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                                                                                                                                El sino trágico de García Lorca

                                                                                                                                La obra será puesta en escena por el grupo Theatre Troupe Georipae, de Corea, en el coliseo El Campín.

                                                                                                                                Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                Escenas de ‘Bodas de sangre’, que se presenta en Bogotá hasta el 19 de este mes. / Cortesía Festival Iberoamericano de Teatro
                                                                                                                                Foto: CHOIYONGSEOK i
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Por ellas, dijeron luego quienes investigaron su muerte, lo ejecutaron. Antes de que le disparara un pelotón de fusilamiento, afirmaron, uno de los soldados de la guardia falangista le gritó “rojo, maricón”. Por muchos años corrió la voz de que lo habían golpeado en la cara, y de que incluso había muerto por el golpe. Fue imposible comprobarlo. Dijeron que a empellones lo sacaron de la casa de su amigo Luis Rosales, y que a los empellones lo vieron trastabillar hasta perderse en la distancia. Que lo golpearon con las culatas de sus escopetas, y que algunos de sus verdugos iban con el rostro cubierto para que no los reconocieran. Dijeron que Rosales no pudo reaccionar, o no quiso, que le dio pánico defenderlo porque los esbirros de Francisco Franco le pusieron una pistola en la cabeza y le gritaron “rojo, maricón, vendido”. Dijeron que Federico García Lorca ya se había resignado pues eran muchas las voces que lo habían advertido y que sólo esperaba que fueran por él, cualquier día entre semana a las cinco de la tarde.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Lo entregó un político y activista de derechas llamado Ramón Ruiz Alonso, un medias tintas que buscaba entre los hombres al mejor postor y que terminó denunciando a todos los falangistas porque los falangistas lo habían rechazado de su seno y habían hecho que perdiera su escaño como diputado luego de haber descubierto sus fraudulentas maniobras. García Lorca cayó entre sus odios porque algunos bajos mandos de la falange lo protegieron. Entonces se inventó una denuncia cualquiera y lo detuvo el 16 de agosto de 1936. Lo trasladó a la sede del Gobierno Civil, y luego al pueblo de Víznar, con un pelotón de hombres armados a su lado, y les dio la orden de que lo vendaran y ubicaran de espaldas a una fosa, al pie de un olivo.

                                                                                                                                Juan Luis Trescastro fue el encargado de fusilar a García Lorca. Nunca nadie pudo asegurar si lo mató de uno, tres, cinco o diez disparos. Trescastro era abogado, y el marido de una prima lejana del padre de Federico García Lorca, pero antes que nada era el segundón de Ruiz Alonso, un sujeto de inteligencia ínfima, como lo definieron por décadas. Después de fusilar al poeta mató a dos banderilleros del sindicato de la CNT, Juan Arcas y Francisco Galadí, y a un maestro cojo de nombre Dióscoro Galindo. “Don Gabriel, esta mañana hemos matado a su amigo, el poeta de la cabeza gorda”, le dijo dos o tres horas más tarde Trescastro al pintor Gabriel Morcillo, en voz alta para que todo los contertulios que estaban en el café Royal de Granada lo escucharan. En la noche, medio borracho, se ufanó de su acción en el bar del Pasaje ante otros varios testigos. “Yo le metí dos tiros por maricón al poeta”, dijo.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Todo lo que se escribió, grabó, filmó o documentó; todo lo que se descubrió, estuvo marcado por el sino de la tragedia. García Lorca fue trágico, y por lo tanto, su obra fue trágica. Sus poemas, sus cartas, su dramaturgia. Fue trágica La casa de Bernarda Alba, que insinuaba lo que estaba por ocurrir en la España de las primeras décadas del siglo XX, y fue trágica Bodas de sangre, que retrataba la muerte con crudeza, con flores, lirios, y con miedo. Con delicadeza pero con temor. El temor que él mismo sentía y que lo llevaba a escribir. A crear, a escribir y a no dejar de escribir.

                                                                                                                                 

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                 

                                                                                                                                faraujo@elespectador.com

                                                                                                                                Escenas de ‘Bodas de sangre’, que se presenta en Bogotá hasta el 19 de este mes. / Cortesía Festival Iberoamericano de Teatro
                                                                                                                                Foto: CHOIYONGSEOK i
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Por ellas, dijeron luego quienes investigaron su muerte, lo ejecutaron. Antes de que le disparara un pelotón de fusilamiento, afirmaron, uno de los soldados de la guardia falangista le gritó “rojo, maricón”. Por muchos años corrió la voz de que lo habían golpeado en la cara, y de que incluso había muerto por el golpe. Fue imposible comprobarlo. Dijeron que a empellones lo sacaron de la casa de su amigo Luis Rosales, y que a los empellones lo vieron trastabillar hasta perderse en la distancia. Que lo golpearon con las culatas de sus escopetas, y que algunos de sus verdugos iban con el rostro cubierto para que no los reconocieran. Dijeron que Rosales no pudo reaccionar, o no quiso, que le dio pánico defenderlo porque los esbirros de Francisco Franco le pusieron una pistola en la cabeza y le gritaron “rojo, maricón, vendido”. Dijeron que Federico García Lorca ya se había resignado pues eran muchas las voces que lo habían advertido y que sólo esperaba que fueran por él, cualquier día entre semana a las cinco de la tarde.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Lo entregó un político y activista de derechas llamado Ramón Ruiz Alonso, un medias tintas que buscaba entre los hombres al mejor postor y que terminó denunciando a todos los falangistas porque los falangistas lo habían rechazado de su seno y habían hecho que perdiera su escaño como diputado luego de haber descubierto sus fraudulentas maniobras. García Lorca cayó entre sus odios porque algunos bajos mandos de la falange lo protegieron. Entonces se inventó una denuncia cualquiera y lo detuvo el 16 de agosto de 1936. Lo trasladó a la sede del Gobierno Civil, y luego al pueblo de Víznar, con un pelotón de hombres armados a su lado, y les dio la orden de que lo vendaran y ubicaran de espaldas a una fosa, al pie de un olivo.

                                                                                                                                Juan Luis Trescastro fue el encargado de fusilar a García Lorca. Nunca nadie pudo asegurar si lo mató de uno, tres, cinco o diez disparos. Trescastro era abogado, y el marido de una prima lejana del padre de Federico García Lorca, pero antes que nada era el segundón de Ruiz Alonso, un sujeto de inteligencia ínfima, como lo definieron por décadas. Después de fusilar al poeta mató a dos banderilleros del sindicato de la CNT, Juan Arcas y Francisco Galadí, y a un maestro cojo de nombre Dióscoro Galindo. “Don Gabriel, esta mañana hemos matado a su amigo, el poeta de la cabeza gorda”, le dijo dos o tres horas más tarde Trescastro al pintor Gabriel Morcillo, en voz alta para que todo los contertulios que estaban en el café Royal de Granada lo escucharan. En la noche, medio borracho, se ufanó de su acción en el bar del Pasaje ante otros varios testigos. “Yo le metí dos tiros por maricón al poeta”, dijo.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Todo lo que se escribió, grabó, filmó o documentó; todo lo que se descubrió, estuvo marcado por el sino de la tragedia. García Lorca fue trágico, y por lo tanto, su obra fue trágica. Sus poemas, sus cartas, su dramaturgia. Fue trágica La casa de Bernarda Alba, que insinuaba lo que estaba por ocurrir en la España de las primeras décadas del siglo XX, y fue trágica Bodas de sangre, que retrataba la muerte con crudeza, con flores, lirios, y con miedo. Con delicadeza pero con temor. El temor que él mismo sentía y que lo llevaba a escribir. A crear, a escribir y a no dejar de escribir.

                                                                                                                                 

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                 

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                                                                                                                                Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                Temas recomendados:

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