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“El terror de la derecha”, un relato del artista Alejandro Buenaventura

La historia de ficción en la que dos amigas, Margarita y Alicia, charlan sobre una sociedad marcada por la izquierda y la derecha política, pero, sobre todo, por el miedo.

Alejandro Buenaventura * / Especial para El Espectador
25 de junio de 2024 - 07:00 p. m.
Alejandro Buenaventura tiene 82 años de edad. Es un destacado actor, productor, libretista y director colombiano. Es hermano del dramaturgo Enrique Buenaventura, con quien fundó en su ciudad natal, el Teatro Experimental de Cali (TEC). / Foto de Bernardo Peña, cortesía de "El País" de Cali
Alejandro Buenaventura tiene 82 años de edad. Es un destacado actor, productor, libretista y director colombiano. Es hermano del dramaturgo Enrique Buenaventura, con quien fundó en su ciudad natal, el Teatro Experimental de Cali (TEC). / Foto de Bernardo Peña, cortesía de "El País" de Cali

EL TERROR DE LA DERECHA

Qué te pasa, Alicia, estás hablando de una manera extraña, no eres la misma…

Le responde Margarita con calma, reposada y sincera, después de diez minutos de charla, colocando la taza vacía sobre la mesa y dándole una indicación, casi imperceptible, a la empleada para que le sirviera otro poco de té. (Recomendamos otro cuento de Alejandro Buenaventura: “La ejecución”, inspirado en los colombianos sin pensión).

Siempre toma té, es una costumbre adquirida en Londres desde los años que estudió allá y regresó convencida de que la humanidad lo había perdido todo cuando se quedó sin la guía inglesa, sin la majestuosidad de los reyes, las damas de hierro y la distinción de la nobleza.

Es que tengo miedo, Marga, estoy aterrada. ¿A dónde vamos a parar?

¿A qué te refieres?

Lo sabes muy bien. No me obligues a nombrarlo porque me da algo que no sé cómo definir. Tú no tienes de que preocuparte ni te atormenta ni te aflige porque en cualquier momento te subes a un avión y te bajas de nuevo en tu palacio de Manchester, al fin y al cabo allá están tus hijos, allá tienes la familia y eso es lo que amas, pero a nosotros no nos gusta vivir lejos de aquí, amamos el país y no queremos perderlo.

Me preocupa eso de que la izquierda haya…

Ali… querida, relájate y óyeme bien. Piensa despacio, con juicio. A ver. Pensemos. El país, como tú lo llamas con tanto apego y admiración, es una finca de recreo. Hermosa llena de colibríes, árboles, clima estupendo y agua de sobra, negras para el servicio, peones, mandaderos y amantes interesadas para los maridos. Algo divino. Nunca te interesó nada más que eso y ahora apareces metida en cosas de “hombres”.

Se levanta inmensa, majestuosa, siempre fue la más alta y la más altiva del salón, perfecta, con la taza de té en su mano levantada, una parodia espontanea de la estatua de la libertad y va al sofá en que su amiga se encoge cada vez más.

Siempre se han querido mucho. Estudiaron juntas en el entonces modernizado colegio de las monjas progresistas del norte, formaron un grupo maravilloso, modelo de virtudes y gustos sobrios como lo sabe hacer la gente bien, sin salir jamás de las normas, ejemplo de dignidad, honestidad, caridad y respeto a lo establecido.

Luego, las más ricas emigraron a estudiar a universidades europeas como era la usanza de la época y unas cuantas, como Margarita, hicieron su vida allá con marido y con hijos rubios y solo aparecían cada cierto tiempo a visitar los ancestros subdesarrollados y a recomendarles cómo era la cosa.

Alicia parecía ahora una de esas súbditas y su amiga le hablaba y le indicaba y le aconsejaba con el antiguo cariño de hermanas pero mirándola a ratos “por encima del hombro” mientras, sutilmente, imponía sus lecciones:

Óyeme Ali, eso de izquierda y de derecha es viejo, aparece por allá en el inicio de la revolución francesa. Ahora hay una la izquierda fracasada en el mundo entero y una derecha, que ha traído el progreso, el nivel de vida, la inversión social y la cultura, Darling, la cultura. Nosotros tenemos la cultura, ellos solo tienen la mugre, la ignorancia, la promiscuidad y solo saben vivir como animales, esperando que les den todo, mendigando o robando o destruyendo.

Alicia la volvía a escuchar ahora luego de tantos años, después de todo lo que ha ocurrido aquí y en el mundo entero, sin saber si era la misma, si tenía la razón, o era solamente un monstruo despiadado.

Desde del golpe terrible en las pasadas elecciones la actitud de su entorno, familiares, amigos, empleados de la casa y empleados de su marido, se ha vuelto distinta, cerrada, hasta agresiva, de no oír, desafiante y amargada. Su gente cercana se ha llenado de temores y ahora las opiniones inquisitivas de su mejor amiga de la infancia y la juventud parecen, más bien, emanadas de la inseguridad.

No entiende si es un miedo lógico al ver peligrar su poder o un pánico por lo que tendrían que hacer para retenerlo. Entonces decide preguntárselo:

Gira hacia ella en el sofá y le dice, Margarita…pero se detiene, lo piensa dos veces, y continúa… ¿qué se puede hacer?

Margarita sonríe, toma un sorbo de té, se acomoda en la poltrona y le responde sin el menor signo de alteración:

Está muy claro, voy a darle una respuesta precisa a tu pregunta tan concreta, tú sabes que ese es mi oficio, pero antes, permíteme explicar algunas cosas, se supone que la derecha representa el grupo con mayor poder económico y la izquierda representa a la masa pobre con sus diferentes escalas. Pero, Alice querida, derecha o izquierda son solo términos para definir la competencia por el poder y en nuestra sociedad, el poder radica en el poder económico, el que tú y yo tenemos, el que hemos heredado por generaciones y que es intocable. Es decir quien tiene la plata y las empresas, las fábricas, los bancos, tiene el poder. ¿Me entiendes?

Entiendo sí, claro, pero… En estas elecciones…

¿Tú has votado alguna vez? No, claro que no. Nosotras no tenemos por qué votar, tenemos la gente que lo hace por nosotras y siempre ganamos…

Pero esta vez no ganamos, eso es lo que me asombra.

No te preocupes, en todo juego hay que perder a veces para que el contendor se ilusione y vuelva a creer que el juego es real, verdadero. Para que siga jugando. Tú lo has vivido en la canasta o en el rumi o en el matrimonio, si, el matrimonio es el juego más interesante de la sociedad, pero, tienes razón Alice, últimamente se han cometido errores y eso nos ha llevado a esta situación.

¿Cuáles errores, Marga? Explícame.

Debes estar cansada de tanta lección, Alicia, no quiero ser imprudente. No vine a visitarte para convencerte de nada ni para estar de maestra. Vine a saber de ti, de tus hijos… ¿Cómo están? ¿Bien? ¿Claudia sigue en la Florida? ¿Compararon la casa? Si la compraron es porque no van a regresar. ¿Y David? Se casó o lo pensó dos veces. Hoy en día para casarse hay que pensarlo mucho y ese muchacho es muy inteligente.

Alicia recibe esas preguntas, que antiguamente eran la eterna conversación de las mujeres decentes, como distantes, como salidas de tono, casi que absurdas, sin ningún interés y responde con monosílabos acompañados de sonrisas falsas. Nada de eso tiene relación con lo que le interesa, con lo esperaba de esta visita y en cierto momento llega a parecerle ofensivo de parte de ella.

Quiere pensar que es una especie de evasiva porque Margarita no tiene alguna explicación y si no tiene explicación es porque también tiene dudas o porque también tiene miedo. Terror, tal vez, y trata de ponerle un nombre… El terror de la derecha.

Se levanta pidiendo excusas para servirle otra taza de té pero Margarita le dice que no. Que ya se ha tomado dos tazas y podría hacerle daño.

¡El té es agresivo, como todo lo de los ingleses!

Lo dice como chiste y por primera vez en todo el dialogo ríe sin recato, desahogándose.

Alicia siente que se burla de ella y recuerda que lo había hecho siempre, desde los primeros años del colegio. Pero no solo con ella, era así con todas las compañeras, instintivo, de herencia, su familia no pertenecía propiamente al estrato seis, era de más arriba, era lo último, lo inalcanzable y ella lo demostraba con sutileza, sin que se le notara, con una finura sublime, incuestionable. Estaba por encima y presidia todo. Las opiniones en clase, las conversaciones y los juegos del recreo, las fiestas, los amigos, había nacido con el poder pegado a la piel y a la mirada. Y ya mayores, egresada de la universidad jesuita, convertida en senadora, mano derecha de dos presidentes y enviada a Inglaterra como embajadora plenipotenciaria solo se podía sentir respeto por ella, alegría y orgullo de ser su amiga.

A manera de reto, en cierta forma sentida por su actitud le pregunta de frente, sin ningún recato:

¿Por qué perdimos, Margarita?

La ve debilitarse. Algo imperceptible para cualquiera pero no para ella que la conoce demasiado.

Realmente tiene poca importancia, ya pasó y lo corregiremos en poco tiempo, no te preocupes ni te asustes.

¿Tú no estás preocupada?

Margarita vuelve a reír pero ahora con más prudencia. Incómoda. Sospechando, que ya, las preguntas de su adorada amiga no son tan inocentes.

Detiene su paseo, se acerca a ella con determinación y le da un beso en la mejilla diciendo muy cariñosa:

Me tengo que ir Alice. Ya vienen por mí pero mañana me llamas y seguimos conversando. Me interesa mucho tu posición. Estás divina, ese vestido te queda perfecto. El color de la inocencia. Chau…estuve feliz. Qué lindo volverte a ver. Chau.

Pero Alicia la retiene agarrando con fuerza la mano en que tiene la cartera para preguntarle con una energía extraña:

¿Y… qué van a hacer?

¿Qué… vamos… a hacer, querrás decir? Porque supongo que aún estás en el lugar que te corresponde.

Alicia no es capaz de responder. No sabe, en ese momento, cuál es su lugar. ¿El de siempre? ¿Ese lugar de vacíos que ha sido su vida? O uno que no había conocido nunca pero que siempre soñó. Lo tuvo todo pero en ahora siente que jamás ha tenido lo que quiso. Tocar el piano, cantar, ser bailarina, escribir poemas, caminar caminos, amar, pintar acuarelas. Es una artista. Siempre ha sido una artista pero el arte es para otros. Cuando va a responder Margarita se adelanta:

¡Vamos a tumbarlo! En muy poco tiempo. No vamos a permitir que acaben con todo lo que hemos construido. ¡Vamos a tumbar ese gobierno de andrajosos como sea y esperamos que tú nos acompañes!

Conozco la salida, no te preocupes.

Alicia espera unos segundos mirándola alejarse por el corredor con pasos de leona herida. Luego gira hacia su hijo que entra en ese momento con gesto de haberlo escuchado todo, David, su hijo menor, casi un niño con cara y apariencia de ser un hombre grande, su adoración, su confidente y su esperanza, para decirle:

Tiene miedo, todos tienen miedo y cuándo uno tiene miedo lo esconde con la rabia.

* Alejandro Buenaventura (Cali, 4 de noviembre de 1941). Algunas de las producciones artísticas en las que ha trabajado son: La mariposa verde (2020), Kdabra (2011), El fantasma del gran hotel (2009), La pasión según nuestros días (2008), Montecristo (2007), La tormenta (2005), La mujer en el espejo (2004), El Cristo de plata (2004), Perro amor (1998), Dios se lo pague (1997), Oro (1996), Victoria (1995), Las aguas mansas (1994), Café con aroma de mujer (1993), Crónicas de una generación trágica (1993), Hojas al viento (1988), Amándote (1986), La mansión de Araucaima (1986), Décimo grado (1985). Dentro de sus obras escritas se cuentan Blanco y negro, un relato acerca de la vida de Paulina Bonaparte en la isla de Haití, y La huella, un escrito literario sobre la realidad.

Por Alejandro Buenaventura * / Especial para El Espectador

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