Elvira Sastre: “Escribir poesía es una manera de existir en el mundo”
La poeta y novelista que llena teatros con sus recitales y cuya legión de seguidores se extiende por América Latina habló para El Espectador. Aquí un repaso por sus letras para entender mejor esas balas certeras que son sus versos y por qué la literatura siempre será abrigo y consuelo.
Juan David Laverde Palma
“La poesía es una herramienta maravillosa para entender el mundo, pero no es suficiente para salvarte de algo; puede ayudarte muchísimo y puede ser un consuelo, puede ser un paso gigante para comprender lo que nos pasa, pero no es suficiente. Y como protejo tanto la poesía quiero librarle un poco de esa expectativa, de pensar que un libro te va a salvar la vida”. Elvira Sastre habla como si estuviera escribiendo. Es rotunda y dulce al mismo tiempo. Un huracán de las letras, pienso yo. Tiene apenas 31 años y una legión de seguidores incondicionales que persiguen ese “latido” del que tanto habla en su obra. Es imposible salir ileso de ella. Hay un verso suyo famoso: “La poesía no salva, solo da sentido a las heridas”. Así comienza nuestra charla, la única que le dio a un medio colombiano tras su paso relámpago por Bogotá hace una semana. Vino de gira con su “Tour Imposible”, un recital de poesía íntima que estremeció a más de mil personas en el Astor Plaza.
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“La poesía es una herramienta maravillosa para entender el mundo, pero no es suficiente para salvarte de algo; puede ayudarte muchísimo y puede ser un consuelo, puede ser un paso gigante para comprender lo que nos pasa, pero no es suficiente. Y como protejo tanto la poesía quiero librarle un poco de esa expectativa, de pensar que un libro te va a salvar la vida”. Elvira Sastre habla como si estuviera escribiendo. Es rotunda y dulce al mismo tiempo. Un huracán de las letras, pienso yo. Tiene apenas 31 años y una legión de seguidores incondicionales que persiguen ese “latido” del que tanto habla en su obra. Es imposible salir ileso de ella. Hay un verso suyo famoso: “La poesía no salva, solo da sentido a las heridas”. Así comienza nuestra charla, la única que le dio a un medio colombiano tras su paso relámpago por Bogotá hace una semana. Vino de gira con su “Tour Imposible”, un recital de poesía íntima que estremeció a más de mil personas en el Astor Plaza.
Estaba enferma. El día del show –el domingo pasado– amaneció sin voz por una súbita laringitis. El evento estuvo en riesgo de cancelarse. Pero Elvira se sobrepuso, como en tantos de sus poemas, que son puro abismo, pero en la última línea se cuela la luz por una grieta. Abrazó la incertidumbre, algo que aprendió desde la pandemia, y salió al escenario para llenarlo de literatura y de música. “Qué historia la nuestra, Colombia –escribiría después en su cuenta de Instagram, que tiene 616 mil seguidores–, un cúmulo de imposibles que siempre sale bien. Amanecí sin voz y me la devolvisteis entre todas y todos. Nunca olvidaré ese calor. El show más inolvidable de mi vida”. Al día siguiente, todavía indispuesta, recibió a El Espectador para hablar sobre sus obsesiones y el poder de la poesía. Antes de empezar fue por un vaso con agua. “Ya vuelvo”, dijo. Regresó con dos vasos llenos. Me soltó una sonrisa y me entregó el mío. Agradecí el gesto. “Ahora sí empecemos”, agregó.
“Yo creo que la poesía es un género de masas, o podría serlo, lo que pasa es que tiene esta etiqueta de género minoritario que no llega a todo el mundo y que, se supone, es para un público selecto. Yo veo lo contrario. Ahí está siempre el público. A lo mejor no tienen dinero para irse de vacaciones, pero sí para venir al teatro a vernos. Esta fe que tengo me da una alegría inmensa compartirla colectivamente. A mí la poesía me hace mucho bien y por eso defiendo mucho este proyecto y este formato. Lo que me interesa es que la gente entre en la poesía sea como sea, y huir de ese elitismo que está un poco instalado, porque la literatura es para todos”. Verla hablar con esa pasión por las letras es un soplo de esperanza. Elvira sabe, porque lo ha visto en cada teatro en el que se presenta, que en este mundo tan revolcado y horroroso hay también una belleza que no se nombra ni se cuenta y que siempre está a la espera de ser rescatada.
Le propongo que hablemos de algunos de sus poemas que son bálsamo y herida, incendio y tristeza que se abraza. “Como este –le leo–: ‘A la mierda el conformismo, yo no quiero ser recuerdo, quiero ser tu amor imposible, tu dolor no correspondido, tu musa más puta, el nombre que escribes en todas las camas que no sean la mía’”. Elvira sonríe complacida, quizá recordando el origen de esa bala certera. “Lo escribí hace muchos años, es un poema de amor absoluto. Fue como una declaración, más que de amor, de intenciones, de decir así es como entiendo el amor bueno y sano, el amor real con sus dobles caras y con lo que importa, alejado de esa superficialidad y esas expectativas que es algo contra lo que lucho mucho, porque las detesto. Ese poema va un poco por ahí, esto es lo que hay y esto es lo que te ofrezco, sin trampa ni cartón”. Elvira toma más agua, se aclara la garganta y descansa su espalda en la silla. Se acomoda. Espera el siguiente verso.
“Este –le digo–: ‘Beso uno a uno todos los segundos que te quedas en mi cama para tener el reloj de nuestra parte, me gustan tanto los hoy como me dan miedo los mañanas’. Hablemos del amor y la incertidumbre”. Reflexiona brevemente y responde: “Me llevo tan mal con la incertidumbre. Lo hablo mucho en terapia. Estoy ahí trabajando para intentar abrazar las cosas que no dependen de mí y sobre las que no tengo control. La pandemia nos ha hecho vivir en esa incertidumbre y por eso tanta gente ha quedado tan tocada, sobre todo la más joven, porque se ha dado cuenta de que el mundo es finito y de que hay dramas que no dependen de nosotros y que están ahí acechando. Ese poema está lleno de ese abrazo a la incertidumbre, incluso de esas ganas del riesgo, el placer del riesgo”. Elvira no lo dice en nuestra charla, pero sí en muchos de sus poemas: arriesgar en el amor es también saber que caer por el precipicio siempre será el destino más posible.
Elvira lo describe mejor en uno de sus poemas: “Me duele todo el cuerpo desde que no me quitas la ropa, amor”. El drama de la posesión en las relaciones es también parte de las obsesiones en la obra de esta escritora segoviana. Ya entrados en estas honduras borrascosas, leo otro de sus versos: “Eso es el amor: sentirte de alguien que sientes que es tuyo sin serlo”. Elvira no le da muchas vueltas al asunto. “Siempre he tenido la necesidad de sentir que la persona que está a mi lado lo ha hecho porque quería y que no se estaba perdiendo otra cosa. Esa sola idea me hace mucho daño. Eso me ha atravesado siempre y esa frase quiere decir un poco eso. Ahora hay toda una explosión, que a mí ya me pilla un poco mayor, de relaciones nuevas, de relaciones abiertas. Yo igual detesto todo lo tradicional y establecido”, dice. Y entonces se me viene a la cabeza otro poema suyo: “Lo otro eran simulacros, tú eres el incendio”.
Entonces nos metemos en los barrancos de la literatura erótica. Le leo un fragmento de “Amor sexualizado”, de su libro Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo: “Yo te hablo de follarnos de espaldas, mojarnos a solas, volver poética la pornografía, llevarte al cielo y terminar en la luna enloqueciendo en tus astrolabios, ser el Onán de cada entrepierna, esperar brotando orgasmos a medias hasta que vuelva a ser invierno y podamos quedarnos, porque un polvo vale más que mil palabras”. Elvira contesta que esa exploración literaria la atrae mucho, que está llena de un ejercicio creativo brutal, que cuando descubrió ese erotismo en la novela y la poesía en su adolescencia se maravilló de que pudiera excitarse así leyendo una sucesión de palabras repletas de vértigo y de ritmo, donde el placer se prolonga página tras página, y que lo llevó a su mundo literario, fantaseando con amores imposibles. “Pero de pronto lo escribes y en el texto está sucediendo”.
“¿Cómo es su proceso creativo?”, me aventuro a preguntarle, ya en los estertores de la entrevista. “La poesía es una necesidad física que responde a una pura necesidad individual de desahogo. Yo escribo cuando me urge, puedo estar tres meses sin escribir si no tengo nada que decir. No pasa nada, pero en la poesía eso lo protejo mucho y es una parcela que es mía y que es íntima. Algo que dentro de mí está descolocado y la escritura me ayuda a darle sentido. Yo escribo de una manera muy visceral, lo dejo todo, y a veces no tengo la fuerza para enfrentarme a esa realidad. Muy pocas veces me he sentado a escribir un poema, el poema siempre es el que el que ha venido, nunca lo he forzado. Tengo una sensibilidad que a veces me sobrepasa. La clave es que he aceptado esa parte de mí, no he luchado contra ella y si de pronto me quedo ensimismada viendo como un árbol se mueve, me quedo ahí y vivo ese momento. Escribir poesía es una manera de existir en el mundo”.
Y añade: “Me doy cuenta al escribir que una de las diferencias con la narrativa es que, en la poesía, aunque cuente algo emocionalmente más complicado, siempre intento buscar algo de belleza, algo estético, algo que te resuene, que aunque sea triste te deje como un pozo de calma. La narrativa, en cambio, es para mí más cruda, más directa”. Elvira acaba de lanzar su segunda novela, Las vulnerabilidades, un libro de autoficción donde explora los mundos oscuros de la condición humana, siempre al acecho, a la espera del zarpazo para emerger y devorarnos. “Tenía ganas de hacer un libro que no diera respuestas, porque siento que con la poesía doy respuestas todo el tiempo, lanzo preguntas, sí, pero las acabo respondiendo. Con este libro me he permitido liberarme de esta necesidad que tengo de intentar entender el mundo y racionalizarlo todo y dar con algo que lo explique. Aquí me apetecía lanzar preguntas y que este libro haga de espejo para quien lo lea”.
Queda todo por hablar, pero una hora de conversación en medio de esa laringitis de Elvira me parece un espacio demasiado generoso. También queda mucho por fuera de este texto, pero es que ya no puedo pedir más espacio y la editora fue muy precisa. Quizá este sea un buen resumen de mucho de lo que no cupo: a pesar del caos de este mundo, dice Elvira, del dolor y la frustración que parecieran engullirse todo, no podemos olvidar perseguir la belleza. Y ahí estará siempre la poesía para darnos un abrigo. Chao, Elvira, le digo. Adiós, Juan, me dice.