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Era 1950, y en Nueva York se encendió una llama motivada por el descontento, el sentimiento que se produce en quienes piensan que el mundo no debería reducirse a una sola opción. Aquellos que abogan porque el arte sea un escenario de posibilidades. Esos mismos que decidieron un día apartarse de lo tradicional y comercial: de las megaproducciones de Broadway. Y entonces las alternativas teatrales se extendieron en la Gran Manzana. Las masas pasaron a un segundo plano, la obra ya no era obra solo para responder a las exigencias del público, a lo que supuestamente ellos esperaban del arte. Ahora el teatro no era un espacio para unos cuantos. En las tablas había lugar para dramaturgos, pero también para diseñadores, cantautores, poetas y una infinidad de artistas. El teatro había pasado a ser un encuentro de varias disciplinas. Pequeñas compañías teatrales con pequeños presupuestos surgieron, y con ellas un término se volvió famoso: Teatro Off.
La propuesta llamó tanto la atención, que se expandió a otras latitudes: fue a parar a países como España y Argentina. Y el off ya no solo le pertenecía a Estados Unidos, y todas aquellas propuestas teatrales que no encajaban en lo tradicional, que eran demasiado alternativas o independientes, pasaron a ser conocidas como Teatro off. Ese mismo teatro nos terminó llegando a Colombia hace seis años en forma de festival: el Festival Off de Teatro de Bogotá.
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Llegaba la Semana Santa, y con ella -cada dos años- tenía lugar un certamen en el que se volcaba la atención: el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá. Para algunos aquello no era sinónimo de alegría, sino más bien de preocupación. Preocupación, por un lado, por no tener los recursos suficientes para pagar el costo de las boletas de las obras de teatro que participaban en aquel evento, y, por otro, por la baja asistencia del público a las salas teatrales que no eran parte del Festival Iberoamericano. Durante los 17 días -que es el tiempo real que dura el Iberoamericano- las facturas seguían llegando, el costo del arriendo no disminuía y parar no era una opción. Entonces, a Rodrigo Rodríguez, director del Teatro Ditirambo, se le encendió una “chispa”: ofrecerle al público un festival alternativo al oficial, más económico, independiente, sin apoyo de recursos públicos o empresariales. Aquella idea la compartió con colegas que pasaban por su misma situación. “Hablé con los amigos y les dije: ‘Oiga, presentémonos, pero presentémonos en alianza con nosotros, con nuestra pequeña infraestructura’”, y creo que eso ha funcionado muy bien, porque es la unión de creadores”, dice Rodríguez. Fue así como en 2016 se realizó el primer Festival Off de Teatro de Bogotá.
Al principio, que el festival se desarrollara paralelo al Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá trajo algunas dificultades, de esas que se manifiestan en baja asistencia a las salas, pues ellos no tenían dinero para invertir en publicidad, “pero en estos seis años todo el desarrollo del mundo digital: online, ha facilitado un poco las cosas, y la red, hacer red con los amigos y los amigos de los amigos y las familias. Entonces eso ha hecho que mejore la asistencia y le apostamos al riesgo, y la única posibilidad nuestra es que vaya la gente y llene las salas para que tenga el grupo unos centavos”. Porque la realidad es que en este festival los ingresos que se obtienen de la taquilla son distribuidos porcentualmente entre las salas y los grupos que participan.
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Aquí lo no convencional se evidencia hasta en la elección de las obras. No hay un comité curatorial encargado de seleccionar las que serán parte del Festival Off. Aquí quien llega primero gana el pase. Quien primero se inscriba en el documento de Drive que se pone a disposición de los interesados en ser parte del evento. Ese que solo se cierra cuando los cupos están llenos. Eso sí, los participantes son grupos profesionales que cuentan con preparación y formación. Dice Rodríguez que estas obras por lo general son conocidas por él, pues ya cuentan con presentaciones previas y eso de alguna forma ayuda a asegurar su calidad. “Entonces la curaduría se hace de esa manera, porque como no es, insisto, el negocio de a quién sí o el negocio de amigos, aquí están claro los amigos de uno, pero están una cantidad de personas que uno no conoce, de otras ciudades e incluso de Bogotá, o los ve en las redes y sabe que existen, pero en el año si mucho uno los saluda una vez”.
Y a este festival, que reúne a la música, los títeres, las comedias, las farsas, entre otros, se le ocurrió apostarle al desarrollo de la dramaturgia colombiana, brindar un espacio para dar a conocer lo que se escribe de teatro en nuestro país, porque como menciona Rodríguez, “se conoce Inglaterra por Shakespeare, por Ben Johnson, por Thomas Kyd, entre otros”. Y en el país, según el director del Festival Off, hay muchos jóvenes dramaturgos. Precisamente, los jóvenes son otra de las apuestas de este evento. “Nosotros estamos dándole la vuelta a la esquina y se necesita que tengan la posibilidad los grupos nuevos de tener una sala porcentaje, no siempre pueden ir a pagar dos, tres, cuatro millones de pesos de alquiler de un teatro para hacer una semana de temporada -en mi época eso era muy difícil-, entonces si les abrimos la puerta a los grupos jóvenes, pues es el sitio para que puedan tener práctica, hacer experiencia y seguir desarrollando el teatro en nuestro país”. Tal vez por eso menciona que este es un festival de encuentro, colaboración y solidaridad.
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Es el espacio al que Rodrigo Rodríguez le sigue apostando a pesar de las deudas que le dejó la pandemia. Catorce meses duraron cerradas sus salas de teatro. Y aunque todo volvió a la “normalidad” desde hace varios meses, es la hora y todavía sigue endeudado con el arriendo de una de las salas del Teatro Ditirambo, entonces uno se pregunta si vale la pena seguir apostándole al arte a pesar de todo, “por supuesto, porque es la posibilidad de reflexión de la sociedad”. Y no solo de la sociedad en general, sino también es un beneficio para él, que ha dedicado su vida a las tablas, porque dice Rodríguez que el teatro ocurre en el cerebro, “nosotros no trabajamos para sudar el cuerpo, sino el cerebro, para pensar”.
Con deudas a bordo y todo sacó adelante el IV Festival Off de Teatro de Bogotá, hasta incluyó en el evento a invitados internacionales, grupos de Cuba y Argentina, como diría él, “una apuesta muy bella y romántica”. Aquella a la que es posible le siga apostando hasta donde la vida se lo permita. “Para mí, en lo personal, el teatro no es un trabajo sino un juego, toda la vida lo he entendido así, hasta los problemas me divierten”.