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Una pregunta que me hacen seguido es cuál es mi género literario favorito, a lo que sin dudar siempre respondo que son las novelas gráficas. Inmediatamente recibo alguna de estas afirmaciones acompañadas de una cara de extrañeza:
- Ahh eso de lo japoneses, ¿cómo es que se llama? ¡ánime!
- ¿Novelas gráficas? Ahhh como de superhéroes, cómics, eso no es como de ñoños?
Y mi favorita:
- ¿Ya no estás muy grande? Eso es como para niños.
Las novelas gráficas son más personales, más complejas y más reales. Son una experiencia diferente de lectura. El trabajo de diagramación está en manos de artistas que entienden cómo funciona el cerebro y usan las imágenes y los colores (o la falta de ellos) para encausar las emociones de la lectura.
Si bien hay muchas referencias a la diagramación de historias, incluso antes de la creación de la imprenta, es hacia finales del siglo XIX cuando realmente toma relevancia. Durante este tiempo, periódicos tanto de Europa como de Estados Unidos buscaban atraer al mayor número de lectores en una interesante guerra comercial por dominar el mercado de la información. En Estados Unidos los diarios dominicales introdujeron relatos que usaban imágenes secuenciales con diálogos en globos, es así como Hogan’s Alley, de Outcault, The Katzenjammer Kids, de Rudolph Dirks, y Happy Hooligan, de Frederick Burr Opper, sentaron las bases de los cómics como los conocemos hoy en día.
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Más adelante empezaría la edad de oro del comic entre los años 1943 y 1962. El auge llega debido a la incursión de la tira cómica en la prensa diaria con historias más realistas como Johnny Hazzard, de Frank Robbins, y Rip Kirby, de Alex Raymond; más adelante llegarían las tiras más importantes con la utilización de protagonistas infantiles, aunque con contenido más intelectual y político, como Nancy, de Ernie Bushmiller, Barnaby, de Crockett Johnson y Peanuts (sí, el de Snoopy), de Charles Schulz. Esta edad de oro llega a su clímax con la aparición de los comics books, muchos de ellos dedicados a las historietas seriales de superhéroes, terror y romance. Aunque en el imaginario se cree que DC Comics y Marvel tuvieron un papel importante en los inicios del comic, en realidad no fue así. Si bien en los años 60 en Estados Unidos hubo un aumento en consumo de este formato gracias a las obras creadas por el inmortal Stan Lee, lo cierto es que Europa se llevó la ventaja en la producción, venta y compra de este tipo de contenido.
En los 80s llega el furor del manga, que para efectos prácticos lo definiremos como un comic versión japonesa. La principal diferencia es que este se lee de derecha a izquierda, pero en términos de contenido es muy similar a los comics occidentales. El manga japonés coge mucha fuerza debido a sus adaptaciones a la pantalla pequeña (ánime) y a través de los años se ha convertido en una pieza fundamental de la cultura pop.
Los últimos años hemos sido testigos de la revolución de la novela gráfica, si bien muchas de ellas empezaron a mediados del siglo XX como cómics semanales o diarios (como es el caso de V de Vendetta y Watchmen de Alan Moore), en los últimos años las editoriales han optado por imprimir y reimprimir estas historias en formato de novela gráfica, es decir, una construcción más formal y prolija en comparación con sus versiones originales en comic.
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Es así como diferentes autores le han apostado a esta presentación para sus novelas logrando romper records. Es el caso de Maus de Art Spiegelman, cuyas primeras entregas se hicieron en la revista Raw entre 1980 y 1991 para después ser publicadas en un único volumen por Random House Mandadori en 2007. La historia del padre de Spiegelman en un campo de concentración Nazi contada a través de gatos y ratones en blanco y negro revolucionó las redes y la hizo merecedora de un premio Pulitzer.
En la misma línea se encuentra Persépolis, de Marjane Satrapi, publicada por Random House en diferentes tomos entre los años 2000 y 2003. La novela gráfica autobiográfica de la rebelde Satrapi en Irán se convirtió en un bestseller mundial. En sus primeros años de publicación, Persépolis alcanzó más de setenta mil ejemplares vendidos, lo que le valió para una adaptación al cine en 2007 y una nominación al Óscar a mejor película animada.
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Este año Salamandra nos sorprendió con la adaptación a novela gráfica de El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. Es un libro maravilloso, lleno de nostalgia, lleno de las cosas lindas y no tan lindas de la vida, es un libro sobre la indignación, la impotencia, pero al mismo tiempo sobre el perdón y la reconciliación. Su adaptación a novela gráfica es impecable y de alguna manera, aún más personal. Es difícil no derramar una que otra lágrima con el relato de Héctor Abad, y es imposible no llorar a moco tendido con las ilustraciones de Tyto Alba. Por otra parte, otro formato de la historia de Abad Faciolince vio la luz al final de la pandemia, la adaptación a cine de El olvido que seremos dirigida por Fernando Trueba nos hizo volver al cine y ha tenido el reconocimiento que se merece: ganó el Premio Goya a la Mejor Película Iberoamericana y se llevó nada más y menos que cinco reconocimientos la octava edición de los Premios Platino (mejor Película Iberoamericana de Ficción, mejor Dirección, mejor Guion, mejor Actor y mejor Dirección de Arte).
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Como colombianos crecimos con la violencia política como paisaje, las noticias de asesinatos, secuestros y bombas eran el pan de cada día, cada víctima en la larga lista era simplemente una más. Yo no fui consciente de lo que realmente significaba esa violencia hasta que en 2001 el teléfono sonó y una voz pidió una cuantiosa suma de dinero a cambio de la vida de mi hermano, ese año la realidad de Colombia me golpeó en la cara. El olvido que seremos nos acerca a las familias de esa época oscura que perdieron a alguien, o perdieron algo, o lo perdieron todo.