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El umbral de la emoción

Fragmentos. Todo empieza por ahí. Son escenas de dos o tres minutos que hacen que la obra se mueva rápido. Que alcance un ritmo. Primero una niña, luego otra. De repente una mujer y la siguiente.

Adriana Marín Urrego
22 de mayo de 2013 - 09:13 p. m.
Las actrices cuentan sobre  el escenario sus historias, las de sus madres y las de sus abuelas.   / Andrés Torres
Las actrices cuentan sobre el escenario sus historias, las de sus madres y las de sus abuelas. / Andrés Torres
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Muchos personajes femeninos y cinco actrices, no más. Esa es la estructura de La que no fue, una obra de Umbral Teatro escrita y dirigida por Carolina Vivas. Allí se estará presentando hasta el sábado 25 de mayo.

Vivas escribió la obra a partir de un trabajo conjunto, de una creación colectiva entre las actrices, sus historias personales, las de sus madres y las de sus abuelas. Fueron siete meses de investigación a partir de una hipótesis dramatúrgica clara: “Yo quería trabajar con las actrices como personajes, que la fuente de creación fuera su propia vida, pero con un territorio delimitado: ellas, su mamá y su abuela por línea materna”, afirma.

De las situaciones que habían vivido estas mujeres le interesaban las anómalas, las insólitas, las dolorosas, las graciosas o las que suponían algún tipo de desequilibrio. “Porque finalmente los personajes de teatro siempre están equivocados, no importa el género; tienen un problema con el medio o no lograron lo que querían. Si no estuvieran equivocados, uno no los voltearía a mirar”, sostiene Vivas. Ellas debían convertirse en personajes para luego representar a sus madres y sus abuelas y representarse a sí mismas, lo que eran, lo que fueron y lo que son.

Siguieron, sin tenerlo muy claro, dos procesos. Incluso tres. El primero podría ser algo así como el descubrimiento de la narrativa. Vivas les pidió que escribieran unos textos; ellas no sabían para qué. (Protestaron, por supuesto, “no somos dramaturgas”, dijeron). Pero ella no pretendía que hicieran literatura. “Yo no les estoy pidiendo que escriban teatro, yo les estoy pidiendo que traten de escuchar la voz de sus abuelas, de escuchar la suya propia en otro momento y de escuchar a sus madres en determinadas situaciones”, les decía para liberarlas de ese peso. Y ellas los escribieron. Vivas, entonces, a partir de esos textos les botó un ramillete de palabras, cualquiera: casa, padre, tristeza, mesa, por ejemplo, y ellas tenían que hacer cuadros y formar imágenes basándose en eso. Con esas imágenes se buscaban los elementos plásticos —para lo que se apoyaron en la pintura de Débora Arango— y el tono, hasta que, con la mano de su dramaturga marcando las coordenadas, la obra quedó completa.

Llegó entonces el segundo proceso. La actuación. ¿Cómo ser capaces de actuar lo que ellas mismas son? ¿Actuar, como si fueran otras, sus propias heridas? “Tratamos de llevarlo muy a fondo”, cuenta Vivas, “y justamente en busca del desequilibrio se encontraron cosas muy dolorosas. Esas verdades a medias que hay en todas las familias. El proceso supuso una actitud muy honrada, muy solidaria entre nosotros. Pero también supuso una actitud descarnada, porque es que hay zonas donde uno no quiere mirar”.

En esas zonas entra a jugar el tercer proceso, el terapéutico. Que aunque no fue un objetivo en la creación de la puesta en escena, fue saliendo en la medida que se iban tocando fibras. “A mí me ha servido mucho porque me obligó a hablar con mi hermana y a recuperar parte de la historia de mi mamá... empecé a perdonar y a entender muchas cosas”, afirma Reina Sánchez, una de las actrices. “Ha sido una enseñanza de humildad frente a mi propia historia”, sostiene.

La obra, al final, terminó conciliando dos cosas que parecían irreconciliables: la identificación y el distanciamiento. Aunque el tema partía de sus propias historias y de sus propias emociones, las actrices debían buscar distanciarse de ellas. Y, a pesar de que muchas veces no resultó tan fácil, el objetivo se logra en la propuesta final: “La gente no se va pensando en lo que vio en la obra sino en su propia vida. La gente se reconoce, reconoce a su mamá y a su abuela en las historias que se cuentan. Finalmente, todos somos iguales”, afirma Vivas.

amarin@elespectador.com

Por Adriana Marín Urrego

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