Empatados a un tanto
Otessa Moshfegh está en la conversación desde “Mi nombre era Eileen”, su debut literario, pero con “Mi año de descanso y relajación” consiguió dar el salto de calidad y convertirse en una autora internacional.
Fuad Gonzalo Chacón
El nombre de Ottessa Moshfegh bien podría engañarnos al evocar en nuestras mentes a la literatura visceral de los Balcanes o las letras bucólicas de la septentrional Finlandia. Más aún, muy seguramente nadie en su primer intento podría adivinar que ella, una de las nuevas voces que mayor expectativa genera entre la crítica global, ha nacido no muy lejos de nosotros, en la urbanita Boston. Yo, como parte de mi cruzada personal por explorar la tradición narrativa moderna de la tan desconocida Europa del Este, también caí en este ardid lingüístico-geográfico y los resultados me tienen tan perturbado como suficientemente interesado como para darle otra oportunidad.
Moshfegh está en la conversación desde “Mi nombre era Eileen”, su debut literario con el que consiguió llegar a la final del prestigioso Man Booker Prize en 2016, pero sólo sería hasta 2018 cuando con “Mi año de descanso y relajación” conseguiría dar el salto de calidad y convertirse en una autora internacional. Su historia sobre una acaudalada neoyorquina que a principio de los dos miles se autoimpone un año de sueño inducido con cuanto fármaco su negligente psiquiatra le prescribe, encarna una versión contemporánea del nihilismo social que Herman Melville abordaría por allá en el Siglo XIX con “Bartleby, el Escribiente”, su oda a la inactividad laboral. Lo que allí era “Preferiría no hacerlo” aquí muta en “Solamente quisiera dormir”, regalándonos una obra que, aunque con baches, funciona la mayoría del tiempo. Punto a favor.
Le sugerimos leer: Historia de la literatura: “Los restos del día”
Por ello, todos los ojos estaban puestos en su más reciente novela “Lapvona”, uno de los títulos más esperados de 2023, el que se esperaba fuera el abrebocas de su gran consolidación y que, tras leerlo, sigo internamente conflictuado por mis impresiones sobre éste. Un texto que rompe radicalmente con la línea de sus trabajos anteriores para trasladarnos al medioevo y embadurnarnos de la mística narrativa que contienen las raíces de su nombre. Allí veremos las vidas miserables de los habitantes de la aldea de Lapvona y cómo los sucesos alrededor de las acciones del joven Marek, su indolente padre Jude, su desaparecida madre Ágata y la enigmática bruja Ina sacudirán el reino del embelesado rey Villiam, quien se haya atrapado entre la obscena opulencia del poder y la resiliencia fantasiosa de los hechos alternativos.
Curiosamente, los mejores extractos de “Lapvona” son aquellos segmentos en los que el lector se introduce en el universo mágico de la superstición rural, casi siempre protagonizados por el chamanismo de Ina. Esos pasajes que nos extraen del exceso de realidad de Nueva York son, de lejos, lo más valioso del libro. Por lo demás, el relato avanza sólidamente hasta su primer tercio, pero luego queda atrapado en descripciones algunas veces demasiado escatológicas y difíciles de tragar y un desarrollo que, por momentos, no parece tener claro hacia dónde llevarnos, al punto de hacerse largo hacia el acto final. Punto en contra.
Aunque empatados a un tanto, el polifacetismo de Moshfegh le ha dado crédito suficiente en mi conteo para aguardar por su próximo lanzamiento y averiguar qué facción de su literatura prevalecerá.
El nombre de Ottessa Moshfegh bien podría engañarnos al evocar en nuestras mentes a la literatura visceral de los Balcanes o las letras bucólicas de la septentrional Finlandia. Más aún, muy seguramente nadie en su primer intento podría adivinar que ella, una de las nuevas voces que mayor expectativa genera entre la crítica global, ha nacido no muy lejos de nosotros, en la urbanita Boston. Yo, como parte de mi cruzada personal por explorar la tradición narrativa moderna de la tan desconocida Europa del Este, también caí en este ardid lingüístico-geográfico y los resultados me tienen tan perturbado como suficientemente interesado como para darle otra oportunidad.
Moshfegh está en la conversación desde “Mi nombre era Eileen”, su debut literario con el que consiguió llegar a la final del prestigioso Man Booker Prize en 2016, pero sólo sería hasta 2018 cuando con “Mi año de descanso y relajación” conseguiría dar el salto de calidad y convertirse en una autora internacional. Su historia sobre una acaudalada neoyorquina que a principio de los dos miles se autoimpone un año de sueño inducido con cuanto fármaco su negligente psiquiatra le prescribe, encarna una versión contemporánea del nihilismo social que Herman Melville abordaría por allá en el Siglo XIX con “Bartleby, el Escribiente”, su oda a la inactividad laboral. Lo que allí era “Preferiría no hacerlo” aquí muta en “Solamente quisiera dormir”, regalándonos una obra que, aunque con baches, funciona la mayoría del tiempo. Punto a favor.
Le sugerimos leer: Historia de la literatura: “Los restos del día”
Por ello, todos los ojos estaban puestos en su más reciente novela “Lapvona”, uno de los títulos más esperados de 2023, el que se esperaba fuera el abrebocas de su gran consolidación y que, tras leerlo, sigo internamente conflictuado por mis impresiones sobre éste. Un texto que rompe radicalmente con la línea de sus trabajos anteriores para trasladarnos al medioevo y embadurnarnos de la mística narrativa que contienen las raíces de su nombre. Allí veremos las vidas miserables de los habitantes de la aldea de Lapvona y cómo los sucesos alrededor de las acciones del joven Marek, su indolente padre Jude, su desaparecida madre Ágata y la enigmática bruja Ina sacudirán el reino del embelesado rey Villiam, quien se haya atrapado entre la obscena opulencia del poder y la resiliencia fantasiosa de los hechos alternativos.
Curiosamente, los mejores extractos de “Lapvona” son aquellos segmentos en los que el lector se introduce en el universo mágico de la superstición rural, casi siempre protagonizados por el chamanismo de Ina. Esos pasajes que nos extraen del exceso de realidad de Nueva York son, de lejos, lo más valioso del libro. Por lo demás, el relato avanza sólidamente hasta su primer tercio, pero luego queda atrapado en descripciones algunas veces demasiado escatológicas y difíciles de tragar y un desarrollo que, por momentos, no parece tener claro hacia dónde llevarnos, al punto de hacerse largo hacia el acto final. Punto en contra.
Aunque empatados a un tanto, el polifacetismo de Moshfegh le ha dado crédito suficiente en mi conteo para aguardar por su próximo lanzamiento y averiguar qué facción de su literatura prevalecerá.