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                                                                                                                                  El último día de Salvador Allende

                                                                                                                                  El 11 de septiembre de 1973, 50 años atrás, Salvador Allende, el primer presidente de América Latina de banderas socialistas elegido democráticamente, fue acorralado en el palacio de la Moneda de Santiago de Chile, y su gobierno, derrocado.

                                                                                                                                  Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                  Editor de Cultura
                                                                                                                                  Vista de la estatua de Salvador Allende ubicada frente al Palacio de La Moneda, el 11 de agosto de 2023 en Santiago (Chile).
                                                                                                                                  Foto: EFE - Elvis González
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Que el Palacio de la Moneda ardía, les dijeron, les gritaron. Que Salvador Allende había muerto, les sollozaron. Que no había salida. Que quemaran todo, todo, todo. Que no dejaran vestigios. Ni una huella, ni una letra, ni un dibujo. Nada, porque en pocos días cada uno de ellos iba a ser sospechoso de algo, y lo más seguro era que iba a terminar en algún perdido calabozo o algo mucho más macabro. Corrieron. Saltaron muros. Muros visibles e invisibles, y se perdieron entre callejuelas vacías. Con los días, con los meses, muchos huyeron de todo y de todos.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Allí se apretujaban. Se daban calor el uno contra el otro y el otro contra el de más allá. Se daban fuerza, fe, todas esas palabras que les sonaban a paraíso, porque la vida se les podía ir en cualquier instante con la orden de un capitán, “ejecútelo”, por la rabia de un teniente, “al calabozo”, por las ansias de venganza de un soldado, “arrodíllese”. Se apretujaban en sus miedos. Se murmuraban “mañana salimos, tranquilo, mañana”, y callaban cuando aparecía el hombre de la máscara que iba a señalar a alguno. “Ya sabíamos que a quien ese señalara no amanecía vivo”, recordaría con el tiempo un poeta que se salvó. Ahí mataron a Víctor Jara, Te recuerdo Amanda. Ahí desaparecieron a cientos.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Allende era parte de la aristocracia chilena y en su vida privada actuaba como tal. Le gustaba el Chivas Regal, el vino, las corbatas de seda y las mancornas de oro. Jamás vivió como pobre, pero se empeñó en conocer a la gente humilde de su país desde sus tiempos adolescentes, y hablaba con todos los que se le acercaban de Lenin, de Marx, del país, de la situación del mundo, de los grandes poderes, del peligro del capitalismo salvaje y, también, del comunismo salvaje. Jugaba con ellos al ajedrez, tomaban vino y cerveza y oían tangos. El último tango de Allende, como la novela de Sampuero, en realidad fueron cientos de tangos de Enrique Santos Discépolo, de Gardel y Lepera, de Homero Manzi, de Troilo y de Goyeneche, porque a Allende le parecía que los tangos retrataban mejor que nada la realidad y al ser humano.

                                                                                                                                  (Le puede interesar: De la madera al instrumento, los lutieres de Ibagué)

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  Los poetas escribieron y seguirían escribiendo. Como sentenció Jorge Teillier, “Hubo que crear nuevos códigos, nuevas estrategias de convivencia en un país donde la delación llegaría a ser una virtud”.

                                                                                                                                  Vista de la estatua de Salvador Allende ubicada frente al Palacio de La Moneda, el 11 de agosto de 2023 en Santiago (Chile).
                                                                                                                                  Foto: EFE - Elvis González
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Que el Palacio de la Moneda ardía, les dijeron, les gritaron. Que Salvador Allende había muerto, les sollozaron. Que no había salida. Que quemaran todo, todo, todo. Que no dejaran vestigios. Ni una huella, ni una letra, ni un dibujo. Nada, porque en pocos días cada uno de ellos iba a ser sospechoso de algo, y lo más seguro era que iba a terminar en algún perdido calabozo o algo mucho más macabro. Corrieron. Saltaron muros. Muros visibles e invisibles, y se perdieron entre callejuelas vacías. Con los días, con los meses, muchos huyeron de todo y de todos.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Allí se apretujaban. Se daban calor el uno contra el otro y el otro contra el de más allá. Se daban fuerza, fe, todas esas palabras que les sonaban a paraíso, porque la vida se les podía ir en cualquier instante con la orden de un capitán, “ejecútelo”, por la rabia de un teniente, “al calabozo”, por las ansias de venganza de un soldado, “arrodíllese”. Se apretujaban en sus miedos. Se murmuraban “mañana salimos, tranquilo, mañana”, y callaban cuando aparecía el hombre de la máscara que iba a señalar a alguno. “Ya sabíamos que a quien ese señalara no amanecía vivo”, recordaría con el tiempo un poeta que se salvó. Ahí mataron a Víctor Jara, Te recuerdo Amanda. Ahí desaparecieron a cientos.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Allende era parte de la aristocracia chilena y en su vida privada actuaba como tal. Le gustaba el Chivas Regal, el vino, las corbatas de seda y las mancornas de oro. Jamás vivió como pobre, pero se empeñó en conocer a la gente humilde de su país desde sus tiempos adolescentes, y hablaba con todos los que se le acercaban de Lenin, de Marx, del país, de la situación del mundo, de los grandes poderes, del peligro del capitalismo salvaje y, también, del comunismo salvaje. Jugaba con ellos al ajedrez, tomaban vino y cerveza y oían tangos. El último tango de Allende, como la novela de Sampuero, en realidad fueron cientos de tangos de Enrique Santos Discépolo, de Gardel y Lepera, de Homero Manzi, de Troilo y de Goyeneche, porque a Allende le parecía que los tangos retrataban mejor que nada la realidad y al ser humano.

                                                                                                                                  (Le puede interesar: De la madera al instrumento, los lutieres de Ibagué)

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  Los poetas escribieron y seguirían escribiendo. Como sentenció Jorge Teillier, “Hubo que crear nuevos códigos, nuevas estrategias de convivencia en un país donde la delación llegaría a ser una virtud”.

                                                                                                                                  Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                  De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com
                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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