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Muchos otros buscan durante toda su vida poder pensionarse jóvenes, o una pareja anciana que les deje una millonaria herencia. Se lamentan de no haber nacido hijos de un multimillonario y poder dedicar su vida, como Paris Hilton o las Kardashians, a subir fotos de su lujosa vida a Instagram. Pocos lo han logrado, y entre ese reducido número estuvo un ocioso en mayúsculas, el filósofo rumano, rumano Emil Cioran.
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Luego de dedicar su vida a escribir sobre el suicidio, el insomnio, la maldición que implicaba existir y el hastío, el 20 de junio de 1995 falleció en una habitación del hospital Broca, en París. Después de cuatro años de agonía y una lucha contra el Alzheimer, en ese mismo lugar, se fue a la nada, a la que tantos aforismos le dedicó. «El paraíso no era un lugar soportable, de lo contrario el primer hombre se hubiera adaptado a él; este mundo tampoco lo es, ya que en él se añora el paraíso o se da otro por seguro. ¿Qué hacer? ¿Dónde ir? No hagamos nada, no vayamos a ningún sitio, así, sin más.», escribía en su libro Del Inconveniente de haber nacido.
Pero la figura del escritor rumano (Rasinari 1911) fue quizás más famosa por su estilo de vida que por sus libros, que varias veces fueron premiados (reconocimientos que rechazó). Nació en una familia conformada por un padre pope ortodoxo, su mamá, un ama de casa dedicada a sus hijos que, curiosamente, no era creyente, y dos hermanos; Virginia, la mayor, y Aurel, el menor. Creció en los Cárpatos, entre campesinos, por quienes sentía una especie de admiración.
El eterno pesimista, pero más que pesimista, perezoso, tuvo su primer choque contra el mundo a los 10 años, cuando tuvo que abandonar su pueblo natal para ir a Sibiu, donde comenzó sus estudios en el colegio Gheorge Lazar. “Nunca he olvidado el día que mi padre me llevó a Sibiu y lloré con una especie de presentimiento, el paraíso se había terminado” confesó alguna vez. Era el fin de una época, el despertar al mundo y abandonar el campo donde fue tan feliz, “dueño del cielo y la tierra” decía.
Una vez creció allí, en Sibiu, pasaba su tiempo entre la biblioteca y el burdel. De Dostoievski a las protitutas. Y fue en esa ciudad donde experimentó el gran drama de su vida: el insomnio. “Salía a la medianoche o a la una y me paseaba por las calles, y no había sino alguna puta y yo. La noche de Sibiu es el momento más extraordinario de mi vida”, contaba Cioran.
En 1928 se mudó a Bucarest a estudiar filosofía. Allí conoció a quienes, luego, serían sus más cercanos amigos y grandes intelectuales de los Balcanes, Mircea Eliade y Eugene Ionesco. No duró mucho tiempo, y cinco años más tarde se ganó una beca para estudiar en Alemania, donde presenció el ascenso del régimen nazi, con el que simpatizó y de lo que luego se avergonzaría.
Su siguiente paso fue París, la tierra prometida para los intelectuales del momento. Vivió en hoteles, huyendo de la estabilidad. Con una beca llegó a hacer un doctorado en la Sorbona con una tesis sobre Henri Bergson. Esa tesis nunca se terminó, es más, nunca la comenzó.
Allí vivía de lo que el estado le daba, un holgazán declarado. Solo se dedicaba a escribir en su buhardilla de tres habitaciones en el 21 de la Rue Odéon. “Era necesario hacer de todo para no ganarme la vida, y aceptar todas las humillaciones. Para ser libre es necesario soportar cualquier clase de humillación. Ese era casi mi plan de vida”, contaba con ironía en una entrevista.
Hasta 1950 (cuando tenía 40 años) aún estaba matriculado como estudiante en la Sorbona, cuando recibió una llamada en la que le anunciaban que no podía comer más en el restaurante de la universidad. “Ese fue para mí el golpe más grande. Así pues, viví como un parásito de la universidad, aunque no tenía nada en común con esa universidad. Si aquello no hubiese sucedido, mi proyecto de vida habría podido continuar, porque hasta mi muerte habría vivido como estudiante”.
Más tarde, como si todavía tuviese 20 años, decide recorrer Francia en bicicleta, dormir en pensiones estudiantiles y alimentarse en comedores escolares, ese fue su plan y así lo hizo. “Durante meses, así, me quedaba el albergues juveniles, y fue el esfuerzo físico de hacer 100 kilómetros diarios, lo que me restableció, superé la crisis”. Luego de este viaje le renovaron la beca, aunque nunca comenzó a escribir su tesis.
"El hombre más ocioso del mundo", como se calificaba a sí mismo, pasó sus años restantes construyendo la base de una literatura iconoclasta, en la que solo Bach saldría bien librado. Luego de su cuarto libro, tardó entre tres y cuatro años para seguir publicando. Un oficio para perezosos, si se quiere, pues como diría en algún momento, “la lucidez tiene un precio, la inacción”.
El diario El País, de Madrid, tituló la mañana del 21 de junio: “Emil Cioran, el filósofo de la desesperanza y el fracaso, muere en París a los 84 años”. Hoy, tantos años después de que ha muerto y se ha dicho todo sobre él, no hay mucho más qué decir, o como lo escribiría él mismo en un aforismo, “Tratándose de pésames, todo lo que no es cliché raya en la inconveniencia o la aberración”.