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El vals de la música y las letras

Aquellas obras que nacen en la intersección entre la música y la literatura tienen una cualidad especial, producto de esa relación armónica e indeleble que se ha construido entre ambas durante siglos.

Sofía Bayona Horlandy
12 de agosto de 2022 - 02:00 a. m.
Bob Dylan, ganador de un premio Nobel de Literatura, es un ejemplo de cómo un autor y un compositor pueden ser la misma persona.
Bob Dylan, ganador de un premio Nobel de Literatura, es un ejemplo de cómo un autor y un compositor pueden ser la misma persona.
Foto: AP - Ap.

Enamorados que dan la vida por su pareja ideal, héroes que se convierten en villanos luego de una traición y personajes admirables que consiguen superar todo tipo de adversidades por medio del esfuerzo. Estas frases podrían describir algunas de las historias más icónicas de la literatura o, tal vez, algunas de las canciones de Bob Dylan, Eminem y Don Omar.

De la música country al reguetón y el rap parece haber incontables kilómetros de distancia, y de allí a la literatura clásica podría haber todo un universo. No obstante, una mirada más detallada permite descubrir que hay un hilo que conecta estos mundos, y se trata del arte ancestral de contar historias por medio de la música.

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La palabra y el ritmo se convierten en uno solo cuando hay una composición que puede ser contada o una historia que se puede bailar. La música y los relatos son fuerzas culturales independientes, pero al unirse crean una pareja complementaria e invencible pues, hasta ahora, no ha habido sociedad capaz de resistirse a sus encantos, y la actual no es la excepción.

“Ella y yo”, de la agrupación de bachata Aventura y el cantante de música urbana Don Omar, cuenta la historia de un hombre que sostuvo una relación amorosa clandestina con la esposa de su mejor amigo, y cómo le confiesa sus transgresiones lleno de arrepentimiento. Al oír la canción, probablemente en una discoteca o en medio de una fiesta, rara vez se piensa en la relación que puede tener con una obra como La Ilíada, de Homero, el poeta griego más famoso de la historia. No obstante, es precisamente allí donde se encuentran los orígenes de este cuento bailable.

Antes de la popularización de la palabra escrita, en la antigua Grecia existía la figura de los aedos, que eran cantantes y poetas dedicados a contar historias tanto míticas como reales con sus voces y una lira como instrumentos principales. Tanto la poesía lírica como las tragedias y comedias surgieron de esta práctica, y mantuvieron siempre el elemento musical al contar las aventuras de sus héroes y las locuras de sus dioses, dado que el coro y el acompañamiento instrumental eran parte esencial de toda puesta en escena, incluyendo las obras de Homero.

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Todas estas modalidades, además, constituían la tradición oral de la sociedad griega, cuyo principal objetivo era mantener viva la memoria histórica de un pueblo, y conservar así aquellos mitos y experiencias que determinan lo que caracteriza a una comunidad y su sentido de pertenencia. La música tenía el claro propósito de acompañar esta oralidad y facilitarle a la gente recordar aquellas historias. Al musicalizar un relato, las palabras tenían más probabilidad de mantenerse en la memoria de una persona y, asimismo, de todas las generaciones que le seguían.

Pero Grecia no era la única cultura que tenía relatos musicales como parte de su patrimonio. Por ejemplo, la palabra hawaiana para historia es moolelo, que significa literalmente “la sucesión del habla”, dado que todas las historias de las tribus nativas de la isla se transmitían de manera oral, acompañadas de canciones (mele), cantos (oli) y bailes (hula). Asimismo, en el occidente africano, los griots se dedican a viajar por el territorio y contar historias reales, mitos y leyendas con el fin de mantener vivo el espíritu de la comunidad.

Esto no es muy diferente a lo que hacían los juglares o trovadores europeos de la época medieval, que viajaban de un país a otro recitando aventuras y cantando baladas ante reyes, nobles y plebeyos, favoreciendo así el intercambio de culturas y reforzando la importancia de la música para imprimirle emoción a un relato, dado que fue en aquel momento cuando el factor de entretenimiento comenzó a ser tenido en cuenta en el proceso de composición de una canción.

Desde entonces, los músicos que cuentan historias no solo tienen que crear un relato coherente y emocionante, sino también asegurarse de que las palabras armonicen con la melodía que las acompaña, que rimen entre sí, tengan coros y estribillos fáciles de memorizar y, en algunos casos, que se puedan bailar. Este tipo de narración no solo está hecha para ser escuchada, sino también cantada, bailada, compartida y experimentada, pues se trata de una práctica artística comunitaria que solo alcanza su máximo potencial cuando se vive en compañía de otros.

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Ninguna de estas características se ha perdido con el paso del tiempo, y en la época contemporánea se puede ver claramente el alcance que las historias musicales pueden tener en una comunidad determinada. Aunque el rol de los trovadores modernos está menos definido, el trabajo está presente en una variedad interminable de géneros, y las temáticas ya no son netamente históricas o mitológicas, sino que incluyen tantos tópicos como puedan ocurrírsele al artista.

Bob Dylan, el cantante estadounidense de folk y country que, además, es el único músico en ganar un premio Nobel de Literatura, es un ejemplo de cómo un autor y un compositor pueden ser la misma persona. Con canciones como “Like a Rolling Stone”, que cuenta la historia de una mujer de clase alta que pierde todo su dinero por perseguir al amor de su vida y ahora debe demostrar humildad ante aquellos a quienes antes había humillado, o “Hurricane”, en donde un boxeador negro es sentenciado a años en prisión por un asesinato que no cometió, Dylan construyó su carrera musical a partir de su trabajo para contar historias y se convirtió en un ícono en ambos campos.

Muy alejado de este panorama musical se encuentra Eminem, uno de los raperos con más trayectoria y éxito en la historia del género. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, comparte con Dylan la habilidad para crear universos narrativos en sus canciones, cosa que se demuestra en su hit “Stan”. El rap de casi siete minutos describe la obsesión de un hombre con Eminem por medio las cartas que le envía, y cómo su deseo de agradarle lo lleva a destruir completamente su vida personal y la de quienes lo rodean, transformando su admiración aparentemente inocente en una tragedia.

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La mezcla artística entre música y narrativa literaria es algo que trasciende barreras geográficas y lingüísticas. Por eso, en esta lista se pueden incluir canciones como “Persiana americana”, de la banda argentina Soda Stereo, que presenta la perspectiva de un voyerista que espía a una mujer desde su ventana, o “Lobo hombre en París”, del grupo español La Unión, que relata las experiencias de un lobo parisino que se convierte en hombre por una noche. Eso sin mencionar la obra “Alfonsina y el mar”, interpretada por Mercedes Sosa, que describe de forma poética el momento en que la poetisa Alfonsina Storni acabó con su vida al ahogarse en el mar.

Y, hablando de música en español, no puede pasar desapercibido un género construido sobre bases casi completamente narrativas: el vallenato. Basta con escuchar “La casa en el aire” o “Jaime Molina”, de Rafael Escalona, para comprender la importancia de los relatos en el género y cómo se utiliza la música para mantener vivas las tradiciones de un pueblo.

Se trata, entonces, de un fenómeno cultural generalizado, cuyos temas son igual de variados que las culturas que participan en él. Existen canciones que cuentan historias de muerte y asesinato como “Bohemian Rhapsody”, de Queen, “I don’t Like Mondays”, de Boomtown Rats, o “Libre”, de Nino Bravo. Hay, también, aquellas que describen el amor y el desamor como “En el muelle de San Blas”, en la que Maná canta sobre una mujer que esperó a que su marido volviera del mar durante años, o la descripción que hace Taylor Swift de una relación intensa y falta de balance en “All too Well”.

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No importa si se trata de algo personal, como cuando el cantante de Hombres G planea vengarse del nuevo hombre en la vida de su amor por medio de polvos pica pica en “Devuélveme a mi chica”, o si es Mick Jagger interpretando el papel del diablo mientras confiesa sus peores pecados en “Sympathy for the Devil”, cada una de las historias que se cuentan por medio de la música demuestran que estas dos formas de arte están destinadas a expresarse juntas, y que una canción puede ser vehículo para una historia con inicio, nudo, desenlace, personajes que se desarrollan y giros sorpresivos en la trama.

No es casualidad que esta unión esté presente en tantos géneros y se exprese de tantas maneras, con tantas palabras, ritmos, voces e instrumentos. Sucede porque una buena historia es el acompañamiento perfecto para una melodía solitaria. Pasa porque un relato se comprende mejor si la música que lo acompaña se convierte en su escenario y personifica los sentimientos que se expresan en la narración.

Ya sea que se hable de las composiciones de la época de los aedos griegos o los trovadores medievales, o de relatos de traición y enamoramiento en una bachata o salsa de tiempos contemporáneos, las historias y la música se complementan y preservan sin mucho esfuerzo esa armonía, esa colectividad y esa expresión características del arte tanto de ahora como de siempre.

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Por Sofía Bayona Horlandy

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