Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El trabajo lo tomé por necesidad; en ese entonces era muy joven, además me gustaba presumir de mi valentía.
Cincuenta años después, aún estoy aquí, pobre y sin ningún interés en destacarme por mi osadía. Me dejé convencer por la melancolía del lugar que al final terminó gustándome.
El tiempo pasó y mi sueldo solo me alcanzaba para rentar una habitación de pensión a veinte cuadras del campo santo, al que llego caminando todos los días.
Pensaba con ilusión pasajera, que una bicicleta me ayudaría para llegar todos los días a tiempo a mi destino, porque allí no había espacio para festivos; pero como todo se paga con dinero...
Le sugerimos: Los nombres del río (Cuentos de sábado en la tarde)
Una mañana, el encargado del camposanto me pidió la reducción de un cadáver para su cremación. Me dirigí al panteón donde se hallaba. El lugar estaba en ruinas, los estantes habían caído sobre el ataúd que presentaba roturas por donde podía verse parte del cráneo del difunto.
Un rayo de sol se filtró por un viejo vitral y vi salir del cajón mortuorio un destello de luz. Cuando me disponía a traspasar los restos a una bolsa para cumplir con el encargo, el difunto me regaló una sonrisa con cuatro dientes de oro. Después me persigné y hasta pedí perdón al altísimo. Con el pasar de los días la gente del pueblo no entendía cómo pude comprar mi bicicleta...
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖