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El zumbido del teatro: la violencia, los oídos y la banda del Petra

Cabe aclarar que esto no es una reseña de una obra, no soy muy amante de las reseñas y menos de reseñar el arte, cuando a lo que me invita es a reflexionarlo, sentirlo y preguntarme.

Angelica García
05 de diciembre de 2023 - 10:02 p. m.
Una obra pintoresca, absurda y que derrumba los oídos.
Una obra pintoresca, absurda y que derrumba los oídos.
Foto: Mauricio Salguero
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Soy una citadina de pura sepa, una citadina que era muy pequeña cuando la violencia se filtró en la ciudad y no tengo recuerdos nítidos de bombas, sangre y explosiones. He acumulado referentes de violencia y guerra en la televisión, en las películas y en las imágenes que vienen a mi cabeza cuando leo relatos de Molano, o los ejércitos de Rosero; mis oídos aún son vírgenes de bombas y estruendos violentos, por eso quizá recurro al arte para entender el universo que emerge de aquellos que han expuesto sus sentidos al crujiente y desgarrador sonido de la violencia.

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La violencia, esa palabra tan representativa de Colombia, pareciera ser ella la capital de nuestro país. Creo que para muchos que nacimos aquí, se volvió un comodín o de manera inconsciente olvidamos lo terrible y rudo que es vivir con la violencia de por medio, o quizá ya no le comemos tanto cuento, ya nos da igual, la vemos como un zancudito que hace ruido, te molesta de vez en cuando, pero ya, cambias de canal y te olvidaste de ese ruido pequeñito; sin embargo, ese zancudo está bien llenito de sangre, de mucha sangre, y de una sangre que ha perturbado en su mayoría nuestro exorbitante campo y a pesar de mi vida citadina, vengo de familia de campesinos, vengo de unos abuelos, tíos, madre, y papá que si les picó muy duro ese zancudo, los zambulló y los obligó a irse a la ciudad, donde los zancudos pican menos, o al menos más pasito.

A mis abuelos les tocó esa violencia desmedida, cruel y aterradora de los campos, esa violencia de puro machete, de descuartizados, esa violencia escabrosa, esos desalojos, y esa constante zozobra de las noches, a mis abuelos sí les picó el zancudo más sanguinario; a mis padres ya viviendo en la capital les tocó esos tiempos cuando el zancudo de los campos empezó a volar hacia lo urbano, con muchas ansias de sentir piel citadina. No era un zancudo débil, venía cargado de sangre campesina, y unas ganas profundas de poder, ese zancudo de bombas en edificios, de apagones, de tiroteos nocturnos, de estruendos masivos, ese lo vivieron mis padres, y yo desde mi infancia como muchos de mi generación nos tocó por ejemplo la bomba del Nogal, La Toma del Palacio de Justicia, pero esos son solo episodios muy marcados en medio de un zumbido incesante de inestabilidad y miedo.

Y yo, ahora amante profunda de la ficción, me he venido a cruzar con un zancudo mucho más simpático que, por supuesto, también zumba y pica, pero pica - ¿cómo decirlo? - con más sutileza y estética, hablo del arte, en este caso del teatro, que me zumba los oídos y retumba mi alma construyendo una bella ficción de esa violencia que en un momento se nos vino a la ciudad.

Creo que en las grandes decisiones de la vida, siempre hay una anécdota, un recuerdo, un suceso que nos marca, una inspiración como me gusta llamarlo, y un suceso en mi decisión de abrirme paso como artista, se lo debo al Teatro Petra, no sé si es bueno o malo, o regular, pero de lo que estoy segura es que me movió esas fibras profundas de la intuición y del camino, y hace unos años me estremecieron la sensibilidad con su obra Labio de Liebre, dentro de la subjetividad de mi ser, y mi lado creativo me generó gusto, placer, admiración y unas ganas profundas de dedicar mis días al quehacer teatral, y ahora que la decisión se mantiene, ellos siguen creando y quizá esta vez sean la anécdota de otro joven artista con su última creación, esa misma que me hizo sentarme aquí frente a un computador a pensar mi relación con la violencia, creo que eso es lo más valioso de ir al teatro, o de dejarse permear del arte y es que siembra ese bichito de la reflexión y de la pregunta.

Las preguntas abundan cuando nos sentamos frente a una creación artística, son ellos una tarjeta de invitación a reflexionar y activar el pensamiento, sentimos que al mirar una puesta en escena cuando vamos al teatro, nos están abriendo un espectro de un universo ficcional, que nos ayuda a entender cómo reaccionan nuestros sentidos a esos estímulos, y cuánta capacidad tenemos de empatizar con aquello que nos muestran, y qué lugares de nuestro ser nos trastoca y nos activa.

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Esta vez el sentido del oído es el principal afectado de esta puesta en escena, no en vano el nombre de la obra es Una Banda Sonora, y es que en verdad el impacto auditivo es muy potente, esta vez nos incomodan desde la sonoridad, y es que construirle una banda sonora a la violencia citadina es un trabajo arduo, pero con unos decibeles de creatividad y profundidad muy interesantes, además porque ni en el silencio deja de estar el ruido violento de las bombas y el miedo constante a morir, e imagino yo que en la realidad de nuestra violencia, los oídos se saturan tanto que nunca dejan de escuchar.

El arte siempre nos pondrá en aprietos, y el Teatro Petra es de esos lugares donde la mayoría de veces hay que ir preparado para una exposición mental y sensitiva bien potente. Esta vez primero nos hará explorar un universo pintoresco, con personajes tan bien estructurados que parecieran existir solamente en esta ficción, pero que guardan pequeños detalles de nuestras realidades y luego nos plantean un ambiente que parece ajeno a nuestro mundo, o más bien todo aquello parece una locura de los artistas, y nada tiene que ver con nuestra cotidianidad.

Es la danza, aquella metáfora de, no sé si llamarle esperanza o consuelo, o quizá es ese elemento que repele al zancudo por momentos para evitar que se coma tanta sangre y que no quede ni un milímetro de ella para poder seguir. Es el baile, el placer de moverse, una especie de droga que invade al cuerpo para que convenza a la mente de que todo está bien, es el símbolo de lo que llamaríamos resiliencia, esa capacidad de levantarse y seguir adelante a pesar del zumbido de la violencia, es la danza, esa expresión artística que en mi criterio tiene una capacidad de hacer que, como seres humanos, nos desconectemos de la cabeza y dejemos que sea el cuerpo lo único que nos mantenga presentes. Yo creo que en la danza se alberga algún misterio que cuando lo descubra la Organización Mundial para la Salud, seguro lo empaquetan y harán una vacuna, y bueno, qué rico un chuzón si luego viene ese placer de moverse y moverse y seguirse moviendo hasta que el movimiento sea tan fuerte que el alma se sacuda.

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Esa bella frase de la madre a Jojo Rabit, en medio del régimen nazi en la segunda guerra mundial “El baile es para la gente que es libre” o esa última escena después de que todo se derrumba, de que los estruendos, y las bombas, y los oídos ya están sordos y anonadados de tanto miedo, donde solo queda tomarse de la mano y bailar, quizá sea ese el recurso que le queda a los humanos ante el desgarro de la violencia, quizá sea tomarse de la mano, dar rienda al cuerpo y que sea él quién se adueñe de la situación. Creo que tiene mucha lógica, porque los actos de violencia más crueles, vienen de una exacerbación de la mente a niveles atroces, y si la lógica mental, la razón, aquella herramienta tan valiosa del ser nos traicionó, y no logró ese objetivo de volvernos libres, sino que nos ha metido en pequeñas jaulas llenas de miedo y zozobra, qué tal que, como dijo la mamá de Jojo Rabit, sea el baile, el danzar, el dejar al cuerpo jugar y protagonizar las decisiones, la verdadera libertad.

Esta palabra libertad tan cuestionada y tan vanagloriada en estos tiempos, se ha convertido en una ideología más, porque a pesar de que no hay bombas que estallen la ciudad, y que Una Banda Sonora, pareciera estar inspirada en otra época, en esas que vivieron mis papás, en esas de la Toma del Palacio, de los apagones, de los desalojos, en esas épocas, que solo recordamos cada año, pero ya pasaron, que sirven para inspirarse y crear fricciones.

Pero hay algo me hace pensar que ni la libertad ha llegado y que mucho menos este tipo de ficciones narra solo un recuerdo, yo creo que vivimos en una constante banda sonora y nada grata para los oídos ni el alma, en un ruido incesante, aturdidor y perturbador, hay tanto ruido en la ciudad que el silencio parece que decidió escapar, se cansó de pedir a gritos ser escuchado, y digo ruido, porque es ruido la cotidianidad bogotana, es un ruido que nos apalea el alma, son estallidos de angustia, miedo, estrés y desborde de ira lo que nos está zumbando. Quisiéramos ser una banda sonora llena de violines, percusiones, pianos, organetas, pero no, somos una banda sonora de notas confusas y llenas de ira, unos acordes de rutina, desconfianza y odio por el otro, pero por fortuna de vez en cuando se cola una nota que nos mueve los pies, las manos, el alma y nos invita a la libertad del baile, al encuentro con esa metáfora de la alegría y la plenitud.

Por fortuna existen escenarios donde el cuerpo puede sentirse, existen personajes que nos abrigan con sus matices y energías, y existen artistas que construyen bandas sonoras que nos sacuden el alma, yo me dejo de vez en cuando sacudir el alma con las ficciones, y sacudir el esqueleto con las ficciones que mi cuerpo creo en la danza, hay que bailar, quizá sea allí donde nos sacudamos tanto que podamos transformar esa banda sonora tortuosa de Bogotá.

Por Angelica García

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