El surrealismo: un viaje al inconsciente y a la imaginación
El movimiento cultural que surgió en Francia de la mano de André Breton y la literatura se expandió al cine gracias a directores como Luis Buñuel y películas como “Un perro andaluz” y “La edad de oro”.
Danelys Vega Cardozo
Abstraerse de la razón, dejándose llevar por la imaginación. No prestarles atención a los juicios morales ni estéticos, comenzando por los propios. Regresar al pasado, a aquellos años de infancia, en donde se podía ser en total libertad. Todo aquello no fue una utopía, sino las ilusiones que un día se convirtieron en realidad y que sentaron la base de un movimiento cultural que surgió en Francia en la década de 1920: el surrealismo. Aquella propuesta quizás no hubiera existido sin el hallazgo que hizo André Breton, su fundador, unos años antes.
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Abstraerse de la razón, dejándose llevar por la imaginación. No prestarles atención a los juicios morales ni estéticos, comenzando por los propios. Regresar al pasado, a aquellos años de infancia, en donde se podía ser en total libertad. Todo aquello no fue una utopía, sino las ilusiones que un día se convirtieron en realidad y que sentaron la base de un movimiento cultural que surgió en Francia en la década de 1920: el surrealismo. Aquella propuesta quizás no hubiera existido sin el hallazgo que hizo André Breton, su fundador, unos años antes.
Mientras el mundo estaba envuelto en la gran guerra, Breton pasaba sus días como ayudante en un centro psiquiátrico de Saint Dizier (Francia). Se dice que por aquella época tuvo su primer encuentro con las teorías freudianas y que el punto de partida fue un libro: La interpretación de los sueños, en donde Sigmund Freud planteó la posibilidad de acceder al inconsciente a través de los sueños y con ello a los deseos reprimidos de los seres humanos durante la vigilia. “Con toda justicia, Freud ha centrado su crítica sobre el sueño. Es inadmisible, en efecto, que una parte tan considerable de la actividad psíquica haya retenido tan poco la atención de las gentes hasta ahora, ya que, desde el nacimiento hasta la muerte, no presentando el pensamiento ninguna solución de continuidad, la suma de los momentos de sueño, medidos como tiempo, y no tomando en cuenta sino el sueño puro, en el dormir, no es inferior a la suma de los momentos de realidad, digamos mejor: de los momentos de vigilia”, escribió André Breton en el Primer manifiesto del surrealismo.
En aquel texto consignó sus esperanzas de que los planteamientos de Freud sirvieran para darle a la imaginación el lugar que se merecía y que hasta el momento se le había negado por cuenta de la razón. “El racionalismo absoluto, que todavía está de moda, sólo permite tomar en cuenta los hechos que dependen, directamente de nuestra experiencia. Los objetivos lógicos, por el contrario, se nos escapan, y es inútil insistir en que se le han establecido límites a la experiencia misma. Ella da vueltas en una jaula de la cual es cada vez más difícil hacerla salir”. Entonces se propuso crear una “superrealidad”, que permitiera la coexistencia del sueño y la realidad. Habló del “pensamiento parlante”, de la escritura veloz de palabras, que posibilitaran el contacto con el inconsciente y lo absurdo, que escapa a la razón. Luego, con ayuda de Philippe Soupault, le puso un nombre: surrealismo.
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“Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente como por escrito o de cualquier otro modo el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento, con exclusión de todo control ejercido por la razón y al margen de cualquier preocupación estética o moral”, así lo definió. En el Primer manifiesto del surrealismo también especificó cuáles personalidades se habían declarado “surrealistas absolutos”, más allá de Soupault y él: “Aragon, Baron, Boiffard, Carrive, Crevel, Delteil, Desnos, Eluard, Gérard, Limbour, Malkine, Morise, Naville, Noll, Péret, Picon y Vitrac”. Sin embargo, creyó que de alguna manera otros poetas podrían ser surrealistas, entre ellos Dante y Shakespeare. Incluso llegó a incluir en ese listado a otros 20 escritores, como Poe, Baudelaire y Rimbaud. “Poe es surrealista en la aventura. Baudelaire es surrealista en la moral. Rimbaud es surrealista en la práctica de la vida y en cualquier parte”.
Y para despejar futuras dudas, escribió algunos ejemplos de frases literarias surrealistas: “Una iglesia se erguía resonante como una campana (Philippe Soupault). Sobre el puente, el rocío con cabeza de gata se balanceaba. (André Breton). En la selva incendiada/ Los leones eran frescos. (Roger Vitrac)”, entre otras. Si se observa, aquellas frases tienen en común la mezcla de lo real con lo imaginario o absurdo. Porque al final la intención de Breton era que los individuos fueran libres e independientes. Por eso, es posible aseverar que “este verano las rosas son azules; la madera es vidrio, la tierra envuelta en su verdor me impresiona tan poco como un aparecido”, porque “vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias. La existencia está en otra parte”.
El surrealismo llega al arte y el cine
Aunque el surrealismo surgió y se desarrolló primero en la literatura, no tardó en expandirse a otros campos como el artístico. En 1925 se realizó la primera exposición surrealista en París, que contó con la participación de varios pintores, entre ellos Max Ernst, Jean Arp, Man Ray, Pablo Picasso, Joan Miró, entre otros. Tres años después, Salvador Dalí adhirió al surrealismo. Por aquella época el pintor conoció a André Breton, un encuentro que fue posible gracias a Miró. Sin embargo, Dalí fue reconocido como miembro oficial solo hasta 1929. Aunque en realidad el pintor se distanció un poco de la visión de Breton, prestándole menor importancia a la escritura automática, como precisó en La vida secreta de Salvador Dalí, su autobiografía.
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“Estaba decidido a llevar a cabo y transformar en realidad mi divisa del “objeto surrealista”- el objeto irracional, el objeto de función simbólica- que oponía a los sueños narrados, la escritura automática, etc.… Y para conseguirlo decidí crear la moda de los objetos surrealistas. El objeto surrealista es un objeto absolutamente inútil desde el punto de vista práctico y racional, creado únicamente con el fin de materializar de modo fetichista, con el máximo de realidad tangible, ideas y fantasías de carácter delirante”, escribió Dalí.
Cuando este fue admitido en el movimiento surrealista, también Breton aceptó a uno de sus amigos: Luis Buñuel. El cineasta español conoció a los surrealistas en el café Cyrano, en París. Ese día Breton y los otros integrantes de aquel grupo les aseguraron que asistirían a la proyección de su película Un perro andaluz, que fue concebida después de que le relatara un sueño a Dalí y el pintor hiciera lo mismo, como recordó Buñuel en Mi último suspiro. Una noche él soñó “que una nube desflecada cortaba la Luna y una cuchilla de afeitar hendía un ojo”, mientras que Dalí vio “en sueños una mano llena de hormigas”. “¿Y si, partiendo de esto, hiciéramos una película?”, le propuso Dalí. Después de pensárselo, Buñuel aceptó.
Para construir el guion, que se realizó en solo una semana, establecieron una regla: “No aceptar idea ni imagen alguna que pudiera dar lugar a una explicación racional, psicológica o cultural. Abrir todas las puertas a lo irracional. No admitir más que las imágenes que nos impresionaran, sin tratar de averiguar por qué”. Es por eso por lo que Buñuel pensó que, aunque para ese entonces no cargaba con la etiqueta de surrealista, ya lo era, y de algún modo había puesto en marcha la escritura mecánica de la que tanto hablaba el surrealismo. Pese a eso admitió el poder transformador que tuvo en él aquel encuentro con los surrealistas en el café Cyrano. “Mi encuentro con el grupo fue esencial y decisivo para el resto de mi vida”.
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Buñuel se sintió atraído por aquel grupo, porque se dio cuenta de que tenían un punto en común: utilizar el escándalo para luchar contra la sociedad en la que estaban inmersos. Los surrealistas “contra las desigualdades sociales, la explotación del hombre por el hombre, la influencia embrutecedora de la religión y el militarismo burdo y materialista, vieron durante mucho tiempo en el escándalo el revelador potente, capaz de hacer aparecer los resortes secretos y odiosos del sistema que había que derribar. El verdadero objetivo del surrealismo no era el de crear un movimiento literario, plástico, ni siquiera filosófico nuevo, sino el de hacer estallar la sociedad, cambiar la vida”.
Tras Un perro andaluz, Buñuel quiso seguir por ese mismo camino del surrealismo, así que al año siguiente estrenó su segunda película: La edad de oro. Intentó construir el guion con Dalí, pero algo se había fracturado entre los dos, pues no llegaban a ningún punto en común, así que él solo lo escribió. Aunque Dalí le enviaba ideas por cartas con la intención de que él las incluyera en la cinta, al parecer solo añadió una de ellas: “Un hombre andando por un parque público con una piedra en la cabeza. Pasa junto a una estatua. La estatua tiene también una piedra en la cabeza”.
Buñuel conservó en la ficha técnica el nombre de Dalí, quien escribió tiempo después que “sus intenciones al hacer el guión eran: mostrar al desnudo los innobles mecanismos de la sociedad actual”. Pero en realidad para Buñuel aquella película surrealista estaba construida bajo una historia de “amor loco, de un impulso irresistible que, en cualesquiera circunstancias, empuja el uno hacia el otro a un hombre y una mujer que nunca pueden unirse”.
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Aunque con el paso de los años sus intereses fueron cambiando, no abandonó por completo el surrealismo en sus otras producciones cinematográficas. Por ejemplo, en una de las escenas de Los olvidados, Pedro, uno de los personajes, se transporta al mundo onírico, en donde su inconsciente queda al descubierto y con ello sus miedos. En sus últimas películas como La vía láctea, El discreto encanto de la burguesía y El fantasma de la libertad, las escenas o influencias del surrealismo están presentes. No es lo único que tienen en común. “Los mismos temas, a veces incluso las mismas frases, se encuentran presentes en las tres películas. Hablan de la búsqueda de la verdad, que es preciso huir en cuanto cree uno haberla encontrado, del implacable ritual social. Hablan de la búsqueda indispensable, de la moral personal, del misterio que es necesario respetar”.
Más allá de Buñuel
Antes de Un perro andaluz, cintas de algunos directores se vieron influenciadas por el surrealismo, entre ellas Whirlpool of Fate, el primer largometraje de Jean Renoir; Entreacto, la película de René Clair que también abrazó el dadaísmo, y Sueños y deseos, el documental de Alberto Cavalcanti que recorre un día en París, entre otras. Aunque se dice que, en realidad, la primera película fiel a los preceptos del surrealismo fue La concha y el clérigo, de Germaine Dulac, que se estrenó en 1928. Sin embargo, aquella cinta fue despreciada por Breton y su grupo, quienes la abuchearon cuando la vieron.
Muchos años más tarde, en Latinoamérica, un escritor chileno incursionó en el cine surrealista con películas como Santa sangre, La montaña mágica y El topo. Ese escritor fue Alejandro Jodorowsky, quien en 2013 estrenó su película autobiográfica La danza de la realidad, tras 23 años apartado del cine. Al volver al ruedo, en 2016 concedió una entrevista para el diario español El Periódico, en donde se refirió a su estilo cinematográfico. “Mis películas no son cine convencional, son cine psicomágico. Es decir, son poéticas, y eso inmediatamente las hace terapéuticas. He experimentado muerte y mucho dolor a mi alrededor, y eso me ha llevado a preguntarme constantemente cuál es el sentido del arte. El arte no es solo entretenimiento, tiene que ser terapéutico, porque si no es terapéutico no es arte”.
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