Emilia Serrano (baronesa de Wilson): la española relatora de América
La baronesa de Wilson no solo fue una letrada, sino una científica que supo analizar y relatar el Nuevo Mundo desde la perspectiva social, histórica e incluso del medio ambiente. Rompió con muchos patrones sociales y literarios de su época: viajó sola, transitó por vastos territorios del hemisferio occidental y recorrió casi todos los países de América.
Mónica Acebedo @moacebedo
“La creación de América fué la obra predilecta de Dios; con espléndida prodigalidad, dióle por alfombra matices incomparables, vistióla con túnica de oro y esmeraldas y ciñóla con altísima diadema de inmaculada blancura.”
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“La creación de América fué la obra predilecta de Dios; con espléndida prodigalidad, dióle por alfombra matices incomparables, vistióla con túnica de oro y esmeraldas y ciñóla con altísima diadema de inmaculada blancura.”
(América y sus mujeres)
Las narraciones de viajes eran muy comunes en los siglos XVIII y XIX, sobre todo en el Reino Unido y en Francia. En España también se difundían este tipo de textos, pero en menor medida. Lo que no era usual era que fueran escritos por una mujer y menos que correspondieran a experiencias vividas en los múltiples viajes que hizo a América, donde recorrió desde Canadá hasta la Patagonia. Santiago Posteguillo se refiere así a esta pluma transgresora: “La baronesa de Wilson, […] es la autora de los libros de viajes más importantes de nuestra tradición literaria [la española] y la que mejor ha descrito el continente americano en su geografía, en su historia y en su política. Viajaba sola, pero no como turista. No había país al que llegara en el que no terminara siempre dirigiendo la más prestigiosa revista de cultura que hubiera. Y si no la había, la fundaba.” (El séptimo círculo del infierno. Escritores malditos, escritoras olvidadas, Planeta, 2017, p.57).
Emilia Serrano García, mejor conocida como la baronesa de Wilson, nació el 3 de enero de 1843 en Granada, España, en el seno de una familia pudiente y cercana a las letras. A los cinco años, la familia se trasladó a París, donde creció en un ambiente intelectual y cosmopolita. Conoció escritores, escritoras, artistas y numerosos intelectuales que visitaban su casa con frecuencia. Así que desde muy pequeña se aficionó a la lectura. En sus escritos mencionó que su interés por los viajes y, en especial, por el Nuevo Mundo provino de las visitas que hizo a la biblioteca de don Máximo, un vecino al que visitaba cuando su familia veraneaba en Italia.
También fue conocida por haber sido la Léila que inspiró los poemas del dramaturgo y poeta José Zorrilla (1817-1893), el autor de Don Juan Tenorio (1844). Él le dedicó uno de sus versos más famosos: “Te quiero, Léila mía, con tal exceso / que diera mi vida por un solo beso. / Te quiero más que á mi alma; me es de tal modo / la vida, sin ti, nada; contigo todo. / […]”. Rogó, declamó, escribió muchos versos para que Emilia lo aceptara y cuando finalmente lo hizo, la despreció, como el mejor de los “donjuanes”. Tuvo una hija, se casó con otro hombre (de allí su título de baronesa), pero su marido murió. Luego, su hija falleció con tan solo cuatro años, hecho que la marcó profundamente. De hecho, su obra El almacén de las señoritas es un manual de conducta dirigido a mujeres jóvenes que redactó en honor a su hija muerta, muy popular tanto en España como en América.
Se relacionó con muchas de las personas célebres que mencionó en sus relatos, en especial con escritoras de América latina como Clorina Matto de Turner, de Perú, o Soledad Acosta de Samper, de Colombia. Anduvo lento por cada uno de los lugares que describió con tanto cuidado: “Abismada en la contemplación de una grandiosa puesta de sol, había permanecido más de una hora, sin que lograse arrancarme de mi arrobamiento el alegre y juvenil charlatanismo de las encantadoras muchachas que paseaban por el malecón de Chorrillos, mientras yo miraba al rey de los astros sumergiendo su disco de fuego allá en el horizonte, en un piélago inmenso de nubes y entre las rompientes del mar” (Maravillas americanas).
Su obra en prosa en orden cronológico, toda relacionada con sus viajes y observaciones sociológicas, es la siguiente: El almacén de las señoritas (1860), Las perlas del corazón (1883), América y sus mujeres (1890), El mártir de Izancanac (1890), América en fin de siglo (1897), El mundo literario americano (1903), Maravillas americanas (1910), El parnaso chileno (1910). Vale la pena rescatar el esfuerzo que hizo en pro de la unificación de los pueblos de habla española, en un momento de la historia en el que, por el contrario, el fin del imperio español era inminente. Tradujo del francés al español numerosos manuales, relatos de viajes y novelas de su amigo Alejandro Dumas. Escribió varios artículos sobre América en revistas o periódicos de cada lugar de América que pisó.
En breve, la baronesa de Wilson no solo fue una letrada, sino una científica que supo analizar y relatar el Nuevo Mundo desde la perspectiva social, histórica e incluso del medio ambiente. Rompió con muchos patrones sociales y literarios de su época: viajó sola, transitó por vastos territorios del hemisferio occidental, recorrió casi todos los países de América y retrató no solo la geografía y la economía, sino la sociedad. Escribió el primer estudio sobre los aspectos de las mujeres americanas. También, la primera antología de escritores y escritoras de América y, en general, fue única o primera en muchos aspectos tanto literarios como periodísticos. Fue una mujer comprometida y consciente de la historia de la conquista y la colonia: “Las escenas de la vida de los indios, descritas gráficamente; los descubrimientos y conquista, las batallas, las heroicidades de españoles y de indígenas, la lucha tenaz y justa de los hijos del Nuevo Mundo contra los invasores, me enajenaron hasta el punto de olvidarme de todo lo que no era leer, dándose el caso de renunciar a paseos y a otras distracciones, por entregarme a mi pasión favorita.” (América y sus mujeres).