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“La guerra es la guerra. Alguien tiene que hacerlo”, se le ha escuchado decir a los que tuvieron alguna participación durante lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial. A pesar de la crueldad, los costos económicos y las miles de vidas que se perdían durante los ataques de todos los bandos, las personas se consolaban, se excusaban: si ganaban, la guerra terminaría, se decían. Algo similar a lo que se repetía Robert Oppenheimer, quien argumentaba que, después de la bomba atómica, cualquier guerra sería “impensable”.
Algo similar les ocurrió a las “chicas de calutrón”, un grupo de aproximadamente 10 mil jóvenes que operaban los paneles de control de los calutrones, como lo registró la BBC Mundo en un texto sobre las labores de estas adolescentes. Por falta de mano obra debido a la guerra, fueron contratadas “para operar los paneles de control de estas máquinas, que se usaban para separar los isótopos del uranio y así poder enriquecerlo y usarlo como combustible nuclear”.
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“La Y-12 era en realidad una planta creada para separar isótopos electromagnéticos a escala industrial, separando el uranio 235 más liviano del uranio 238 más pesado y común para enriquecerlo. Aunque los más de 1.500 calutrones -unos espectómetros de masa adaptados por el químico nuclear estadounidense Ernest Lawrence para enriquecer uranio, como parte del Proyecto Manhattan- realizaban una tarea extremadamente sofisticada, operarlos no era tan complejo: debías monitorear los medidores y saber cuándo ajustar las perillas”, publicó la BBC.
El trabajo de estas mujeres se recordó con motivo del complejo drama de Christopher Nolan, el director que describe el desarrollo de la bomba nuclear y las maquinaciones políticas de mediados del siglo pasado. Este es el trasfondo de la película.
La premisa de Oppenheimer es contar la historia de J. Robert Oppenheimer, el físico conocido como el “padre de la bomba atómica”. Como en otras películas del director, la ejecución dista mucho de ser sencilla. La película salta entre períodos de tiempo y presenta una vertiginosa variedad de científicos, políticos y posibles agentes comunistas en medio de una serie de audiencias gubernamentales.
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Ruth Huddleston, la mujer tenida en cuenta para la nota ya citada, dijo sentirse “arrepentida” por no haberse preguntado a fondo sobre su labor en aquella fábrica en la que, además, fueron muy insistentes con la discreción: si decían algo, podían ser castigadas con multas o hasta con el despido de la organización, que operaba secretamente para el Proyecto Manhattan, el mismo a cargo de crear las bombas Little boy (lanzada el 6 de agosto) y Fat man (lanzada el 9 de agosto), que estallaron en Japón.
El lugar para el que trabajó Huddleston, sus otras compañeras y su padre, se llamó Oak Ridge National Laboratory, y fue parte fundamental del proyecto, que cumplió con el objetivo de la redición de Japón.
“Se cree que entre 50.000 y 100.000 personas murieron el día que explotó Little Boy, que llevaba una carga de 64 kilos de uranio 235 producido en la planta Y-12″, registró el portal informativo.