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¿Cómo explicar el surgimiento de los dictadores en la historia de Latinoamérica? La galería es larga, prolífica, diversa, pero para una mejor comprensión vale la pena tomar algunos ejemplos, al menos de aquellos dictadores más notables.
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La aparición de estas figuras multifacéticas que asumen el poder por lo general mediante golpes de Estado, y lo ejercen en forma omnímoda, se atribuye a la inestabilidad de las instituciones del Estado, luego de la Independencia y al caudillismo, como antecedente inmediato. La lucha por el poder entre centralistas y federalistas en el siglo XIX, la asunción del poder absoluto por Bolívar, son algunos ejemplos.
Colombia, ciertamente, no ha tenido dictadores de la talla de Rosas y Perón, en Argentina; de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, en Venezuela; de Gaspar Rodríguez Francia, en Paraguay; de los Trujillo, en Santo Domingo; de los Somoza, en Nicaragua; de Estrada Cabrera, en Guatemala; de Porfirio Díaz, en México; de Machado y Batista, en Cuba. Ha tenido dictadores “menores”, por llamarlos así, como el general José María Melo, dictador en 1854, y Gustavo Rojas Pinilla, autor de un golpe militar en 1953, que le permitió gobernar el país durante cuatro años.
Antecedentes
En la creación del dictador novelesco, los escritores no han partido de ex nihilo, de la nada, sino de la existencia real de personajes que han marcado la historia. Lo novelaron tal vez por lo desmesurado, por lo caricaturesco y por la necesidad de representarlo literariamente.
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Los dictadores han jugado un papel determinante en la historia de los pueblos de Latinoamericana por la quiebra institucional que han producido, la prolongación casi perpetua de su mandato, con las consecuencias que se derivaron.
La asunción del poder por la vía militar era una modalidad nueva en América Latina, que se materializa sobre todo en los siglos XIX y XX. Tiene que ver con la formación de los ejércitos libertadores, de los comandantes, de los generales, que en la mayoría de los casos no se formaron en la academia militar, sino en el curso de las guerras de la Independencia, por sus acciones y méritos.
La Independencia deja a miles de soldados y militares de alta gradación sin oficio, algunos son incorporados a los ejércitos regulares de las nuevas naciones. Con esto empieza una etapa de rivalidades y de luchas por el poder. Esos serían los antecedentes del advenimiento de la figura de los dictadores.
Tirano Banderas
Como antecedente de la figura del dictador en la novela latinoamericana, aparece Tirano Banderas (1926), novela de Ramón del Valle Inclán, que cuenta la historia del dictador homónimo, presidente de la República de Tierra Firme, la del criollo Filomeno Cuevas y su alianza con los peones de su finca para derrocarlo y liberar a los indios de la opresión. Las detenciones de los opositores y de los sospechosos de traicionar a la dictadura abundan, pero finalmente triunfa la insurrección y el dictador es asesinado. Valle Inclán, en Tirano Banderas, crea la figura esperpéntica del dictador que es retomada por los novelistas latinoamericanos.
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Oliveira Salazar (1926-1974), que gobernó dictatorialmente Portugal durante 48 años, y Franco (1892-1975), jefe y caudillo del levantamiento militar contra la República española, son otros modelos de dictadores que podrían novelarse. Franco gobernó con mano dura a España durante 36 años, hasta su muerte. A pesar de que, según algunas versiones, se le mantuvo con vida artificial en los últimos meses, dispuso que lo sucediera Juan Carlos de Borbón para restaurar la monarquía.
El señor presidente
Miguel Ángel Asturias, (1899-1974), escritor guatemalteco y autor de esta novela, ganó el premio Nobel de literatura en 1967 por el conjunto de su obra. La crítica literaria le atribuye la invención de la técnica del realismo mágico, esa fusión de lo real y lo mítico, de la realidad y la fantasía, tendencia que identifica a un importante grupo de escritores de América Latina del siglo XX.
En el realismo mágico, lo que acontece no tiene una explicación racional y los sueños son una forma de expresión de esa realidad. El señor presidente, novela que Asturias comenzó en 1920 y terminó en 1933, interrumpida por la censura de las dictaduras militares de su país, se inscribe en el realismo mágico y habría de jugar una gran influencia en la novela latinoamericana.
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El realismo, en Asturias, correspondería a una de las etapas de la historia de su país, y lo mágico a lo que acompaña esa realidad y que podría llamarse surrealidad. La influencia del surrealismo, escuela literaria y artística francesa de los años veinte del siglo pasados, algunos de cuyos miembros frecuentó Asturias en París en 1920, parece que fue decisiva en él. Quizás esto indujo a que se dijera que América Latina es un continente surrealista, teniendo en cuenta su geografía, su clima, la vida que el latinoamericano vive bajo otras dimensiones del tiempo y el espacio en el trópico embrujado.
El señor presidente se asocia a la prolongada y férrea dictadura del general Manuel Estrada Cabrera, que gobernó a Guatemala por 22 años, de 1898 a 1920. En 1899, Estrada Cabrera cambió la constitución que prohibía la reelección para continuar en el poder. La novela no identifica al dictador, quizás para que la alusión no fuera tan directa y se prestara a un juego de identificaciones. En el libro se hace una crítica acerba al dictador y a su sistema de gobierno, así como se denuncia el poder del lenguaje en manos del dictador, la brutal represión y las torturas de los disidentes. La historia se desarrolla a fines del siglo XIX y a comienzos del XX en un país latinoamericano que tampoco identifica, pero que podría corresponder a alguno de los gobernados por una dictadura.
Asturias vivió de cerca la represión, ya que participó en las protestas callejeras en 1920 contra el dictador, que incorporaría a su novela, así como las notas de un juicio a Estrada Cabrera. “Lo veía a diario en la cárcel y comprobé que esos hombres tienen un poder especial sobre la gente”, dice Asturias.
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La fe, la adoración del presidente, se convierte en una dependencia total, algo así como en la dialéctica del amo y el esclavo y substituye en cierto modo, a la santidad religiosa. La gente no sabe dónde vive el presidente, porque posee varias casas y cree que nunca duerme, para evitar que lo localicen y lo asesinen.
El escritor Alberto Montezuma Hurtado, nacido en Pasto en 1906 y fallecido en Bogotá en 1987, que perteneció a la Academia Colombiana de Historia y que fue embajador de Colombia en Guatemala, recuerda así a Estrada Cabrera: “Fue un dictador civil, un abogado de Quezaltenango y no solo mantuvo el ejército haciéndole guardia de honor, sino que le mostró catorce mil hombres a don Porfirio Díaz en la frontera de México, armados hasta los dientes y listos no a defender el suelo de Tecomán sino a invadir las viejas tierras imperiales del Anáhuac. Al gran don Porfirio se le enfriaron las ganas”.
El señor presidente no muere en la novela, como si se fuera a eternizar. Al final, uno de los prisioneros eleva una oración para que la situación cambie y termine la dictadura.