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Ficción y realidad
Para algunos escritores todo es ficción, por cuanto la escritura es mímesis; en términos pedestres, imitación de la realidad. En esta imitación se vale introducir diálogos o personajes inventados con el fin de transmitir una realidad aun no contada. Para otros hay una separación evidente entre literatura y periodismo. Al escribir los hechos estos deben respetarse. Estos autores argumentan que si en medio de la escritura aparece un elemento de ficción, por mínimo que sea, desnaturaliza el resultado.
Hace ya algunos años que el mexicano Juan Villoro zanjó la discusión con el ensayo “La crónica, ornitorrinco de la prosa”, al comparar a la crónica con el animal por la pluralidad de géneros a los cuales ésta recurre. “El prejuicio –dice– que veía al escritor como artista y al periodista como artesano resulta obsoleto. Una crónica lograda es literatura bajo presión”. La crónica puede usar las herramientas de la novela, del reportaje, del cuento, de la entrevista, del teatro, del ensayo, de la autobiografía”. Sentencia que “el catálogo de influencias puede extenderse hasta el infinito”.
La definición es defendida por los entusiastas de la interdisciplinariedad, ya que para ellos los límites tradicionales de varias disciplinas académicas pueden cruzarse, así mismo pueden violarse las fronteras entre varias escuelas de pensamiento por el surgimiento de nuevas necesidades o del desarrollo de nuevos enfoques teóricos.
La separación entre discurso verdadero y falso surgió en el periodo comprendido entre Hesíodo y Platón con la aparición de los sofistas. El auge de los sofistas precisamente se soportó en lo que se les criticó: la búsqueda de la victoria por medio de la elaboración de argumentos y no la búsqueda de la verdad.
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Ahora bien, más que un protagonista, el “yo” del cronista es desde donde se observan las acciones. Esto, sin dudas, encarna un sesgo inevitable.
Se sabe que cuando se narra, se hace desde el discurso y apoyado en historias insospechadas, desde heridas, dominaciones, tramas subterráneas y servidumbres. Por eso toda escritura es una edición de la realidad, pero también es un sistema de sujeción y por ello hay intencionalidad en quien escribe. Entiéndase entonces que no todo escrito es verdad y no todo lo que pasa por el filtro del yo del narrador es necesariamente falso.
García Márquez versus Vargas Llosa
Aceptamos, como lectores o como críticos, esas invenciones y pareciera como si el despliegue de los talentos de estos maestros fuera suficiente excusa para perdonarles que se inventen personajes, escenas o diálogos. Es como si el sólo uso de un estilo maravilloso implicara, de entrada, la imparcialidad de este autor ante los hechos.
Los flancos opuestos han sido capitaneados por dos premios Nobel: Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Ambos, geniales novelistas y periodistas, pero con ideologías y nociones (sobre la no ficción y la creación literaria) completamente contrarias.
Para Vargas Llosa el periodismo no es equiparable a la literatura. Para él la libertad de prensa es el reflejo de una democracia sana, y por ello “el valor supremo del periodismo está en su veracidad”. Considera que el pacto de veracidad con el lector es la esencia misma del género, una frontera cuyos artífices jamás deberían cruzar. Por lo tanto, el periodista “no puede refugiarse en la pura fantasía, no debe confundir la realidad con la ficción. La prensa debe ser objetiva, ajustarse a los hechos y buscar sistemáticamente la verdad”.
Otros autores comparten esta misma visión: Timothy Garton Ash, Salman Rushdie y Jack Shafer. Se trata de un compromiso con el lector que no sólo es posible mantener, sino indispensable. Para el peruano hay cabida para cierta subjetividad en la prensa, siempre y cuando el contexto no ofrezca lugar a dudas. Por ejemplo, una columna de opinión o una reseña.
Estas ideas contrastan con las de García Márquez y otros autores dentro de los cuales se encuentran Capote, Wolfe, Mailer y otros.
En 1998, García Márquez aseguró en una entrevista: “Yo diría que llegué al periodismo porque consideraba que el asunto no era de literatura, el asunto era contar cosas. Y que dentro de esa concepción, el periodismo hay que considerarlo como un género literario, sobre todo el reportaje. Ése es un pleito que me traigo yo porque los mismos periodistas se niegan a aceptar que el reportaje es un género literario. Inclusive, en el fondo de su alma lo ven con un cierto menosprecio. Y, yo diría una cosa, un reportaje es un cuento totalmente fundado en la realidad. [...] Ninguna ficción es totalmente inventada. Siempre son elaboraciones de experiencias. Entonces, por la misma forma en que yo llegué al periodismo me doy cuenta que ese mismo proceso es una etapa más de mi aprendizaje, no digamos literario, sino del desarrollo de mi vocación definitiva de contar. De contar cosas”.
Esta defensa de García Márquez privilegia la forma sobre los datos reales. Es preciso entonces tener claros los términos y las definiciones. “Que una cosa sea verdad no significa que sea convincente, ni en la vida, ni en el arte”, diría Truman Capote. Pero la verdad es que hoy su libro A sangre fría no se hubiera publicado en ninguna de las editoriales por las condiciones de blindaje que tiene el periodismo norteamericano. Se sabe de la eficiencia de su sistema de “chequeo” para cada línea publicada, resultado de muchos casos de mentiras vestidas como si fueran excelentes reportajes: Janet Cooke, Stephen Glass y Jayson Blair, por sólo citar algunos.
Pero hay autores que respetaron el acervo periodístico y precisamente fueron los iniciadores del periodismo investigativo: lo hizo Upton Sinclair (en La jungla), Larisa Reissner (en Hamburgo en las barricadas), lo hizo John Reed (en Guerra en Paterson).
Por su parte, Carlos Monsiváis se arriesgó a hacer en sus textos ensayo, descripción etnográfica y construcciones sociológicas, pero su gran mérito es que no se inventó nada. Sin embargo, logró que su producto periodístico tuviera al tiempo altura de arte y altura humana.
Ahora, es cierto que Operación masacre de Rodolfo Walsh fue mucho antes de A sangre fría de Capote y que se trata del antecedente en Latinoamérica del Nuevo Periodismo. Pero ¿de dónde sacó Walsh los diálogos que están tan bellamente construidos en sus obras?
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El caso K.
Ryszard Kapuściński, el famoso cronista polaco, opinó hace unos años en una entrevista:
“El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquél que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible. Hablo, obviamente, del buen periodismo. […] El suicidio colectivo en Guayana, cuando el reverendo Jones indujo a la muerte a cuatrocientos de sus fieles. […] Yo estuve allí. La historia me impresionó. Mi deber, si no mi objetividad, me empujaba a contar cómo y, sobre todo, por qué se habían comportado de aquel modo. Desenmascarar los motivos que les llevaron a la autoinmolación, denunciarlos, evitar que se repitieran. ¿Sabe dónde terminaba la lucha de la objetividad de los enviados especiales norteamericanos? Pues en saber si habían repatriado 409 ataúdes o si sólo eran 406. Ésa era su mayor preocupación”.
Los defensores de la forma asumen la imposibilidad de la objetividad, pero modificar datos y hechos en aras de la expresividad, la estética o la persuasión, no sólo elimina la frontera entre el periodismo y la literatura, sino que pisa los terrenos de la propaganda.
Algunos críticos europeos califican a los escritores del reportaje literario de manipuladores, ya que no dudarán en intensificar o modificar elementos en aras de la persuasión y la belleza, y por tanto son negligentes en su relación con la realidad.
La biógrafa de “Kapu”, Beata Nowacka, escribió:
“Es cierto. El periodismo de Ryszard Kapuściński es mágico porque, siendo periodismo, excede ampliamente sus límites, consiguiendo un estatus de obra literaria. La excepcionalidad de dicha obra ha causado problemas a los críticos quienes, no estando preparados para una vertiente tan original del reportaje, buscaban en esos libros datos exactos, cálculos precisos. En cambio, se topaban con un mundo mágico de reinos de opereta, como entresacados de las tinieblas medievales, con un mundo de pasillos surcados por un aire gélido, de árboles poderosos que las brujas habitan de noche. Así pues, no es extraño que a algunos críticos les enfureciera semejante representación del mundo en un reportaje, un género hasta entonces informativo”. (Serraller Calvo, 2015). En resumen: no estamos preparados para aceptar que es posible tanta belleza en el periodismo.
Sin embargo, se le enrostra hoy a Kapuściński no tener suficiente conocimiento sobre África, asunto que se evidencia, al parecer, en El emperador. Se le acusa también de inventar aspectos de la vida de Haile Selassie, el último monarca de Etiopía. En dicha obra el dictador tenía una inmensa biblioteca con tomos solo dedicados a su vida. Posteriormente se supo que fue invención del polaco.
Para el escritor Sergio González Rodríguez el hecho de introducir estos elementos de ficción en sus reportajes no le quita interés ni importancia a los textos de Kapuściński. “Uno de los grandes renovadores del periodismo internacional, mediante su trabajo de recuperar la calidad del relato por encima del simple informe de los hechos. Su obra implica la creación de una narrativa de índole humanista que influirá en la práctica de la prensa escrita, y en particular en lengua española y en el ámbito latinoamericano. […] Más que manipulación se podría hablar de un recurso literario para lograr su objetivo de transmitir realidades tan lejanas y diferentes. Desconozco el alcance de sus mentiras […]. En todo caso, gran parte de su legado permanecerá”.
Norman Mailer, por su parte escribió en el libro Un arte espectral:
“Esperar que un periodista sea fiel al detalle preciso del acontecimiento es semejante al sentimentalismo... Una nación que forma opiniones detalladas sobre la base de hechos detallados que son modelados a partir de la sutil realidad se convierte en una nación de ciudadanos cuyas psiques han sido modeladas, artículo por artículo, alejadas de cualquier realidad”. Para rematar el estacazo, sostiene con contundencia: “La información objetiva es un mito. El lector tiene derecho a ser consciente de las inclinaciones del hombre o la mujer que finge ser ese impostor por excelencia, el periodista honesto y preciso”.
Así las cosas, ¿hay que confiar en que lo que cuentan estos autores son hechos verificables? Pero, ¿qué lector verifica?
Ardua tarea la de saber cuál de las dos posturas es más honesta con lo real. Los partidarios de la invención rinden culto a su verdad, pero tomar ésta como la realidad en términos absolutos es tan fascinante como peligroso y empobrecedor para la opinión pública.
Estilo versus información
Es indiscutible que una cosa es el estilo y otra la información; pero todo parece indicar que el cronista o las confunde involuntariamente o se sirve voluntariamente de la confusión.
¿Por qué le perdonamos a García Márquez que en algunos trabajos periodísticos se haya inventado situaciones, anécdotas o personajes?
Entre septiembre y octubre de 1954 publicó en El Espectador cuatro reportajes en una serie titulada El Chocó que Colombia desconoce. Rojas Pinilla quiso repartir El Chocó a los departamentos vecinos, lo cual generó una manifestación sin precedentes en la región. Asegura García Márquez en varias entrevistas que de no haber sido por este trabajo de periodismo, Colombia no hubiera puesto los ojos sobre esta región.
También le perdonamos que se haya inventado personajes. Tomás Eloy Martínez escribió: “Las grandes crónicas de aquellos años fundacionales nacieron al amparo de una realidad que se iba creando a medida que se la escribía. Estaba a punto de secarse el dique de La Mariposa, y en vez de decirlo así, con esas palabras de álgebra, García Márquez inventaba a un personaje que para poder afeitarse en la ciudad sin agua se mojaba la cara con jugo de duraznos. Se caía a pedazos la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y para no contar la historia como en los telegramas de las agencias de noticias, el joven narrador de La hojarasca explicaba que, a los hombres de la resistencia, «los días les estaban quedando cortos». Enriquecido por un lenguaje de novela, transfigurado en literatura, el periodismo desplegaba ante los ojos del lector una realidad aún más viva que la del cine. Todo parecía tan nuevo como si, al cabo de un largo olvido, las cosas pudieran ser nombradas por primera vez”.
Subrayo: “una realidad que se iba creando a medida que se la escribía”. Aquellos reportajes con ficciones fueron publicados en la revista Momento en Caracas, pero todos defendían a una determinada motivación política. Así lo demuestra el texto El clero en la lucha, escrito una semana después de la caída de Pérez Jiménez. Esta es una pieza “canónica”, según muchos, ya que en ella se evidencia la participación de la iglesia en el derrocamiento con la participación del arzobispo de Caracas.
Por eso no es de extrañar que hoy a muchos lectores les parezca genial que en el libro Miedo y asco en Las Vegas, Hunter S. Thompson, haya inventado la situación de drogar a toda la tripulación y pasajeros del avión presidencial en la campaña de Nixon.
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Supongamos que la gente lee crónicas
Como género fronterizo, suspendido entre la literatura y el periodismo, la crónica bebe de uno y de otro a manos llenas. Pero venga, vayamos por parte y no traguemos entero, ¿cuándo se ha acabado la discusión en torno a la diferencia de los géneros? Sólo se discute sobre esa diferencia cuando algún redactor es pillado metiendo gato por liebre en una publicación. Pero luego es olvidado el asunto.
Hay autores que hoy exigen manuales de redacción de crónicas puesto que esta dialéctica entre el periodismo y la literatura puede llevarnos a un subjetivismo estéril que asegura que la única realidad es aquella sobre la cual se tiene conciencia. Si defendemos la veracidad desde la raíz, no podríamos hablar de nada. En cambio, si decimos que no existe tal cosa como la verdad, ese relativismo puede legitimar la manipulación fría y a la falsedad.
Sobre el tema, el escritor Paco Ignacio Taibo II, hizo su defensa en uno de sus tantos talleres, diciendo: “Los puristas son culeros por definición, porque mira que ser purista en un mundo como este… ¡No mames! No tendrás mejores cosas que hacer”. Hoy hay que sospechar de defensas tan endebles. Si se inventa se está dentro de la ficción. No se puede pretender que con invenciones se describan procesos sociales, falencias de legislación, situaciones de vulnerabilidad de determinadas poblaciones humanas, o la denuncia de un delito con el fin de demostrar el vacío de una ley.
En Colombia hay figuras que se mantienen, pero son pocas y hay muy poco espacio para publicar crónicas. Aun así hay una gran mayoría de aspirantes a escritores que quieren ser cronistas, pese a muchas deficiencias en la formación periodística. Hay que decirles a los futuros periodistas que la escritura de la crónica es una concesión que pocos tienen.
Hay una red de prensa que es eminentemente local y es la que da trabajo a la mitad de los periodistas en Latinoamérica. Hay países donde es más densa: Argentina y México. Tienen entre ambos 267 revistas y 480 periódicos registrados, 334 de ellos son diarios, pero la gran mayoría es de carácter local o regional. El extremo contrario es Venezuela, donde solo queda un diario regional. Sin dudas no hay espacio para hacer crónicas.
Sé, off the record, de casos de periodistas con trabajos de impecable investigación que son devueltos por editoriales con la sugerencia de que los convirtieran en crónicas. Sé de trabajos de importancia que no ganarán premios de periodismo porque no tienen el vestido o el fuero del reportaje novelado.
Uno de los pocos momentos de arrojo que se han visto en los últimos años para aceptar que cruzar esta línea invisible es delicada, ocurrió con el libro El motel del voyeur de Gay Talese. El libro se trataba de las confesiones de un voyerista (Gerald Foos) que por más de 20 años se dedicó a espiar a los huéspedes de un motel de su propiedad. Sin embargo, cuando estaba a punto de aparecer el libro en Estados Unidos, el Washington Post reveló que el establecimiento no había pertenecido a Foos durante los años 80. Talese anunció que no avalaría el libro porque la credibilidad de Foos se había “ido por la alcantarilla”. Gay tuvo el valor de demostrar que no puede hacerse periodismo con mentiras.
Nunca como en los tiempos actuales se ha puesto tanto en riesgo el pacto creativo entre lector y el periodista, ese que impone que todo lo que me cuentas debe ser absolutamente cierto.
Por eso es necesario volver a la discusión por cuanto he notado, no con poca frecuencia, que esta discusión ya no es importante en algunas escuelas y facultades de periodismo, donde prevalecen nociones de crónica “escuelera” y superficial. No veo tampoco el interés en las nuevas generaciones y menos aún veo que se discute el asunto en los círculos periodísticos y académicos.
He visto que el tema es solventado con facilidad. Se trata además de un asunto deontológico (ético), aspecto relegado hoy en la formación de profesionales del periodismo y la comunicación.
El periodismo es una actividad humana cuyo valor supremo es la precisión, la concreción con la finalidad de que estas sean garantes de la imparcialidad y el rigor informativo. “Necesitamos información para vivir la vida que nos es propia, para protegernos, para establecer vínculos, para identificar a amigos y enemigos. El periodismo no es más que el sistema que la sociedad ha creado para suministramos esa información” (Kovach & Rosenstiel).
Entre tanto, aún las dos vertientes ni siquiera son sometidas a discusión, y pareciera que el debate ya ha terminado. Pero su discusión tiene mayor importancia hoy por la tecnósfera en la que vivimos y los “fake news” que nos arropan (un ejemplo de ello son innumerables mentiras divulgadas en medio de la pandemia), y por otro lado, las animosas polarizaciones acerca de nuestra realidad.