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Hay un texto titulado Emma Reyes, la mujer que logró cambiar su destino. Lo publicó el portal Cafe latino. Y sí, su vida fue un testimonio de que esta es una posibilidad para todo aquel que se quiera revelar en contra de lo que se escribió el día de su nacimiento y los primeros años de infancia. Reyes y su hermana quedaron bajo el cuidado de una desconocida. La señora María. A muy corta edad, quedaron huérfanas. Pasaron a manos de esta extraña y después llegaron a un convento en el que los abusos y una pobreza paralizante, fueron el escenario de la primera parte de su vida. Hoy, al leer sobre su personalidad y sobre su obra, no deja de sorprender cada uno de los países que visitó, en los que vivió. Cada una de las personas que conoció, con los que se relacionó. Reyes murió como pintora. También como escritora. Reyes murió bajo sus leyes y decisiones. Reyes se resistió al azar.
Los detalles sobre su infancia quedaron consignados en el libro Memoria por correspondencia, una obra que alentó el escritor y amigo de la artista Germán Arciniegas, después de que ella se hubiese sincerado sobre los recuerdos que llevaba a cuestas. A pesar de que insistió en que no quería ser recordada como escritora, sino como pintora, accedió a plasmar, por medio de cartas, su origen.
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El libro, con prólogo de Leila Guerriero, se publicó cuando Reyes ya había muerto. Ese fue el acuerdo al que llegó con la familia de Germán Arciniegas, que quedó con la custodia de la obra cuando este murió. No quería sentirse expuesta y, a pesar de que reconocía en esta historia valores personales y artísticos, no quiso que se conociera por personas más allá de su círculo más cercano. Fue por esto que cuando su amigo Gabriel García Márquez la llamó emocionado a alentarla para continuar con la empresa de su libro, esta percibió el gesto como una traición de su amigo Arciniegas, la única vía por la que el Nobel colombiano habría podido enterarse sobre su pasado.
El libro se publicó en 2012, nueve años después de su muerte (2003).
Como lo registró el portal web ABC en su sección de cultural, “más allá de su valor literario (que es mucho, como comprobarán quienes lo lean, con la respiración entrecortada), el editor colombiano Felipe González destaca su ‘valor humano, el poder narrar una experiencia tan trágica mediante una voz que no deja ver un sólo trazo de odio o de rencor, porque es capaz de recrear la mirada infantil que no entiende o no juzga’. Una opinión que comparte Luis Solano, editor español de la obra: ‘Cuando lo leí me pareció que el testimonio tenía tanta fuerza, era tan real, tan vivo, que las dudas que pudiera tener en cuanto al interés que el país y la época podrían despertar se disiparon enseguida’”.
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Pero tal y como Reyes lo dijo, ella fue una pintora. Como lo contó Camilo Otero para este periódico, el primer contacto que tuvo con la pintura fue a principios de los años cuarenta, cuando llegó a Buenos Aires. Había salido por tierra desde Colombia alrededor de 1940, a la edad de 21 años. Álvaro Medina dice que en una exposición del artista argentino Raúl Soldi empezó su interés por la pintura. Tras visitar la exposición, el galerista se acercó a ella preguntándole si pintaba. En ese entonces las galerías también vendían materiales de arte. Cuando ella contestó que no, pero que le gustaría, el galerista le obsequió unas pinturas. Con ellas empezó a dibujar y a pintar las plazas y mercados que había encontrado a su paso por el viaje.
Después se ganó una beca para ir a París y asistió a la academia de André Lothe, quien le facilitó el camino para su primera exposición en la galería Kléber. Su viaje siguiente fue a Washington para cumplir con el encargo de realizar unas ilustraciones para una cartilla de alfabetización acerca de la vida del general San Martín. Pero Estados Unidos nunca sedujo a Reyes, quien rápidamente terminó en el taller de Diego Rivera, en México, lugar en el que pasó varios meses que enriquecieron su trabajo como artista y sus relaciones con demás colegas pintores o intelectuales que frecuentaban el círculo del que ahora hacía parte. Su primera exposición individual fue en la Galería de Arte Contemporáneo, con ayuda de Lola Álvarez Bravo. Siguió hacia Roma, Israel, Francia, hasta que regresó a Colombia, luego de varias exploraciones artísticas en las que experimentó con la figuración, la abstracción o composición geométrica, los paisajes y la mezcla con sus habitantes, a partir de líneas y figuras geométricas, además de la sucesión de figuras modulares que se repiten generando lo que aparentan ser caminos que se entrelazan y acaban perdiéndose. “Los críticos del momento, entre ellos Marta Traba, señalaron que el interés por la obra era menor que aquel de las anécdotas de vida”, contó Otero sobre Reyes en Colombia, cuando regresó convertida en una artista de renombre y experiencia artística.
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“A partir de los 70 y 80 la producción plástica de Emma Reyes se destacó también por su abigarramiento. Hay en sus obras una suerte de horror vacui que la impulsa a llenar la página, no sólo de formas sino también de color. En los años 70 se dedicó a construir imágenes usando infinidad de líneas yuxtapuestas en paralelos, creando una especie de entramado del que surgen rostros. En 1974 llevó al extremo su trabajo con la línea, con la creación de la obra Historia de la línea. La pieza fue donada en los años ochenta al Museo de Arte Moderno de Bogotá”, dice en el texto titulado La travesía de Emma Reyes, publicado por este diario.
A esta pintora se le recuerda, entre otras cosas, por la forma en la que se creó la vida que quiso vivir. No se sabrá nunca si fue la que soñó, pero es seguro que no fue la que le impusieron sus circunstancias. Según el libro que escribió, su vida adulta habría podido desarrollarse entre el rencor y la carencia, pero lo que terminó ocurriendo fue lo que ella quiso, lo que pudo crear a partir de una vida rodeada de arte y creación. Emma reyes, la escritora. Emma Reyes, la pintora. Emma Reyes, la diosa y dueña de su destino.
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