El tapiz de encuentros, memoria y danza de Dorothée Munyaneza
La cantante, coreógrafa y bailarina anglo-ruandesa se presentó en la 6.ª Bienal Internacional de Danza de Cali con su obra “Toi, moi, Tituba”, que narra la historia de Tituba, una mujer esclavizada.
Andrea Jaramillo Caro
Oscuridad. Luego, como faros en un mar nocturno, 16 lámparas se encienden. De la esquina de la sala aparece una figura que se desliza entre las lámparas como un espectro. Dorothée Munyaneza eleva los brazos con cada paso que da, como en un ritual, invitando a que un espíritu hable a través de ella. Como bailarina, cantante y coreógrafa, toma el micrófono para cantar al ritmo de los tambores que suenan de fondo y camuflan una disonancia sonora, que actúa como un presagio de la historia que está por revelarse.
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Oscuridad. Luego, como faros en un mar nocturno, 16 lámparas se encienden. De la esquina de la sala aparece una figura que se desliza entre las lámparas como un espectro. Dorothée Munyaneza eleva los brazos con cada paso que da, como en un ritual, invitando a que un espíritu hable a través de ella. Como bailarina, cantante y coreógrafa, toma el micrófono para cantar al ritmo de los tambores que suenan de fondo y camuflan una disonancia sonora, que actúa como un presagio de la historia que está por revelarse.
“¿Te acuerdas de mí? / Recuerda mi nombre. / Recuerda mis nombres. / Te acuerdas de ellos. / ¿Recuerdas mis nombres? / Me llamaban bruja, me llamaban de muchas maneras. / Me llaman mares. / Me llaman paz. / Me llaman guerra”, son algunas de las líneas que componen la canción del primer acto de su obra Toi, moi, Tituba. Entre el movimiento y la voz, Munyaneza trae de vuelta a la vida a una mujer cuya única prueba de existencia se encuentra en una línea del documento judicial que la condenó a muerte. Tituba, conocida en la literatura como la “bruja negra de Salem”, fue la chispa que inspiró esta obra.
Como todas sus creaciones, esta parte de un texto. Detrás de este origen se encuentra el coreógrafo François Véret, responsable de que Munyaneza se abriera a una carrera en la danza y con quien trabajó en 2006. La coreógrafa anglo-ruandesa recuerda que “él siempre trabajaba con nosotros usando textos. Traía libros y textos en los que nos sumergíamos y leíamos y releíamos hasta que se convertía en algo que hacía parte de nuestro lenguaje, de nuestro vocabulario”. Munyaneza partió de un texto de la filósofa francesa Elsa Dorlin titulado Moi, toi, nous... Tituba: Ontologie de la trace, que a su vez está inspirado en la obra Yo, Tituba, de Maryse Condé, donde crea una historia y una vida para esta mujer cuya historia yacía desconocida y olvidada.
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Los textos son solo una de las fuentes heredadas que Munyaneza usa en su proceso de creación. Al buscar la música y las influencias para esta, regresa a sus orígenes en Ruanda, donde vivió hasta los 12 años. “Mi cultura ruandesa, mi herencia, siempre ha estado ahí y nunca se ha ido. Entonces, para mí, el ritmo, los sonidos y los colores siempre han estado conmigo, además del texto en el que quería sumergirme”.
La música la ha acompañado desde el inicio, la estudió de niña en la escuela y luego en la universidad. Fue el medio de expresión que eligió al principio de su carrera, hasta que Véret la convenció de darle una oportunidad a la danza que, como la música, hace parte de su ADN. “La música y el baile siempre han sido parte de mi vida. Porque incluso cuando era niña y crecí en Ruanda, mis abuelas, mis padres y mi comunidad cantaban y bailaban conmigo. Mis hermanos, vecinos, primos, tías, amigos..., todos cantaban y bailaban. La música y la danza no eran dos disciplinas separadas; estaban juntas y entrelazados. Sin embargo, cuando nos mudamos a Inglaterra comencé a centrarme como disciplina en la música. Pero la danza siempre ha estado ahí en mi vida como parte del lenguaje que hablamos con nuestros cuerpos y nuestros corazones”. Su colaboración con Véret y su posterior trabajo en la danza los describe como una progresión natural “desde la voz y los instrumentos hacia el cuerpo como otro instrumento, como una extensión de la voz musical”.
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Más allá de la música y los textos, los encuentros son el pilar que sostiene la visión de Munyaneza. Encuentros con artistas, creadores, entre un millar de personas que ella recuerda, guarda, atesora y a los que regresa en su proceso creativo. Cada uno de ellos le permite abrir la mirada a nuevas perspectivas y a través de ellos articular y conectar piezas de algo que estaba roto o disperso, para, tentativamente, “sanar lo que está roto y crear un nuevo mundo posible para nosotros”.
Hablar con Dorothée Munyaneza es como tener en frente una imagen que cambia constantemente, pero es una y la misma. Los encuentros serían frecuencias que ella recibe como una antena y que luego, como en el mito de Aracne, teje en un tapiz con el que pretende llegar a una teoría que la ayude a sanar el mundo a su alrededor, como el detective que busca e hila teorías, las cuales ella luego convierte en su trabajo.
El encuentro con Dorlin y su filosofía la llevó a conocer aún más a Tituba. A esta mujer que vivió en el siglo XVII la describe como una sanadora que tenía un tipo de amor radical con el que sanaba a su comunidad, pero que para la posteridad solo fue recordada como la bruja que quedó registrada minutos antes de su ejecución. Con esa premisa, Munyaneza se dio a la tarea de actuar como un conducto de ese archivo en el que se escribió el nombre de Tituba y volver a darle vida, para convertirse, mediante su trabajo, en un archivo viviente. “¿Cómo almaceno la memoria? ¿Cómo puedo reactivar la memoria en el escenario mientras me muevo, mientras canto, mientras grito, mientras hablo? ¿Qué tipo de conocimiento estoy aprovechando para reconectarme con las voces que han sido negadas o las personas que han sido borradas o marginadas, particularmente de los descendientes de la trata de esclavos y los descendientes de la colonización o estos métodos destructivos que han erradicado pueblos de todo el mundo?”.
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Más allá de ser una antena para sus encuentros, Munyaneza también se percibe como una antena para los recuerdos y la memoria. Una palabra que ella define como algo que “puede ser vivido, como una memoria personal, pero también existen las memorias transformadas o que son transmitidas a mí. Como en el caso de Tituba, no viví durante su época, por lo que no tengo memorias de lo que debió haber sido su vida. Pero por lo que he leído, es como si estuviera creando memoria a partir de las palabras, y con esos textos y archivos estimulo la memoria”. Como la antena que es, ella recibe estas ondas que “están casi que viajando en el tiempo y se transmiten de cuerpo a cuerpo para convertirse en una memoria personal que transformo físicamente en algo que se convierte en propio. Necesito encontrar algo real para mí, algo que me conecte con algo casi como ir a la carne. La memoria tiene que ser física y tangible. El trabajo para mí, que es lo que también pretendo, es cómo involucrarnos físicamente con la memoria. No es solo superficial o sobrenatural, solo filosófico, intelectual; no es solo un concepto. La memoria viaja”.
Ella, entonces, se convierte en parte de la historia y de la memoria de Tituba entre los sonidos, los movimientos y las canciones que presenta. Cada encuentro y cada memoria se transforman en un hilo del tapiz que está tejiendo. “Estoy tejiendo con estas historias y voces algo que es más grande que yo. Es más grande que la comunidad. Es ambicioso. La actuación en sí es la ambición o el sueño de tejer algo posible a partir de todas estas historias, todas estas líneas a veces rotas, estos espíritus rotos, estas historias rotas. Y encontrar formas de escribir nuestras historias una y otra vez y contarlas con nuestro vocabulario. Y al hacerlo, encontrar poder y curación en ello”.