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La colombiana Nube Sandoval, de la compañía Cenit en Roma, pretende ayudar a que las heridas de los refugiados, en su mayoría africanos, sanen a través de una metodología llamada “el teatro como puente”.
Nube Sandoval estudió periodismo pero nunca lo ejerció. Hace veinte años se dedica al teatro, y en 1992 fundó con Bernardo Rey el Centro de Investigaciones Teatrales Cenit en Bogotá. Allí empezaron trabajar el cuerpo y la voz, a montar obras, a irse con ellas de gira. De manera paralela surgieron varias inquietudes alrededor del porqué de la actividad teatral: ¿Para qué, para quién y por qué se hace teatro? ¿Cuál es la función social del teatro? Viviendo en Colombia, constatando las injusticias sociales que se viven aquí a diario, no podían permanecer indiferentes, y se fueron dando cuenta de que en sus manos tenían una herramienta que hacía viable la comunicación entre personas, la interacción y la reconciliación.
Entonces empezaron a usar el teatro como instrumento en ambientes vulnerables: en las cárceles en Bogotá y en centros de desplazamiento forzado. Trabajaron con las víctimas directas de esta larga guerra. Cuando llegaron a Italia, invitados a trabajar en un centro de teatro en Padua por teatreros como Donato Sartori (la persona que más sabe de máscaras en Europa), esa misma inquietud que los movió en Colombia en los años 90 fue el motor de búsqueda para decidir el camino, su manera de hacer teatro y sus razones para hacerlo, esta vez allá, al otro lado del Atlántico.
Tuvieron la fortuna de encontrarse con el Consejo Italiano para los Refugiados, una organización de punta en Italia que se ocupa del tema del asilo político, del refugio, y que trabaja en absoluta colaboración con la Naciones Unidas y la Unión Europea. Ellos tenían su misma inquietud: ¿Cómo cualificar los procesos de reconciliación y rehabilitación psicosocial para quienes piden asilo, que son y han sido víctimas de tortura y persecución en sus países de origen? Así, y desde hace diez años, dirigen en el Consejo este proyecto.
Por un lado, Sandoval y Rey procuran no descuidar la investigación artística, la experimentación como grupo, como centro de investigaciones teatrales. Por el otro, pretenden no desatender ese aspecto fuerte que ha caracterizado su trabajo y su práctica: el uso del teatro como instrumento de rehabilitación y reconciliación, el “Teatro como puente”, una metodología que hoy en día tiene muchos seguidores y es tema de ensayos, publicaciones, investigaciones y tesis de grado alrededor de Europa. Esa manera de hacer teatro busca unir a las personas consigo mismas, hacerlas volver a su centro. Siendo la tortura algo que quebranta la identidad del individuo, la pregunta que los ha guiado es cómo unir esos fragmentos de identidad resquebrajada, cómo unir todas las grietas y el terrible daño psicofísico que genera la tortura en una persona, a través del teatro.
Según el Amnesty International, de cada diez personas que entran cada año a Europa, cuatro han sido víctimas de tortura y persecución en sus países de origen. “Es una cifra tremenda, que me cambió completamente la manera en que miro al africano que me cruzo en las calles de Roma”, dice Sandoval.
Lo que la psicología y la medicina no pueden, el teatro lo ha podido hacer. Eso es lo que afirma el grupo de psicólogos, médicos y abogados con el que trabaja Cenit. “El teatro es una práctica holística: involucra el cuerpo, la mente, las emociones. Por eso es tan efectivo: conecta al individuo consigo mismo, con los otros, con el cuerpo, con la comunidad, con sus recuerdos, con su historia, con su tradición, con su cultura, con sus raíces y con su presente. Con ella cambia la manera en que las personas interactúan entre sí, cambia el estado de ánimo, la relación que tienen con sus cuerpos, la tensión muscular de sus cuerpos... Les cambia la cara, les cambia la voz, les da seguridad, y es el presente lo que a veces dificulta la capacidad de integración de quien ha sufrido tortura, porque poder vivir en el aquí y el ahora es la base fundamental de la práctica teatral”, dice Sandoval.
El laboratorio de teatro ha tenido mucho éxito en Italia, y ha sido muy reconocido por los medios. El 26 de junio, declarado por las Naciones Unidas “Día de apoyo y sostén a las víctimas de tortura en el mundo”, estrenan su nueva obra.
El grupo ha montado varias obras y ha llevado al teatro algunos textos literarios. Han presentado Casa tomada de Julio Cortázar, Lenguaje de la montaña de Harold Pinter, creaciones colectivas con temas que surgen en el grupo, Las suplicantes de Esquilo, El lenguaje de los pájaros, texto persa adaptado por Jean Claude Carriére, y Esperando a Godot de Beckett, entre otros.
Este año la obra se inspiró en “El ahogado más hermoso del mundo”, el cuento de Gabriel García Márquez, y la razón es que el Mediterráneo se ha convertido en los últimos años en el cementerio más grande del mundo. “Es trágico, es tremendo y es enorme decir eso, pero los datos al parecer lo confirman. Gran cantidad de hombres y mujeres escapan de la guerra, la tortura, la violencia, la persecución, el hambre, y tratan de atravesar el Mediterráneo para llegar a las costas italianas, a las griegas, a las de Malta”. Miles han muerto en esta travesía inhumana, viajando junto a otras sesenta personas en barquitos donde a duras penas caben quince.
La última grande tragedia ocurrió el 13 de octubre del año pasado. Murieron 300 personas tratando de atravesar ese mar cruel para llegar a las costas de Sicilia. “Fue un escándalo, y un llamado de atención a las leyes europeas e italianas, pues una de las leyes que dejó el pasado gobierno de Berlusconi decía que todo aquel marinero o toda aquella persona que en el mar ayudara a alguien que se estuviera ahogando cometería el delito de favorecimiento a la clandestinidad”. A pesar de eso, inmigrantes siguen y siguen tratando de llegar a Italia, a Lampedusa, una isla siciliana más cercana a África que a Italia.
Aprovechando esta realidad tremenda, el grupo se inspiró en el cuento de García Márquez para montar Mare Monstrum, cuyo título resulta de un juego de palabras con la denominación legendaria que ha recibido el Mediterráneo desde la época del Imperio Romano: “Mare Nostrum”, en latín. “Coincidentemente, dos meses después murió García Márquez, así que la obra resultó siendo también un lindo homenaje”. En ese montaje –y con el objetivo de presentar una visión revertida de lo que está pasando – el ahogado es un italiano, un siciliano, y su cuerpo llega a un puerto africano. El pueblo lo acoge, lo viste, lo arropa y le hace el funeral más hermoso posible. “Es como una cachetada a la sociedad y leyes italianas, porque se trata de mostrarles el drama y la injusticia desde la perspectiva de quienes piden y han pedido asilo”.
La obra se estrenará en un sitio bellísimo en el centro de Roma, la Aranciera di San Sisto, y asistirán grandes personalidades, pues se ha logrado demostrar que, no obstante se trabaje con personas que nunca han visto y han hecho teatro, se pueden lograr cosas de un nivel casi profesional. El teatro como puente busca despertar la memoria antigua, la tradición viva, la cultura latente y potente de estas personas de Afganistán, Kurdistán, El Congo, Costa de Marfil y Nigeria, entre otros países, casi todos africanos. “Lo que hacemos es darle poder, fuerza y empuje a las tradiciones de estos refugiados, y lo que surge son obras con unas temáticas contemporáneas que interpretan las tradiciones”.
Ahora el grupo se compone de catorce refugiados africanos que ensayaron tres veces a la semana durante seis meses, tratando, en principio, de superar la barrera del idioma mediante ejercicios corporales y musicales.
Por último, una linda anécdota: una vez un curdo llamado Iskender llegó al grupo. Venía de Turquía, donde los curdos tratan de reivindicar su cultura, su culto y su lengua, a pesar de ser sistemáticamente perseguidos y encarcelados, simplemente por ser curdos. Se les ha prohibido, incluso, hablar en su lengua. En ese entonces el grupo montaba El lenguaje de la montaña de Pinter, que es justamente acerca de una cárcel en Turquía donde la policía no deja que los familiares de los presos curdos se comuniquen con ellos en su lengua el día de la visita. Coincidentemente, Iskender había estado siete años en una cárcel en Turquía, en la que fue golpeado y torturado diariamente. Tenía cicatrices por todo el cuerpo, no sostenía la mirada, era un nudo de resentimiento y dolor. Las sesiones lo llevaron a compenetrarse con el grupo, a entrar en el lenguaje colectivo. Un día decidió contarles a los demás su historia, pero en su idioma. Llevaron a un traductor, que de curdo tradujo al italiano, y luego decidió contarla, en curdo una vez más, en el marco de la obra. “Fue algo épico, un regalo increíble”.
Si quiere saber más sobre el grupo de teatro visite la página de internet, www.teatrocenit.org.