El Yogui caminante y sesentón se lanza en búsqueda del significado de la vida
Entre la práctica de posiciones, consultas y revisión de textos, Alejandro comienza a pensar que entender el significado de la vida quizás no sea tan inalcanzable. En su quinta crónica, nos cuenta cómo en ocasiones, al practicar yoga, siente de manera fugaz a una comunión con el universo que quisiera trabajar para hacer permanente.
Alejandro López Mejía
Esta es la crónica de un viaje al norte de India de un exbicisesentón jubilado (ver las crónicas del viaje en bicicleta por Europa de dos bicisesentones). En esta ocasión, Alejandro López Mejía se va en solitario a caminar una semana por los Himalayas y a practicar yoga tres semanas en un instituto que promueve el estudio de la filosofía del yoga y su práctica en la tradición del sabio Patanjali y esclarecida por B.K.S. Iyengar y su familia. Alejandro viajó a la India el 11 de octubre y sus crónicas, o el diario de un jubilado explorando y disfrutando su libertad, serán publicadas por El Espectador semanalmente
En estos últimos días, además de respirar, pararme en la cabeza, socializar y seguir buscando los encargos de Margarita, eché cabeza para intentar entender el propósito de estar en este mundo. Conversé con amigos y leí textos de yoga e hinduismo para ver si se prendía el bombillo. Pensé que si Patanjali está en lo cierto, y aquel que vive la vida al máximo puede llegar a encontrar la liberación espiritual, quizás no esté tan lejos de entender el significado de la vida, pues la vaina sería menos difícil de lo pensado. Si fuera así, ojalá viva los años necesarios para lograrlo.
Octubre 29
Hoy subimos por la loma que lleva a Yoganga para la clase de las ocho de la mañana sin la compañía de Sheetal. Ayer decidió volar a Mumbai pues a su papá lo internaron de urgencias debido a lo que parece ser una neumonía. Afortunadamente los antibióticos y demás tratamientos están funcionando y, si todo sigue como va, tendremos a Sheetal de vuelta mañana en la noche y, con ella, el chai mañanero.
La clase de hoy en la mañana la dirigió Rajiv. Fue una clase de Asana/Pranayama. Los primeros noventa minutos fueron clase de Asana pero solo hicimos dos posiciones (con muchísimas variaciones): mitad uttanasana (posición en la que se está parado y con el tronco horizontal mirando el piso) y trikonasana (postura del tríangulo extendido en la que se está de pie y se hace una flexión lateral a partir de una amplia separación de los pies).
Antes de empezar a practicar las posiciones Rajiv nos recordó que el Yoga, y el Asana que estábamos por empezar a hacer, era una ocasión para conocernos a nosotros mismos mediante experimentos y observación. Los experimentos fueron las diferentes modificaciones que hacíamos en las posiciones. Así, por ejemplo, en mitad uttanasana nos hizo observar que las consecuencias de presionar las manos contra la pared sobre los músculos de la espalda son diferentes a cuando las manos (agarradas de un soporte) jalan el cuerpo hacia atrás.
La cantidad de experimentos en trikonasana fue enorme con el propósito de observar y sentir cómo cada variación tenía impactos diferentes sobre las otras partes del cuerpo. Por ejemplo, nos hizo sentir (o, en mi caso, tratar de sentir) la diferencia entre presionar duro o suave una mano (o los pies) contra el piso y cómo eso tenía un impacto en la distribución del peso en el cuerpo. Haciendo una analogía con un reloj de arena, nos hizo tratar de ver cómo, con un leve movimiento del tobillo para presionar la parte de afuera del pie, se podía lograr que la energía se escapara más lentamente ya que con ello se lograba una posición menos sumisa a la fuerza de la gravedad. Al lograrlo, gracias a una mejor alineación del cuerpo, es posible permanecer más tiempo en el Asana.
Rajiv nos hizo tratar de entender cómo en mitad de uttanasana y trikonasana nosotros no hacemos el Asana sino que el Asana se hace en nosotros. En adho mukha svanasana (perro mirando hacia abajo), por ejemplo, con solo presionar las manos hacia el piso y empujar los tobillos hacia atrás (teniendo los pies en el piso), las demás partes del cuerpo (rodillas, muslos, pantorrillas, antebrazos, omoplatos, y demás) reaccionan e interactúan para que la postura sea “hecha” en nosotros (o sea que no soy “yo” el que hace la posición).
Después de hacernos experimentar para comprender las interconexiones entre todas las partes del cuerpo, nos “regañó” por no tener en mente qué estaba pasando en todo momento con la respiración. Ahí volvió a recordarnos la importancia de usar el Asana para la respiración. Después de hacernos estar en Sirsasana (parados en la cabeza) por unos diez minutos, nos hizo estar en trikonasana dirigiendo la respiración a la cabeza (a la parte de adelante mientras se inhalaba y a la parte de atrás mientras se exhalaba). Casi sin darme cuenta permanecí en trikonasana por 20 minutos (diez minutos en cada lado), integrado al universo en un total estado de placidez.
(Le puede interesar: Un adiós al Taita Paulino, médico tradicional del pueblo indígena Inga)
Al salir de clase me fui a desayunar con Manjari, una amiga india de 67 años que vive en Dehradun y a quien conocí en Yoganga hace varios años. Manjari es socióloga, fue profesora en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT por sus siglas en inglés) y es sobrina nieta de Jawaharlal Nehru (líder del movimiento nacionalista indio en los años treinta y cuarenta del siglo pasado y el primer ministro indio después de la independencia en 1947).
Con Manjari intentamos ponernos al día en una hora y media. Hablamos de nuestras vidas en los últimos tres años, de las angustias que nos afligen, de filosofía y de nuestros esfuerzos por buscarle un sentido a la vida.
Como parte de sus esfuerzos de entender para qué estamos en este mundo, y dada su inclinación al ateísmo, Manjari me contó del curso de budismo a distancia que está tomando en un instituto en Nueva Delhi que se llama “la casa del Tíbet”. Mencionó cómo, a pesar de ser un curso fundamentalmente teórico, le había ayudado a sentirse más integrada a la naturaleza, menos atada a las preocupaciones del Yo, y más cercana a entender el sentido de la vida. Al mismo tiempo, reconoció que a esa mayor integración con el universo habían contribuido también los muchos años de asistir a clases en Yoganga.
Salí del desayuno con Manjari casi al mediodía y fuí derecho a la biblioteca de Yoganga a ver qué libros de hinduismo y yoga me ponía a leer que hablaran sobre el sentido de la vida. Encontré un par, los hojeé por un rato y decidí sacarlos para leerlos en la casa en estos días.
La preocupación por encontrarle un sentido a la vida me ha vuelto a la cabeza ahora que soy sesentón y jubilado. Entender el propósito de estar en este mundo era una pregunta que me hacía sin cesar en mis años de vagancia en la universidad, bien fuera en silencio o bebiendo unas cervezas en la compañía de un Carlos Gardel, un Agustín Lara y hasta de un Leonardo Favio.
La verdad estoy lejos de encontrar una respuesta. Sin embargo, basado en mis pocos conocimientos del yoga (tanto práctico como teórico), me gusta la idea de que, al contrario de los animales, las plantas y los minerales, los humanos tenemos la oportunidad en esta vida de conocernos a nosotros mismos y lograr una comunión permanente con el universo (que, en ocasiones, al practicar yoga, siento de manera fugaz).
Ese sentimiento de paz fugaz lo sentí de nuevo en la clase de Pranayama dirigida por Swati esta tarde. De nuevo, al contrario de las clases de Pranayama que he tomado en mi vida, estuvimos en varias Asanas en donde no estábamos acostados ni sentados sino más bien en posiciones donde se estimula la apertura del pecho o en Asanas invertidas (con las patas para arriba) mantenidas por más de diez minutos.
Al terminar la clase me dije lo que siempre me digo al regresar a casa después de mis estadías en Yoganga: tengo que empezar a modificar mi práctica de yoga diaria e implementar las enseñanzas de Rajiv y Swati. Para ello debo dejar de “hacer” tantas Asanas una tras otra y dedicarme a estar en unas pocas teniendo conciencia de lo que está pasando en mi cuerpo y en mi mente.
Octubre 30
A pesar de que hoy apenas tuvimos clase a las 5:30 de la tarde, madrugué a empezar a leer los libros que saqué ayer, los cuales hablan sobre el sentido de la vida.
De acuerdo con Patanjali, la vida tiene cuatro propósitos: Dharma (búsqueda holística de las acciones correctas), Artha (seguridad material), Kama (felicidad material) y Moksa (liberación espiritual). Dharma es un concepto complejo que tiene varios significados y que tiene diferencias importantes en el budismo y en el hinduismo. Uno de los significados en el hinduismo implica el “deber” de cumplir con una “ley de la virtud” que tiene una serie de guías de ética y comportamiento con el propósito de alcanzar la liberación espiritual.
Sin embargo, lo que nosotros entendemos como principios morales está sujeto al cambio a través del tiempo, las culturas, la tradición y las circunstancias. Por esta razón, el Dharma debe ser visto como la búsqueda de unos principios éticos inmutables y el cultivo de un correcto comportamiento físico, moral, mental y psicológico.
Un ejemplo clásico de las sutilezas del Dharma es la historia que Krishna le cuenta a Arjuna en el Mahabharata (libro épico indio), en el cual un santo se promete a sí mismo no mentir. Según la historia, un grupo de personas se escondió una vez en el ashram donde estaba el santo para protegerse de unos maleantes. Al llegar al ashram los maleantes le preguntaron al santo si había visto a las personas que estaban buscando y el santo los dirigió hacia ellas y las asesinaron.
La moraleja de esta historia es que los principios éticos no deben ser seguidos ciegamente (ser vegetariano, por ejemplo, puede no tener sentido —e ir en contra de Ahimsa, no violencia— en el caso de personas cuyo cuerpo se debilita por la ausencia de proteínas). Las sutilezas del Dharma son muchas veces difíciles de entender y requieren capacidad de reflexión y discernimiento cuando se están tratando de poner en práctica principios religiosos.
Un comportamiento en línea con el Dharma debe asegurar que aflore la mejor versión de nosotros mismos. Eso sucede cuando abrazamos y cultivamos nuestras inclinaciones hacia lo positivo y las usamos para hacer sentir mejor a la gente a nuestro alrededor y a nosotros mismos. Así, mediante pensamientos, palabras y acciones que abarquen la compasión, la verdad, autocontrol, generosidad, paciencia y empatía (entre otras), contribuimos a que todos podamos buscar libremente nuestras metas espirituales.
Aunque había mucho material de lectura por cubrir (y un camino largo para entender el significado de la vida), a las diez de la mañana nos fuimos a desayunar a un café cercano conocido por su buena pastelería francesa con Naama, Abhishek (el coronel) y Gopal (había felicidad en el ambiente pues India le ganó ayer a Inglaterra en el mundial de cricket).
Para mi sorpresa, poco a poco fueron llegando al café más estudiantes que están en el taller de yoga, incluido Ian, quien mencionó que desde hace unos años importa incienso a Inglaterra comprado en Rishikesh. Nos contó que se lo compra a un señor que apoya a un grupo de mujeres que son abusadas en casa. Mencionó con resignación que, durante los cinco años que ha tenido el negocio, ha tenido que aceptar el poco interés del señor en hacer crecer su compañía y comprometerse a una entrega regular y cumplida del producto.
Después de dos horas de sociabilidad, Abhishek ofreció llevarme en su moto al centro de Dehradun a buscar unas tobilleras que quiere Margarita. Navegamos por entre el tráfico velozmente viendo ocasionalmente casas-fincas con jardines preciosos y esquivando vacas en la vía, señores con carretas llenas de frutas y verduras y motos que venían en contravía. No compré las tobilleras pues Margarita es fregada con su gusto, pero le envié fotos de las que encontré. Estoy contento pues creo que hallé el tipo que ella quiere.
A las dos de la tarde llegué a Yoganga y, juicioso y concentrado, estuve por dos horas en diferentes posiciones, con énfasis en arcos hacia atrás y con la ayuda de sillas como mecanismo de apoyo. Al terminar estaba con hambre, caminé hasta un sitio que me recomendó Gopal y me comí unos deliciosos hongos picantes y crocantes.
Comí poco para estar liviano para hacer la clase al final de la tarde. Fue una clase de Asana que hizo énfasis en estiramientos hacia adelante, los cuales me tienden a costar bastante trabajo. Para mi sorpresa, pude estar en las posiciones con menos dificultad de lo que pensé pero sudé bastante y estaba medio maloliente al terminar la clase. Así que, apenas llegué a la casa, me pegué un delicioso baño con totuma para estar en línea con Saucha (limpieza) —una de las cinco Niyamas (ver crónica III de esta serie).
Octubre 31
Con Sheetal de regreso, volvimos a tener chai antes de la clase mañanera. Hoy lo disfrutamos juntos mientras ella nos contaba que su papá está en franco proceso de recuperación. Después de la parloteada, en el momento que salíamos de la casa, se nos atravesaron unas 15 familias de micos con bebés colgados de la barriga o la espalda de las mamás y con los machos observándonos con aprehensión. Con la cobarde de Sheetal escondida detrás de mí, cruzamos sigilosamente el jardín hacia el portón de la entrada para evitar asustar a la manada de micos y, con ello, prevenir un posible ataque.
Una vez sanos y salvos, aceleramos el paso para llegar a tiempo a la clase de Asana de las ocho de la mañana, que dirigió Rajiv. Antes de empezar a invocar a Patanjali, y cuando estábamos concentrados y con los ojos cerrados, nos recordó que la respiración dirige la mente a la parte del cuerpo donde se está respirando y con ello se aquietan los pensamientos.
Quizás la lección más importante de la clase de hoy (que consistió de giros laterales y arcos hacia atrás) fue que el Asana tiene una forma externa y otra interna. Sin quitarle importancia a una alineación adecuada, Rajiv enfatizó que la forma externa es la menos importante. En ella, un observador desprevenido (e incluso un profesor de yoga) solo ve una “foto” estática que refleja la quietud en la posición.
Sin embargo, en el Asana hay un mundo invisible lleno de movimiento que sólo siente quien está en la posición (la forma interna). En ese mundo invisible a los demás, el practicante observa con sus experimentos qué parte del cuerpo está empujando y/o presionando; qué partes están cóncavas o convexas; por donde se mueve la respiración de manera natural y por donde se la dirige intencionalmente. Solo quien está en el Asana sabe qué tan integrado está con el universo.
Por esa razón, un acróbata no es un yogui. El acróbata puede hacer una posición impecable pero está más pendiente de la forma externa. El yogui, en cambio, observa lo que pasa en su interior y puede percatarse de la profunda interconexión entre el cuerpo, la mente y la respiración. Precisamente debido a la importancia de la forma interna del Asana es que no es necesario ser flexible para practicarla. En otras palabras, el Asana es una práctica para toda la vida y no solo para cuando se es joven y bello.
(Quizás le interese: Borja Vilaseca y la era de la espiritualidad laica)
Después de un desayuno rápido después de clase, continué con mis lecturas sobre la importancia de la liberación espiritual para encontrarle sentido a la vida. Según uno de los sutras de Patanjali, ese estado de iluminación y libertad lo puede lograr alguien que ha vivido su vida al máximo. Al máximo no significa en exceso o renunciando a todos los objetos y placeres mundanos. En línea con lo que decía B.K.S Iyengar en el libro que leí, vivir al máximo es un proceso gradual donde es clave sentirse parte del mundo alrededor y disfrutar de los regalos recibidos a lo largo del ciclo de nuestras vidas.
De acuerdo con los Vedas (las escrituras más antiguas del hinduismo), Dharma, Artha (seguridad material) y Kama (felicidad material) interactúan entre sí armoniosamente para crear la tela que sirve de apoyo a la búsqueda de la libertad espiritual (Moksa). Sin embargo, el proceso de búsqueda espiritual puede ser visto también como algo lineal.
En particular, la toma de decisiones acertadas puede llevar a tener una posición financiera sólida, la cual trae consigo comodidades materiales. En la medida que las personas se sienten materialmente satisfechas pueden más fácilmente cultivar la paz necesaria para buscar sus prácticas y crecimiento espiritual. Como jubilado privilegiado que soy, quizás esa visión lineal de los cuatro propósitos en la vida es la que entiendo más fácilmente. Es una sabiduría demasiado simplona (y casi materialista) para mi gusto pero quizás es que la vida y la razón de ser no son, en últimas, tan complicadas como uno se las imagina.
Una vez terminé mis lecturas de hoy, me fui a hacer mi práctica personal de Asana. Por noventa minutos hice énfasis en extensiones hacia adelante para repasar la clase que tuvimos ayer. A las cuatro de la tarde llegó Rajiv a dirigir la clase de Pranayama. Desde el principio hizo énfasis en que, gracias a los diferentes ejercicios de respiración, íbamos a balancear las gunas y llegar a un estado de armonía y paz. Como un científico riguroso nos guió en cada uno de los experimentos respiratorios y nos indicó que, aunque no nos diéramos cuenta, estábamos contribuyendo a desbloquear los nadis (los caminos por donde fluye el prana, la energía o fuerza vital).
Al terminar la clase, Rajiv volvió a enfatizar la importancia de trasladar la experiencia que acabamos de tener en el tapete de yoga a nuestra vida diaria. Nos recordó que debemos buscar balancear las gunas reemplazando pensamientos y acciones (y tipo de comida) dominados por rajas y tamas, por aquellos acordes con las cualidades de sattva (ver crónica IV de esta serie). Al llegar a la casa, todos estábamos de pocas palabras y, después de una cena rápida, nos fuimos a dormir. Mañana tenemos clase de Asana a las 7:15 del amanecer.
Noviembre 1
Hoy no hubo manadas de micos para empezar el día con miedo. Después del chai de Sheetal arrancamos loma arriba y llegamos a Yoganga a las siete de la mañana para no empezar la clase con la mente acelerada y el corazón agitado.
Rajiv empezó la clase de Asana analizando el primer verso del capítulo XIII del Bhagavadgita. En este verso, que no se encuentra en algunas de las ediciones del libro, Arjuna le comenta a Krishna que él quiere conocer a Prakriti (el terreno u el objeto a conocer) y a Purusa (el conocedor del terreno). Después de media hora de filosofía, nos dijo que para entender el yoga era necesario leer los textos sagrados y no solamente practicar Asanas, las cuales debían ser vistas como un medio para conocerse a sí mismo y no como un fin.
Después de su cantaleta, a estudiarnos en diferentes Asanas se dijo. Por un rato, hoy se puso el sombrero que no le gusta y en varias ocasiones paró la clase para mostrar cómo diferentes estudiantes estábamos desalineados en la posición y enfatizar que un buen alineamiento era fundamental para poderse conectar al yo interior. Enfatizó, sin embargo, que el Asana es mucho más que alineamiento.
Al igual que en días anteriores, nos hizo concentrarnos en una parte específica del cuerpo (la región lumbar de la espalda en el caso de hoy). En diferentes posiciones nos intentó hacer sentir cómo, al ajustar y alinear unas pocas partes del cuerpo, había un efecto sobre la región lumbar. En su lenguaje, al igual que en una orquesta, debíamos hacer que cada instrumento (las pantorrillas, por ejemplo) tocara sus notas solo o en compañía de otros instrumentos para lograr componer la sinfonía del Asana. Al lograrlo, usando otra de sus metáforas, debíamos darnos cuenta de la cultura de comunidad entre todas las partes del cuerpo, desde el hueso más grande hasta la célula más pequeña.
Al terminar la clase, nos señaló el agradecimiento que deberíamos sentir por haber nacido como seres humanos. Tal como yo había reflexionado días atrás, al contrario de otros seres vivos, los humanos tenemos el regalo de conocernos a nosotros mismos. Para ello, es importante ser introspectivo e intentar dejar de estar inmersos en los placeres y objetos mundanos y pasajeros. Al hacerlo, estaremos cada vez más agradecidos con el universo por hacer parte de él.
A la hora del desayuno, varios estudiantes nos fuimos a despedir a Gopal (mi gurú del cricket y el más ateo y racional del grupo). Tristemente hoy se nos desaparece para irse donde sus papás y prepararse para los eventos y demás carajadas previas a su matrimonio (ver crónicas III y IV de esta serie).
En la mesa me senté al lado de dos israelitas que viven en Tel Aviv: Caty (profesora de pilates) y Amir (arquitecto). Brevemente hablamos sobre sus sentimientos acerca de la actual situación en Israel y la franja de Gaza, los cuales se resumen en una sola palabra: traumáticos. Los dos han perdido amigos y familiares y no salen de su asombro de lo que está sucediendo. Sin embargo, me di cuenta de que no querían hablar del tema ni de política para no desbalancear aún más sus gunas. Dijeron, eso sí, y sin que les preguntara, que estar acá en Yoganga había sido como pasar del infierno al paraíso.
(También puede leer: La reina de la espiritualidad)
La clase de Pranayama al final del día fue de nuevo una oportunidad de balancear las gunas. Después de dos horas de ejercicios de respiración y comentarios de Rajiv, nos sentimos como recién salidos de un baño que elimina las impurezas de la mente (las preocupaciones, deseos materiales y tal). Al igual que el chapati (pan indio) es el resultado de la unión de tres elementos totalmente diferentes (harina refinada, aceite y agua), el estado en que estábamos al final de la clase era la consecuencia de la unión del cuerpo, la mente y la respiración, la cual, al contrario del cuerpo y la mente, es siempre joven. Por su eterna juventud debemos tenerla como nuestra mejor amiga hasta el final de nuestros días.
Hoy, durante mi tiempo de lectura, leí acerca de la estrecha relación que existe entre los cuatro propósitos de la vida y los cuatro estados de nuestro ciclo de vida. Hasta ahora puedo decir que he vivido al máximo los primeros dos estados y espero vivir lo suficiente para vivir al menos uno de los otros dos (a estas alturas del paseo, no me veo con ganas de vivir a tope el estado de Sanyyasa, o sea renunciar a todo contacto con los objetos y placeres mundanos).
Los cuatro estados de nuestra vida de acuerdo al hinduismo son: Brahmacharya, Grihastha, Vanaprastha y Sanyyasa. Brahmacharya se asocia con la niñez, la adolescencia y los años de universidad. Es la época en donde se estudia para prepararse para los años por venir y tener éxito en los siguientes estados de la vida. Es la época donde se asimilan las enseñanzas de los padres, los profesores y los mayores.
En mi caso, a pesar de la muerte de mi papá cuando era muy niño, tengo los mejores recuerdos de esa época: las excursiones y mis compañeros y profesores del colegio, las vacaciones en Medellín y Cali visitando a la abuela (y al resto de la familia que se quedó allá), los fines de semana en Bogotá en las casas de mis primos, entre otros. En fin, son muchas las memorias gratas y la sensación de que no faltó nada por vivir.
Grihasta se asocia con la época donde se forma un hogar, se disfrutan los placeres de la vida conyugal y se es productivo laboralmente. Es en esta etapa de la vida cuando hay más interacción entre tres de los propósitos de la vida: el Artha (seguridad material), Kama (felicidad material) y Dharma (actuar éticamente).
Difícil haber vivido un Grihasta más completo. Gocé (y a veces sufrí) a la gran Margarita, mi maravillosa esposa; crié con gusto infinito a mis tres hijos, les di la oportunidad de la mejor educación posible y los he apoyado en lo que he podido. Además, en mis trabajos como economista (y a pesar de altibajos y frustraciones temporales) tuve la posibilidad de ser influyente, conocí el mundo, hice amigos entrañables y construí una pensión que me asegura la tranquilidad económica.
Vanaprastha se asocia con el periodo en que el individuo ha cumplido con sus obligaciones familiares y empieza a deshacerse de las ataduras materiales y a dedicar más tiempo a la búsqueda espiritual. Es la etapa en que se empieza a dejar de ser tan controlador de las minucias en nuestro ambiente cercano y de todo lo que uno cree que construyó durante su vida.
Siento que apenas estoy en la puerta de entrada a esta tercera etapa y estoy agradecido con lo que hasta ahora he vivido. Ojalá tenga la suerte de disfrutar al máximo esta etapa de la vida también. Espero poder mantener la disciplina para seguir cultivando mi espíritu (y la suerte de volver a menudo a la India para ayudarme en ello). A su vez, sin tener que tomar decisiones drásticas que pueden ser contraproducentes para mantenerse en el sendero apropiado, deseo irme despegando poco a poco de placeres mundanos (como mis traguitos, mejoras a mi ajuar, idas a restaurantes y viajes por el mundo, entre muchos más) y así escalar más ágilmente hasta la copa del árbol del yoga. Es allí donde creo que podré encontrar el sentido de la vida.
Esta es la crónica de un viaje al norte de India de un exbicisesentón jubilado (ver las crónicas del viaje en bicicleta por Europa de dos bicisesentones). En esta ocasión, Alejandro López Mejía se va en solitario a caminar una semana por los Himalayas y a practicar yoga tres semanas en un instituto que promueve el estudio de la filosofía del yoga y su práctica en la tradición del sabio Patanjali y esclarecida por B.K.S. Iyengar y su familia. Alejandro viajó a la India el 11 de octubre y sus crónicas, o el diario de un jubilado explorando y disfrutando su libertad, serán publicadas por El Espectador semanalmente
En estos últimos días, además de respirar, pararme en la cabeza, socializar y seguir buscando los encargos de Margarita, eché cabeza para intentar entender el propósito de estar en este mundo. Conversé con amigos y leí textos de yoga e hinduismo para ver si se prendía el bombillo. Pensé que si Patanjali está en lo cierto, y aquel que vive la vida al máximo puede llegar a encontrar la liberación espiritual, quizás no esté tan lejos de entender el significado de la vida, pues la vaina sería menos difícil de lo pensado. Si fuera así, ojalá viva los años necesarios para lograrlo.
Octubre 29
Hoy subimos por la loma que lleva a Yoganga para la clase de las ocho de la mañana sin la compañía de Sheetal. Ayer decidió volar a Mumbai pues a su papá lo internaron de urgencias debido a lo que parece ser una neumonía. Afortunadamente los antibióticos y demás tratamientos están funcionando y, si todo sigue como va, tendremos a Sheetal de vuelta mañana en la noche y, con ella, el chai mañanero.
La clase de hoy en la mañana la dirigió Rajiv. Fue una clase de Asana/Pranayama. Los primeros noventa minutos fueron clase de Asana pero solo hicimos dos posiciones (con muchísimas variaciones): mitad uttanasana (posición en la que se está parado y con el tronco horizontal mirando el piso) y trikonasana (postura del tríangulo extendido en la que se está de pie y se hace una flexión lateral a partir de una amplia separación de los pies).
Antes de empezar a practicar las posiciones Rajiv nos recordó que el Yoga, y el Asana que estábamos por empezar a hacer, era una ocasión para conocernos a nosotros mismos mediante experimentos y observación. Los experimentos fueron las diferentes modificaciones que hacíamos en las posiciones. Así, por ejemplo, en mitad uttanasana nos hizo observar que las consecuencias de presionar las manos contra la pared sobre los músculos de la espalda son diferentes a cuando las manos (agarradas de un soporte) jalan el cuerpo hacia atrás.
La cantidad de experimentos en trikonasana fue enorme con el propósito de observar y sentir cómo cada variación tenía impactos diferentes sobre las otras partes del cuerpo. Por ejemplo, nos hizo sentir (o, en mi caso, tratar de sentir) la diferencia entre presionar duro o suave una mano (o los pies) contra el piso y cómo eso tenía un impacto en la distribución del peso en el cuerpo. Haciendo una analogía con un reloj de arena, nos hizo tratar de ver cómo, con un leve movimiento del tobillo para presionar la parte de afuera del pie, se podía lograr que la energía se escapara más lentamente ya que con ello se lograba una posición menos sumisa a la fuerza de la gravedad. Al lograrlo, gracias a una mejor alineación del cuerpo, es posible permanecer más tiempo en el Asana.
Rajiv nos hizo tratar de entender cómo en mitad de uttanasana y trikonasana nosotros no hacemos el Asana sino que el Asana se hace en nosotros. En adho mukha svanasana (perro mirando hacia abajo), por ejemplo, con solo presionar las manos hacia el piso y empujar los tobillos hacia atrás (teniendo los pies en el piso), las demás partes del cuerpo (rodillas, muslos, pantorrillas, antebrazos, omoplatos, y demás) reaccionan e interactúan para que la postura sea “hecha” en nosotros (o sea que no soy “yo” el que hace la posición).
Después de hacernos experimentar para comprender las interconexiones entre todas las partes del cuerpo, nos “regañó” por no tener en mente qué estaba pasando en todo momento con la respiración. Ahí volvió a recordarnos la importancia de usar el Asana para la respiración. Después de hacernos estar en Sirsasana (parados en la cabeza) por unos diez minutos, nos hizo estar en trikonasana dirigiendo la respiración a la cabeza (a la parte de adelante mientras se inhalaba y a la parte de atrás mientras se exhalaba). Casi sin darme cuenta permanecí en trikonasana por 20 minutos (diez minutos en cada lado), integrado al universo en un total estado de placidez.
(Le puede interesar: Un adiós al Taita Paulino, médico tradicional del pueblo indígena Inga)
Al salir de clase me fui a desayunar con Manjari, una amiga india de 67 años que vive en Dehradun y a quien conocí en Yoganga hace varios años. Manjari es socióloga, fue profesora en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT por sus siglas en inglés) y es sobrina nieta de Jawaharlal Nehru (líder del movimiento nacionalista indio en los años treinta y cuarenta del siglo pasado y el primer ministro indio después de la independencia en 1947).
Con Manjari intentamos ponernos al día en una hora y media. Hablamos de nuestras vidas en los últimos tres años, de las angustias que nos afligen, de filosofía y de nuestros esfuerzos por buscarle un sentido a la vida.
Como parte de sus esfuerzos de entender para qué estamos en este mundo, y dada su inclinación al ateísmo, Manjari me contó del curso de budismo a distancia que está tomando en un instituto en Nueva Delhi que se llama “la casa del Tíbet”. Mencionó cómo, a pesar de ser un curso fundamentalmente teórico, le había ayudado a sentirse más integrada a la naturaleza, menos atada a las preocupaciones del Yo, y más cercana a entender el sentido de la vida. Al mismo tiempo, reconoció que a esa mayor integración con el universo habían contribuido también los muchos años de asistir a clases en Yoganga.
Salí del desayuno con Manjari casi al mediodía y fuí derecho a la biblioteca de Yoganga a ver qué libros de hinduismo y yoga me ponía a leer que hablaran sobre el sentido de la vida. Encontré un par, los hojeé por un rato y decidí sacarlos para leerlos en la casa en estos días.
La preocupación por encontrarle un sentido a la vida me ha vuelto a la cabeza ahora que soy sesentón y jubilado. Entender el propósito de estar en este mundo era una pregunta que me hacía sin cesar en mis años de vagancia en la universidad, bien fuera en silencio o bebiendo unas cervezas en la compañía de un Carlos Gardel, un Agustín Lara y hasta de un Leonardo Favio.
La verdad estoy lejos de encontrar una respuesta. Sin embargo, basado en mis pocos conocimientos del yoga (tanto práctico como teórico), me gusta la idea de que, al contrario de los animales, las plantas y los minerales, los humanos tenemos la oportunidad en esta vida de conocernos a nosotros mismos y lograr una comunión permanente con el universo (que, en ocasiones, al practicar yoga, siento de manera fugaz).
Ese sentimiento de paz fugaz lo sentí de nuevo en la clase de Pranayama dirigida por Swati esta tarde. De nuevo, al contrario de las clases de Pranayama que he tomado en mi vida, estuvimos en varias Asanas en donde no estábamos acostados ni sentados sino más bien en posiciones donde se estimula la apertura del pecho o en Asanas invertidas (con las patas para arriba) mantenidas por más de diez minutos.
Al terminar la clase me dije lo que siempre me digo al regresar a casa después de mis estadías en Yoganga: tengo que empezar a modificar mi práctica de yoga diaria e implementar las enseñanzas de Rajiv y Swati. Para ello debo dejar de “hacer” tantas Asanas una tras otra y dedicarme a estar en unas pocas teniendo conciencia de lo que está pasando en mi cuerpo y en mi mente.
Octubre 30
A pesar de que hoy apenas tuvimos clase a las 5:30 de la tarde, madrugué a empezar a leer los libros que saqué ayer, los cuales hablan sobre el sentido de la vida.
De acuerdo con Patanjali, la vida tiene cuatro propósitos: Dharma (búsqueda holística de las acciones correctas), Artha (seguridad material), Kama (felicidad material) y Moksa (liberación espiritual). Dharma es un concepto complejo que tiene varios significados y que tiene diferencias importantes en el budismo y en el hinduismo. Uno de los significados en el hinduismo implica el “deber” de cumplir con una “ley de la virtud” que tiene una serie de guías de ética y comportamiento con el propósito de alcanzar la liberación espiritual.
Sin embargo, lo que nosotros entendemos como principios morales está sujeto al cambio a través del tiempo, las culturas, la tradición y las circunstancias. Por esta razón, el Dharma debe ser visto como la búsqueda de unos principios éticos inmutables y el cultivo de un correcto comportamiento físico, moral, mental y psicológico.
Un ejemplo clásico de las sutilezas del Dharma es la historia que Krishna le cuenta a Arjuna en el Mahabharata (libro épico indio), en el cual un santo se promete a sí mismo no mentir. Según la historia, un grupo de personas se escondió una vez en el ashram donde estaba el santo para protegerse de unos maleantes. Al llegar al ashram los maleantes le preguntaron al santo si había visto a las personas que estaban buscando y el santo los dirigió hacia ellas y las asesinaron.
La moraleja de esta historia es que los principios éticos no deben ser seguidos ciegamente (ser vegetariano, por ejemplo, puede no tener sentido —e ir en contra de Ahimsa, no violencia— en el caso de personas cuyo cuerpo se debilita por la ausencia de proteínas). Las sutilezas del Dharma son muchas veces difíciles de entender y requieren capacidad de reflexión y discernimiento cuando se están tratando de poner en práctica principios religiosos.
Un comportamiento en línea con el Dharma debe asegurar que aflore la mejor versión de nosotros mismos. Eso sucede cuando abrazamos y cultivamos nuestras inclinaciones hacia lo positivo y las usamos para hacer sentir mejor a la gente a nuestro alrededor y a nosotros mismos. Así, mediante pensamientos, palabras y acciones que abarquen la compasión, la verdad, autocontrol, generosidad, paciencia y empatía (entre otras), contribuimos a que todos podamos buscar libremente nuestras metas espirituales.
Aunque había mucho material de lectura por cubrir (y un camino largo para entender el significado de la vida), a las diez de la mañana nos fuimos a desayunar a un café cercano conocido por su buena pastelería francesa con Naama, Abhishek (el coronel) y Gopal (había felicidad en el ambiente pues India le ganó ayer a Inglaterra en el mundial de cricket).
Para mi sorpresa, poco a poco fueron llegando al café más estudiantes que están en el taller de yoga, incluido Ian, quien mencionó que desde hace unos años importa incienso a Inglaterra comprado en Rishikesh. Nos contó que se lo compra a un señor que apoya a un grupo de mujeres que son abusadas en casa. Mencionó con resignación que, durante los cinco años que ha tenido el negocio, ha tenido que aceptar el poco interés del señor en hacer crecer su compañía y comprometerse a una entrega regular y cumplida del producto.
Después de dos horas de sociabilidad, Abhishek ofreció llevarme en su moto al centro de Dehradun a buscar unas tobilleras que quiere Margarita. Navegamos por entre el tráfico velozmente viendo ocasionalmente casas-fincas con jardines preciosos y esquivando vacas en la vía, señores con carretas llenas de frutas y verduras y motos que venían en contravía. No compré las tobilleras pues Margarita es fregada con su gusto, pero le envié fotos de las que encontré. Estoy contento pues creo que hallé el tipo que ella quiere.
A las dos de la tarde llegué a Yoganga y, juicioso y concentrado, estuve por dos horas en diferentes posiciones, con énfasis en arcos hacia atrás y con la ayuda de sillas como mecanismo de apoyo. Al terminar estaba con hambre, caminé hasta un sitio que me recomendó Gopal y me comí unos deliciosos hongos picantes y crocantes.
Comí poco para estar liviano para hacer la clase al final de la tarde. Fue una clase de Asana que hizo énfasis en estiramientos hacia adelante, los cuales me tienden a costar bastante trabajo. Para mi sorpresa, pude estar en las posiciones con menos dificultad de lo que pensé pero sudé bastante y estaba medio maloliente al terminar la clase. Así que, apenas llegué a la casa, me pegué un delicioso baño con totuma para estar en línea con Saucha (limpieza) —una de las cinco Niyamas (ver crónica III de esta serie).
Octubre 31
Con Sheetal de regreso, volvimos a tener chai antes de la clase mañanera. Hoy lo disfrutamos juntos mientras ella nos contaba que su papá está en franco proceso de recuperación. Después de la parloteada, en el momento que salíamos de la casa, se nos atravesaron unas 15 familias de micos con bebés colgados de la barriga o la espalda de las mamás y con los machos observándonos con aprehensión. Con la cobarde de Sheetal escondida detrás de mí, cruzamos sigilosamente el jardín hacia el portón de la entrada para evitar asustar a la manada de micos y, con ello, prevenir un posible ataque.
Una vez sanos y salvos, aceleramos el paso para llegar a tiempo a la clase de Asana de las ocho de la mañana, que dirigió Rajiv. Antes de empezar a invocar a Patanjali, y cuando estábamos concentrados y con los ojos cerrados, nos recordó que la respiración dirige la mente a la parte del cuerpo donde se está respirando y con ello se aquietan los pensamientos.
Quizás la lección más importante de la clase de hoy (que consistió de giros laterales y arcos hacia atrás) fue que el Asana tiene una forma externa y otra interna. Sin quitarle importancia a una alineación adecuada, Rajiv enfatizó que la forma externa es la menos importante. En ella, un observador desprevenido (e incluso un profesor de yoga) solo ve una “foto” estática que refleja la quietud en la posición.
Sin embargo, en el Asana hay un mundo invisible lleno de movimiento que sólo siente quien está en la posición (la forma interna). En ese mundo invisible a los demás, el practicante observa con sus experimentos qué parte del cuerpo está empujando y/o presionando; qué partes están cóncavas o convexas; por donde se mueve la respiración de manera natural y por donde se la dirige intencionalmente. Solo quien está en el Asana sabe qué tan integrado está con el universo.
Por esa razón, un acróbata no es un yogui. El acróbata puede hacer una posición impecable pero está más pendiente de la forma externa. El yogui, en cambio, observa lo que pasa en su interior y puede percatarse de la profunda interconexión entre el cuerpo, la mente y la respiración. Precisamente debido a la importancia de la forma interna del Asana es que no es necesario ser flexible para practicarla. En otras palabras, el Asana es una práctica para toda la vida y no solo para cuando se es joven y bello.
(Quizás le interese: Borja Vilaseca y la era de la espiritualidad laica)
Después de un desayuno rápido después de clase, continué con mis lecturas sobre la importancia de la liberación espiritual para encontrarle sentido a la vida. Según uno de los sutras de Patanjali, ese estado de iluminación y libertad lo puede lograr alguien que ha vivido su vida al máximo. Al máximo no significa en exceso o renunciando a todos los objetos y placeres mundanos. En línea con lo que decía B.K.S Iyengar en el libro que leí, vivir al máximo es un proceso gradual donde es clave sentirse parte del mundo alrededor y disfrutar de los regalos recibidos a lo largo del ciclo de nuestras vidas.
De acuerdo con los Vedas (las escrituras más antiguas del hinduismo), Dharma, Artha (seguridad material) y Kama (felicidad material) interactúan entre sí armoniosamente para crear la tela que sirve de apoyo a la búsqueda de la libertad espiritual (Moksa). Sin embargo, el proceso de búsqueda espiritual puede ser visto también como algo lineal.
En particular, la toma de decisiones acertadas puede llevar a tener una posición financiera sólida, la cual trae consigo comodidades materiales. En la medida que las personas se sienten materialmente satisfechas pueden más fácilmente cultivar la paz necesaria para buscar sus prácticas y crecimiento espiritual. Como jubilado privilegiado que soy, quizás esa visión lineal de los cuatro propósitos en la vida es la que entiendo más fácilmente. Es una sabiduría demasiado simplona (y casi materialista) para mi gusto pero quizás es que la vida y la razón de ser no son, en últimas, tan complicadas como uno se las imagina.
Una vez terminé mis lecturas de hoy, me fui a hacer mi práctica personal de Asana. Por noventa minutos hice énfasis en extensiones hacia adelante para repasar la clase que tuvimos ayer. A las cuatro de la tarde llegó Rajiv a dirigir la clase de Pranayama. Desde el principio hizo énfasis en que, gracias a los diferentes ejercicios de respiración, íbamos a balancear las gunas y llegar a un estado de armonía y paz. Como un científico riguroso nos guió en cada uno de los experimentos respiratorios y nos indicó que, aunque no nos diéramos cuenta, estábamos contribuyendo a desbloquear los nadis (los caminos por donde fluye el prana, la energía o fuerza vital).
Al terminar la clase, Rajiv volvió a enfatizar la importancia de trasladar la experiencia que acabamos de tener en el tapete de yoga a nuestra vida diaria. Nos recordó que debemos buscar balancear las gunas reemplazando pensamientos y acciones (y tipo de comida) dominados por rajas y tamas, por aquellos acordes con las cualidades de sattva (ver crónica IV de esta serie). Al llegar a la casa, todos estábamos de pocas palabras y, después de una cena rápida, nos fuimos a dormir. Mañana tenemos clase de Asana a las 7:15 del amanecer.
Noviembre 1
Hoy no hubo manadas de micos para empezar el día con miedo. Después del chai de Sheetal arrancamos loma arriba y llegamos a Yoganga a las siete de la mañana para no empezar la clase con la mente acelerada y el corazón agitado.
Rajiv empezó la clase de Asana analizando el primer verso del capítulo XIII del Bhagavadgita. En este verso, que no se encuentra en algunas de las ediciones del libro, Arjuna le comenta a Krishna que él quiere conocer a Prakriti (el terreno u el objeto a conocer) y a Purusa (el conocedor del terreno). Después de media hora de filosofía, nos dijo que para entender el yoga era necesario leer los textos sagrados y no solamente practicar Asanas, las cuales debían ser vistas como un medio para conocerse a sí mismo y no como un fin.
Después de su cantaleta, a estudiarnos en diferentes Asanas se dijo. Por un rato, hoy se puso el sombrero que no le gusta y en varias ocasiones paró la clase para mostrar cómo diferentes estudiantes estábamos desalineados en la posición y enfatizar que un buen alineamiento era fundamental para poderse conectar al yo interior. Enfatizó, sin embargo, que el Asana es mucho más que alineamiento.
Al igual que en días anteriores, nos hizo concentrarnos en una parte específica del cuerpo (la región lumbar de la espalda en el caso de hoy). En diferentes posiciones nos intentó hacer sentir cómo, al ajustar y alinear unas pocas partes del cuerpo, había un efecto sobre la región lumbar. En su lenguaje, al igual que en una orquesta, debíamos hacer que cada instrumento (las pantorrillas, por ejemplo) tocara sus notas solo o en compañía de otros instrumentos para lograr componer la sinfonía del Asana. Al lograrlo, usando otra de sus metáforas, debíamos darnos cuenta de la cultura de comunidad entre todas las partes del cuerpo, desde el hueso más grande hasta la célula más pequeña.
Al terminar la clase, nos señaló el agradecimiento que deberíamos sentir por haber nacido como seres humanos. Tal como yo había reflexionado días atrás, al contrario de otros seres vivos, los humanos tenemos el regalo de conocernos a nosotros mismos. Para ello, es importante ser introspectivo e intentar dejar de estar inmersos en los placeres y objetos mundanos y pasajeros. Al hacerlo, estaremos cada vez más agradecidos con el universo por hacer parte de él.
A la hora del desayuno, varios estudiantes nos fuimos a despedir a Gopal (mi gurú del cricket y el más ateo y racional del grupo). Tristemente hoy se nos desaparece para irse donde sus papás y prepararse para los eventos y demás carajadas previas a su matrimonio (ver crónicas III y IV de esta serie).
En la mesa me senté al lado de dos israelitas que viven en Tel Aviv: Caty (profesora de pilates) y Amir (arquitecto). Brevemente hablamos sobre sus sentimientos acerca de la actual situación en Israel y la franja de Gaza, los cuales se resumen en una sola palabra: traumáticos. Los dos han perdido amigos y familiares y no salen de su asombro de lo que está sucediendo. Sin embargo, me di cuenta de que no querían hablar del tema ni de política para no desbalancear aún más sus gunas. Dijeron, eso sí, y sin que les preguntara, que estar acá en Yoganga había sido como pasar del infierno al paraíso.
(También puede leer: La reina de la espiritualidad)
La clase de Pranayama al final del día fue de nuevo una oportunidad de balancear las gunas. Después de dos horas de ejercicios de respiración y comentarios de Rajiv, nos sentimos como recién salidos de un baño que elimina las impurezas de la mente (las preocupaciones, deseos materiales y tal). Al igual que el chapati (pan indio) es el resultado de la unión de tres elementos totalmente diferentes (harina refinada, aceite y agua), el estado en que estábamos al final de la clase era la consecuencia de la unión del cuerpo, la mente y la respiración, la cual, al contrario del cuerpo y la mente, es siempre joven. Por su eterna juventud debemos tenerla como nuestra mejor amiga hasta el final de nuestros días.
Hoy, durante mi tiempo de lectura, leí acerca de la estrecha relación que existe entre los cuatro propósitos de la vida y los cuatro estados de nuestro ciclo de vida. Hasta ahora puedo decir que he vivido al máximo los primeros dos estados y espero vivir lo suficiente para vivir al menos uno de los otros dos (a estas alturas del paseo, no me veo con ganas de vivir a tope el estado de Sanyyasa, o sea renunciar a todo contacto con los objetos y placeres mundanos).
Los cuatro estados de nuestra vida de acuerdo al hinduismo son: Brahmacharya, Grihastha, Vanaprastha y Sanyyasa. Brahmacharya se asocia con la niñez, la adolescencia y los años de universidad. Es la época en donde se estudia para prepararse para los años por venir y tener éxito en los siguientes estados de la vida. Es la época donde se asimilan las enseñanzas de los padres, los profesores y los mayores.
En mi caso, a pesar de la muerte de mi papá cuando era muy niño, tengo los mejores recuerdos de esa época: las excursiones y mis compañeros y profesores del colegio, las vacaciones en Medellín y Cali visitando a la abuela (y al resto de la familia que se quedó allá), los fines de semana en Bogotá en las casas de mis primos, entre otros. En fin, son muchas las memorias gratas y la sensación de que no faltó nada por vivir.
Grihasta se asocia con la época donde se forma un hogar, se disfrutan los placeres de la vida conyugal y se es productivo laboralmente. Es en esta etapa de la vida cuando hay más interacción entre tres de los propósitos de la vida: el Artha (seguridad material), Kama (felicidad material) y Dharma (actuar éticamente).
Difícil haber vivido un Grihasta más completo. Gocé (y a veces sufrí) a la gran Margarita, mi maravillosa esposa; crié con gusto infinito a mis tres hijos, les di la oportunidad de la mejor educación posible y los he apoyado en lo que he podido. Además, en mis trabajos como economista (y a pesar de altibajos y frustraciones temporales) tuve la posibilidad de ser influyente, conocí el mundo, hice amigos entrañables y construí una pensión que me asegura la tranquilidad económica.
Vanaprastha se asocia con el periodo en que el individuo ha cumplido con sus obligaciones familiares y empieza a deshacerse de las ataduras materiales y a dedicar más tiempo a la búsqueda espiritual. Es la etapa en que se empieza a dejar de ser tan controlador de las minucias en nuestro ambiente cercano y de todo lo que uno cree que construyó durante su vida.
Siento que apenas estoy en la puerta de entrada a esta tercera etapa y estoy agradecido con lo que hasta ahora he vivido. Ojalá tenga la suerte de disfrutar al máximo esta etapa de la vida también. Espero poder mantener la disciplina para seguir cultivando mi espíritu (y la suerte de volver a menudo a la India para ayudarme en ello). A su vez, sin tener que tomar decisiones drásticas que pueden ser contraproducentes para mantenerse en el sendero apropiado, deseo irme despegando poco a poco de placeres mundanos (como mis traguitos, mejoras a mi ajuar, idas a restaurantes y viajes por el mundo, entre muchos más) y así escalar más ágilmente hasta la copa del árbol del yoga. Es allí donde creo que podré encontrar el sentido de la vida.