El trazo y las coordenadas de un país inventado
La exposición “La fiesta de la palabra”, homenaje a la vida del poeta y gestor cultural Juan Gustavo Cobo Borda, tiene lugar en la Biblioteca Nacional.
Andrés Osorio Guillott
Daniela Cristancho
Tal vez su vida se parezca cada vez menos a su vida, y seguramente cada vez más deambula por las calles de piedra del pasado. Trayendo a colación el poema Consejos para sobrevivir, pensamos en Juan Gustavo Cobo Borda, quien se mostró ansioso minutos antes de empezar la inauguración de la exposición “La fiesta de la palabra”, que le rindió un homenaje unas semanas atrás en la Biblioteca Nacional.
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Tal vez su vida se parezca cada vez menos a su vida, y seguramente cada vez más deambula por las calles de piedra del pasado. Trayendo a colación el poema Consejos para sobrevivir, pensamos en Juan Gustavo Cobo Borda, quien se mostró ansioso minutos antes de empezar la inauguración de la exposición “La fiesta de la palabra”, que le rindió un homenaje unas semanas atrás en la Biblioteca Nacional.
Acompañado de su hija, Cobo Borda estaba en su silla de ruedas con pantalón azul, camisa y saco del mismo color, pero de otras tonalidades. Con una sonrisa y unos ojos de ilusión que parecen mirar siempre más allá de lo que el mundo permite, el escritor de 73 años recorría y observaba el salón en el que está la exposición que está dividida en cuatro de sus facetas: su poesía, su ensayo, su gestión cultural y su labor como editor.
“Cobo Borda era el menor de todos, pero era el líder. Él decía: si uno lleva un poema a un periódico puede que no se lo publiquen, pero si llevamos un grupo quizá sí. Cada semana nos pedía poemas y salían publicados en Vanguardia Liberal, en El Informador, El Colombiano, El Tiempo, la Revista Arco, y así se fue forjando nuestra generación. Él tuvo desde joven vinculación con los organismos estatales de cultura y ahí nos publicó a todos”, dijo José Luis Díaz-Granados, quien fue uno de sus compañeros en la Generación sin Nombre, gremio de poetas en el que también estuvieron amigos como Darío Jaramillo, Augusto Pinilla, Álvaro Miranda, Henry Luque Muñoz, David Bonnett Rovira, entre otros.
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La importancia de rendir homenaje en vida. A veces enaltecemos la obra de una persona luego de su muerte, quizá como una manera de hacerla inmortal, pero habría que pensar si este tipo de reconocimiento no es una forma de la solemnidad de la gratitud. “No solamente contamos todavía con Juan Gustavo en su presencia, sino también con su lucidez. Él sigue activo a pesar de sus quebrantos de salud. No solamente es rendirle un homenaje, sino tener un acto de gratitud de quienes lo queremos y admiramos para decirle gracias por lo que ha aportado no solo a la literatura y cultura colombiana, sino también haber trazado las coordenadas para tener un rostro y una identidad en ese mundo hispano al que pertenecemos”, dijo Federico Díaz-Granados, curador de la exposición.
Una vida dedicada a los libros, a escribirlos, comprenderlos y extenderlos en el tiempo. Cobo Borda no solo hizo su obra como poeta, sino también como ensayista. En su ojo lector descubrió e impulsó, entre otros textos, Que viva la música, la novela de Andrés Caicedo. En sus ensayos destacó a Germán Arciniegas, Gabriel García Márquez, José Asunción Silva, Álvaro Mutis, Meira del Mar, Jorge Luis Borges, entre otros, demostrando su compromiso y constante cuestionamiento por la cultura colombiana y latinoamericana.
Así se lee uno de ellos, El patio de atrás, en la edición conmemorativa de Cien años de soledad, edición de la Real Academia Española: “Esa frialdad controlada, de rostro imperturbable, hará aún más explosivo el hirviente material de sus libros y el desafuero irreprimible de sus personajes excesivos en Cien años de soledad, capaces de todo, pero a la vez tan apegados a la rutina de sus escuetos hábitos. Exceso y sobriedad. Estoicismo y delirio: aquí radica una de las claves de su sistema narrativo, conformado a lo largo de un dilatado aprendizaje de la literatura misma y que bien vale la pena repasar. Solo que este narrador infalible, que tanto se ha preocupado por saber cómo nacen los cuentos, comenzó como aprendiz de poeta, como debe ser”.
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Son más que los versos y los ensayos sobre literatura. Cobo Borda aportó a la cultura como gestor, y lo hizo trabajando en Colcultura, en el Ministerio de Relaciones Exteriores, como asesor cultural de la Presidencia de Ernesto Samper y como diplomático en Argentina, España y Grecia. Fundó colecciones de literatura que hoy son emblemáticas en la historia editorial del país: la Biblioteca Básica de Cultura Colombiana, la Colección de Autores Nacionales, de Colcultura; la Colección Popular, la Biblioteca Familiar Colombiana y la Colección Samper Ortega. “Donde él llegaba, al cargo que llegara, se inventaba alguna colección literaria que permitió apostar por jóvenes autores”, comenta Federico Díaz-Granados. “En el caso de Colección de Autores Nacionales, de Colcultura, hizo dos tomos donde publicó a muchísimos autores que estaban muy jóvenes en los finales de los sesenta o comienzos de los setenta, y que vinieron a trazar ese canon nacional ya después de los años ochenta y noventa, como fue el caso de Darío Ruiz, Óscar Collazos, María Mercedes Carranza, entre otros”.
Detrás del cristal de uno de los escaparates hay un libro de 1994: Crear es vivir, dice la portada. En sus páginas están compilados algunos de los debates acerca de la posibilidad de crear el Ministerio de Cultura, entre ellos el “Gran Foro Cultural”, que tuvo lugar en Barranquilla en abril de ese año y que fue una de las primeras labores de Cobo Borda coordinando eventos y recopilando textos que, junto con otras discusiones, desembocaron en la creación de dicha cartera, en agosto de 1997.
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La exposición se trata, verdaderamente, de una fiesta de la palabra y del oficio que, sin condiciones, se ejerce en torno a ella. Las paredes celebran la labor de Cobo Borda, en las palabras de escritores como Álvaro Mutis y Octavio Paz, y las vitrinas muestran fotografías suyas riendo con Meira del Mar y sonriendo con Gabriel García Márquez. El espectador puede apreciar las primeras ediciones de sus libros. Son imágenes y objetos que fueron extraídos desde las entrañas del hogar del escritor. Tras la idea original de Carmen Barvo e Isadora de Norden y la familia de Cobo Borda de homenajearlo en vida, el curador se adentró en la gran biblioteca del poeta y a la casa de su hija Natalia para hacer un proceso de recopilación. El resultado fue una caja llena de recortes de prensa, fotos y manuscritos que le sirvieron para armar la cronología iconográfica de la vida del maestro y, así, armar el guion curatorial que hoy le da vida a la exposición.
¿Perdí mi vida?
Mientras mis amigos, honestos a más no poder,
derribaban dictaduras,
organizaban revoluciones
y pasaban, el cuerpo destrozado,
a formar parte
de la banal historia latinoamericana,
yo leía malos libros.
Mientras mis amigas, las más bellas,
se evaporaban delante de quien,
indeciso, apenas si alcanzaba
a decirles la mucha falta que hacen,
yo continuaba leyendo malos libros.
Ahora lo comprendo:en aquellos malos libros
había amores más locos, guerras más justas,
todo aquello que algún día
habrá de redimir tantas causas vacías.
Escritor devoto, editor, crítico de arte, ensayista, gestor cultural, lector impenitente, como él mismo se llamó. Pero el de Cobo Borda es un legado que va más allá de los 200 títulos que tiene en su bibliografía y las contribuciones que tuvo a la creación del Ministerio de Cultura. Así lo aseguró Federico Díaz-Granados: “Desde todos estos campos, él no solo traza la cartografía de un canon literario y artístico de un país, sino que, a través de ese trabajo ensayístico, de divulgación y de las bibliotecas que él dirigió y fundó, también se inventó un país, trazó el mapa de un país que era desconocido para los lectores y supo revelarnos las claves de una tradición que nos ha dado una identidad y un lugar en el mundo, y él nos ayudó a trazar esas coordenadas”.