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                                                                                                                                  El valor de la obra de Donald Keene sobre la literatura japonesa

                                                                                                                                  Son más de cincuenta libros escritos y cerca de cuarenta traducciones de autores clásicos y contemporáneos. Los mejores aguardan por traducción al español. Ensayo de un experto.

                                                                                                                                  Orlando Mejía Rivera * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                  Donald Keene, profesor emérito de la Universidad de Columbia y el estudioso que dio a conocer la cultura japonesa a Occidente. / Cortesía
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Son más de cincuenta libros escritos y cerca de cuarenta traducciones de autores clásicos y contemporáneos. A él se le debe el conocimiento en Occidente de, entre otros, el monje budista Kenko y su famoso libro Ensayos nacidos del ocio (1330-1332), el gran dramaturgo del teatro de marionetas (Ningyō jōruri) Chikamatsu Monzaemon (1653- 1725), el novelista de literatura erótica del siglo XVII llamado Saikaku, y los novelistas modernos Tanizaki, Mishima, Kawabata y Abe. Fue amigo personal de los cuatro, pero en especial de Yukio Mishima, a quien le tradujo al inglés varios de sus dramas de teatro Nōh y del que escribió un ensayo acerca de su vida y obra, que en mi concepto es lo mejor que existe en la critica literaria occidental. Este texto apareció en su libro Five Modern Japanese Novelists (2002).

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  La fascinación japonesa por lo “perecedero” atraviesa toda su cultura: desde la preferencia por las estructuras arquitectónicas de madera hasta la obsesión poética por las flores del ciruelo y del cerezo, que mueren en otoño en menos de tres días. La poesía japonesa es la sangre vital de la identidad cultural y por eso es lo único que permanece, pero en continuo movimiento. Keene recuerda al dramaturgo Zeami Motokiyo, quien en su obra de teatro Noh titulada Sekidera Komachi, definió de manera bella y profunda el sentido de la poesía para los japoneses: “La palabra poética no tiene fin./ Es duradera como el perenne pino,/ constante como las hojas suspendidas del sauce;/ porque la poesía, cuya fuente y semilla está/ en el corazón humano, es infinita./ Aunque el tiempo pasa y todo desaparece,/ los poemas dejan su marca,/ y la huella de la poesía no se borra nunca”.

                                                                                                                                  La sutileza con la que se comprende a la poesía como “semillas en el corazón” tiene su equivalente en la concepción japonesa de la belleza y la sexualidad. El ukiyo, que significa “el mundo flotante”, está plasmado en el erotismo pictórico de las geishas, tan bien representadas por los lienzos de Utamaro, en los que la genitalidad explícita no es pornográfica a la manera occidental, porque las mujeres desnudas dibujadas conservan el pudor y el misterio de sus rostros a pesar de los primeros planos de sus labios menores y vulvas. Los poetas y pintores japoneses buscan los intersticios, el silencio, lo inasible, lo pequeño, lo fugaz. De allí que se prefiera la luciérnaga a la paloma, la pulga a la ballena, el bambú al roble, el crepúsculo al mediodía, la nazuna a la rosa.

                                                                                                                                  Los mejores libros de Donald Keene aguardan por su traducción al español. En mi concepto merecen ser conocidos en nuestra lengua: su biografía del emperador Meiji titulada Emperor of Japan: Meiji and His World, 1852–1912 (Columbia University Press, 2002), su magnifico ensayo sobre el teatro japonés No and Bunraku: Two Forms of Japanese Theatre (Columbia University Press,1990) y su maravillosa y gigantesca historia de la literatura japonesa, cuya edición inglesa está dividida en cuatro voluminosos tomos, la cual comenzó a escribir a los 42 años, en 1964, y que la terminó 30 años después, con setenta y un años y coincidiendo con su jubilación académica. Este extraordinario monumento intelectual titulado A History of Japanese Literature está dividida así: 1- Seeds in the Heart: Japanese Literature from Earliest Times to the Late Sixteenth Century. 2- World Within Walls: Japanese Literature of the Pre-Modern Era, 1600–1867. 3- Dawn to the West: Japanese Literature of the Modern Era; Fiction. Y 4- Dawn to the West: Japanese Literature in the Modern Era; Poetry, Drama, Criticism. Son en total 3886 páginas, en la que se analizan alrededor de setecientos autores, dos mil obras y, ante todo, representa una lección intelectual de maestría inigualable acerca de cómo se lee y se sintetiza e interpreta un universo literario con treinta siglos de duración.

                                                                                                                                  A finales del año pasado terminé de leer la última página del tomo cuarto, que comencé a estudiar desde el primer volumen un 2 de noviembre de 1998. Veinte años de lector de una obra descomunal, en la que cada frase está escrita de manera perfecta y profunda. De allí la lectura despaciosa, paladeando cada metáfora, los adjetivos precisos que definen un autor en una página, las citas de poemas y narraciones inolvidables. No conozco otra obra de tal dimensión y calidad en el contexto de la crítica literaria. Al lado de ella palidecen notables críticos literarios occidentales como Robert Curtis, Edmund Wilson, Marcel Reich-Ranicki, Cyril Connolly, Mario Praz, Pietro Citati, Roberto Calasso, Umberto Eco, Harold Bloom e incluso el admirado George Steiner. La prueba de lo que digo es que también los propios japoneses han coincidido en que es la mejor historia literaria de su cultura y no en vano ha sido traducida al japonés en dieciocho volúmenes.

                                                                                                                                  Donald Keene era un auténtico sabio viviente, que logró construir un sólido puente de palabras y símbolos que unen a Oriente y al Occidente, al pasado y al presente. Su lucidez y amor ante el conocimiento y la vida lo dejó claro en su autobiografía cuando contó que: “El año siguiente publiqué el volumen final de la historia de la literatura japonesa. Algunos amigos me decían que era el “trabajo de mi vida”. Aunque me lo decían como un piropo, la expresión tenía un sentido fatalista, como queriendo decir que yo había alcanzado mi cima y no sería capaz de escribir nada tan importante en el futuro. Tenía setenta y un años. En el pasado, aquella habría sido una edad venerable, propia para la holganza, para dedicarse a la jardinería o quizás componer haikus. Pero yo no estaba preparado para el retiro. Además, no notaba en mí (aunque, por supuesto, yo no era un observador imparcial) los habituales signos del paso del tiempo ni la inminente decrepitud. En otras palabras, quería seguir escribiendo”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Lo siguió haciendo y la Universidad de Columbia invitaba el pasado 6 de noviembre de 2018 a la presentación que haría el mismísimo Donald Keene de la conferencia de la profesora Yulia  Frumer, del Johns  Hopkins University, titulada Robocon is zazen: Psychology and Buddhism in Mori Masahiro's. Supongo que allí estuvo con su humor clásico, expresándose en un inglés que me recuerda la elegancia y la diafanidad conceptual del inglés de su antiguo maestro de Cambridge el filósofo Bertrand Russell, con quien tomó vino y jugó ajedrez cuando era un jovencito de veinticinco años. Keene recibió los máximos honores que otorga Japón a sus intelectuales y el nombre que le dieron en kanji como ciudadano nipón es el de 鬼怒鳴門. Ojalá tengamos el privilegio de conocer la traducción de esta obra asombrosa. Pero sería muy difícil que la mayoría de las editoriales comerciales se arriesgaran a esta aventura. Ellas están acostumbradas a darle “literatura-chatarra” a los lectores hispanos, despreciando la inteligencia y la sensibilidad de sus pueblos. Quizá el único editor contemporáneo que lo podría hacer es el conde Jacobo Siruela, dueño y editor de Atalanta.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Confieso que le escribí con la ingenuidad y la pasión de un estudiante deslumbrado por Keene y le dije: “Soy un viejo lector del catálogo de Siruela y en los últimos años de Atalanta. El éxito editorial de Los placeres de la literatura japonesa, me lleva a pensar que puede ser el mejor momento para traducir y publicar esa obra monumental de Keene que son los cuatro volúmenes de su prodigiosa Historia de la literatura japonesa, de la cual he sido ferviente lector desde hace varias décadas. Creo que ustedes tienen la credibilidad cultural, la hondura intelectual, la estética editorial y el músculo económico necesario para acometer este proyecto y le darían a los lectores en español un regalo inolvidable, que estoy seguro tendría una larga y exitosa vida de reediciones. En estos tiempos, en los que ya no quedan escritores de largo aliento que se atrevan a dejar auténticos universos de palabras, la obra de Keene acompañaría, por ejemplo, a su edición de la mitología de Joseph Campbell y ojalá algún día pensaran en traducir también esa otro soberbio e inagotable universo que es Science and civilisation in China de Joseph Needham. Estas extrañas y fascinantes obras pertenecen a la categoría que George Steiner denomina 'anomalías monstruosas' de erudición e intuición poética”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Los perros le ladran a la luna, el poeta chino Li Po se ahogó tratando de atrapar el reflejo de la luna sobre el lago, el admirador de Keene que soy yo escribe a la luna editorial de Jacobo Siruela y quizá nunca habrá una respuesta. Pero conservar la pasión por causas poéticas o imposibles o inútiles es lo que el filósofo chino Lao Tse denominaría “las huellas del tonto”. Es decir, los únicos indicios que le permiten a un adulto saber que no se ha envilecido del todo y que su “idiota interior” está vivo, sigue riéndose a carcajadas y las babas mojan sus barbas encanecidas.

                                                                                                                                  * Escritor, autor del libro de ensayos literarios "La biblioteca del dragón", de la novela “Recordando a Bosé” y de la investigación "Dante Alighieri y la medicina".

                                                                                                                                  Donald Keene, profesor emérito de la Universidad de Columbia y el estudioso que dio a conocer la cultura japonesa a Occidente. / Cortesía
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Son más de cincuenta libros escritos y cerca de cuarenta traducciones de autores clásicos y contemporáneos. A él se le debe el conocimiento en Occidente de, entre otros, el monje budista Kenko y su famoso libro Ensayos nacidos del ocio (1330-1332), el gran dramaturgo del teatro de marionetas (Ningyō jōruri) Chikamatsu Monzaemon (1653- 1725), el novelista de literatura erótica del siglo XVII llamado Saikaku, y los novelistas modernos Tanizaki, Mishima, Kawabata y Abe. Fue amigo personal de los cuatro, pero en especial de Yukio Mishima, a quien le tradujo al inglés varios de sus dramas de teatro Nōh y del que escribió un ensayo acerca de su vida y obra, que en mi concepto es lo mejor que existe en la critica literaria occidental. Este texto apareció en su libro Five Modern Japanese Novelists (2002).

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  La fascinación japonesa por lo “perecedero” atraviesa toda su cultura: desde la preferencia por las estructuras arquitectónicas de madera hasta la obsesión poética por las flores del ciruelo y del cerezo, que mueren en otoño en menos de tres días. La poesía japonesa es la sangre vital de la identidad cultural y por eso es lo único que permanece, pero en continuo movimiento. Keene recuerda al dramaturgo Zeami Motokiyo, quien en su obra de teatro Noh titulada Sekidera Komachi, definió de manera bella y profunda el sentido de la poesía para los japoneses: “La palabra poética no tiene fin./ Es duradera como el perenne pino,/ constante como las hojas suspendidas del sauce;/ porque la poesía, cuya fuente y semilla está/ en el corazón humano, es infinita./ Aunque el tiempo pasa y todo desaparece,/ los poemas dejan su marca,/ y la huella de la poesía no se borra nunca”.

                                                                                                                                  La sutileza con la que se comprende a la poesía como “semillas en el corazón” tiene su equivalente en la concepción japonesa de la belleza y la sexualidad. El ukiyo, que significa “el mundo flotante”, está plasmado en el erotismo pictórico de las geishas, tan bien representadas por los lienzos de Utamaro, en los que la genitalidad explícita no es pornográfica a la manera occidental, porque las mujeres desnudas dibujadas conservan el pudor y el misterio de sus rostros a pesar de los primeros planos de sus labios menores y vulvas. Los poetas y pintores japoneses buscan los intersticios, el silencio, lo inasible, lo pequeño, lo fugaz. De allí que se prefiera la luciérnaga a la paloma, la pulga a la ballena, el bambú al roble, el crepúsculo al mediodía, la nazuna a la rosa.

                                                                                                                                  Los mejores libros de Donald Keene aguardan por su traducción al español. En mi concepto merecen ser conocidos en nuestra lengua: su biografía del emperador Meiji titulada Emperor of Japan: Meiji and His World, 1852–1912 (Columbia University Press, 2002), su magnifico ensayo sobre el teatro japonés No and Bunraku: Two Forms of Japanese Theatre (Columbia University Press,1990) y su maravillosa y gigantesca historia de la literatura japonesa, cuya edición inglesa está dividida en cuatro voluminosos tomos, la cual comenzó a escribir a los 42 años, en 1964, y que la terminó 30 años después, con setenta y un años y coincidiendo con su jubilación académica. Este extraordinario monumento intelectual titulado A History of Japanese Literature está dividida así: 1- Seeds in the Heart: Japanese Literature from Earliest Times to the Late Sixteenth Century. 2- World Within Walls: Japanese Literature of the Pre-Modern Era, 1600–1867. 3- Dawn to the West: Japanese Literature of the Modern Era; Fiction. Y 4- Dawn to the West: Japanese Literature in the Modern Era; Poetry, Drama, Criticism. Son en total 3886 páginas, en la que se analizan alrededor de setecientos autores, dos mil obras y, ante todo, representa una lección intelectual de maestría inigualable acerca de cómo se lee y se sintetiza e interpreta un universo literario con treinta siglos de duración.

                                                                                                                                  A finales del año pasado terminé de leer la última página del tomo cuarto, que comencé a estudiar desde el primer volumen un 2 de noviembre de 1998. Veinte años de lector de una obra descomunal, en la que cada frase está escrita de manera perfecta y profunda. De allí la lectura despaciosa, paladeando cada metáfora, los adjetivos precisos que definen un autor en una página, las citas de poemas y narraciones inolvidables. No conozco otra obra de tal dimensión y calidad en el contexto de la crítica literaria. Al lado de ella palidecen notables críticos literarios occidentales como Robert Curtis, Edmund Wilson, Marcel Reich-Ranicki, Cyril Connolly, Mario Praz, Pietro Citati, Roberto Calasso, Umberto Eco, Harold Bloom e incluso el admirado George Steiner. La prueba de lo que digo es que también los propios japoneses han coincidido en que es la mejor historia literaria de su cultura y no en vano ha sido traducida al japonés en dieciocho volúmenes.

                                                                                                                                  Donald Keene era un auténtico sabio viviente, que logró construir un sólido puente de palabras y símbolos que unen a Oriente y al Occidente, al pasado y al presente. Su lucidez y amor ante el conocimiento y la vida lo dejó claro en su autobiografía cuando contó que: “El año siguiente publiqué el volumen final de la historia de la literatura japonesa. Algunos amigos me decían que era el “trabajo de mi vida”. Aunque me lo decían como un piropo, la expresión tenía un sentido fatalista, como queriendo decir que yo había alcanzado mi cima y no sería capaz de escribir nada tan importante en el futuro. Tenía setenta y un años. En el pasado, aquella habría sido una edad venerable, propia para la holganza, para dedicarse a la jardinería o quizás componer haikus. Pero yo no estaba preparado para el retiro. Además, no notaba en mí (aunque, por supuesto, yo no era un observador imparcial) los habituales signos del paso del tiempo ni la inminente decrepitud. En otras palabras, quería seguir escribiendo”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Lo siguió haciendo y la Universidad de Columbia invitaba el pasado 6 de noviembre de 2018 a la presentación que haría el mismísimo Donald Keene de la conferencia de la profesora Yulia  Frumer, del Johns  Hopkins University, titulada Robocon is zazen: Psychology and Buddhism in Mori Masahiro's. Supongo que allí estuvo con su humor clásico, expresándose en un inglés que me recuerda la elegancia y la diafanidad conceptual del inglés de su antiguo maestro de Cambridge el filósofo Bertrand Russell, con quien tomó vino y jugó ajedrez cuando era un jovencito de veinticinco años. Keene recibió los máximos honores que otorga Japón a sus intelectuales y el nombre que le dieron en kanji como ciudadano nipón es el de 鬼怒鳴門. Ojalá tengamos el privilegio de conocer la traducción de esta obra asombrosa. Pero sería muy difícil que la mayoría de las editoriales comerciales se arriesgaran a esta aventura. Ellas están acostumbradas a darle “literatura-chatarra” a los lectores hispanos, despreciando la inteligencia y la sensibilidad de sus pueblos. Quizá el único editor contemporáneo que lo podría hacer es el conde Jacobo Siruela, dueño y editor de Atalanta.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Confieso que le escribí con la ingenuidad y la pasión de un estudiante deslumbrado por Keene y le dije: “Soy un viejo lector del catálogo de Siruela y en los últimos años de Atalanta. El éxito editorial de Los placeres de la literatura japonesa, me lleva a pensar que puede ser el mejor momento para traducir y publicar esa obra monumental de Keene que son los cuatro volúmenes de su prodigiosa Historia de la literatura japonesa, de la cual he sido ferviente lector desde hace varias décadas. Creo que ustedes tienen la credibilidad cultural, la hondura intelectual, la estética editorial y el músculo económico necesario para acometer este proyecto y le darían a los lectores en español un regalo inolvidable, que estoy seguro tendría una larga y exitosa vida de reediciones. En estos tiempos, en los que ya no quedan escritores de largo aliento que se atrevan a dejar auténticos universos de palabras, la obra de Keene acompañaría, por ejemplo, a su edición de la mitología de Joseph Campbell y ojalá algún día pensaran en traducir también esa otro soberbio e inagotable universo que es Science and civilisation in China de Joseph Needham. Estas extrañas y fascinantes obras pertenecen a la categoría que George Steiner denomina 'anomalías monstruosas' de erudición e intuición poética”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Los perros le ladran a la luna, el poeta chino Li Po se ahogó tratando de atrapar el reflejo de la luna sobre el lago, el admirador de Keene que soy yo escribe a la luna editorial de Jacobo Siruela y quizá nunca habrá una respuesta. Pero conservar la pasión por causas poéticas o imposibles o inútiles es lo que el filósofo chino Lao Tse denominaría “las huellas del tonto”. Es decir, los únicos indicios que le permiten a un adulto saber que no se ha envilecido del todo y que su “idiota interior” está vivo, sigue riéndose a carcajadas y las babas mojan sus barbas encanecidas.

                                                                                                                                  * Escritor, autor del libro de ensayos literarios "La biblioteca del dragón", de la novela “Recordando a Bosé” y de la investigación "Dante Alighieri y la medicina".

                                                                                                                                  Por Orlando Mejía Rivera * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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