Elisabeth Louise Vigée Le Brun o la retratista favorita de María Antonieta
A los 23 años ya pintaba para la corte francesa y ganaba reconocimiento por su estilo.
Andrea Jaramillo Caro
Desafiante y solicitada por la nobleza, la vida de la artista Elisabeth Vigée Le Brun estuvo llena de giros. La que alguna vez fue la favorita de la reina francesa, apenas logró escapar de la guillotina cuando llegó la Revolución Francesa y se dedicó a viajar por Europa. Alabada por unos y envidiada por otros, Vigée Le Brun desafió los cánones de su época al convertirse en una artista exitosa cuyo legado se ve hoy exhibido en diferentes museos alrededor del mundo.
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Desafiante y solicitada por la nobleza, la vida de la artista Elisabeth Vigée Le Brun estuvo llena de giros. La que alguna vez fue la favorita de la reina francesa, apenas logró escapar de la guillotina cuando llegó la Revolución Francesa y se dedicó a viajar por Europa. Alabada por unos y envidiada por otros, Vigée Le Brun desafió los cánones de su época al convertirse en una artista exitosa cuyo legado se ve hoy exhibido en diferentes museos alrededor del mundo.
Nacida en 1755 en el seno de una familia modesta, cuando empezó a ganar reconocimiento en 1770, la futura retratista ya pertenecía a la aristocracia . En un inicio solo ostentaba el apellido Vigée de su padre, Louis, también retratista y quien la introdujo en el mundo de la pintura desde temprana edad, como lo hicieron otros padres con sus hijas en la historia del arte (un ejemplo es Artemisia Gentileschi). “Su familia estaba conectada en círculos artísticos, lo cual fue determinante porque para una mujer en ese momento no había un curso formal para convertirse en artista”, afirmó la curadora e historiadora de arte Francesca Whitlum-Cooper en un testimonio publicado por la National Gallery en 2019.
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Louis Vigée notó el talento de su hija cuando ella tenía 11 años y le dio acceso a su taller. Allí comenzó a entrenarse como artista profesional. Durante este tiempo, contó en sus memorias, conoció a François Doyen y Pierre Davesne, este último fue quien le enseño cómo preparar una paleta.
Sin embargo, este periodo de aprendizaje terminó abruptamente cuando su padre murió, cuando ella tenía apenas 12 años. La pérdida de su maestro no la detuvo y su madre, Jeanne Maissin, la alentó a seguir el camino artístico. Era ella quien la acompañaba a exhibiciones y a visitar colecciones privadas y le proveía sus materiales de pintura. Según The New York Times, a los 15 años Vigée Le Brun ya tenía su propio estudio y se estaba dando a conocer.
Con su talento, desde joven aportó a la economía del hogar, recibía clientes que pagaban por su arte; al no aportar al gremio, como era costumbre, fue obligada a cerrar su estudio en 1774, a la edad de 19 años. Esta sería una de las varias controversias en las que se vio envuelta a lo largo de su vida. Finalmente, el 24 de octubre de ese mismo año fue aceptada en la Academia St. Luc.
Según se registra en sus memorias, no tenía ningún afán por contraer matrimonio, sin embargo, su madre la impulsó a casarse con el mercader de arte, Jean-Baptiste Pierre Le Brun, en 1776, cuando tenía 21 años. Pero su relación con Le Brun no trajo muchos beneficios a su vida, dejó de tener acceso a la fortuna que estaba creando, pues su esposo la gastaba apostando.
Lo que se puede deducir de sus obras es que su hija, Julie, fue lo que más llevó felicidad a ese matrimonio. Además, su relación con Le Brun le impedía acceder a la Academia Real de Pintura y Escultura, lo que estuvo a punto de hacerle perder la oportunidad de hacer un retrato para la reina María Antonieta.
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La austriaca comisionó uno de sus retratos en 1783, los rumores de la época señalan que después de ese retrato no permitió que nadie más volviera a retratarla.
Una amistad real: el patronazgo de la monarca francesa
Para llegar hasta la corte, Vigée Le Brun necesitó que Luis XVI y María Antonieta exigieran su ingreso a la academia. Esto la convirtió en una de las únicas cuatro mujeres admitidas en la institución durante el siglo XVIII, junto a su rival, Adelaïde Labille-Guiard.
Su relación con la realeza comenzó mucho antes. En 1777, a la edad de 23 años, la emperatriz María Teresa de Austria escribió a su hija María Antonieta pidiéndole un retrato de ella en un traje de gala, comisión que recibió Vigée Le Brun y que le trajo reconocimiento entre la corte francesa. “Ella es reconocida por ser la primera retratista que logró realmente capturar con lujo de detalles la imagen de una joven María Antonieta”, dice Whitlum-Cooper.
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Pero fue en 1783, cuando retrató a la reina francesa vistiendo un delicado y ligero vestido blanco de muselina y sosteniendo una rosa, cuando se afianzó el patronazgo de la monarca y a su vez generó polémica entre los nobles. Los trazos de su pincel y el estilo tan natural en el que se ve a la reina, muy inusual comparado con sus otros retratos, hicieron que este cuadro fuera removido de la exhibición en el palacio.
Elisabeth Vigée Le Brun no solo era capaz de producir retratos de estado, también su habilidad para mostrar emoción y dar ciertos sentimientos a su audiencia a través de sus pinturas hicieron de ella una artista famosa a finales de la década de 1770.
Al igual que los retratos en los que trabajó, sus autorretratos también generaban discusiones. En Autorretrato con sombrero de paja, comenta Cooper, “ella está mirándonos fijamente con mucha confianza, vestida en esta hermosa y fina ropa, pero en su mano también sostiene sus materiales de artista. Es por un lado esta joven atractiva y del otro una artista fundamentada. Es un autorretrato que dice: soy una artista, soy mujer, puedo hacer ambos”.
De acuerdo con el experto, en esta obra Vigée Le Brun está, además, corrigiendo a los antiguos maestros, ya que Rubens pintó un retrato de una mujer con un sombrero conocido como El sombrero de paja que no está hecho de este material. Luego de ver el Rubens en Bruselas, la francesa lo corrige en su propio retrato y se pinta a sí misma. “No solo se está comparando a Rubens, también está diciendo que puede hacerlo mejor”.
La retratista realizó más de 600 cuadros e inmortalizó a María Antonieta en 30 de ellos, tanto en su faceta más natural como en la época en la que se esforzó por mostrar al reino una versión más maternal de sí misma e intentar recuperar la imagen por la que se le apodó “Madame Déficit”.
El inicio de la Revolución Francesa le cobró factura por su amistad con la reina y en 1789 tuvo que escapar de Francia y se dedicó a viajar por Europa con su hija. En estos viajes logró también retratar y conectar con diferentes personalidades del ámbito cultural de la época. Roma, Florencia y San Petersburgo fueron algunas de las ciudades que visitó durante su exilio, hasta que logró regresar a Francia en 1802, bajo el régimen de Napoleón I.
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Tras enterrar a su hija en 1819, Elisabeth Vigée Le Brun continuó pintando hasta que la muerte la alcanzó en 1842 a los 86 años. En sus memorias escribió: “Esta pasión por pintar es innata en mí. Nunca ha disminuido; de hecho, creo que solamente ha crecido con el tiempo. Además, es a esta divina pasión a quien le debo no solamente mi fortuna, también mi felicidad”.