“El tiempo de las amazonas”: La belleza de las insurrecciones y lo pavoroso de las imposiciones
Finalmente, después de 25 años de la muerte de Marvel Moreno, "El tiempo de las amazonas" fue publicado. En este libro, el último de su carrera, se cruzan varias historias sobre mujeres dispuestas a explorar su sexualidad y sobrepasar los límites impuestos por una sociedad machista.
Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad
Hay algunas frases en “El tiempo de las amazonas” que consiguen un efecto similar al que se obtiene después de salir de una consulta con el psicólogo o el psicoanalista. No resultan de una dinámica similar: con el terapeuta uno habla y habla. Ellos hacen algunas preguntas, dicen un par de cosas y dan en el punto. En ese momento, en el instante en el que uno entiende que lo que pensaba normal, no lo era, el cerebro queda en llamas. En unas llamas agradables y luminosas. Fuego convertido en poder. Uno con el libro de Marvel Moreno, claro, no tiene que hablar. Uno lee: “El estado amoroso era una invención para contrariar la sexualidad femenina, que tendía a ser múltiple e inconstante. En cualquier momento el deseo podía seguir borrando de cuajo todos los amores anteriores. Y eso los hombres no querían aceptarlo. De los harenes al derecho de matar a la esposa adúltera, del cinturón de castidad a la pasión de los tiempos modernos, los hombres, que finalmente creaban los mitos y valores de la sociedad, se oponían al deseo secreto de las mujeres: estar disponibles para cualquier aventura, pasar de un amante a otro sumergiéndose en ese lago de sexualidad que guardaban sus cuerpos”: la mente en llamas, el libro al regazo, la mirada al horizonte, el afán por subrayar, de nuevo la mirada al vacío y la sonrisa después de pensar: aquí dice que mi sexualidad es inconstante. Claro, aquí estoy yo.
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Hay algunas frases en “El tiempo de las amazonas” que consiguen un efecto similar al que se obtiene después de salir de una consulta con el psicólogo o el psicoanalista. No resultan de una dinámica similar: con el terapeuta uno habla y habla. Ellos hacen algunas preguntas, dicen un par de cosas y dan en el punto. En ese momento, en el instante en el que uno entiende que lo que pensaba normal, no lo era, el cerebro queda en llamas. En unas llamas agradables y luminosas. Fuego convertido en poder. Uno con el libro de Marvel Moreno, claro, no tiene que hablar. Uno lee: “El estado amoroso era una invención para contrariar la sexualidad femenina, que tendía a ser múltiple e inconstante. En cualquier momento el deseo podía seguir borrando de cuajo todos los amores anteriores. Y eso los hombres no querían aceptarlo. De los harenes al derecho de matar a la esposa adúltera, del cinturón de castidad a la pasión de los tiempos modernos, los hombres, que finalmente creaban los mitos y valores de la sociedad, se oponían al deseo secreto de las mujeres: estar disponibles para cualquier aventura, pasar de un amante a otro sumergiéndose en ese lago de sexualidad que guardaban sus cuerpos”: la mente en llamas, el libro al regazo, la mirada al horizonte, el afán por subrayar, de nuevo la mirada al vacío y la sonrisa después de pensar: aquí dice que mi sexualidad es inconstante. Claro, aquí estoy yo.
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Las hijas de Marvel Moreno, Carla y Camila Mendoza, advirtieron en el prólogo: “Es un libro muy denso que presenta un número importante de personajes cuyos destinos se entrecruzan”. También contaron que una de las razones por las que dudaron entre publicar o no la novela, era que no estaban seguras de que su madre lo hubiese querido, ya que la última versión es de octubre de 1994 y ella falleció en junio de 1995. “Durante estos ochos meses ella no la presentó a ninguna editorial y podemos suponer que todavía esperaba darse un tiempo para revisarla”, adujeron.
Sobre los personajes: es casi imposible no perderse en las 331 páginas que componen el libro. Como lo aclararon las hijas de Moreno, los distintos nombres, sus parentescos, historias y los cambios entre un caso y otro, no dejan muchas opciones: devolverse o, simplemente, aceptar el olvido y continuar. A medida que se va a avanzado en esta novela, cuyas protagonistas son tres primas que se encuentran en París, Moreno retoma cada uno de sus nombres para agregar más datos o darles continuidad a sus historias. Esto deja de ser un problema con el paso de las hojas.
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En cada uno de los casos la escritora desarrolló muchas de las imposiciones que las mujeres habían aceptado sin cuestionarse. Eran enseñanzas de crianza. Patrones. Ejemplos calcados. Aunque con algunas variaciones, hubo quienes aceptaron tener una vida miserable por tradición, porque así encajarían o porqué creían no tener opción.
Aunque este libro es, esencialmente, sobre mujeres, amazonas, sobre las que decidieron, después de mucha privación, explorar sus posibilidades sexuales y liberarlas, también tiene en cuenta los pesos masculinos. Con ninguno de ellos o de ellas, Moreno tuvo piedad, ni siquiera con el que se presume, fue el nombre detrás del que escondió el suyo: Gaby. Una mujer llena de virtudes con las que hubiese sido fácil liberarse de cualquier yugo, pero que, sin embargo, aguantó el maltrato. También le dedicó varias de sus páginas a Claude, quien, cómodamente en medio de lujos que compraba con la fortuna de su familia, criticaba a la burguesía. Contradictorios, erráticos, intuitivos, valientes, solidarios, crueles, independientes y apegados. Todos tan humanos. Por eso, tal vez, desarrolló distintas historias: en pocos nombres no hubiese sido posible dibujar tanto matiz. Tanta preocupación o asombro.
“Los hombres no lograban desembarazarse del recuerdo positivo o negativo de sus madres y por todos los medios posibles trataban de recrear la infancia con una esposa que limpiara la casa, preparara las comidas y negara la realidad de su deseo en el lecho conyugal. Eran pocos los que buscaban viajar a horizontes desconocidos, deslizarse al mundo de las sombras y entrar en la cueva donde dormitaba oscuro y cerril el placer femenino”, y se entiende que, además, Moreno no solo fue hábil y dura narrando la feminidad, sino también la masculinidad enfrentada al deseo de las mujeres: apetitos voraces que huelen más de un cuerpo y añoran más de un par de labios. Mujeres ansiosas por descubrir(se). Muchos de los hombres de esta obra “reaccionaron con extrema violencia declarando que no estaban dispuestos a entrar en relaciones degradantes”, cuando una mujer expresó que quería sentir.
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La percepción del placer femenino como un acto vulgar no fue el único problema narrado a través de varias parejas en este libro: abusos sexuales a cambio de comodidad, humillaciones por el origen, injurias en contra de la diferencia, abandonos en medio de enfermedades y ofensas justificadas con la excusa del lazo matrimonial. Moreno descubrió los pretextos por los que, aún ahora, el sueño de la pareja o la familia, se priorizan: una madre que soporta un tipo que la exaspera. Una madre que no abandona a su abusador porque la plata, la educación de los hijos, la estabilidad. Una madre que prefiere el ejemplo de la sumisión al de la emancipación de un ser sometido a la degradación de su cuerpo y su espíritu. Moreno fue implacable.
Las historias se desenvuelven en París. Todo ocurrió durante los setentas en aquella ciudad en la que, al principio, las amazonas creyeron que podrían amar con libertad. “La finura de espíritu que caracterizaba a la gente de París” hacía que los sueños sobre un cuerpo que pudiese usarse para algo más que la maternidad, se vieran posibles. El “mundo de personas sagaces e interesadas en las cosas de la vida” excitaba a estas mujeres que provenían de una Colombia plagada de convenciones. De una Bogotá o una Barranquilla en la que, por las apariencias y el temor a Dios, la existencia se convertía en padecimiento. La ilusión de una ciudad secular en la que se pudiese hablar de arte con réplicas a la altura, las llevó a mudarse. Allí, en la emocionante París, también tuvieron que lidiar con la misoginia de hombres y mujeres que muchas veces sobrepasaron los límites de la decadencia.
Esta novela, que no es un memorial de agravios en contra de las mujeres que no lograron liberarse ni un listado de delaciones para exponer a “tiranos domésticos” que solo hicieron lo que sus padres les dijeron que hicieran, podría parecerse más a una radiografía. A unos rayos X en los que “la verdadera verdad” se revela. A un dibujo lleno de detalles que, más allá de los ajustes que la escritora hubiese podido hacer en vida, fue dotado de la belleza de las insurrecciones, pero también de lo pavoroso de las imposiciones. “La prolongación de la existencia” de Moreno, que antes de morir, narró lo que vivieron las amazonas en su tiempo.