad Pitt), una que reivindica a Caín (dirigida y protagonizada por Will Smith) e incluso otra sobre Moisés. Y, al igual que en los años cincuenta, la lista está encabezada por dos superproducciones: Noé, del director Darren Aronofsky, e Hijo de Dios, realizada por Christopher Spencer.
Ahora bien, ¿a qué se debe este renacer de la épica bíblica? En primer lugar, y como su nombre lo dice, este momento histórico les da a los cineastas una oportunidad para crear películas de aventuras fantásticas basadas en mitos. Además, es un excelente pretexto para usar lo último en efectos visuales y dar vida a relatos imposibles. Cecil B. DeMille revolucionó los efectos especiales para crear uno de los momentos más memorables del cine cuando Moisés abre las aguas del mar Rojo. De igual manera, Darren Aronofsky esperó diez años para hacer Noé, por considerar que hasta ahora existe la tecnología necesaria para contar en imágenes la historia del diluvio universal. En ese sentido, se puede afirmar que las películas gringas sobre tiempos bíblicos siempre son superproducciones espectaculares visualmente. En segundo lugar, este tipo de historias son conocidas por todo el mundo: todos sabemos quién es Moisés, quién es Jesús y quién es Noé, lo que permite una distribución universal con la cual la mayoría de personas se van a sentir identificadas y una oportunidad muy interesante de inversión para los grandes estudios.
Sigamos con los ejemplos de Noé e Hijo de Dios. En lo que se refiere al cine épico, ambas cintas se ajustan a la tradición cinematográfica de Hollywood, ya que ambas narran episodios fantásticos llenos de aventuras y personajes extraordinarios. Asimismo, ambas son productos de esa tradición; si bien Noé costó cinco veces más que Hijo de Dios, las dos películas son respaldadas por grandes estudios y se inscriben como dos de las grandes apuestas de Paramount y 20th Century Fox para 2014.
Sin embargo, hay un tercer elemento que separa a las dos películas. El cine de tiempos bíblicos ha tendido, en la mayoría de los casos, a ser moralista y a reivindicar valores cristianos. El Código Hays, encargado de determinar qué se podía y qué no se podía ver en las pantallas de cine hasta 1967, estaba construido en gran medida con base en preceptos cristianos. De hecho, una de las normas que contenía prohibía el uso de blasfemias en las películas. Además, no permitía que las historia o los temas religiosos fueran representados de manera irónica o burlona, por lo que los directores se veían obligados a enaltecer todas las historias sobre los testamentos. La regencia del Código Hays, sumada a un público en su mayoría cristiano, puso a los estudios en una carrera por invertir en producciones religiosas políticamente correctas que complacieran a los espectadores. Tal fue el caso de Los diez mandamientos y Ben-Hur. Hoy ya no existe el Código Hays y los directores tienen, por lo menos en teoría, mayor libertad a la hora de relatar historias de tiempos bíblicos.
En ese sentido, Noé se aparta de la tradición de aquel cine, ya que no es una película que busca reivindicar el cristianismo; es, como lo ha dicho el mismo Aronofsky, “una película sobre el primer superhéroe de la historia” (fragmento de entrevista para el periódico The Independent).
Hijo de Dios, por el contrario, no solamente se ajusta a la tradición cinematográfica que reivindica al cristianismo sino que va más allá. Esta película fue producida por Mark Burnett y Roma Downey, famosos por coproducir una gran cantidad de realities entre los que se cuentan Survivor y The Apprentice. Burnett y Downey también fueron los productores de La Biblia (2013), una miniserie creada por History Channel en la que se recrean varios pasajes, incluida la vida de Jesús. Esta miniserie, que, según The Hollywood Reporter, es la más vendida en DVD de la historia, fue la inspiración para hacer Hijo de Dios, una película que narra la vida de Cristo de manera fiel a las escrituras y consecuente con los dogmas cristianos. Tan es así que los productores hicieron una gira por Estados Unidos vendiendo boletas a comunidades cristianas y católicas. De hecho, más de cien cultos protestantes han alquilado teatros enteros con el fin de hacer exhibiciones gratuitas para los creyentes. El pastor David Williamson, de Saddleback, Corona, argumenta que la cinta es una excelente oportunidad para evangelizar y para invitar a la gente a que conozca a Jesús. El trabajo de prensa ha sido muy exhaustivo y ha logrado que la película sea mostrada en todas las ciudades de Estados Unidos. La crítica, por otro lado, ha despedazado al Hijo de Dios por considerarla pobre en términos cinematográficos, mal actuada y proselitista. Se rumora además que tuvo financiación de comunidades cristianas con el fin evangelizar a la sociedad, lo cual alarma a muchos sobre la injerencia del cristianismo en la industria cinematográfica.
Noé, en cambio, ha sido muy bien recibida por la críticos de cine y atacada por sacerdotes católicos que la consideran truculenta y alejada del relato original, a lo que los productores han respondido que no tienen intención de ofender a nadie y que su única intención es entretener. Una comisión islamista en Malasia censuró la película por considerar que “contraviene” los preceptos de esa religión. Es de entender que Noé ponga incómodo a un sector de la sociedad, ya que Aronofsky es uno de los directores más controversiales del momento: películas como Réquiem por un sueño y El luchador han causado estupor por su alto contenido de violencia y sexo. Aunque la controversia no es lo único que ha hecho famoso a Aronofsky, también es considerado uno de los mejores directores del momento por haber logrado crear un estilo muy personal. Como Hijo de Dios, la película de Aronofsky también ha sido un fenómeno de taquilla y ya está generando rumores de posibles candidaturas al Óscar. El trabajo de prensa de Noé está entre los cinco más costosos de Paramount para 2014.
En cualquier caso, y pese a las controversias, es posible afirmar que nos encontramos frente a un nuevo fenómeno que nos recuerda el auge de las películas bíblicas de los años cincuenta, lo cual lleva a reflexionar sobre la evolución de las temáticas y las tradiciones de Hollywood que sobreviven. Al final, sólo queda ver las películas y determinar si constituyen una propuesta novedosa o si son simplemente la repetición de historias y valores recalentados que nos sabemos de memoria y que tratan de meternos dogmas cristianos a la brava.