Eliana Echeverry, etcétera (Reverberaciones)
Hay una compositora colombiana cuyo nombre suena muy poco en nuestra tierra, a pesar de lo mucho que tiene por decir y de lo bien que lo hace. Se llama Eliana Echeverry y su discurso musical, que transita por las sendas de lo académico, lo folclórico y el jazz, es elocuente, convergente y pertinente.
Esteban Bernal Carrasquilla
Eliana vive en Londres desde hace un par de años y allí se ha dedicado a construir un andamiaje en los dos sentidos que le da el diccionario a esta palabra. El primero es intelectual y tiene que ver con el desarrollo de su lenguaje compositivo propio, que apunta a la exploración tímbrica de los instrumentos musicales, que se adentra en la orquesta como aglomerado polifónico, que acoge la improvisación como elemento expresivo y que apela a la riqueza y diversidad del folclor y la tradición musical colombiana.
El segundo andamiaje es de relacionamiento, pues para poder vivir de lo que sabe hacer, tarea nada sencilla en cualquier lugar del mundo, necesita de otros. Instituciones, profesores, intérpretes y colegas que le creen a ese lado del Atlántico le han tendido la mano, le han encargado obras y arreglos, le han dado la batuta para dirigir y la han apoyado para sortear ese enrevesado camino que es ser músico. Pero nada de ello ha sido desde la compasión o la caridad, sino desde el reconocimiento debido a su talento, inteligencia y esfuerzo. Por esta razón ella está allá. Bueno, también porque algunos le creen a este lado y el Banco de la República le otorgó una beca para cursar un posgrado en el exterior.
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Eliana Echeverry está contenta en Londres y no parece que vaya a regresar a Colombia en un futuro cercano. Pero ella no es un cerebro fugado, no por lo pronto, pues hace poco estuvo en Bogotá, por cuenta propia, para ofrecer un concierto cuyas únicas motivaciones fueron el patriotismo y la intención de ajustar el estado de cosas actual en su gremio. Vino porque sí, sin invitación, y en tan solo diez días consiguió un auditorio, convocó a una big band, ensayó tres veces, mojó prensa y dio un recital muy sentido y de gran calidad musical. Ya regresó a Inglaterra, pero desde allí hace planes para su próxima visita a la tierra del olvido. Tal vez, si alguien más cayera en la cuenta del valor y la importancia de lo que está haciendo (un ministerio, una universidad, una empresa, un mecenas o todos a la vez), ese andamiaje también tendría cimientos acá, como debería ser.
Fui a verla al auditorio de la Universidad Konrad Lorenz, en el que presentó su proyecto Lazos Inquebrantables. Yo diría que este proyecto se trata de composiciones propias inspiradas en el terruño y su historia, con una intención de traducirlos en música, a la vez festiva y trágica, pues eso somos los colombianos; un proyecto complementado con arreglos para big band de obras muy conocidas de nuestro cancionero popular, canciones que siempre vale la pena tener presente, máxime en tiempos en los que la industria nos bombardea con reguetones y otras especies musicales que no dicen nada y que como un vórtice nos halan a un hoyo de amnesia.
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Pero no, Eliana dijo otra cosa: que lo que vino a presentar no tenía que ver con ella, sino con el espíritu de hacer comunidad, pues a los colombianos se nos olvida que sublimar una intención artística o profesional no debe responder solamente a un esfuerzo personal y egoísta. Por esta razón nos exhortó como audiencia a fijar nuestra atención en la big band que convocó en tiempo récord, una orquesta muy particular integrada casi exclusivamente por mujeres.
La menor de ellas tenía 13 años y no era la única con esa mirada de inocencia y curiosidad que caracteriza a los adolescentes. Otras eran jóvenes adultas, rebosantes de seguridad y convicción (a lo que llegarán las primeras). Pero todas ellas, independientemente de su edad, se apropiaron del escenario, de las partituras, de sus instrumentos y de las canciones, demostrando lo que todos sabemos y que algunos todavía no admiten: que nada tiene que ver el sexo con la calidad artística ni con el ingenio improvisatorio ni con la capacidad de golpear los cueros con la fuerza suficiente para llenar un auditorio ni con la cantidad de aire para hacer retumbar los pitos.
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Y aunque en ocasiones se hace necesaria la sororidad para resistir frente a los espacios que los hombrecitos de mentira cierran a las mujeres, a pesar del espíritu sororo que reinó en el concierto, la aproximación de Eliana Echeverry y sus compañeras no fue excluyente, lo que redundó en el mensaje inicial de hacer comunidad, pues ¿cómo no incluir músicos hombres en la orquesta? Los dos que tocaron lo hicieron con igual profesionalismo, con respeto y reconocimiento frente a las demás.
Busqué a Eliana para saber un poco más de ella, de su vida y de su trabajo. Y de nuestra conversación me marcó el nombre que le dio a una big band que tuvo en el pasado, cuando hacía camino entre su grado de la Universidad Nacional y los planes de posgrado. La big band se llamaba Etcétera, elección que creo que hace referencia a su propia declaración artística que abre posibilidades en vez de restringirlas. Jazz, clásico, popular, erudito, académico, colombiano, folclórico, etcétera, son intenciones que confluyen en esta compositora que afina un tipo de lenguaje apropiado para nuestro tiempo. Hay que seguirle la pista a Eliana Echeverry, pues el reconocimiento colectivo es el primer paso para retener el talento y hacerle el quite a la fuga de cerebros.
Eliana vive en Londres desde hace un par de años y allí se ha dedicado a construir un andamiaje en los dos sentidos que le da el diccionario a esta palabra. El primero es intelectual y tiene que ver con el desarrollo de su lenguaje compositivo propio, que apunta a la exploración tímbrica de los instrumentos musicales, que se adentra en la orquesta como aglomerado polifónico, que acoge la improvisación como elemento expresivo y que apela a la riqueza y diversidad del folclor y la tradición musical colombiana.
El segundo andamiaje es de relacionamiento, pues para poder vivir de lo que sabe hacer, tarea nada sencilla en cualquier lugar del mundo, necesita de otros. Instituciones, profesores, intérpretes y colegas que le creen a ese lado del Atlántico le han tendido la mano, le han encargado obras y arreglos, le han dado la batuta para dirigir y la han apoyado para sortear ese enrevesado camino que es ser músico. Pero nada de ello ha sido desde la compasión o la caridad, sino desde el reconocimiento debido a su talento, inteligencia y esfuerzo. Por esta razón ella está allá. Bueno, también porque algunos le creen a este lado y el Banco de la República le otorgó una beca para cursar un posgrado en el exterior.
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Fui a verla al auditorio de la Universidad Konrad Lorenz, en el que presentó su proyecto Lazos Inquebrantables. Yo diría que este proyecto se trata de composiciones propias inspiradas en el terruño y su historia, con una intención de traducirlos en música, a la vez festiva y trágica, pues eso somos los colombianos; un proyecto complementado con arreglos para big band de obras muy conocidas de nuestro cancionero popular, canciones que siempre vale la pena tener presente, máxime en tiempos en los que la industria nos bombardea con reguetones y otras especies musicales que no dicen nada y que como un vórtice nos halan a un hoyo de amnesia.
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La menor de ellas tenía 13 años y no era la única con esa mirada de inocencia y curiosidad que caracteriza a los adolescentes. Otras eran jóvenes adultas, rebosantes de seguridad y convicción (a lo que llegarán las primeras). Pero todas ellas, independientemente de su edad, se apropiaron del escenario, de las partituras, de sus instrumentos y de las canciones, demostrando lo que todos sabemos y que algunos todavía no admiten: que nada tiene que ver el sexo con la calidad artística ni con el ingenio improvisatorio ni con la capacidad de golpear los cueros con la fuerza suficiente para llenar un auditorio ni con la cantidad de aire para hacer retumbar los pitos.
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